En una era de grandes avances tecnológicos y científicos, el transhumanismo emerge como una filosofía y movimiento que busca trascender las limitaciones humanas mediante la fusión de la tecnología con lo humano. Sin embargo, detrás de la promesa de superar nuestras limitaciones, se encuentran profundos dilemas éticos y filosóficos que enfrentar, al poner la misma en jaque, la naturaleza humana e incluso nuestra supervivencia y evolución.
Parto por preguntarnos: ¿Hasta qué punto es ético modificar nuestra esencia biopsicosocial en aras de una supuesta mejora?, ¿Por qué mejorar?, ¿Quién define qué es mejorar y según qué criterios? Porque hasta ahora desde la negación de nuestra naturaleza biopsicosocial lo humano ha sido vulnerabilizado -aumento de enfermedades mentales, retrasos en el desarrollo, aumento de patologías vinculadas al estrés, tendencias al suicidio, entre otros- entonces, ¿Podemos hablar de mejoras? ¿Mejorar para responder a qué?, ¿A las necesidades del mercado de ir más rápido?
La premisa fundamental del transhumanismo, que aboga por mejorar para alcanzar un estado superior de humanidad, se enfrenta a una paradoja crítica en el contexto del año 2024, y esa contradicción emerge al reconocer que, pese a los avances tecnológicos y la búsqueda incansable de perfección, aún no hemos logrado comprender ni valorar nuestra naturaleza humana, y menos resolver los problemas que hoy afectan nuestras capacidades y bienestar. Un ejemplo de ello es la normalización del estrés crónico como algo propio del avance de nuestras sociedades aún con las consecuencias y afectaciones que conlleva, en concreto, a nivel de nuestro desarrollo y capacidad cognitiva, afectiva y social, además de la afectación a nivel de la salud física.
Hoy por hoy, a pesar de los discursos que buscan «la mejora» a través de la tecnología, hemos creado un entorno que contribuye a la incompatibilidad entre nuestras vidas contemporáneas y nuestras necesidades biopsicosociales esenciales.
La falta de reconocimiento y abordaje efectivo de este y otros aspectos, revelan una desconexión tangible entre la búsqueda de mejora artificial y el impulso a lo humano desde su naturaleza, hablando de una falta de reconocimiento profundo de nuestras necesidades humanas fundamentales; al existir una brecha no menor, entre la aspiración de mejora con tecnología y la incapacidad por parte de políticas de abordar y resolver los problemas fundamentales que están afectando nuestra salud , desarrollo y bienestar como raza humana desde el respeto a las bases que nos constituyen.
La paradoja radica en que, mientras buscamos «mejorar» lo humano mediante la fusión con la tecnología y la modificación de nuestras capacidades, no hemos priorizado el cuidado del potencial cognitivo, ni afectivo ni social natural de la población, normalizando el malestar en indicadores que muestran la incompatibilidad entre nuestras vidas modernas y nuestra naturaleza. En este sentido, pese a la evolución de dispositivos avanzados y la intención de modificar capacidades, la falta de atención y cuidado al crecimiento físico, emocional, social y cognitivo, y la ausencia de una crítica firme a la fractura de nuestros vínculos sociales y a los niveles de estrés presentes en la población, revelan una contradicción fundamental que apunta al no reconocimiento de las bases de nuestra humanidad, porque mientras se nos habla de aumentar capacidades artificialmente, en paralelo vemos cómo nuestros niños y jóvenes tienen retrasos y afectaciones de sus capacidades en el desarrollo cognitivo y de habilidades. Entonces, la mejora es a partir de una vulnerabilización normalizada? ¿Hasta cuándo seguimos permitiendo sostener un mercado desde la falta?
En nuestra obsesión por la mejora a través de la tecnología, hemos descuidado la importancia del desarrollo y bienestar humano integral, y hoy estamos en riesgo de seguir perpetuando esto, cegados por una tecnología que está emergiendo casi como una entidad sagrada de cara al avance de nuestra humanidad, olvidando que aún no somos capaces de responder a la demanda de mejorar nuestro modelo, porque la Organización Mundial de la Salud definió el año 1948, a la salud como: «un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», reconociendo con ello la dimensión biopsicosocial de lo humano, y orientándonos a la necesidad urgente de reconocer los factores de riesgo que están afectándonos.
Junto a lo anterior, estos nuevos planteamientos nos ofrecen una idea limitada de lo humano. La búsqueda de mejora parece volver a querer poner en el altar al cerebro, buscando igualar al ser humano a una máquina. El transhumanismo tiende a pasar por alto la complejidad de la naturaleza humana, porque más allá de nuestras capacidades físicas y mentales, nuestra identidad está intrínsecamente vinculada a experiencias sociales, culturales y emocionales. Hoy me pregunto, cómo decirte que nos equivocamos si buscamos la proporción ideal de lo humano en el cuerpo como hoy algunos buscan mapear el cerebro, olvidando que en ambos habitan sujetos que se constituyen desde los afectos, que no se puede mirar el cuerpo como una entidad aparte del territorio ni de la experiencia de quien lo habita; experiencia subjetiva, afectiva y vincular, social, cultural y política...
