El Zodíaco es el sistema simbólico más universalmente extendido, a pesar de la suma complejidad que abarca en las constelaciones que acompañan su relato central. En casi todos los sitios y tiempos es igual: rotatorio, con doce subdivisiones (en ocasiones ocho o trece). En Mesopotamia, Egipto, Judá, Persia, India, Tíbet, China, toda América, todo el Islam, Grecia y los países nórdicos europeos han conocido este símbolo. Signos zodiacales aparecen en la cueva de Arce (Cádiz); mapas celestes en Eira d’os Mouros (Galicia); en la inscultura del dolmen de Alváo en Portugal, aparte de otros muchos lugares. Su forma sistematizada, sin embargo, no asoma antes del rey Sargón (2750 a. C.) y con Hammurabi (2000 a. de J. C.) alcanzó cierto estatus observacional científico. El Zodíaco actual aparece con el persa Cambises (s. VI a. C.), pero esto no significa que su configuración no sea más antigua. En cuanto al Zodíaco lunar árabe puede ser todavía más arcaico.
Todos los Zodíacos refieren al Gran Ciclo de 25.920 años de Precesión de Equinoccios, por el cual cada 2160 años el equinoccio de primavera boreal retrocede un signo. Cuando vimos el camino astronómico que el sol va siguiendo a lo largo de las eras y tomamos como punto de partida la constelación de Virgo hacia “atrás” por la Precesión, terminamos en Piscis y asistimos a un conflicto de dualidades indiferenciadas en Cáncer; diferenciadas en Géminis; combinadas a lo femenino con Tauro y a lo masculino en Aries y, finalmente, una dualidad asumida como tal (para poder extinguirse) en Piscis.
La sexta constelación que excede este conflicto es Leo, a la diestra de Virgo. De por sí, Leo forma parte de una explicación del Zodíaco introduciéndonos en nuevos misterios no duales. En este sentido, vimos que Virgo era la “entrada mágica” al círculo zodiacal y usamos el recurso mítico de la cueva del León de Nemea muerto por Hércules (el primero de los 12 trabajos que le encargara Euristeo), como un pasaje simbólico desde la acción pura de Leo a un logro estático: el balance final de los opuestos complementarios: Libra y la armonía perfecta: el héroe ha ganado la espada/rayo solar: el furibundo león domeñado por la mansa justicia del espíritu.
Acuario
Acuario o “El Aguador” recibirá al sol en el equinoccio de primavera del H. Norte y lo presentará ante un caos potencial: el del agua. Antiguamente, la constelación incluía un pez, el cual es hoy una constelación aparte: “El Pez Austral”. Dicho pez estaría, sin embargo, lejos de entorpecer el simbolismo buscado en el agua. Antes de seguir, conviene recordar lo que explicamos en Simbolismo y metafísica del círculo1: que el Zodíaco podía cuadrarse por cuatro estrellas llamadas “reales”: Aldebarán de Tauro; Antares de Escorpio; Régulo de Leo y Fomalhaut de “El Pez Austral”. Como se ve, esta estrella adquiere su contexto adecuado si se la une a Acuario. Fomalhaut viene del árabe y significa “la boca del pez”.
Aquí nos detenemos de nuevo: Acuario es una constelación muy antigua vinculada a Sumeria, en honor a An, el dios que vierte las aguas primordiales, con el Pez Austral y de donde partía la constelación del río Eridano cuyo curso termina -o nace- bajo los pies de Orión enfrentando a Tauro. Así, si los dos peces de Piscis representaban la dualidad del Hombre en el bautismo, y el Pez Austral representa la unidad conseguida, que el nombre de estrella alfa sea “La Boca del Pez” ¿está haciendo referencia a lo que miles de años después sería “el Verbo” que reclutaba pescadores en Galilea para su causa?
Ahora bien. ¿Qué ocurre en la profundidad de Acuario que es tan misterioso? La idea de la dualidad desde Cáncer nos hace ver fuerzas destructivas -materiales- que descomponen la integridad “espíritu-cuerpo” del Hombre. Pero en aguas profundas nos encontramos con la posibilidad de la síntesis de nuestras “sombras” (según la hipótesis de los arquetipos de Jung), tales como serpientes, dragones, demonios, etc. Abarcarlas, asumirlas, reconocerlas y exaltarlas hacia la dirección ascendente de la espiritualidad es lo que origina a “El Pez Austral”. Tal la importante función del bautismo: adelantar simbólicamente nuestro encuentro con nuestra contraparte material y sublimarlas en la hondura de Acuario hacia lo que nos espera en Capricornio.
Capricornio
Faltan varios miles años para que el sol salga por “la puerta de los dioses” de Capricornio, en la primavera del Norte. Por esa puerta saldrá Hércules y su yelmo hecho con la piel del león de Nemea... león al que mata abriéndole la boca, pero cuya piel sólo desgarrará con las uñas del propio león: nada humano podrá con él. Ni siquiera su muerte es total porque ahora vivirá en el héroe. Pero como dijimos, este tránsito ctónico discurre en paralelo con el simbolismo zodiacal. Capricornio, en cambio, sigue la historia de Acuario. En efecto: su representación es monstruosa: tiene cola de pez y sus cuartos delanteros y cabeza son de cabra.
