No es casualidad que el libro El quiebre de la democracia en Chile escrito por Arturo Valenzuela después del golpe militar de 1973 destaque por su rigor y calidad, pues Arturo lo escribió inspirado en tres maestros estudiosos de la democracia de excepcional estatura, Juan Linz, Alfred Stepan y Guillermo O’Donnell.
Para mi resulta notable la coincidencia de las conclusiones de Arturo con las que yo escribí después de vivir la experiencia de la UP desde dentro, y sufrir el golpe militar en carne propia. Ver mi libro El gobierno de Allende; su primer título fue Transición, Socialismo y Democracia, La experiencia chilena, Siglo XXI, México, 1978; ahora El Gobierno de Allende, Pehuén editores y Biblioteca Nacional Digital de Chile. Allí expuse cómo evolucionó el proceso y las causas de su desenlace. En los años siguientes, las lecciones de esa hecatombe fueron una guía para concebir e impulsar el proyecto político de la Concertación, coalición de centroizquierda que recuperó la democracia y gobernó entre 1990 y 2010.
La relectura de estos textos también ofrece la oportunidad de contrastar los hechos de entonces con los de hoy, trasladarse de 1973 a 2023, y analizar enseñanzas y matices similares, aunque las similitudes sean pálidas. Haber participado directamente en los acontecimientos de esos años me ha sensibilizado para intuir la aparición de fenómenos políticos parecidos, presentir riesgos y vislumbrar oportunidades. Al comparar lo vivido entonces y ahora adquiere verosimilitud el aserto de que «la historia no se repite, pero rima».
La historia no se repite, pero algo rima
Veamos algunas de esas rimas, entre entonces y los tiempos chilenos actuales. Las diferencias son sustanciales, sin duda, y los hechos políticos y sociales hoy evolucionan con turbulencias, pero sin rupturas. Avizorarlos, y mirando la historia, ayuda a gobernar mejor.
Rima 1
La primera es que la radicalidad transformadora que las fuerzas triunfantes imprimen al inicio de sus gobiernos condiciona altamente la capacidad de maniobra posterior. Así fue al inicio de la UP, aunque en relación con el gobierno de Frei M, que había iniciado la reforma agraria y la chilenización del cobre, se notaba menos la intensidad transformadora. Si la brecha entre lo que se pretende hacer y el poder real existente (generalmente la izquierda subestima el poder de la derecha y de los intereses económicos), y no se reacciona a tiempo para corregir y adaptar, se torna muy difícil enmendar después; los diálogos se obstruyen, las disputas se exacerban, las posturas se rigidizan y se agudiza la polarización.
Así aconteció luego del primer año del gobierno de Allende, cuando se impuso una lógica refractaria a entendimientos. Y cuando en años posteriores fue necesario intentar acuerdos ya era tardío y los esfuerzos infructuosos. La experiencia de la Unidad Popular reveló un antagonismo ideológico impermeable a las coincidencias programáticas que se pudieron concretar con la Democracia Cristiana. La pasión fue nublando la razón, las interpretaciones parecían aludir a países distintos. La derecha, que buscaba paralizar al gobierno, penetró en sectores sociales a los que no llegaba, trizó a la DC, y luego fue capaz de transitar a una estrategia de derrocamiento. Se derrumbó la democracia y desembocamos en una enorme tragedia.
50 años después, aunque con rasgos más suaves, también se desplegaron anuncios con aires refundacionales. Sectores de izquierda más radical levantaron propuestas inviables. Y una falla grave fue soslayar una violencia en aumento y focalizar su disputa con la centroizquierda. En ambos periodos, los sectores conservadores, guardando las diferencias, aprovecharon todos los vericuetos del poder e influencia para derrotar o contener a fuerzas de cambio divididas. Esta vez, en 2020-23 la realidad, la cultura y la resiliencia institucional política ganada en democracia presionó y dejó margen al presidente Boric para maniobrar con pragmatismo, corrigiendo algunas de sus políticas y convocando a nuevos personeros a gobernar.
La experiencia de Allende y la violencia de la dictadura generaron traumas profundos y prolongados. La más reciente, también azuzó sentimientos antagónicos que debilitan la confianza, y contaminan la atmosfera pública favorable para que el progresismo retome en periodos breves una gravitación suficiente para gobernar.
Rima 2
Un segundo fenómeno que caracteriza los periodos de transformación acelerada es la menor disposición de los dirigentes más radicalizados a conformar mayorías que sostengan sus proyectos de cambio.
La lógica de campaña es siempre distinta de la lógica de gobernar. La primera tiende a marcar contrastes, mostrar actitud intransable, alentada por redes sociales y cambios tecnológicos digitales que inducen inmediatismo y escasa reflexión. La lógica de gobernar exige medir lo posible, ajustar programas, conformar equipos capaces de entregar resultados. Cuando la lógica de campaña despierta ilusiones y no capta la magnitud de las fuerzas necesarias para ejecutar lo pretendido, la reacción opositora desalienta el sentir positivo de numerosas personas y termina obstruyendo la acción del gobierno. En 1973 se esfumaron las posibilidades de hallar un acomodo con sectores políticos cercanos y se impuso una derecha coludida con una intervención norteamericana implacable, dominada por la lógica de la guerra fría.
