Se tropieza muy comúnmente con la terquedad de las ideas y aquello que llamamos «mi opinión» o la que asemejamos como «opinión colectiva», ya sea en temática de política, religión o cultura. Casi todos dicen poseer a derecho su «única verdad». Existen otros niveles como la ceguedad o el fanatismo.
Y no voy a caer en lo mismo. Voy a partir de que mis ideas son humanas y vulnerables y que algunos podrán acertar conmigo y otros no, porque de eso se trata nuestro espíritu crítico y libertad de expresión. Pero si uno quiere hablar contra la corriente que sea capaz de hacerlo siempre que mantenga el respeto por las diferencias, sea abierto y digno a retractarse si bien lo amerita. En otros términos, que, así como haya lengua para estirarla pueda uno encogerla con humildad.
Cuando mi país va saliendo del proceso electoral, siempre me he moderado en dar mis opiniones o no denotar mi bandera política. No tengo tradición en mis elecciones y cada cuatro años he votado por distintos (en varias ocasiones di mi abstencionismo) porque creo en la intuición de las ideas, en el perfil del candidato y no en el continuismo de los partidos.
Igual recibe uno —aún— de sus más allegados, el dedo acusador por su silencio o mi aparente disgusto ante las arrogantes e inútiles propagandas de campaña. Mi elección ha sido por tropiezo propio, no creer ya demasiado en algo, sino ser consecuente con mis libertades, les guste o no a los demás. No por ello, lastimo a mis conocidos o amigos por su euforia y credulidad.
De la misma manera, en temas religiosos, me doy el paso de ser confundida y tan variable como deseo hacerlo, pero levantándome a armas cuando alguien me quiere hacer creer lo él cree que debo creer. Respeto, aunque no comparto la importancia que algunos le den a una hostia, a su salvación o redención. Mi forma de adorar siempre será personal y así considero a la de todos, como una decisión personal.
En términos de cultura, oficio al que me dedico por pleno amor, tengo mis ideas anacrónicas y conceptuales que también difieren ante un círculo mayor. Me llamo poeta y promotora de cultura. Lo he sido y no necesito demostrárselo a nadie, ni convencer a nadie. Obras son amores y no buenas razones, diría mi sabia e insigne abuela. No hay mejor oficio que el creérselo de corazón.
Aunque como humana, a veces me remueve los caldos de la sopa cuando alguien prepotente me dice quiénes son los «selectivos», los únicos que escriben en este país o promueven cultura en el mismo, porque se sienten con autoridad para dar nombres y sortilegios. Que se la crean solos. En realidad, nada de lo que se diga, afecta lo que soy y lo que hago. Pero tampoco me callo porque tengo la misma libertad de responderles.
O se es incluyente en general o se es excluyente en su totalidad. Porque para hablar hay que saber o por lo menos, calcular saber y, sino que investigue. Porque con la misma fiereza con que denunciamos desigualdad, nos volvemos ciegos al ignorar a otros. Pero para gustos, hay disgustos y siempre pasará en un país donde creemos que lo sabemos todo y que nuestra opinión es la única que cuenta.
Bien conocido es que habrá padrinazgos periodísticos o periodistas de «sociales» o periodiquitos de trémulo poder, que quieren definir quién escribe o no en Costa Rica o definamos a un «autor» por los premios que reciban o la editorial en la que publica.
Bien sabemos en qué vacíos se fundamentan los premios nacionales cada año y cómo cada movimiento literario jala para su argolla o gusto estético. No hay políticas culturales en las instituciones que debieran fiscalizar tales errores porque no hay control al respecto. No habrá un año en que los resultados se hagan sentir bien mientras no caiga polen para su propia miel.
También, es claro que las presas editoriales estatales y las preferencias de estilo de los lectores de estas, limitan a autores jóvenes, o no tanto, a tener acceso a que sus obras sean publicadas. Los dominios de publicación de ciertos escritores se vuelven décadas de poder y deberá lucharse desaforadamente para sobrevivir —en medio de ellas— publicando a través de editoriales independientes. Pero estas, siempre serán cuestionadas por la calidad, por no tener injerencia, por parte de un sello editorial estatal como si fueran ellos los que tuviesen la entrada pública a un gremio exclusivista.
En fin, resumo, que para libertades las que queremos creer, para oficios, los que nos dignamos practicar, sin importar respaldos o reconocimientos. Seguir con luz, encandilando si es posible hasta a los que se hacen ciegos. ¡Ah, si pudiéramos medir las lenguas! Cuando veo a mi alrededor y miro tantas posibilidades humanas, tantas opiniones que me permiten crecer, que me enseñan, que me fortalecen, me siento revindicada, plena, libre y remojo, las otras; las vertientes del recelo, las ofuscadas por interés, las que invisibilizan por costumbre e ignorancia.
Es maravilloso verse a la deriva, a la intemperie, al vacío, llamarse duda y luego, llenarse de todo a su paso, sin temor a nadie, ni a nada. Poseer la bandera que se quiera, tener la fe inmutable que te levante y el oficio que creas que haces y amas por derecho propio.