Estamos olvidando que la búsqueda de lo perfecto nos aleja de lo humano y niega la singularidad, como el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad e interdependencia y por tanto de nuestra posibilidad real de evolución, aquella que nos invita a estar cerca como mecanismo de supervivencia.
Olvidamos que lo perfecto no cabe en el terreno de los afectos ni pensamientos, como la ilusión de lo completo no cabe en el camino de querer evolucionar. ¿No merece lo humano un trato más humanizado y por tanto más real? Uno que reconozca su naturaleza biopsicosocial como su singularidad, más que seguir buscando negar, estandarizar y controlar. La invitación es a facilitar...
Cuando pensamos que la ética médica tradicional se basa en la premisa de curar y aliviar el sufrimiento humano, y la palabra mejorar, apunta a salir de un estado de enfermedad recuperando el equilibrio, es llamativo y alarmante que mientras se normaliza la afectación de lo humano, una filosofía que está poniendo en jaque lo humano, hable de mejorar, sugiriendo que la mejora (según su ideología y criterios propios, fusionando lo humano con tecnología) es necesaria para alcanzar un estado superior de humanidad, también definida desde sus creencias o intereses y no desde el aprender a impulsar nuestro potencial desde el respeto a nuestra naturaleza.
No estoy en contra de la tecnología a favor del bienestar y desarrollo humano, pero sí estoy en contra de la que busca hacer lucro, perpetuando formas disfuncionales, jugando con nuestra naturaleza y evolución y desde un contexto en el que se normaliza la vulnerabilización.
Si hablamos de tecnología y ética, es muy distinto el restablecimiento de capacidades gracias a la tecnología en caso de personas que tenemos problemas de audición o vista o dificultades para caminar –por ejemplo-, al aumento de capacidades por sobre lo humano o como respuesta a un deterioro acelerado por factores de riesgo externos normalizados como es lo que estamos observando a nivel cerebral en las nuevas generaciones y también en adultos. La primera puede facilitar la inclusión y el desarrollo de las personas teniendo como guía el respeto a nuestra naturaleza de origen como raza humana, en cambio, el segundo está haciendo del cuerpo un territorio comercial. Habla de ver lo humano como objeto, o como un animal de laboratorio, que puede ser modificado bajo intereses y modelos económicos, muy lejanos a nuestro potencial de origen y desde una omnipotencia que asusta.
A su vez, tenemos que considerar que la propuesta que plantea el transhumanismo sobre la mejora puede convertirse en un mecanismo de rechazo de nuestra propia humanidad, ya que al establecer estándares de «mejora», estos planteamientos permeables a un mercado que se sostiene desde la falta, pueden sumar a enfermar, desde la sed de deseo de pertenencia y aceptación natural de lo humano, hoy distorsionada y mediada por lo que el mercado como ente socializador ha señalado como valioso.
Estamos ante el riesgo de que las personas busquen asemejarse a ese ideal renunciando a su propia singularidad y naturaleza –perpetuando ya en extremo un sistema que valora más a aquellos que se ajustan a lo que el mercado dicta, ahora y desde hace un tiempo; el ideal de lo artificial-; pero también estamos en riesgo de generar una máquina de exclusión a aquellos cuyas vidas no se ajusten a esta definición restrictiva de progreso y reduccionista de lo humano. ¿Qué sucede por tanto con la aceptación de uno mismo, el valor de la singularidad y diversidad humana? Al plantear el transhumanismo se genera un nuevo mandato sobre el ideal de lo humano.
Desde una perspectiva de salud, la falta de priorización en el desarrollo físico, emocional, social y cognitivo de la población revela un desequilibrio en la perspectiva de «mejora». La tecnología, por más avanzada que sea, no puede sustituir la necesidad intrínseca de conexión emocional, el desarrollo de habilidades sociales y la comprensión profunda de nosotros mismos y de los demás.
En este contexto, la crítica a la paradoja de la mejora tecnológica sugiere un cuestionamiento y una llamada de atención para reevaluar nuestras prioridades y generar mesas de expertos alejadas de lobbies, ya que considero que antes de buscar mejorar a través de la fusión con la tecnología y aceptar este discurso con todos los riesgos que conlleva, es esencial abordar las deficiencias en nuestra comprensión y atención al desarrollo humano integral. Solo así podremos superar la paradoja y avanzar hacia una mejora que nutra las bases biopsicosociales que definen nuestra humanidad.