Cinco décadas después de 1973, entre 2020 y 2023, vivimos otro momento de polarización, menos agudo que el de 1970-73, aunque el más tenso desde 1990, en una elección presidencial con candidaturas que representaron extremos. En su momento no se entendió el fondo del proceso que vivíamos, a la derecha los más intransigentes olieron ataques sediciosos y otros, en la izquierda anarquista, aromas de rebelión. Entonces, felizmente, el sistema político reaccionó con flexibilidad y rapidez y logró encauzar institucionalmente la irrupción de intensas las movilizaciones sociales.
La pugna menoscabó a los sectores moderados, alentando programas y medidas más extremas. El primer año de gobierno de Boric, influenciado por una interpretación parcial del mensaje que fluía de las movilizaciones, arribó con un programa poco viable, con minoría parlamentaria e ineptitud para ejecutar.
Rima 3
Una tercera semejanza de 1973 y 2023 es el menosprecio al centro político, desvalorizado por sectores radicalizados de derecha y de izquierda. Ambos los califican de blandos e indefinidos: en tiempos de la UP se cantaba antes «usté no es ná, ni chicha ni limoná». Valenzuela describe en su libro ese proceso como «la erosión del centro tenue», desgarrado por la polarización, alejando toda posibilidad de concordar y viabilizar algunos cambios durante Allende.
Igual tendencia se manifestó desde 2016, al crearse partidos que después configurarían el Frente Amplio, sectores más radicales despreciaron a la centroizquierda, perdieron empatía con ellos en el parlamento y redujeron el espacio político a partidarios de cambios graduales. Al comenzar, el gobierno de Boric no logró conformar una coalición amplia. Los sucesivos fracasos obligaron al presidente a incorporar a personeros de la centroizquierda con experiencia para evitar una parálisis y atraer a quienes antes descartaban. Boric tuvo la comprensión y capacidad política para proceder y corregir.
Es indispensable estar preparado para corregir con pragmatismo, si las circunstancias lo requieren. En democracia no hay otra salida que articular mayorías que incluyan a sectores moderados y partidarios de cambios progresivos.
Rima 4
Un cuarto fenómeno que reapareció en democracia, y parece rimar cinco décadas después, es la propagación de la violencia, la inseguridad y el miedo. Las causas entonces y ahora fueron muy distintas, no son comparables. Sin embargo, las consecuencias en la vida de las personas y en su comportamiento político tienden a ser similares.
Durante el gobierno de Allende grupos que propiciaban la lucha armada dañaron al gobierno, socavando la lógica de un proyecto socialista en democracia, y dieron pie a acciones criminales de sectores golpistas. Entonces, las consecuencias desbordaron la capacidad político institucional.
Hoy los hechos han tenido otro origen, pero algunos sectores progresistas fueron algo miopes para comprender sus peligrosos efectos. Desde 2019, grupos violentos infiltrados en manifestaciones pacíficas actuaron sin control durante el gobierno de Piñera. Luego esos grupos prosiguieron inmutables en el gobierno de Boric, evidenciando el error de presumir que tal violencia desaparecería al llegar un gobierno de izquierda. Esas manifestaciones violentas, en verdad, eran una mezcla de anarquismo y delincuencia. La pandemia, la infiltración de crimen organizado desconocido en Chile y una inmigración descontrolada hicieron el resto. Se reaccionó tarde para prevenir y combatirlos, e inevitablemente se propagó el temor, que abrió las compuertas a una reacción conservadora y autoritaria.
El retardo en comprender el cambio de situación ocasionó inseguridad e impunidad, y provocó una pérdida de credibilidad en la política, el Estado y el gobierno. El orden público ha ocupado un sitio secundario en el pensamiento del progresismo moderno. La seguridad es una condición necesaria para llevar a cabo transformaciones sociales en democracia. Hoy, a pesar de los rezagos se comenzó a corregir, pero a un costo que creo que será alto y duradero.
Rima 5
También rima lo vivido a comienzos de los años 1970 con los inicios de los años 2020, en cuanto al riesgo de expansión del populismo escondido tras afanes transformadores ilusorios. La práctica de proponer atajos inexistentes y de políticos presuntuosos y engañadores, sin planes ejecutables ni gente capaz, frustra expectativas, y mengua el nivel de vida de los más vulnerables.
Valenzuela describe que durante el gobierno de Allende «la crisis política precedió a la crisis económica». Las expectativas malogradas, la superposición de transformaciones que disminuyeron la capacidad productiva y aceleraron la inflación, y derivaron en descontento masivo, protestas y pérdida de confianza en la democracia.
