La máxima energía siempre está en el presente, porque es lo que es. Solo cuando estamos presentes el mundo vive.

¿Sabemos dónde estamos? Hemos perdido la dirección, el Ser. Anhelamos creer. Llegamos a edades que comenzamos a preguntarnos. Ya hemos vivido. Ya hemos quemado noches, hemos superado mil obstáculos, sufrido, reído y llorado. Nos queda prepararnos con el máximo tiempo que sea posible, para ir. Tenemos necesidad de un guía, un referente, que nos lleve. Somos peces en ese inmenso mar, pero buscamos el océano. ¿Sabemos dónde estamos? ¿Qué buscamos? Nos rodeamos de ruidos, nos agitamos y olvidamos qué Somos y mal vivimos perdidos. Pero no dejamos de buscar. Buscamos la verdad. Retornar a casa, a tu interior. Necesitamos el guía, los maestros que nos digan que volvemos a casa, a la casa del Ser que está en nuestro ser. Es hora de aprender a ver.

Teubá: refluir en Dios.

La visión anticipa; las palabras implican camino y proceso.

No situarse en lo más alto e imponer ideas a los demás; desde arriba todo se ve, personas y cosas, en la lejanía y deformes.
Si utilizas tu poder para dominar, tú también quedarás sometido.

I

Nuestras conversaciones no son trascendentales, tampoco de un nivel intelectual alto; hablamos de la vida, de nuestros problemas, de esas aventuras de antaño. Nos reímos de todo y de nada. En ocasiones discutimos por cosas absurdas.
Te sientes estar, que formas parte. Sientes que más allá de la familia hay personas a las que de alguna manera importas tanto como ellos te importan a ti.
Hay una parte de mi vida que no sería sin los Amigos. Es el valor de la verdadera Amistad.

No puedo comparar nada a leer un libro. ¿Qué actividad puede enriquecerte más? Dicho esto, lo normal es que la mayoría, los que no leen, diga que soy gilipollas. ¿No?

II

No te preguntes si eres capaz de hacer algo, simplemente pregúntate cómo vas a conseguirlo.
Desde esa perspectiva es más probable conseguir el objetivo. Si te centras en la estrategia la duda desaparece.

La política, honradamente entendida, y enfocada como tal, es una de las mejores y bellas dedicaciones que pueden existir porque, de alguna manera, con tu trabajo estás contribuyendo a hacer una sociedad mejor donde los ciudadanos vivan mejor. Así lo he entendido siempre.

Verdea el campo. Las siembras crecen. De una belleza sin igual me deslumbro en mí caminar. No puedo evitar emocionarme.
Tocan las campanas de la iglesia, avisan que hay entierro. Asistiré.
Cada vez que vengo el pueblo ha perdido a alguien. Cada vecino que marcha deja un vacío irrecuperable en estas calles, cada vez más deshabitadas, que ya conviven con el hueco de las casas.
Las voces son menos.

Si quieres embriaguez, ¡Acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡Acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia. ¡Acéptalo todo, no intentes rehuir nada!

(Hermann Hesse)

Mi querido Seneca, en su obra ‘Sobre la Brevedad de la Vida’, nos invitaba a hacer una especie de recuento: calcula cuánto tiempo de tu vida te arrebató un acreedor, cuánto tu amante, cuánto un cliente, cuánto las discusiones con familiares, cuánto tus idas y venidas por la ciudad para cumplir con tus deberes. Añade las enfermedades que tú mismo te provocaste; añade también el tiempo que pasó sin provecho: verás que tienes menos años de los que crees.
Y ahora, pregúntate a ti mismo, ¿cuánto tiempo te has dedicado firmemente a tu propósito de vida? ¿Cuánto tiempo de vida lo has pasado en serenidad y calma, agradecido con lo que tenías sin mirar hacia lo que te faltaba? ¿Qué has construido con tus años?
¿No me dirías que tu tiempo ha sido de todo menos tuyo?

Debemos ser más serios en el uso de nuestro tiempo.
Podemos pasar tiempo en reuniones, por conveniencia, pero será a costa de no pasar tiempo con las personas que queremos. Podemos hacernos ocupados haciendo tareas menores tal vez porque seamos demasiado perezosos para ponernos a trabajar en lo que verdaderamente importa.
El tiempo, siempre el tiempo.

