El 2024 empieza convulsionado por los años precedentes, y negativo para el orden mundial, con nuevos escenarios. Los conflictos, tensiones y pugnas, aumentan, las soluciones no, tanto desde el punto de vista bélico, a riesgo de intensificarse, como en lo político. Al rechazarse o condicionarse, toda fórmula de paz fracasa. Los visibles, como la agresión de Rusia a Ucrania, o de Hamas contra Israel, lejos de aminorar sus trágicas consecuencias, se intensifican buscando objetivos declarados. Putin anexa territorios, por la identidad rusa, tradicional y religiosa. Netanyahu, la seguridad de Israel y eliminación del terrorismo. Ninguno cede. Otras guerras, menos llamativas, prosiguen y aumentan el riesgo de involucrar a más protagonistas, si hay oportunidades directas o indirectas, y sacar ventajas, alentados porque el sistema previsto se muestra incapaz de funcionar. Resulta comprobable, igual que las amenazas que proliferan, las competencias en todos los campos, y las ideologías contrapuestas. Coinciden los analistas, y he podido abordarlo en columnas anteriores.
Es desalentador, pero real. Los esfuerzos de paz de las Naciones Unidas, todavía el organismo encargado de su mantenimiento, son ineficaces. A pesar de iniciativas colectivas e individuales, o apremiantes llamamientos de connotados líderes mundiales. No son escuchados. Profundas divergencias que por años se anunciaban, se han materializado con intensidad creciente. Fueron minando el andamiaje político y jurídico, para prevenir, contener, o llegado el caso, imponer la paz, sancionando al agresor, como la Carta lo establece. No acatarlas se ha extendido, y aparecen nuevas posturas anti-sistémicas. La imitación cunde impunemente, así como los riesgos.
El sistema funcionó en el pasado, y en algunos casos se aplicó, aunque las posiciones de las grandes potencias, como principales responsables del mantenimiento de la paz y seguridad internacional, eran divergentes. Fueron los años de post guerra, tensos en la Guerra Fría. Varios factores ayudaron a su evolución, siendo uno decisivo, el poder nuclear, que dejó de ser patrimonio de una sola potencia, para acceder otras, peligrosamente, sumado al enorme desarrollo tecnológico armamentístico. Se posibilitaron algunos entendimientos progresivos, que la ciencia de las Relaciones Internacionales ha calificado en sucesivas etapas de, distención o contención, y de coexistencia pacífica, seguida de una más auspiciosa de cooperación de corta duración. Aminoraron los riesgos de enfrentamientos mayores entre los Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad, o de otros menos poderosos, aunque capaces de causar conflictos e involucrar a países con mayores capacidades bélicas. Paulatinamente quedaron superadas.
Estaba más a salvo la paz mundial, siempre que las grandes potencias no se enfrentaran directamente, cumpliendo su responsabilidad primordial de preservarla. Los conflictos de menor intensidad podían encontrar una solución pacífica con el concurso de los más poderosos, aplicando los variados métodos o procedimientos utilizables. Su papel fue fundamental, con el compromiso de los demás miembros del organismo mundial, y basados en el concepto de responsabilidad colectiva, en que todos los Estados lo son, sin excepciones. Se desdibujó, apareciendo lo que podemos definir como: la etapa de desregulación extendida.
La frecuencia del recurso a las amenazas, o directamente a la guerra, por algunos, y sobre todo la falta de acuerdo entre los grandes, permitió que el elaborado sistema, empezara a mostrar serias debilidades. Algunos buscaron fórmulas que priorizaron esta desregulación, ajena a las normas y procedimientos acordados. Como las consecuencias ya no fueron las mismas, y tampoco se pudo obtener el consenso necesario, aquellos dispuestos a vulnerarlos pudieron actuar, ante una mayor tolerancia de las grandes potencias, o francamente apoyados por éstas. El desentendimiento ha sido evidente. Las pugnas entre los más poderosos se han profundizado, y permitido que el sistema no funcione, o sólo para asuntos de menor trascendencia. Las recientes decisiones del Consejo parecen rutinarias, y no logran atender los grandes conflictos. Los «vetos» lo impiden.
En consecuencia, el sistema internacional recibió un golpe profundo, y pasó a ser una opción más, entre otras que lo desafían. La crisis quedó en evidencia con la amenaza y acción directa de Rusia y Bielorrusia, contra Ucrania. Le anexión de Crimea el 2014, casi sin consecuencias y con sanciones nominativas, abrió el camino para la agresión de 2022, que todavía prosigue por casi dos años y nada augura su terminación. Lo peor ocurrió, pues uno de los Miembros Permanentes, faltando a su responsabilidad, se transformó en agresor. De nada han servido los intentos por reencauzar el sistema ni las sanciones. Lo que ha servido para que operen otros oportunistas.
Envalentonados por la inacción, más guerras han retomado fuerza, sabiendo que las divisiones insuperables entre los más poderosos, impide toda decisión mancomunada. Rusia sigue amenazando a otros vecinos (Moldavia, Georgia, Armenia y Finlandia, ahora en la OTAN). Israel prosigue sin límites su autodefensa en Gaza, con el apoyo de EEUU. El terrorismo de Hamas, luego de atacar masivamente a Israel, algo inédito en sus acciones, no se rige por norma alguna. Tiene ayuda del Hezbollah desde El Líbano, y otros islamistas radicales. Cuenta con el apoyo iraní, o de Rusia a través de Siria. La crisis humanitaria reemplazó la causa Palestina, y Hamas, aunque fuese derrotado, termina por imponerse. Los radicales chiitas huties en Yemen, cortan el Mar Rojo e impiden el paso por Suez, desfinancian a Egipto y encarecen todo transporte, mientras los gastos en armas se incrementan. Prosigue en África, Boko Haram, e Isis o Al Qaeda, reaparecen. En nuestra región, Venezuela amenaza a Guyana. Por ahora conversan, con el compromiso de acudir a la Corte, de impredecible conclusión, si todo arreglo se incumple o Venezuela insiste.
La situación descrita, ha posibilitado que se perfile un nuevo factor, el de los caudillismos, donde sin la acción efectiva del sistema y el predominio de la autorregulación, casi sin consecuencias, algunos líderes determinan, por sí mismos con gobiernos obedientes, si hay guerra o paz, e impulsan objetivos propios. Sería largo enumerarlos, pero están detrás de las amenazas y conflictos actuales, y son fáciles de identificar. Buscan el poder permanente, o por elecciones arregladas, y se eternizan por décadas. No hay alternancia democrática, y las poblaciones son controladas, sobre todo opositoras. Constituye una tendencia riesgosa, de proliferar. Conocemos los autócratas o dictadores que han provocado las mayores crisis mundiales, y sus resultados. No dejan el poder, porque así postergan su juzgamiento y destino, usualmente trágico.
Un clima que presagia más guerras, si no se recupera el sistema preventivo, o seguirán impunes. Desafían sanciones, repudios y condenas, al evadirlas con aliados sumisos. Urge una acción colectiva para intentar volver a la normalidad, en lo posible. La sola alternativa actual, o el sistema quedará permanentemente modificado de hecho, y habrá más guerras. Ojalá se pueda, todavía.