Este mismo fenómeno comenzó a extenderse desde de la pandemia, en 2020, propuestas de múltiples soluciones simples a importantes desigualdades en salud, pensiones y trabajo, con retiros de las cuentas previsionales. Al comienzo del gobierno de Boric, la crisis fiscal heredada, más las propuestas programáticas se revelaron inviables. La derecha bloqueó también las soluciones, como una indispensable reforma tributaria.
Cualquiera sea la relación de causalidad entre deterioro económico y decaimiento político, lo cierto es que un cambio social exitoso en democracia supone un manejo macroeconómico equilibrado.
Aprender para hacerlo mejor
La gran derrota de 1973 tuvo efectos devastadores y una duración por nadie prevista. La de 2022-23, de menor intensidad y gravedad, también perdurará, creo, por tiempo largo. La acumulación de factores descritos, económicos y de seguridad, con débiles fuerzas, se tradujo en dos graves derrotas al cumplirse los 50 años del golpe.
El fracaso de la convención constitucional de septiembre de 2022, dominada por la izquierda radical, inclinaron a la ciudadanía a la estabilidad y la seguridad. Esta derrota se replicó casi idéntica en la elección del Consejo constitucional de 2023, reafirmándose la reticencia a arriesgar lo que ha costado adquirir, y la preferencia por caminos graduales que eviten regresión. No creo que esto sea un mero fenómeno pendular, electoralmente reversible en corto tiempo. Se nos olvida con frecuencia la historia.
En las elecciones de 1973 sectores de derecha y centro de derecha superaron el 50% de los votos; en 1988, Pinochet logró más del 40%. El referéndum de 2022 y la elección del Consejo Constitucional del 2023 arrojaron un apoyo de más del 65% a los opositores del gobierno de Boric. La ingenuidad de algunos grupos de izquierda ha sido desconocer la capacidad de acción de sectores conservadores en la historia de Chile. Una cosa son los votos, otra es la inteligencia comunicacional, de gestión empresarial, nivel educacional, vínculos internacionales.
Una falla de la izquierda ha sido desestimar la influencia de la seguridad ciudadana para materializar los cambios sociales y mejorar su capacidad de ejecutar tareas. Otra falla ha sido la tozudez de derecha de oponerse a cambios indispensables y no ceder a tiempo, que terminan por desbordar las instituciones, dañar la gobernabilidad y postergar el progreso general.
Un periodo destacable que enseña
Un periodo esencial que debemos entender y valorar, entre ambas puntas de estos 50 años, es la Concertación de Partidos por la Democracia, que se erige como el más fructífero de la historia de Chile. Cuatro gobiernos continuos de 1990 a 2010, conjugaron cohesión estratégica, renovados programas, ejecutados con capacidad política y técnica, sustentados en mayorías electorales y parlamentarias disciplinadas. Esas características únicas posibilitaron avances que en su momento parecían inalcanzables. La gestión pública y la voluntad inclusiva conseguían amortiguar antagonismos y facilitar entendimientos. Sus resultados superaron a todos los periodos que le precedieron y sucedieron, a pesar de una fuerte oposición, limitaciones reales y las propias insuficiencias.
Historia: presente y futuro están entrelazados
Estimo que tomará tiempo y harto esfuerzo el surgimiento de una fuerza política progresista de mayoría que se enraíce de nuevo en la sociedad, a la altura de los nuevos desafíos. Solamente un progresismo que se interrogue sin pausa lo que acontece en la vida cotidiana de las personas, que interprete la incertidumbre y el temor que embarga ante la inseguridad, que atienda las premuras económicas y el riesgo de perder lo que ha costado alcanzar, en estrecha relación con las organizaciones sociales, y que se anticipe al mundo que viene podrá acometer la tarea.
Los nuevos desafíos serán de otra talla. Las categorías clásicas de izquierda y derecha no bastan. La comprensión requiere marcos de análisis más complejos, un permanente diálogo social, y nuevas formas de participación que se realimenten con la democracia representativa.
La globalización, la inteligencia artificial, el cambio climático, la biotecnología y genética, los conflictos geopolíticos y la guerra solo serán superados con mayor colaboración nacional y cooperación global. El inicio de un nuevo ciclo del progresismo en Chile exige pensar a largo plazo, gestar estrategias compartidas, reunir, dialogar y lograr una convivencia democrática, con inclusión y sustentabilidad.
Así, historia, presente y futuro están entrelazados, y la tarea prioritaria de los chilenos, al cumplir medio siglo del golpe militar, será aprobar una nueva Constitución que nos reponga la confianza, acordarla en democracia y mostrar futuro, a través de un diálogo intergeneracional serio. El estudio de la historia nos ayuda a levantar la mirada, anticipar las tremendas oportunidades y actuar políticamente con la esperanza de que se puede construir un mundo mejor.