Lo del pez hace obvia referencia a su aventura en las profundidades acuarianas. La cabra representa la dirección ascendente hacia el siguiente paso: Sagitario. Capricornio está opuesta a Cáncer: la homogeneidad de la oposición es ahora una unidad que abandona el mundo líquido de la ambigüedad rumbo a las cimas en las que moran las cabras... efectivamente: se trata de la salida del alma a la luz del día (verdadero nombre del Libro Egipcio de los Muertos) de un dios que permanecía dormido, fetal, bajo las turbias aguas de Cáncer.
Sagitario
“El Flechador” o “El arquero” desde hace mucho tiempo que es representado como un centauro con arco y flecha. Sabemos que sólo Quirón y Folo -amigos de Hércules- eran los únicos centauros inteligentes: los demás eran los epítomes de la brutalidad... hasta el punto de no saber usar siquiera el arco y la flecha. Sin embargo, se sabe que Folo no tiene su lugar en el cielo y que Quirón está cercano al Polo Sur celeste luchando contra el Lobo: una de las fieras que atentan contra Virgo, por lo que Quirón es uno de los “Tres Caballeros Blancos” que la defienden. El otro es Sagitario y hacia el Norte del Plano de la Eclíptica, estaba José, constelación hoy conocida como El Boyero o Bootes.
La asimilación a la imagen de un centauro puede venir por el lado de los babilonios (y secundariamente de Egipto) que identificaban la constelación con Nergal, dios con cuerpo de león, alas y dos cabezas (de leopardo y humana) y a veces una cola de escorpión elevado sobre una cola de caballo. Su nombre en sumerio era Pabilsag, compuesto por “Pabil”: "pariente paterno mayor" y “Sag”: "cabeza, líder", lo que se traduciría como "principal antepasado" por línea paterna. A veces aparecía disparando una flecha con un arco y de esta combinación se supone nació la iconografía errónea del centauro y su arma.
Como sea, el elemento clave de este signo es la flecha, opuesta a los Dioscuros Cástor y Pólux (Géminis) o a los Dadoforos Cautes y Cautopates en el culto a Mithra, con sus antorchas, una hacia arriba encendida y otra hacia abajo, apagada... compartiendo esta dualidad los Ashwins védicos, Mithra-Varuna, Liber-Libera, Rómulo-Remo, Isis-Osiris, Apolo-Artemis, etc. La flecha o fuego solar representan la unidad por antonomasia y al nuevo dios que ha surgido de las aguas lustrales: aquellas aguas que extinguieron el fuego de las brasas con las que se consumó el holocausto de una víctima sacrificial (el sacrificium mithriacum en el caso de los Dadoforos y que aparece emulado en la Última Cena de la Pascua con el inminente sacrificio crístico).
El bautismo es un símbolo paralelo: es también un agua lustral donde se subsumen las diferencias entre lo material y lo espiritual. Y esa agua era sagrada porque de ella surgiría el Hombre unido a sí mismo: Capricornio o “Jehová”: el gran “Yo Soy” cuyo sacrificio salvará al Hombre. Morir en el agua y ser extraído de ella convertido como dueño de la unidad absoluta.
La flecha de Sagitario fue forjada en Hiperbóreas (por sobre la estrella Polaris: al Norte del Norte) y se dice que voló por sí sola hasta terminar en las manos del dios. Su punta está dirigida al Escorpión, cuya potencia destructiva se hace sentir en su correspondiente zona simbólica.
Escorpio y Libra
Escorpio refiere al único animal ponzoñoso del Zodíaco. Resume todas las fuerzas destructivas en su área de influencia. En la decumbitura (“estar de decúbito”) del s. XVIII (textos de astrología médica) Escorpio está asociado a los genitales y aparece ante Sagitario cuando creíamos que la historia había terminado: la serenidad del nuevo dios, nacido de Acuario, será ahora lucha franca... y en la circularidad del mandala zodiacal (el Opus Circulatorium alquímico o Sublimatio, cuyo fin era la exaltación divinal), Escorpio invita al Caballero Blanco Sagitario hacia un combate eterno.
Mientras su cola envenenada derriba el fuego sagrado de la constelación de “El Ara” (representado como un altar que cae con fuego ardiendo y cuyas brasas no lograrán consagrar el agua lustral de donde hubiera surgido Capricornio), sus pinzas atacan Libra. Recordar aquí que los nombres de las estrellas de los platillos se llaman Zubeneschamali o “Pinza del Norte” y Zubenelgenubi o “Pinza del Sur” del Escorpión (ambos nombres árabes). Por estos nombres sabemos (aunque la astronomía moderna le “cortara” las pinzas a Escorpio dejándoselas a Libra) que Libra y Escorpio formaban un subsistema simbólico autónomo.
