Nacido en un mundo analógico, es decir, criado en los años 80, viví mi primera revolución tecnológica cuando la Red de Redes llegó para integrarse en todas las interacciones sociales y emocionales de nuestras vidas. Aunque conviví con las computadoras desde el jardín de infantes, siempre me fascinaron intensamente. Lo que ofrecían, sin embargo, eran mejoras para cosas ya existentes. Por ejemplo, con la impresora logramos una versión mejorada de la máquina de escribir (que también utilicé por necesidad y placer en algunas ocasiones). La llegada de Internet no solo significó una mayor velocidad para enviar cartas o acceder a leer el periódico, sino que nos brindó acceso a una biblioteca ilimitada y a la posibilidad de debatir con el mundo exterior. Transformamos una parte considerable del planeta en una única ágora (aunque el acceso no sea totalmente global). La plaza pública a la que nos lanzamos desde la pantalla de nuestras computadoras, pocos años después, la ocupamos desde nuestros teléfonos móviles.
Luego llegaron el blockchain y las criptomonedas para completar la escena de esa ágora virtual donde también podríamos llevar a cabo trueques con niveles muy sofisticados. La primera fase de esta revolución tecnológica tuvo características masivas, mientras que la consecuencia necesaria de las monedas virtuales parece avanzar por canales más lentos para algunos, aunque se expande de manera ininterrumpida.
Ahora sí, en estos días, ha llegado algo nuevo que se conoce como Inteligencia Artificial. Aunque en algunos campos de estudio y experimentación muestra resultados satisfactorios, en general, siento que se encuentra en un estado prematuro. Al igual que exploré con los objetos de estudio anteriores (Internet, Blockchain), desde que supe sobre este asunto, lo he investigado con el mismo espíritu inquisidor. Continuando, hay algunas observaciones preliminares que me gustaría compartir.
Como todo cambio, provoca asombro, miedo y resistencia. Las promesas de la Inteligencia Artificial, por ahora más potenciales que efectivas, nos asustan a todos porque nos resulta muy difícil determinar los límites y las consecuencias de este nuevo universo que ha pasado a formar parte del nuestro sin preguntarnos. Es normal, e incluso prudente, oponer resistencia mientras se llevan a cabo debates morales y evaluaciones de los posibles riesgos para nuestra humanidad. Resumiendo, de manera brusca y arbitraria la literatura mundial contemporánea sobre el tema: si no intervenimos activamente y esta inteligencia artificial continúa desarrollándose más allá de nuestras intenciones, ¿podríamos acabar siendo esclavos de un monstruo que hoy no somos capaces de discernir?
En todo esto, hay algo a lo que no le temo y por diversas razones. Considero que la creatividad humana siempre será superior a la de cualquier inteligencia artificial. Los valores y sentimientos inherentes al alma humana pueden ser imitados de muchas maneras, pero todos sabremos distinguir claramente entre lo artificial (en el sentido de copia) y lo verdadero (como una idea original). Dicho esto, me viene a la mente reflexionar sobre lo que está sucediendo en esta era que nos toca vivir. Tal vez podríamos coincidir y debatir estos conceptos en el ágora mundial con nuestro invitado y nuevo ente inteligente.
Primero, porque, así como fuimos creados por un motor inmóvil o Dios Celestial, no podría, por razones lógicas, atribuirle a este fenómeno una superioridad sobre su causa, en este caso, la humanidad.
Segundo, por más que esta nueva inteligencia pueda llevar a cabo nuestras tareas y ciertos pensamientos de manera más eficiente, al fin y al cabo, estará realizando mejoras en un mundo que nosotros, de alguna manera, ya hemos creado: artificialmente, pero a la manera humana. Es decir, no avanzarán desde la Edad de Piedra hasta alcanzar nuestra modernidad (o la que sea propia de ellos), sino que continuarán la evolución tanto humana como artificial desde el punto en el que coincidimos en el tiempo y bajo parámetros absolutamente humanos, ya que son necesariamente heredados de nosotros. No nos presentarán nuevos sistemas, sino versiones mejoradas, una vez más, y esto es algo a lo que la tecnología ya nos tiene acostumbrados.
Tercero, el ser humano, con su particular inteligencia emocional, encontrará la manera de utilizar los medios para sus propósitos, pero, por supuesto, existe la posibilidad de que terminen siendo regulados o dirigidos, como ha sucedido en muchos momentos históricos, por individuos que no persigan objetivos nobles y altruistas. Una vez más, será responsabilidad del ser humano que los medios sean lo que son o que se conviertan en un fin en sí mismos, o trágicamente, en nuestro propio fin.
Por lo pronto, en este nuevo mundo digital encuentro una referencia análoga a nuestros aciertos y errores como humanidad, similar a lo que ocurrió con la energía nuclear y las consecuentes armas nucleares.
Por último, toda inteligencia puede ser utilizada para el bien o para el mal, y esa será una decisión artificialmente humana.