Impulsado por Estados Unidos, que comanda a la OTAN y a la Unión Europea, el militarismo amenaza con extenderse por Europa. El complejo militar industrial estadounidense, junto al europeo, están dirigiendo gran parte de la política militar que se desarrolla a nivel global, donde la ausencia de liderazgo político por parte de las grandes potencias occidentales es cada día más evidente. Con un general estadounidense que dirige la OTAN, Christopher G. Cavoli; un portavoz militar noruego, Jens Stoltenberg; y uno político, el español, Josep Borrell, han generado un cuadro de incertidumbre que, habiendo sido iniciada por Rusia al invadir Ucrania, en 2022, ha provocado un realineamiento geopolítico que ha dado origen a una escalada armamentista sin precedentes. A ello se suma la cada vez menos soterrada disputa por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y la República Popular China que, eventualmente, podría abrir un nuevo frente a los ya existentes, en Asia, donde Taiwán puede ser el detonador. La recuperación de este territorio forma parte de una política de Estado de China desde 1949, irrenunciable, y recuperable a cualquier precio, como lo ha hecho saber el gobierno de Beijín.
Según las cifras publicadas por el Instituto Internacional Sueco de Investigaciones para la Paz (SIPRI), en abril del año pasado, el gasto mundial en armas alcanzó un récord histórico en 2022, alcanzando 2,24 billones de dólares, una cifra escrita con 12 ceros. Ello equivale a un aumento de 3.7% a nivel global, mientras que Europa Occidental y Central alcanzaron el mayor gasto de presupuesto militar desde el término de la Guerra Fría, aumentando en un 13%, equivalente a 345.000 millones de dólares. Como ya es habitual, los países que más gastaron fueron Estados Unidos, China y Rusia, que cubrieron el 56% del gasto total mundial.
De los 10 más grandes exportadores de armas, seis son europeos, y si vamos a los primeros 30, nos encontramos con países que han sido tradicionalmente pacifistas, como Suecia, que ocupa el lugar 13, Noruega el 22, Finlandia el 29 y Dinamarca el 30. Suecia abandonó 200 años de neutralidad al plegarse como miembro a la OTAN, luego que Turquía levantara el veto que le había impuesto a cambio de una negociación que le permitió la compra a Estados Unidos de 40 aviones F-16 y la modernización de los 79 de que dispone, por un valor de 20 mil millones de dólares. Washington procedió rápidamente a levantar las restricciones que mantenía al gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan por la adquisición que efectuó a Moscú de un sistema de defensa aérea, S-400, en 2020. En 2019 la India adquirió el mismo sistema por un valor de 5.400 millones de dólares. Por su parte Suecia, cerró la venta de aviones de combate Gripen a Brasil por la suma cercana a los 5.000 millones de dólares. Como siempre, business are business.
El negocio de las armas mueve la política en el mundo. Las crisis son necesarias para la industria y deben ser permanentes, de modo que los complejos militares de producción de armas, que movilizan ciencia, investigación, tecnología, capitales y generan millones de empleos, abastecen los mercados, a veces cuidando las formas, pero finalmente siempre llegan a acuerdos.
El fallecido historiador británico Eric Hobsbawm, señalaba en 2002, que en la Gran Guerra de 1914-1918, el 95% de las víctimas habían sido soldados y solo un 5% civiles. Las cosas cambiaron al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, ya que esta cifra ascendió al 66%. En las guerras de Afganistán, Irak y Siria, las víctimas civiles se acercan al 80%. No sabemos aún el resultado que dejarán los actuales conflictos entre Rusia y Ucrania o la guerra entre Israel y Hamas, donde ya se habla de un genocidio de población civil.
La agresión de Rusia a Ucrania desató en Europa la paranoia de las ambiciones territoriales imperialistas de Moscú. Sus países vecinos, como los Bálticos, tienen temor, a pesar de ser miembros de la OTAN. Los nórdicos, Finlandia, Suecia o Noruega, también se sienten amenazados. Todos los miembros de la OTAN se han comprometido no solo a llegar al 2% del PIB en gasto en defensa, como lo exigía el expresidente Donald Trump, sino que irán más allá en 2024, como Polonia, que alcanzará al 3,1%, el Reino Unido al 3%, o Alemania con el 2%.
Los nuevos miembros de la OTAN, Finlandia y Suecia gastarán el 2,3% y el 2% respectivamente. Está claro que, para alcanzar este gasto, serán recortados todos los demás presupuestos, como señaló, en el caso alemán, el Canciller Federal, Olaf Scholtz, mientras que su ministro de defensa, Boris Pistorius, expresó que «como país más poblado y económicamente fuerte del centro de Europa, Alemania debe ser la columna vertebral de la disuasión y la defensa colectiva» en el continente.
Con un gasto de 33 billones de dólares anuales, en un plazo de 10 años que equivale a cerca del 15% % de los 2,24 billones a que ascendieron las exportaciones de armas en 2022, sería suficiente para poner fin al hambre en el mundo, de acuerdo con el exdirector general de FAO, José Graziano da Silva. En definitiva, los grandes países parecen decididos a ignorar la experiencia histórica y los desastres causados por las guerras, donde la población civil es la principal víctima. Asimismo, el cambio climático y la conservación del planeta tampoco es preocupación real de los líderes políticos que nos gobiernan.
Naciones Unidas continúa siendo un organismo que consume una enorme cantidad de recursos y es incapaz de evitar, intervenir o detener las guerras. Los países europeos, y en especial los nórdicos, que se suponían una reserva ética -en algunos planos- respecto a la guerra, se han pronunciado por el militarismo. Suecia, no solo ha introducido el servicio militar obligatorio, sino, además, ha liberalizado la venta de armas a dictaduras. Se trata de países que no han experimentado directamente la guerra desde hace mucho tiempo y tal vez subestiman el dolor de ver a sus jóvenes soldados regresar a casa en ataúdes envueltos con sus banderas nacionales.