Lo de los pueblos es algo que se vive o no se vive, que se siente o no se siente y, como tal, la realidad y esas posibles soluciones al abandono que sufren, pasa por contar con los que están por aquí. Ni siquiera yo, que tengo mi casa en un pueblo pero vivo entre semana en la ciudad, conozco la verdadera realidad de su día a día. Pero eso sí, al menos la comprendo y les entiendo.
A veces creo que no hago lo que debería, que podría hacer más.
¿Nuestra batalla? ¿De quién? De quienes lo sentimos.

III

Está amaneciendo. El azul del cielo se va convirtiendo en esas tonalidades que la luz del sol aporta, generando los colores del fuego. Todavía no es totalmente de día. Aquí, desde el silencio, veo cómo resurge el color de los campos. Estos campos que me guardan.

Minaya es el único lugar en la tierra donde consigo pensar y vivir el presente. Me olvido de todo lo demás y deja de preocuparme el mañana.
Los amigos me cuentan sus problemas, lo que les altera y afecta, la situación que viven como agricultores. El año que recogen, el que no recogen nada porque la cosecha ha ido mal. El que tan solo cubren gastos, el que no cubren nada. Otros pensando en el carnaval del año, como actividad que rompe su rutina en este vivir rural. O aquellos que tras el entierro de ayer reflexionan, como yo, sobre lo que nos deparará la vida y si merece la pena el sacrificio y sufrimiento por todo, al fin y al cabo cuando toca o toque, te vas.

Mis amigos de Minaya no llevan zapatillas de marca ni zapatos elegantes, porque siempre llevan calzado de trabajo.
Mis amigos de Minaya no van a la peluquería, porque les da igual ir mejor o peor peinados. Mis amigos de Minaya cometen faltas de ortografía en los WhatsApp que envían, porque lo que quieren decir todos lo entendemos.
Mis amigos de Minaya no piden la cuenta, la han pagado antes de ponerla.
Mis amigos de Minaya ponen un plato más en la mesa siempre, por si hay algún otro viene a casa que se quede a comer.
Mis amigos de Minaya son de pueblo, para mí eso ya es una gran virtud.
Mis amigos de Minaya te abrazan sin pedirlo.
Mis amigos de Minaya me han hecho superar las penas de las que saben.
Mis amigos de Minaya son los más brutos, pero siempre están.
Mis amigos de Minaya siempre serán.

Ayer pude ver ese atardecer inmenso. Son tierras de cultivo en la inmensidad de esos campos infinitos, llanos. Fue un momento de tal belleza que hubiese parado el tiempo, solo lo ha igualado el amanecer en silencio de esta mañana.
En cambio ahora ya estoy aquí, en mí otra casa, pensando en la semana, en las mil y una tareas que se acumulan, una tras otra, en esas listas interminables y difíciles de cumplir.
Me inquieta mucho esa constante ‘preocupación’ por aprovechar el tiempo. Solo en Minaya no me importa perderlo. Estoy como aislado, en esa burbuja en la que desaparece cualquier atisbo de ansiedad o estrés.

Hace cuatro años, por estas fechas, algo se estaba gestando, todavía desconocíamos, algunos, como yo, incrédulos de que lo que pasaba pudiese provocar lo que provocó finalmente: una pandemia.
Yo vi la pandemia como algo de paso, como uno de esos obstáculos circunstanciales que la vida te pone delante a modo de reto para hacernos mejores. También pensé, tonto de mí, que de aquello saldría una sociedad mejor, más justa, más solidaria. Nada ha ocurrido como esperaba. Perdimos una oportunidad, lo hemos olvidado y seguimos siendo los mismos gilipollas de siempre, eso sí, con cuatro años y alguna cana más.

No somos más felices cuanto más dinero tenemos, somos más felices cuanto más control tenemos sobre nuestro tiempo.

Algo me remueve por dentro desde hace semanas. Algo claramente espiritual, difícil de transcribir por aquí, pero que está, lo siento en mí. No es la primera vez que me ocurre y sé que es fruto de mis contradicciones. El Ser, la Vida, la Muerte. La Calma, la Verdad, la Serenidad. El Buda, Cristo. La compasión, el Egoísmo. Tal vez esté volviendo. Tal vez los años. Tal vez las despedidas, los finales.
Todo y nada tiene que ver sobre todo con esta forma de ser mía, de buscador incansable, de no encontrar, de no parar.

¿Qué valor tiene la vida humana? Es el valor que tiene nuestra vida, que no sabemos el que es.