Este desajuste entre la mejora constante y la falta de atención a nuestras necesidades humanas básicas plantea la pregunta crucial: ¿estamos avanzando hacia un estado superior de humanidad, o modificando aspectos por intereses particulares, sin abordar las problemáticas que nos han llevado a involucionar y mover las bases de lo que nos define como humanos? La mejora debe comenzar por reconocer y atender las necesidades fundamentales desde nuestra naturaleza biopsicosocial, antes de embarcarnos en la modificación de lo que algunos consideran «mejor» (creencias).
En este contexto, la crítica al transhumanismo radica no solo en su planteamiento de «mejora» artificial y en la redefinición de lo humano que plantea abriendo la posibilidad de forma extrema a controlar la evolución de la existencia humana, de nuestros cuerpos, mentes, emociones, sin reconocer y abordar integralmente nuestra naturaleza biopsicosocial e impulsarla de forma previa y natural, lo cual habla de que seguimos sin comprender completamente las complejidades de lo humano.
En la vertiginosa búsqueda de la mejora humana, este espacio de reflexión invita a cuestionar si la obsesión por la mejora, al ignorar aspectos fundamentales de nuestra existencia, en realidad expone a la humanidad a una fragilidad que socava sus cimientos. Si el desarrollo tecnológico sigue por delante del desarrollo y bienestar humano, la falta de reconocimiento de la complejidad biopsicosocial en las políticas puede dar pie a un gran nicho de mercado «de mejora» y, con ello, a una peligrosa vulnerabilización, al ignorar a su vez dimensiones esenciales de la identidad humana.
Junto a ello, es importante considerar las repercusiones socioeconómicas de las tecnologías de mejora. Desde un mundo desigual como el nuestro, el movimiento transhumanista ignora la brecha socioeconómica que podría resultar de estas mejoras, al observar que el acceso a estas tecnologías podría crear divisiones más profundas entre aquellos que pueden permitirse estas mejoras y aquellos que no, acentuando con ello desigualdades ya existentes, lo cual conlleva el riesgo de que, en lugar de mejorar la condición humana en su conjunto, exacerbemos las divisiones sociales. Ahora, la solución es facilitar el acceso a estas tecnologías por parte de todas las personas, como planteaba en inicio la propuesta de neuro-derechos presentada en Chile. A nuestro parecer, no; porque parte por naturalizar los riesgos, y junto a ello plantea ese camino como el único camino posible, cuando en realidad la pregunta es otra: ¿Queremos que nuestras sociedades promuevan una evolución artificial mientras seguimos bombardeando las bases que nos permiten evolucionar de forma natural?
Por otro lado, hay que considerar que la infravaloración de lo humano aparece cuando se observa la falta de atención a los riesgos asociados con la integración de tecnología en el cuerpo, considerando que las políticas que priorizan la mejora no abordan la seguridad de estas tecnologías, exponiendo a las personas a peligros potenciales, desde fallas técnicas hasta amenazas de ciberseguridad. En este sentido, estamos en riesgo de abrir la puerta a una vulnerabilización que va en contra de la supuesta búsqueda de fortalecimiento.
La obsesión unilateral por la mejora artificial, al no considerar la riqueza de la naturaleza biopsicosocial, conlleva a una vulnerabilización inadvertida de la humanidad. Las políticas que ignoran esta perspectiva amenazan con marginar, excluir y desproteger a aquellos que no encajan en el molde predefinido de «mejora». Por lo tanto, es imperativo replantear este enfoque y construir políticas que abracen y celebren la existencia humana desde el reconocimiento de su naturaleza, evitando así el riesgo de socavar los fundamentos mismos de nuestra existencia. La mejora no puede ser un pretexto para ignorar lo esencial que nos hace humanos; en este sentido, la reflexión ética y el diálogo abierto desde las ciencias humanas y de la salud, hoy son imperativos.
En la vorágine del transhumanismo, donde la mejora humana es la panacea para nuestras limitaciones, surge el interrogante de si estas aspiraciones realmente mejorarán o debilitarán la esencia de lo humano, al pasar por alto dimensiones esenciales de la identidad humana, como las experiencias sociales y emocionales y el impacto que tienen en el desarrollo y bienestar humano.
¿Cómo vamos a hacer humana la tecnología cuando normalizamos el estar deshumanizándonos a nivel social y cultural? Cuando se observa que muchos de los que hoy impulsan estos desarrollos, justamente lo hacen por sus dificultades para tratar con lo humano desde lo vincular y afectivo…Entonces, ¿debemos aceptar un modelo que se presenta limitado desde su origen cuando el mismo rema a favor de una limitación?