Las guerras son connaturales al sistema capitalista. En este momento se habla profusamente de la de Ucrania, y también del genocidio de palestinos en Gaza, llevado a cabo por el Estado de Israel. Secundariamente, de las tensiones en torno a Taiwán, con fuerzas chinas que se mueven en torno a esa “provincia rebelde”, según Pekín (o “país independiente”, para Washington). Estos son los conflictos más sonados, más mediáticos. Pero no debemos olvidar que, en todo el mundo, existen hoy más de 50 frentes de batalla abiertos. En todos ellos se necesitan armas. Ese negocio es el principal, el más grande todo el orbe, convocando a los cerebros más creativos del mundo y, por supuesto, moviendo las ganancias más fabulosas: 70,000 dólares por segundo, más de un billón de dólares al año. Es paradójico que los cinco principales productores y vendedores de armas (Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia) son, al mismo, los únicos cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aquellos que deben velar por la paz mundial. Algo no cuadra allí.
Estados Unidos es principal fabricante de armas, produciendo alrededor de la mitad de todas las que se venden. Las ganancias de ello, obviamente, son fabulosas. Cuando decimos “armas” nos referimos a un amplio arco que va desde una pistola hasta las más sofisticadas y costosas maquinarias de alta tecnología, como un portaviones nuclear, bombarderos estratégicos o misiles intercontinentales.
El imperialismo estadounidense, que continúa siendo una superpotencia en todos los aspectos, hace algún tiempo que empezó su lenta pero irremediable caída: principió a consumir más de lo que puede pagar. Vivir endeudado, aunque se sea la potencia más grande del planeta, lleva a la ruina. Eso le está pasando ahora al país. Sus dólares, que impuso siempre a base de cañones, hoy están siendo adversados por los BRICS, que propician un área económica desdolarizada. Estados Unidos va cayendo, pero se resiste a perder su sitial de preferencia. Y para ello está dispuesto a hacer cualquier cosa.
Por un lado, la República Popular China, con un crecimiento económico impresionante en estos últimos años opacando así a Estados Unidos, y por otro la Federación Rusa, fortalecida ahora luego de la desintegración de la Unión Soviética convertida nuevamente en un rival de igual a igual en el ámbito militar, hacen que el Washington esté “nervioso”. La OTAN y la Unión Europea, así como en menor medida la Organización de Naciones Unidas, son sus apoyos, a quienes controla en favor de sus intereses. La militarización de todo el planeta le resulta un gran negocio a su enorme complejo militar-industrial.
La guerra de Ucrania, que ya lleva dos años, está dando como resultado una derrota dantesca para la población de ese país: 400,000 muertos. Ya no tiene soldados para el frente, por eso está reclutando mujeres y ancianos, y su infraestructura está tremendamente dañada. El negocio en todo esto lo están haciendo los grandes capitales occidentales, que siguen vendiendo armas –eso no deja de ser ingreso para los fabricantes– y que pronto comenzarán la reconstrucción de las ruinas ucranianas. Por supuesto, como Kiev no tiene cómo pagar, lo hará cediendo recursos. Por lo pronto: petróleo, gas y tierra fértil. Las grandes multinacionales del agronegocio –Cargill, Monsanto y Du Pont– ya están entrando como buitres en el llamado “granero de Europa”, con 33 millones de hectáreas cultivables.
La estrategia de la Casa Blanca es debilitar a Rusia, para evitar que sea un socio fuerte para China. El objetivo final de la maniobra es desestabilizar al gigante asiático. Pero las cosas no salieron como la Casa Blanca lo planeó. La renacida Rusia, ahora capitalista, ha mostrado ser una portentosa potencia militar. No está nada claro si la guerra podrá continuar; pero si lo hace, se está jugando con fuego. El presidente ruso Vladimir Putin, ahora reelegido para un nuevo mandato, ha dicho que si la OTAN intenta poner soldados propios en territorio ucraniano, se está ante la posibilidad del inicio de la Tercera Guerra Mundial. Si eso sucediera, no es improbable que se utilicen armas atómicas.
Más allá de ideas paranoicas, por supuesto que hay factores de poder que deciden la marcha del mundo, siempre en secreto, sin consultar a las grandes mayorías (la democracia, por tanto, no pasa de mito). Uno de ellos, quizá de los más determinantes, es el Grupo Bilderberg. Esos “amos del mundo” se reúnen una vez al año, fijando las pautas económico-políticas que nos tocará seguir a buena parte de la humanidad. Por lo pronto, en el año 2022, su encuentro –siempre mantenido bajo las más estrictas medidas de seguridad– tuvo lugar en la ciudad de Washington, Estados Unidos. Nunca se conocen sus conclusiones; en todo caso, las padecemos luego. Para esta ocasión pudo filtrarse lo que sería la agenda del evento. Entre otros puntos (el avance de China y las estrategias para detenerla, la guerra de Ucrania, el empantanamiento de la economía) figuraba la “gobernabilidad global post guerra nuclear”. Todo indica que en estos grandes grupos decisorios se contempla la posibilidad de una guerra con armamento nuclear. Según las hipótesis que se conocen, serían enfrentamientos con armas atómicas tácticas, no estratégicas. Estas últimas, más allá de la disuasión, nunca se usarían, porque ello significaría el fin de toda la humanidad. Las armas tácticas no tendrían tanto poder destructivo, pero los entendidos dicen que igualmente el uso de energía nuclear provocaría daños irreversibles. Lo cierto es que pequeños factores de poder tienen ya planificado algo al respecto (con refugios anti-bombas atómicas para pequeñas élites, por ejemplo). Los ciudadanos comunes de a pie ¿estaremos condenados a lo peor? ¿Se nos consultó algo al respecto?
Einstein dijo alguna vez que si hay tercera guerra mundial, la cuarta sería a garrotazos. Fue demasiado benévolo en su apreciación; si se dispara todo el potencial nuclear que las potencias han desarrollado, no queda ni una sola forma de vida en el planeta, ni animales, ni plantas ni seres humanos.