Cuando sabemos qué valor tiene nuestra vida y quiénes somos realmente, nos daremos cuenta de que no hay nada que mejorar aquí, que no hay que conseguir nada más, que somos seres perfectos, que solo tenemos que aprender a cómo eliminar aquello que nos impide ser lo que realmente somos. Lo esencial de nosotros, nuestro interior, no de lo que creemos que somos y no somos.
Somos mucho más que lo que creemos ser. Nuestra propia mente nos esclaviza; pero es nuestra mente la que también puede liberarnos. Como aprender quiénes somos y comenzar a vivir desde ahí.
No somos nuestros recuerdos, no somos nuestros pensamientos.
Tendemos a identificarnos con lo peor de nosotros.
Sacar de ti lo esencial, todo lo bueno que Eres, el valor de Ti.

IV

De cómo comenzamos los días, así los terminamos; de cómo comienzo la semana, sé cómo la terminaré. No entiendo la vida perezosa. No soy así. Eso no quiere decir que uno no sienta ese cansancio de la ya larga vida laboral. Los años se hacen cansinos y, si el Eterno así lo quiere, todavía nos quedan unos cuantos.

Es verdad que lo bueno tarda siempre en llegar, pero termina llegando y normalmente acompañado de recompensas. El viaje es largo, hay que diseñar el camino.

Todo lo que hay que saber de un amanecer es que se despierta la oportunidad de otro día. Si es en silencio, mejor.

No sé, ni me importa, si el resto de los mortales comparte conmigo que la sociedad va por un lado diferente a lo que nos titulan en las noticias o lo que dicen los políticos de turno.
Vengo de comer un menú al lado de la oficina, donde voy al menos una vez por semana. El menú, que es grandioso en cantidad y calidad, se acerca a los dieciséis pavos –que tampoco es que sea barato, pero lo vale-. La primera semana de mes el bar en cuestión está hasta los topes; a partir del quince comienza a bajar el consumo de menús y a subir la demanda de caña y pincho de tortilla; la última semana, dependiendo del día de cobro de la nómina, muchos de los que van piden el vino o la caña y esperan sin beber un sorbo hasta que el camarero les pone la tapa –por cierto que son geniales-. Y esto es la vida. Ni fácil ni difícil, vamos sorteando los días.

He dejado de cabrearme aunque, por formación profesional, continúo leyendo la prensa cada día y, lo que es peor, comprando casi todos los periódicos el fin de semana.
Fui concejal de un pueblo grande, podríamos decir una ciudad (180.000 habitantes). La política, la política local, se hacía en la calle, desde que te levantabas hasta que te ibas a dormir. Desde el primer café en los polígonos, temprano, hasta la cena o el picoteo tras las reuniones con entidades o asociaciones del municipio. En la calle, mezclado con los vecinos y sus problemas; escuchando sus preocupaciones y aguantando sus casi siempre acertadas críticas.
Todo eso se ha perdido. Algunos perdimos parte de nuestra vida en algo que nos gustaba y en lo que creíamos como servicio público; otros perdieron incluso su vida.
Los gobiernos de ahora no son el espejo de la sociedad, de la calle; los políticos de ahora, incluso muchos locales, no saben lo que es pisar, patear, las calles.
Yo les diría, como leía hace poco a Ussía junior, que la normalidad está en la calle y en el bar.

Es muy duro que de repente, en una vida, todo salte por los aires. Que nos echen del trabajo, que perdamos a un ser querido, que nos llegue esa enfermedad incontrolada, que nos separemos de alguien. Pero lo difícil es vivir encerrado en las seguridades, porque lo fácil es que nos pase algo, en algún momento, que nos trastoque; que lo ponga todo patas arriba. Tal vez eso pudiera ser tratado como un lujo, ese lujo que nos haga escucharnos, conocernos, valorarnos y sacar de nosotros ese poder oculto que nos lleva a superar cualquier situación difícil.

Infortuni Vivente, Prepararse para la desgracia. No porque te vaya muy bien en un momento de tu vida, debes dejar de trabajar tu resiliencia y tu humildad. Nunca sabemos que puede haber a la vuelta de la esquina. Mantengámonos fuertes ante la adversidad, por ello nos debemos preparar también en los tiempos de bonanza. Ser prudentes y austeros.

V

Vivo en total agradecimiento de todo lo que soy y todo lo que tengo.

Respetemos a todo el que nos respeta. Respetemos, también, a todo aquel que nos falte el respeto. No bajemos nuestros valores, educación o nivel por nadie. Mantengamos nuestra integridad en todas las situaciones, eso nos hace dignos del Ser.