Aunque muchas veces se le asigna a los caprichos de Julio César la creación de Libra (el único signo que no remite a animal alguno) con la consecuente eliminación de Ofiuco, el signo ya aparecía entre babilonios como Zibbanna: “balance del cielo”... Sólo los chinos dispusieron la balanza en la Osa Menor para identificar el centro polar como balance absoluto del mundo. Este punto de balanza equilibrada fue en Occidente el mítico reino insular de Thule, indiferente a la furia oceánica o “Mar de las Pasiones”. Thule es también identificada como La Montaña Blanca, Las Islas Afortunadas o Hiperbóreas y deriva su nombre del sánscrito Tula que significa, nuevamente, “balanza”.
Este nombre aparece desde Rusia hasta América Central y hoy, este balance perfecto aparece en Libra... nombre de una antigua medida de peso de 12 onzas (una por signo) y que se origina en el término indoeuropeo Lithra (origen de nuestro “litro”) y que quiere decir -otra vez- “balanza”. “Felix aequato genitus sub pondere Librae, anima eius quaeret iustitiam”: “feliz de aquel nacido bajo el signo de Libra: su alma buscará la justicia”. Y lo hará de la mano de Virgo.
De vuelta en Virgo
Dada toda la vuelta por la rueda zodiacal, llegamos nuevamente a la puerta esotérica del círculo: Virgo. En el tarot, Virgo es quien derrota a un león, a quien mantiene con las quijadas abiertas (como remedo de Hércules y el león de Nemea) y a quien parece acercar a su pecho en un gesto de compasión. Si bien esta baraja es llamada “La Fuerza”, no hay violencia: la alquimia asegura que no puede haber putrefactio sin una posterior sublimatio: tal el sentido de construir sobre lo sabiamente derrotado: la nueva flor que crece en tierra abonada por la muerte. La lección se aprende en Acuario, cuando “lo bueno” en nosotros no es tal hasta que asumimos nuestra imperfección natural... De hecho, esa falta de reconocimiento es lo que abatió al Ángel de la Mañana -Venus- como lucero matutino, y lo desterró a la noche como lucero vespertino. Mientras Lucifer era poeta, como Satanás ya no.
Por su parte, Virgo es signo de tierra y está en nuestro Nadir, mientras Piscis permanece en el cielo, en nuestro Cenit. De esa tierra de Virgo nacerá la conciencia de lo divino en su signo complementario que lleva a lo ilimitado crístico: el bautismo en el agua infinita. Tanto Virgo como Piscis son domicilio de Mercurio: mensajero y lazo entre madre e hijo (energías primordiales) así como entre humanos y dioses (trayecto entre Cáncer y Capricornio). En Virgo, Mercurio enlaza las energías involutivas -hemiciclo de Cáncer-, con las evolutivas -hemiciclo de Capricornio-.
En el Cenit, Piscis dice: “Media vita in morte sumus” (“En mitad de la vida estamos en la muerte”), mientras que en el Nadir se piensa subterráneamente: “Media morte sumus in vita” (“La vida está en medio de la muerte”). La plenitud de lo vivo yace en la tierra muerta, helada, invernal de Sagitario, mientras que en Tauro nace la primavera con su posterior estío hasta llegar al momento en que la semilla se desprenda de la espiga (Spica: “Espiga” es la estrella alfa de Virgo) y caiga en la tierra que es nuevamente virgen tras el cáustico sacrificio del verano boreal...
Las lecturas de los hemiciclos ascendente y descendente, tiene su natural expansión en la antiquísima división egipcia en decanatos (de a 3, de 30º por signo, dando los 360º del círculo) ampliando historias y entrelazando inmemoriales constelaciones con antiquísimas humanidades de las que no han quedado rastros: nos han legado verdades inmortales, aunque sus realidades mortales hayan sido tragadas por el tiempo. Rescatar la magia que esconden estos símbolos -aunque sea en este limitado espacio- es intentar liberar una poesía natural que el prosaísmo de la Historia se ha empeñado en encarcelar tras distintas mascaradas. El Zodíaco y su simbolismo nos llevan a un mundo absolutamente extranjero en tiempo y espacio al nuestro, porque en el cielo no hay ni patria ni historia, sino una denuncia contra el error de creernos históricos y existentes, cuando apenas somos quienes buscan en lo más misterioso de nuestra humanidad, al poeta que sepa leer a la luz de la noche...
Escribí:
...el astrólogo (el poeta) debe saber moverse entre las tinieblas nocturnas. Debe saber desenvolverse en las sombras del significado. Debe descubrir el lado oscuro de la luz que se esconde entre los filosos rayos del sol... Debe ser capaz de sacar a flote la más abismal oscuridad, para hacernos infinitamente más humanos de lo que podemos llegar a fingir bajo la luz del mediodía. El astrólogo (el poeta) debe saber revelar al mundo el hondo Infierno de lo humano para así poder darle significado completo a su Salvación Final.
Notas
1 Acceso al artículo “Simbolismo y metafísica del círculo”, Meer.