A la memoria de José Antonio Robles García (1938-2014).
I. Al filo del s. XXI
En 1999, Laura Benítez y José Antonio Robles coordinaron el volumen Materia, espacio y tiempo: de la filosofía natural a la física (FFyL-UNAM, México), allí, José A. Robles publicó el capítulo “Espacio, materia y tiempo en cuatro filósofos atomistas: Epicuro (341-270), Tito Lucrecio Caro (c. 98-55), Francesco Patrizi (1529-1597) y Walter Charleton (1620-1707)”. Al leer el capítulo se experimenta el gozoso hallazgo de un autor culto, erudito hasta la exquisitez en sus notas al pie (las cuales en la mayoría de sus páginas, son notablemente más extensas que el texto mismo); un filósofo, digo, que avanza en su exposición abriéndose paso entre las dificultades de las propuestas atomistas, considerando puntualmente sus argumentos y objeciones con una pluma filosófica que extrañamos, pues, a diferencia de la mayoría de los escritos que uno debe leer a rastras el día de hoy en las revistas especializadas de filosofía, José A. Robles perteneció a un selecto grupo de pensadores que cultivó el análisis teórico junto con la elegancia y el cuidado de la prosa.
Otro rasgo importante del capítulo de Robles sobre el atomismo es que, en él se establece, por una parte, una línea de investigación cuya realización culminaría con el célebre volumen De Newton y los newtonianos, en coautoría con Laura Benítez y, por otra, tiene la agudeza de señalar una serie de temas que dirigen los caminos intelectuales del Seminario de Historia de la Filosofía (IIFs-UNAM). Veamos aquí un pasaje de la nota 2 del texto de Robles:
Un estudio más completo del atomismo en la modernidad, debe de abarcar no sólo a Gassendi y a los llamados empiristas británicos sino también habrá que considerar (además de Galileo), las propuestas de Newton sobre este tema y las tesis de Samuel Clarke en su polémica con Leibniz.
(Robles, J. A., op. cit., p. 147)
La obra posterior de Robles se realizó, en parte, siguiendo las temáticas que se esbozan en su capítulo sobre el atomismo que, como he dicho, indicó la importancia de la indagación acerca de las raíces, el impacto y la recepción del epicureísmo en la filosofía de la modernidad temprana. Volveré a esto más adelante.
II. Epicureísmo moderno. El presente
En julio de 2020 se publicó el Oxford Handbook of Epicurus and Epicureanism (OUP, Nueva York), editado por Phillip Mitsis: se trata de un volumen omnicomprensivo que, justamente, rastrea la presencia del epicureísmo y su influencia hasta la filosofía contemporánea. El estudio de Gianni Paganini en ese libro se titula “Early Modern Epicureanism: Gassendi and Hobbes in Dialogue on Psychology, Ethics, and Politics” y, en la pág. 672, leemos:
La contribución del epicureísmo al pensamiento político moderno parece ser excluida programáticamente de la corriente dominante en los especialistas recientes [...] hay apenas pocos estudios sobre el rol que jugó el epicureísmo, y éstos han surgido sólo en los últimos veinte años. Desde entonces los especialistas empezaron a mirar a Hobbes a la luz de la influencia directa de la tradición epicúrea, y a estudiar la figura central del Neo-epicúreo del siglo diecisiete, Pierre Gassendi.
(Paganini, G., p. 672)
Ciertamente, como lo apunta Paganini, el interés por la filosofía natural epicúrea ha tenido una presencia más notable en los estudiosos pero, agrego, esta valoración está todavía lejos de ser definitiva y apenas alcanzan a vislumbrarse sus implicaciones y su importancia. Aun así, espero que sea claro que la labor de investigación que indica Paganini sobre la ética y la política de la filosofía del Jardín tiene un paralelismo inquietante con la tarea que señaló como pendiente José A. Robles hace más de dos décadas.
III. Mirada retrospectiva al siglo dieciocho
...Y es que basta con asomarse a la entrada “Epicureans” de la Cyclopaedia de Ephraim Chambers de 1741, para enterarnos de las connotaciones de la noción de “epicúreo”:
[...] es cierto que, en el uso común de la palabra, epicúreo significa una persona indolente, voluptuosa y afeminada, que sólo consulta su placer, sin preocuparse de cualquier cosa seria.
(Chambers, E., Cyclopaedia, vol. 1, p. 322)
Y continúa Chambers en una distinción por demás útil:
En efecto, siempre hubo dos clases de epicúreos: los rigurosos y los descuidados. Los epicúreos rigurosos eran aquellos que se adhirieron estrictamente a los pensamientos de los epicúreos, quienes situaron toda su felicidad sólo en los placeres de la mente resultantes de la práctica de la virtud. Pero los epicúreos laxos o descuidados, tomando las palabras de aquel filósofo en un sentido burdo, ubicaron toda su felicidad en los placeres del cuerpo, en la comida, la bebida, el amor, etcétera. Los genuinos epicúreos fueron los del primer tipo, y llamaron a los otros los sofistas de su secta.
(Ídem)
De lo anterior podemos tener suficiente noticia de las actitudes o ideas que desde siempre han sido asociadas con los epicúreos y, como puede verse, no es un club al que muchos filósofos hubieran querido inscribirse públicamente.
Todavía más: ya en 1704, el genial G. W. Leibniz había escrito en sus Nouveax Essais la siguiente acusación:
[...] se puede decir, por ejemplo, que Epicuro y Spinoza, han llevado una vida absolutamente ejemplar. Pero esas razones dejan de ser válidas de ordinario en sus discípulos e imitadores, los cuales, al sentirse liberados del importuno temor a una providencia vigilante y a un futuro amenazador, dan rienda suelta a sus brutales pasiones, y orientan su espíritu a seducir y corromper a los demás; y si resultan ser ambiciosos y de natural un tanto duro pueden llegar a ser capaces, por su placer o medro, de pegar fuego a la tierra por los cuatro costados: yo he conocido algunos de ese temperamento, a los cuales la muerte se los llevó.