He hecho lo que debía haber hecho hace algún tiempo. Me carcomía la cabeza, ocupaba mis pensamientos. Sé que no corrijo el error cometido, tampoco se trata de eso. Simplemente trato de hacer lo que debo, porque eso me genera paz interna. Con eso me vale.

Todo comienza por parar, aunque sea un momento, y preguntarnos si estamos viviendo como queremos vivir. Parar es el requisito imprescindible para concedernos un tiempo de silencio, para mirar hacia dentro, y comprobar si nos sentimos satisfechos con el ritmo de nuestras vidas o necesitamos ir más despacio, hacer menos cosas y más lento. Deberíamos concedernos el placer de escuchar el sonido de los árboles en un día de viento, mitigar el ruido de nuestra mente, que insiste en saltar de una cosa a otra, siempre en actividad.

VI

Cuando uno sabe que debe hacer algo, pero lo retrasa y retrasa. ¿Para qué? ¿Por qué? En ese momento en que finalmente lo hace, y más cuando se trata de corregir un error, el estado de paz que te queda es tan intenso que no tenía sentido el no haberlo hecho antes.

Hice ayer lo que tenía que hacer. No me viene bien, personalmente. A unos las cosas nos vienen como nos vienen. Nadie nos obliga a hacerlo. Tenía, como comenté, ese ‘come come’ interno en las últimas semanas, desde que lo vi la última vez. He preferido el anonimato, el no exponer, ni decir. Simplemente hacerlo. Sé que tenía que haberlo hecho antes. Nunca es tarde y, sobre todo, me quedo con la conciencia tranquila, la mía, que es lo único que me importa.

Algunos tenemos una especie de genética depresiva y, sin llegar a serlo, se convierte en una cierta melancolía. Vivimos inmersos en la melancolía. No es malo, pero tampoco nos hace vivir con alegría, exceptuando cuando tomamos algún vino y nos olvidamos de inventar esos miedos a la enfermedad, al futuro o la muerte. Eso nos provoca estar derrotados aunque estemos más firmes y levantados que cualquiera que pase a nuestro lado.

Jamás debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, son la lluvia que barre el polvo cegador que cubre nuestros corazones.

(Charles Dickens)

Prefiero que mi hijo aprenda a fracasar más que a tener éxito. Del éxito se puede vivir; el fracaso te puede hacer ‘morir’ en lo interno si no sabes enfrentarte a él.
Mentalidad crecimiento: evaluar lo que estamos haciendo sin importarnos el resultado.

Lo importante es estar en el camino. Si yo me pongo a escribir, por ejemplo, pensando que mi objetivo es que aquello que escribo será un libro, lo normal es que esté más centrado en el objetivo que en escribir. En cambio sí escribo, como estos diarios, cada día, pensando únicamente en escribir, lo fecundo estará en el cada día, con la sinceridad de lo que se hace en el momento, en el camino, aunque a lo mejor, o no, el fruto de esto sea una futura publicación. Eso es disfrutar del camino.

VII

Ser disciplinado es importante por muchas cosas, la mayor es la credibilidad que te genera contigo mismo. Gánate tu propia autoestima.

Abraza lo que eres y mientras camina hacia lo que quieres ser.

Ya no estamos para conquistar nada sino para lo más valioso: nuestro equilibrio emocional, paz mental y nuestra fortaleza para enfrentarnos a las adversidades con bondad.

La vida no deja de ser amar aquello que podría perderse.

La escritura no deja de ser un acto contra el olvido.

Descubrir lo superfluo que es todo, incluso yo. Nos levantamos cada día creyendo que nuestra obligación es alcanzar los objetivos, no dejar de subir, obtener más cosas, retenerlas… Es al revés, joder. De lo que se trata es de no desear nada. No tener apego por nada. Ser capaces de desprendernos de todo.

Suelo olvidar rápido lo que no me sirve de nada recordar.

Los agricultores españoles se movilizan, por fin, y con razones para ello. Despreciados desde hace décadas parece gritan ¡basta! Ahora se hacen notar y para ello cortan carreteras y nos molestan, a esos otros urbanistas horteras, que miramos atónitos, miran atónitos, a unas personas de campo, que muchos no sabían de su existencia. Existen y gracias a su trabajo comemos.
Sus protestas están más que justificadas. Conozco a muchos, sé de sus penas, de sus razones y argumentos. Alimentan a una sociedad que los ignora.

