Desde la llegada de la industrialización, los avances tecnológicos han ido evolucionando, dejando grandes mejoras en las condiciones laborales: recortes en nuestras jornadas de trabajo debido a la reducción en los costos de producción, deflación de productos que a la fecha no podemos imaginarlos más económicos y mayor facilidad para desempeñar oficios que en su pasado fueron de gran complejidad. Esta fue la realidad global que vivieron nuestras sociedades en el siglo pasado.

En la actualidad, los avances tecnológicos se han enfocado en el desarrollo de las inteligencias artificiales, una imitación de la inteligencia humana pero con un potencial inhumano. Llegando a ser de ayuda para crear piezas artísticas, textos, canciones e incluso películas. Amenazando con la extinción del arte y sus profesionales. En esta oportunidad, hablaremos sólo de la pintura e ilustración para no extendernos más de lo necesario.

No sé cuál es la visión del futuro que tenemos, pero imaginemos por un momento que el arte se reduzca al uso de un algoritmo capaz de copiar cualquier estilo artístico existente. Estilos que, por cierto, son creados por seres humanos con años de práctica y trabajo duro. Todo lo que en su momento tuvo valor, comenzaría a ser una pieza banal creada con la facilidad de unos cuantos clicks. Y es que el arte es inherente al mérito, no se puede apreciar una pieza artística sin elogiar a la mente que la creó; hay una enorme carga personal detrás de cada obra, una técnica que duró años en perfeccionarse y por supuesto, hay un pedazo del alma de su creador. La pintura y la ilustración son un lenguaje abstracto pero cargado de simbolismo, es todo un idioma que se puede apreciar entre trazos y paletas de colores.

Si ese factor humano desapareciera de las pinturas, tendríamos una pieza sin ningún tipo de valor. Teniendo esto en cuenta, no hay forma de concebir un futuro donde las inteligencias artificiales y el arte puedan convivir en armonía. Es completamente distópico pensar en la extinción del arte, pero qué sentido tendrían entonces los museos o los libros de historia, si todo nuestro legado cultural fuese elaborado por un algoritmo que al igual que un zamuro, se ha estado alimentado de artistas reales enterrados por la banalización de su trabajo. ¿Qué sentido tendría ser artista?

Lo más trágico del asunto, no existe forma de demandar a quienes usan las inteligencias artificiales, las leyes de derechos de autor no tienen la capacidad de proteger los estilos de cada artista, un vacío legal que le permite a usuarios de los principales proveedores de estos servicios, usar sus creaciones para fines comerciales sin obtener repercusión alguna. Surge entonces la necesidad de que se lleve a debate una posible actualización de nuestras leyes en materia de derechos de autor, nada que no suceda cada cierto tiempo, sólo que en esta oportunidad muchas carreras penden de un hilo que amerita que se les priorice.

La tecnología va haciéndose más económica y accesible, cada vez es más fácil comprar un celular, lo que nos lleva a plantearnos la facilidad con la que se puede acceder a estos servicios y suplantar la carrera de un artista de escuela en cuestión de minutos. El futuro es incierto, pero si hacemos del arte un concepto tan sencillo y carente de mérito, estaremos ante la desaparición de la expresión humana por medio del arte y sus técnicas. Repito, si separamos el mérito del arte, solo nos queda la mediocridad. Pensemos si esa es la huella que queremos dejar en nuestra historia. Tenemos entonces que sembrar las bases de una legislación justa para que en el futuro sigamos dejando huellas artísticas.