El 30 de mayo se cumplirán 61 años del atentado que terminó con la vida del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y el 29 de septiembre corresponderá conmemorar el aniversario número 68 de la muerte en Nicaragua de Anastasio Somoza García, baleado ocho días antes por el poeta Rigoberto López Pérez.
En el año 2000 el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa publicó La fiesta del Chivo, una novela con ingredientes de ficción que recrea la conjura para matar a Trujillo. Dos años antes, en 1998, el escritor y dirigente político nicaragüense Sergio Ramírez ganó el Premio Alfaguara de novela con Margarita, está linda la mar, un relato que alterna tres tiempos, ambientados en 1907, 1916 y 1956 en la ciudad de León, el primero con la recepción triunfal al poeta Rubén Darío, el segundo con su muerte y el tercero en torno al atentado contra Somoza.
Trujillo gobernó República Dominicana desde 1930 hasta su muerte en 1961, si bien en algunos períodos se valió de testaferros para ejercer el poder en la sombra. Somoza García controló Nicaragua desde 1937, con un breve paréntesis de tres años entre 1947 y 1950 en que no ejerció oficialmente el cargo de presidente.
Ambos fueron formados militarmente por Estados Unidos y accedieron al poder con el apoyo de Washington. Fueron funcionales a las políticas para el «patio trasero» latinoamericano de la Casa Blanca, tanto bajo el paradigma de la seguridad continental que se extendió hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, como del anticomunismo que caracterizó a la Guerra Fría.
Al presidente Franklin Delano Roosevelt se le atribuye la repetida frase sobre Somoza: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». No faltan quienes sostienen que la misma definición pudo calzarle a Trujillo, cuyo récord de violaciones de los derechos humanos igualó y tal vez superó al del dictador nicaragüense.
La historia política de América Latina está plagada de violencia, con Estados Unidos como actor directo de invasiones militares en el siglo XX, o instigador de golpes y padrino de dictadores que ejercieron la represión sin cortapisas e institucionalizaron el crimen y la corrupción. Somoza García, nombrado jefe de la Guardia Nacional por presión de Washington, ordenó en 1934 el asesinato del general Augusto César Sandino, quien encabezó la lucha contra la ocupación norteamericana que se prolongó desde 1912 a 1933.
República Dominicana estuvo ocupada por los marines estadounidenses entre 1916 y 1924, época en que Trujillo se formó como militar en la Guardia Nacional. Se calcula que en los 31 años de la «era Trujillo» fueron asesinadas unas 50.000 personas en República Dominicana por motivos políticos y persecución étnica, como la masacre de unos 20.000 emigrantes de la vecina Haití en 1937.
Las muertes de Anastasio Somoza y Rafael Leónidas Trujillo son las más notables muestras de tiranicidio en América Latina. La eliminación física de un tirano proviene históricamente de Grecia y Roma, pero quien le dio un mayor sustento teórico y ético fue santo Tomás de Aquino (1224-1274). El tirano, escribió, es quien desprecia el bien común y busca el bien privado, y es lícito «proceder contra la maldad del tirano por autoridad pública». Añadió: «Cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza matar al tirano».
El pensamiento de santo Tomás es citado en La fiesta del Chivo, cuando uno de los conjurados para matar a Trujillo, católico practicante y devoto, le consulta al obispo si su objetivo constituye un grave pecado. El clérigo le responde haciéndole leer la sentencia del teólogo y filósofo italiano.
El título de la novela de Vargas Llosa alude a las dotes de conquistador de que hacía gala el dictador Trujillo, que todavía a los 70 años se vanagloriaba de mantener relaciones sexuales con damas de la alta sociedad dominicana, incluyendo a esposas de funcionarios y militares. Tenía además aficiones pedófilas haciéndose servir de niñas quinceañeras. De ahí, el apodo de «Chivo», que alude al macho cabrío.
Luis Llosa, primo del escritor, dirigió la adaptación cinematográfica de la novela, estrenada en 2005, con Isabella Rossellini como protagonista central. Con una narrativa más compleja, la obra de Ramírez parece más difícil de llevar al celuloide.
Sergio Ramírez tituló su novela echando mano al primer verso del poema A Margarita Debayle, que Rubén Darío escribió en 1908 y publicó en 1910. La niña que inspiró esta poesía fantástica fue hija del médico francés Louis Debayle y hermana de Salvadora, quien se casaría con Anastasio Somoza García en 1919 y fue por tanto la madre del dictador Anastasio Somoza Debayle, conocido como «Tachito», derrocado en 1979 por los sandinistas.