Eisenhower (1890/1969), que fue presidente de los Estados Unidos, comentaba en aquella época suya en la Casa Blanca que “la agricultura se ve fácil cuando el arado es un lápiz y se está a miles de millas de un campo de maíz”. Muchos de los actuales dirigentes españoles, y europeos, aprueban normas y leyes ajenos –o de espaldas- a una realidad que desconocen, no han visto un arado o un azadón en la vida. Mis abuelos eran agricultores. Lo llevo con orgullo porque me he criado entre productos de campo que con mimo cultivaban año tras año. Les he visto trabajar como ‘animales’ y sacar a sus familias adelante. Antes era una mula y un arado. Ahora son tractores que aran surcos de tierra en tiempo record. Pero el campo sigue siendo el mismo.

Mis abuelos eran pobres en dineros, pero ricos de espíritu y valores. Ahora buscamos la riqueza pero somos unos míseros de espíritu.
Estos días hemos podido escuchar de boca de algunos escocidos, que los que salen a manifestarse, a reivindicar sus derechos y situación, son fachas y empresarios. Qué pena. Mis abuelos nos dejaron sin saber que eran empresarios por levantarse al alba, partirse los riñones trabajando en invierno y verano hasta el anochecer y tener unas míseras hectáreas donde sembraban cereales. Y encima, fachas.
Sin campo no vivimos.

Nuestra mente, la mía, la tuya, está compuesta por conocimiento y por las experiencias que vamos adquiriendo con el tiempo.
Cuánto más y mejor conocimiento que adquirimos y cómo reflexionamos sobre nuestras experiencias, mejor será nuestro progreso y vida.
Pero, ¿por qué nos quedamos con esas ideas vacías que sabemos solo se formulan para vendernos la moto? ¿Por qué preferimos, por ejemplo, leer los libros de las listas de best sellers, antes que aquellos autores que llevan leyéndose siglos?
Nos cuesta pensar. Pensar es un ejercicio de gran profundidad y que requiere espacio. Pocos se detienen, paran, a pensar, a cuestionarse, a cuestionar sus creencias, a mejorarse.
Es más fácil seguir al resto que formarnos nuestra propia voz.
Eso sería un gran problema. Nunca desarrollaríamos nuestro propio ser, seríamos, simplemente, la suma de lo que nos pasa alrededor, nunca desarrollaremos lo que nos pasa en nuestro interior. Lo que verdaderamente somos.

VIII

Me gusta escribir en las cafeterías, sobre todo por la mañana, y más en los fines de semana que me acompaña la tranquilidad y no las prisas para pensar y, como hoy, ordenar y analizar algunos de esos pensamientos que me vienen. A veces hay demasiado ruido y me cuesta abstraerme, aun así cojo la pluma y dejo que corra por el cuaderno.
El día está completamente encapotado y me da la sensación de que yo estoy como el día: entre gris, tristeza y frío.

Lo confieso: estoy algo cansado de mí. Estoy cansado de hacer lo que no debo o no hacer lo que debo. Cansado de no ser disciplinado en alguno de mis hábitos. Lo pienso muchas veces, me dejo llevar por la euforia del momento, no sé decir ‘no’ y me entrego a los excesos. Luego todo pasa, o pasará, factura. Cuando algo es una necesidad se convierte en prioridad.
Si culpamos a los demás de lo que nos pasa, jamás aprenderemos y jamás cambiaremos.

La buena compañía siempre nos alimenta. Necesitamos confiar en el otro tanto como que los otros confíen en nosotros.
Uno de mis grandes, Aristóteles, vino a decir que los humanos somos seres sociales, animales cívicos inseparables de las redes de afectos, vínculos, solidaridades, intercambios y sueños que compartidos nos anudan y sostienen.
No puedo ser indiferente hacia los demás, eso hace que mis preocupaciones, en ocasiones, me superen.

IX

Solo tengo que agradecerle a la vida. Ha sido uno de mis pensamientos del despertar, según caminaba esta mañana hacia el tren y me dejaba acariciar por un frío más o menos agradable.
Me quejo, ¿quién no lo hace?, pero no tengo razones para ello. No puedo evitar reconocer que he pasado por momentos complicados, pero quién no, sustancialmente no ha sido de una gravedad insuperable. En muchos de ellos me dejé llevar, también, por pensamientos que me hicieron todavía más difícil superarlo. ¿He tenido suerte? No, tampoco diría eso. Tal vez, aunque me cuesta admitirlo, si haya Alguien ahí arriba que ha cuidado de mí y cuando he dado con la cabeza contra el suelo, me ha permitido levantar y volver a caminar.

