Si nos detenemos un momento a reflexionar profundamente durante nuestras actividades ordinarias encontraremos algo perturbador: nuestra percepción de las cosas se confronta cada día con esas “cosas” que percibe. Esta situación que a primera vista nos parece tan trivial conlleva una de las reflexiones mas importantes dentro del pensamiento filosófico, científico y, neurocientífico. Cuando percibimos “algo” le atribuimos a ese “algo” una existencia real. Y asumimos esa “realidad” de tal manera que nos sumergimos en ella y somos capaces de defender que eso que percibimos es la realidad, pero, ¿y si no fuese así?

Hagamos un ejercicio mental. Atrevámonos a colocar en “tela de juicio” todo lo que nuestros actos perceptivos captan. Es decir, asumamos una actitud escéptica de lo que nuestro aparato receptor nos dice que es la “realidad”. Tomemos cualquier cosa, cualquier objeto. Una taza por ejemplo. Veamos su color, su textura, etc. Centrémonos en su color. La taza es “verde”. Ahondemos un poco más. Notaremos que la cualidad “verde” de nuestra taza esta asociada a la sensación “verde” que tiene nuestra taza, que, podemos llamar – la taza – objeto de percepción.

En otras palabras, si yo le pidiese al amable lector que pensara en el color “verde”, ¿pensaría en la taza que tiene la cualidad de verde, o, pensaría en otra cosa? y esa otra cosa, ¿acaso es el color “verde”? ¿qué significa “pensar en el color verde”? ¿cómo lo represento en mi mente? Esta reflexión nos conduce a una conclusión primera: la cualidad “verde”, tiene existencia por medio de la sensación “verde” asociada a un objeto (taza) dado por la percepción, lo que nos lleva a pensar que no tiene sentido vincular la sensación como cosa en sí misma a cosas materiales existentes en sí mismas1 . Es decir, las cualidades de los sentidos (como los colores) tienen carácter subjetivo.

El lector podría estar pensando: “Reflexiones interesantes, pero inútiles para la ciencia” Pero, ¿en verdad son tan inútiles? ¿Qué gran hallazgo se puede conseguir de todas estas reflexiones? La ciencia no está interesada en lo subjetivo, solo en lo objetivo ¿o no?

Desde siempre nuestros sentidos (percepciones) parecen engañarnos. Galileo, Descartes, Newton, Einstein, entre tantos otros dan cuenta de esta situación que sufre el ser humano. Todo pasa a través del sujeto, de su aparato receptor, el cual en muchas ocasiones nos ha engañado. Es célebre la ejemplificación de Galileo Galilei en referencia a la equivalencia existente entre reposo y movimiento uniforme a través del ejemplo del barco: nos encontramos en la cabina sin ventanas de un barco; sí el mar esta muy calmo no podremos afirmar si nos movemos o si estamos en reposo. La única opción para definir nuestro estado de movimiento es lograr ver a través de alguna ventana y ver nuestra posición con respecto al muelle. De nuevo, nuestros sentidos nos engañan. Si no tenemos acceso a alguna cosa que nos pueda dar información acerca del estado de movimiento del barco, no podremos asegurar si estamos en movimiento o, por el contrario, en reposo.

Años más tarde, Isaac Newton se fundamentaría en el principio de Galileo para establecer su primera ley o ley de la inercia, y al hacerlo abriría otro encarnecido debate con Gottfried Leibniz. A final de cuentas lo que es cierto es que todo cuanto conocemos pasa por nuestra subjetividad, ésa a la que la ciencia tanto evita y de la que no puede escapar. ¿Ser subjetivo es tan nocivo? No lo es siempre que se intente “volver a las cosas mismas”, es decir, buscar la raíz de aquello que queremos conocer.

Sin embargo, supongamos que nos rebelamos ante estas cuestiones y sostenemos fielmente que lo que es “real” es lo que puedo “ver” con mis ojos. Una actitud como la del Apóstol Santo Tomás: “ver para creer”. Bien asumamos entonces esta posición irreductible.

Bajo esta posición: solo es real lo que percibo, entonces, la Tierra es el centro del Universo y todo gira alrededor de ella. No cabe duda de ello. Yo estoy en reposo, por ende, la Tierra esta en reposo. Y sobre mi cabeza veo pasar las nubes y el Sol. De hecho, veo salir el sol por el este y ocultarse por el oeste. Es el Sol quien se mueve sobre mi cabeza, y con ello, gira alrededor de la Tierra. ¿Cómo podría convencer a alguien que ve esta “realidad” de que esta equivocado? Tanto para Nicolás Copérnico, como para Galileo no fue fácil sostener sendas argumentaciones que hicieran dudar a las personas de su época. Hacerlas dudar de sus sentidos y de lo que ven. Pero, más aún, ¿cómo el genio de Copérnico y Galileo (solo por nombrar dos) pudieron “superar” el engaño de sus sentidos? Esta es la cuestión.