(Leibniz, G. W., NE 462, p. 558)
Si las valoraciones del gigante Leibniz están en esa tonalidad, me pregunto cuántos de los profesores de las universidades, tanto de las anteriores como de las actuales, habrían aceptado gustosos la tarea de dedicar sus afanes a una teoría que se presenta con tan infaustas credenciales. Proviniendo muchos de ellos de los oscuros armarios empotrados de la teología, supongo que preferirían ver en las tesis llamadas “epicúreas” un motivo más para persistir en sus resobadas “críticas a la modernidad”.
Las doctrinas de Epicuro asociadas a distintos tipos de hedonismo, a la liberación del miedo a todos los dioses, a una concepción que postula la infinitud de mundos que se crean y se destruyen en un espacio vacío infinito, a la negación de la doctrina del destino y de la providencia constituyeron, más que una postura a considerar seriamente, una afrenta y una amenaza que conducían al materialismo y al ateísmo.
IV. Epicuro moderno
La recuperación de las tesis epicúreas y la consideración de sus principios éticos, ontológicos y epistémicos como una alternativa digna de adoptarse es una historia fascinante, llena de tensiones, trampas y laberintos explicativos que no es posible contar en pocas líneas. Apenas y puedo decir, brevemente, que ese relato se inicia tal vez en 1417, cuando Poggio Bracciolini (1380-1459) descubre una copia del De rerum natura (DRN) de Lucrecio; el impacto y la influencia del DRN en la cultura humanista han sido más que reconocidos, el poema no dejó de tener eco en la obra de pensadores tan diversos como Giordano Bruno (1548-1600) y Margaret Cavendish (1623-1673). En el siglo XVII, la figura central de Pierre Gassendi (1592-1655) fue ya apreciada por sus contemporáneos; Gassendi tradujo y editó el “Libro X” de Diógenes Laercio, y elaboró una defensa de la filosofía del Jardín, expurgada, por supuesto, de sus implicaciones anti-cristianas. Chambers mismo nos dice al respecto:
Los epicúreos han sido, en todas las épocas, criticados por su moral y su apego a los placeres sensoriales: algunos autores, particularmente Cicerón entre los antiguos, y Gassendi entre los modernos, se han esforzado para reivindicarlos de este cargo al mostrar que el placer en el que en su maestro Epicuro sitúa el summum bonum, o felicidad suprema de esta vida, no era ningún placer sensual o animal, sino un contentamiento y tranquilidad de la mente, exentos de todas las pasiones desordenadas…
(Chambers, E., Cyclopaedia, op. cit., p. 322)
A decir verdad, todavía no sabemos cómo fue que el cura humanista Gassendi logró vivir exento de la sospecha y de la persecución católica, y su logro no fue menor pues, al resucitar y “bautizar” a Epicuro (como Margaret Osler lo dijo), promovió un epicureísmo cristianizado que incluyó, entre otras cosas, una ontología alternativa a la de las escuelas. Ciertamente, la tesis de los átomos infinitos constituyó una fuerza definitiva que contribuyó a demoler los cimientos del hilemorfismo y proveyó a los filósofos y las filósofas de los ss. XVII y XVIII de otro modelo explicativo aplicable a los fenómenos naturales. Estos principios epicúreos fueron adoptados y reformulados en diversas versiones tanto corpuscularistas como mecanicistas, dando lugar a complejos correlatos del mundo natural de tan impresionante variedad, que hoy los especialistas apenas y alcanzan a trazar un mapa intelectual general, y descubren con entera fascinación (y también horrorizados), las múltiples figuras del epicureísmo moderno; como ejemplo, el título de la obra de 1659 de Walter Charleton es bastante elocuente: Physiologia Epicuro-Gassendo-Charletoniana o una estructura de ciencia natural basada en la hipótesis de los átomos. Fundada por Epicuro. Reparada por Petrus Gassendus. Aumentada por Walter Charleton.
V. Vuelta al s. XX y al presente
La exploración y el descubrimiento de las complejidades de esta historia es la que llevó a cabo José A. Robles en sus investigaciones sobre el atomismo de Patrizi, Charleton, Newton y Berkeley. Además, debo contar aquí las reflexiones de Laura Benítez sobre el atomismo en Bruno y Descartes, así como los diversos estudios puntuales de quienes se dedican a la filosofía natural, sin embargo, la valoración conjunta del epicureísmo reunida en un solo volumen, dentro del contexto temático del Seminario de Historia de la Filosofía, todavía es una tarea pendiente.
Debo añadir que, paralelamente, la agenda filosófica que Robles vio con claridad para el Seminario de Historia de la filosofía en México ha sido llevada a cabo en otros contextos y de manera independiente, por especialistas como Olivier Bloch, Margaret Osler, Silvie Taussig, Catherine Wilson, Delphine Bellis y Samuel Herrera, entre otros destacados estudiosos.
Tomados en conjunto, los textos publicados sobre el epicureísmo durante las últimas décadas del s. XX hasta hoy develan una tradición más compleja de lo que podría parecer a primera vista y que incluye, desde los modelos estilísticos influenciados por el DRN expresados en la todavía inexplorada variedad de poemas filosóficos modernos, hasta las implicaciones propias del ateísmo libertino de raíz epicúrea de los siglos XVII y XVIII. En suma, las intuiciones de Robles sobre la investigación sobre el atomismo son tan actuales que siguen provocando entre nosotros preguntas genuinas y tareas gozosas, intelectualmente hedonistas.