Hay mucho de ironía en el título Margarita, está linda la mar, como en un juego de contradicciones entre lo idílico del poema y la violenta historia de Nicaragua, en el contrapunto permanente de los últimos días de Darío en 1916 y la precaria conjura cuarenta años después para matar a «Tacho» Somoza, en un atentado que termina siendo obra de un solo hombre, el poeta Rigoberto López Pérez.
Darío fallece en León víctima de la cirrosis tras años de alcoholismo y de una vida agitada de residencias temporales, estrecheces económicas y consagraciones literarias en El Salvador, Guatemala, Chile, Costa Rica, Argentina y más tarde Europa, en España y sobre todo en Francia, desde donde recogió las influencias que lo transformaron en el gran poeta reconocido como el padre del modernismo en lengua castellana.
Con una gran dosis de narrativa experimental, la novela de Ramírez transita por la violencia, latente en una Nicaragua bajo el yugo somocista, pero también presente en otros niveles, como refirió el académico, escritor y crítico nicaragüense Nicasio Urbina. Violencia brutal con la extirpación de los testículos al cadáver de Rigoberto López, baleado por los guardaespaldas de Somoza. Violencia matizada con afán científico, cuando el sabio Debayle extirpa el cerebro de Darío fallecido, del cual pretende también apoderarse Andrés Murillo, hermano de Rosario, la segunda esposa del poeta. En medio de la disputa, el cerebro desaparece, en manos de un niño mudo.
Rosario Murillo −esposa despechada y permanente perseguidora del poeta−, que en algún momento planea arrojar vitriolo al rostro de Darío, aparece en la novela con el apodo de «La Maligna».
Sergio Ramírez fue vicepresidente del primer gobierno sandinista liderado por Daniel Ortega y encabezó una escisión del Frente Sandinista en 1996. Fue obligado a exiliarse en España en 2021 y en 2023 Ortega le quitó la nacionalidad junto a la poeta Gioconda Belli y otros intelectuales y dirigentes disidentes que lucharon para derrocar al somocismo.
Vista a la distancia, «La Maligna» de Margarita, está linda la mar parece una proyección profética de su homónima Rosario Murillo, poeta, esposa de Daniel Ortega y vicepresidenta de un gobierno que acumula denuncias internacionales por atropellos a los derechos humanos.
El tiranicidio de «Tacho» Somoza se replicó 24 años después con su hijo Anastasio Somoza Debayle, «Tachito». Derrocado en julio de 1979 por los sandinistas, terminó exiliado en Paraguay bajo la protección del dictador Alfredo Stroessner. El 17 de diciembre de 1980 fue emboscado en Asunción, por un comando de cuatro hombres y tres mujeres, que abrieron fuego con fusiles contra su automóvil para rematarlo con un lanzacohetes. El atentado, de un comando del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) argentino, tuvo lugar en una lujosa avenida de Asunción, llamada entonces Generalísimo Franco.
Rigoberto López Pérez tenía 27 años cuando disparó contra Somoza García y fue reconocido como héroe nacional tras el triunfo de los sandinistas. Sin embargo, muchos se preguntarán ahora si valieron la pena los tiranicidios de los principales exponentes de la dinastía de los Somoza, para que Nicaragua viva hoy bajo la dictadura constitucional de Ortega y Murillo.
En República Dominicana la ejecución de Trujillo fue seguida de una implacable persecución del grupo de conjurados, casi todos ellos asesinados por la policía secreta del régimen. En las elecciones de diciembre de 1962 triunfó el profesor Juan Bosch, del Partido Revolucionario Dominicano, de tendencia socialdemócrata. Asumió en febrero de 1963 y fue derrocado siete meses después por un triunvirato militar, en una conjura orquestada por Estados Unidos.
En 1965, militares progresistas encabezados por el coronel Francisco Caamaño dieron un golpe con la intención de reponer a Bosch en el gobierno. El presidente de Estados Unidos, Lyndon Johnson, reflotó el fantasma de «una segunda Cuba» y ordenó la invasión de República Dominicana. Esta segunda ocupación norteamericana duró más de un año, hasta que en 1966 se celebraron elecciones ganadas por Joaquín Balaguer, antiguo títere de Rafael Leónidas Trujillo, quien gobernó durante 12 años.