“Conocer” la realidad, conocer el mundo, es el objetivo de quien desea alcanzar el verdadero saber, pero, para conseguirlo es necesario hacer preguntas donde nadie más las hace. Ser curiosos como lo son los niños. Cada uno de nosotros cuando era pequeño se pregunto alguna vez si el mundo que veía con sus ojos, era el mundo real, es decir, si los colores con los que veía el mundo eran en realidad los colores del mundo. Estas preguntas que todos nos hacíamos de pequeños (poniendo en serios aprietos a nuestros padres) representan la clave de las reflexiones acerca del mundo. Son las preguntas que se hicieron genios como Newton, Copérnico, Galileo, Einstein, etc.: ¿cómo conocemos?

De lo que se trata es de suspender nuestros juicios acerca del mundo que creemos conocer y adentrarnos en la reflexión acerca del mundo que queremos conocer. Tal y como hicieron Copérnico y Galileo. No se trata de relativizar el mundo. Los genios de la ciencia “suspendieron sus juicios” y lograron dar grandes avances en la ciencia. De lo que se trata es de abandonar dogmas, aceptar que todo cuanto conocemos pasa por nosotros (sujetos) y que es necesario asumir una actitud diferente cuando hacemos ciencia, solo así podemos aproximarnos a la objetividad que tanto buscamos, aunque no alcanzaremos la misma en su totalidad. Solo nos es posible aproximarnos.

Reconocer estas cuestiones no nos hace menos “científicos”. Todo lo contrario. Nos acerca más al conocimiento y con ello descubrimos mejores estrategias para aproximarnos a él. Filosofía y Ciencia no son antagónicas, sino complementarias. El progreso en ciencia no sería posible sin las preguntas reflexivas de la filosofía, que, en la mayoría de los casos, nos mete en serios aprietos con sus cavilaciones.

Suspender el juicio, asumir la subjetividad, buscar la raíz del conocimiento, entre otras cosas más es una forma de reflexión llevada a cabo por un matemático: Edmund Husserl. Por supuesto, sus postulaciones pronto lo acercaron a la filosofía y con ello a la crítica más encarnizada de sus colegas. Las postulaciones de Husserl son conocidas a través del método fenomenológico y representa uno de los aportes filosóficos mas importantes de todos los tiempos.

La aplicabilidad de las ideas de Husserl y de su método fenomenológico en ciencia resulta impactante. A través de la fenomenología se puede sustentar en modo filosófico la teoría relativista de Einstein así como la física en su generalidad. Es un método poderoso pero que tiene un punto débil: la complejidad de su lenguaje.

En la búsqueda de fundar un método verdaderamente fiel a la ciencia y a la filosofía, Husserl opto por adoptar tal cantidad y variedad de términos y conceptos tan densos que lo hicieron poco apreciado por la colectividad. Su preocupación por develar el modo en que accedemos al conocimiento le condujo a tal cantidad de recovecos lingüísticos provocando el alejamiento de científicos y filósofos. ¿Es posible aproximar las ideas de Husserl a la ciencia? Hermann Weyl, premio Nobel de física, apostó por las ideas de Husserl para sustentar su teoría de unificación basándose en una de las cuestiones más misteriosas de la física: el espacio, el tiempo y la materia.

Tanto Weyl, como Husserl (y con ellos tantos filósofos y físicos) se preguntaron justamente por aquellas cosas que parecen triviales: ¿qué es el espacio? ¿qué es el tiempo? ¿qué es la materia? ¿percibimos el espacio, el tiempo y la materia? Mas aún, ¿existen espacio, tiempo, y materia? Nuevamente, son este tipo de preguntas triviales las que hacen avanzar la ciencia; las que ponen a contraluz nuestras percepciones con aquello que pensamos que es la realidad.

Nota

1 El hombre, aun el científico, en actitud “natural”, es “ingenuo”: no se ha preguntado acerca de la posibilidad del conocimiento, y presupone su validez cada vez que lo lleva a cabo. El filósofo, que por serlo y al serlo abandona la actitud natural (ingenua), no procede de manera directa, sino que lleva a cabo una reflexión peculiar sobre su propio proceder cognoscitivo, antes de conceder validez a las obras de su conocer. Los objetos “conocidos” ya no poseen para él esta calidad de conocidos, sino la de presuntamente conocidos; las proposiciones en que se expresan los “conocimientos” ya no expresan conocimientos, sino presuntos conocimientos. La profundización de esta distinción entre dos actitudes intelectuales o espirituales desemboca en la concepción de la epojé o reducción fenomenológica. Para decirlo brevemente, la reducción fenomenológica no es más que la adopción plenamente consciente y radical de una actitud filosófica. Por ello puede llamarse a la fenomenología ciencia filosófica” (Quijano, A., Diccionario Analítico de Conceptos Husserlianos, UNAM, Ciudad de México 2017 (2001), p.47); Cf. Husserl, E., Die Idee der Phänomenologie, FünfVorlesungen,trad.esp. García Baró, M., Fondo de Cultura Económica, México D.F.1982,[3], pp. 91-92;Cf. Weyl, H., Space, Time and Matter, trad. ing.Brose, H., Dover, Oxford 1921(1918), p.3