No poseo mucho más de lo justo, pero a eso se une lo que más valor tiene: un hijo maravilloso, familia, personas que te quieren y algún Amigo que merece serlo.
Y toda esta plegaria matutina es para decir que me hubiera gustado dedicarme a otras cosas diferentes a lo que me he dedicado. ¿Me ha ido bien? No me ha ido mal. ¿Me hubiese ido bien dedicándome a otros menesteres? Pues vaya usted a saber.
Me hubiese encantado tener mi librería, dedicarme a escribir, dar conferencias sobre liderazgo y coaching; ayudar a las personas a superarse o salir de esas crisis vitales que nos paralizan.
¿Todavía a tiempo? El tiempo que queda es para levantar errores en proyectos absurdos en los que me metí, que no salieron como preveía y en no cometer muchos más.
¿Siempre hay tiempo? Soy de los que piensan que sí lo hay. La edad no es el impedimento para nada, ni siquiera para cambiar.

Toda nuestra vida hemos sentido, porque así hemos crecido, que solo hay una respuesta correcta y que, si no es la que damos, pues estamos equivocados. Y eso de equivocarse parece es muy malo. Pero no es así, aunque cueste el tiempo darse cuenta, equivocarse no tiene por qué ser malo, incluso puede ser bueno.

En lo que a mí respecta, todas las situaciones son favorables, siempre que yo quiera que lo sean, pues sea lo que sea que ocurra, de mí depende obtener de ello un beneficio.

(Epicteto)

Nuestras limitaciones también tienen un límite, el que ponemos nosotros. Reconocerlas es ese límite autoimpuesto para superarlas.

Son edades estas en las que comienzas a descender lentamente.

Lo mejor para conocer a una persona es darle poder. El cómo actúa una persona, que no tiene que dar cuentas a nadie excepto a él mismo, es la manera de saber cómo es realmente. Esas personas aparentemente normales que cuando se convierten en ‘jefes’ se transforman en autoritarios, en egocéntricos.
El poder es un servicio, así lo he concebido siempre yo.

Autocontrol. Complicado enfrentarte a los deseos. Controlar los impulsos. El poder de la voluntad. Esperar frente a los deseos.
Autocontrol. Templanza. Disciplina.

X

Tenemos un gran enemigo: nuestro lado débil. Nadie te hace más daño que él. Nunca te muestres débil ante nadie, lo aprovecharán.

Las cosas que cargo son mis pensamientos. Son mi único peso. Mis pensamientos determinan si soy libre y ligero o pesado y agobiado.

(Kamal Ravikant)

Tener autoridad no es lo mismo que tener poder. Autoridad, de augere, “hacer crecer”, hacer a los demás autores de sí mismos. El poder es dominación, es anular a aquellos que quedan por debajo. Creces y haces crecer a los demás, eso es autoridad.

XI

En mis estudios y lecturas filosóficos, me doy cuenta que aplicar la esencia, las premisas del estoicismo en nuestro día a día actual, nos puede beneficiar en muchas facetas de la vida. Pero no es un camino fácil. El camino exige de esfuerzo, de constancia, de valentía, humildad, de ser sincero y sobre todo de despojarse de algunos de los patrones concebidos en estas épocas nuestras como el consumismo, el individualismo ególatra y la superficialidad. Por decirlo de alguna manera, los estoicos estarían bastante en contra del aparentar y del ‘postureo’.
Ser estoico en este siglo implica, por tanto, nadar un poco a contracorriente. Esto no nada fácil, sobre todo para algunos que solemos movernos en ‘la corriente’. Desde luego que si se hace desde el convencimiento, la integridad y el honor, estaríamos dando los primeros pasos para abrazar este modelo de vida.
Los beneficios son realmente importantes y trascienden lo individual, pues una mentalidad y comportamiento estoicos puede ser una palanca de mejora para organizaciones, instituciones y la sociedad en su conjunto.

XII

Los grandes líderes, los de verdad, los auténticos, se alimentan del corazón.

Me preocupa no ser sincero conmigo. Los días que me acuesto habiéndolo sido me despierto sin sueño.

Hay cierta felicidad que se abre camino en medio de la adversidad y las contradicciones.

Necesitamos cosas para ser. Nos agarramos, buscamos riquezas porque estamos incompletos.