Enrique Campos Menéndez (1914-2007), podríamos decir que es un capítulo aparte en el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura, premiación aún más bullada que la del lingüista Oroz. Escritor, político y diplomático, su obra narrativa se desarrolla en su Magallanes natal, inspirándose en los avatares de la colonización austral, donde sus antepasados participaron activamente en la apropiación de tierras y en el genocidio de las etnias nativas. Para Enrique, se trató de una «epopeya» digna de encomio y admiración, lo que hoy, a la luz de rigurosas investigaciones históricas, constituye otra de las falacias de nuestra historia, contada por los vencedores, como suele ocurrir.
Fue elegido diputado de la Provincia de Cautín (1949-1953 y 1953-1957) por el Partido Liberal. Fue también presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados.
En 1976 es nombrado miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Fue designado director de Bibliotecas, Archivos y Museos (1977-1986), período en el cual se restauró el Palacio de la Real Audiencia, hoy Museo Histórico Nacional, desde donde Augusto Pinochet hurtó —no sabemos si con ayuda de su ahijado—, el original del Diario de don José Miguel Carrera y Verdugo.
Estrecho colaborador de la dictadura militar–empresarial, amigo cercano de Augusto Pinochet, a quien asesoró en la política cultural del gobierno, orientada a la recuperación del patrimonio museológico, arquitectónico y monumental, desde una visión conservadora y nacionalista, fomentando la disciplina militarizada en las escuelas; enaltecimiento de los símbolos patrios y de los paradigmas autoritarios de Diego Portales y de Bernardo O’Higgins. Cultura de élite y para las élites.
Utilizando su buen manejo del castellano, de acuerdo a cánones de comienzos del siglo XX, Enrique le escribía los discursos a su camarada Augusto, con un recargo de adjetivos patrioteros, invocaciones a la divinidad y augurios de imperecederas glorias militares.
Campos Menéndez competía, en 1986, nada menos que con José Donoso, una disputa literaria absolutamente desequilibrada, donde en tiempos «normales» la decisión hubiese sido unánime en favor del más grande de nuestros novelistas. La votación fue dividida y estrecha, tres a dos, pero inapelable de acuerdo a los nuevos estatutos de «simple mayoría», como si se tratase de un partido de fútbol entre Colo Colo y la Universidad de Chile. El fallo, lindante en lo grotesco, provocó un repudio generalizado entre la intelectualidad chilena, incluyendo al mismísimo Jorge Edwards, que escribió en el diario La Prensa, de Curicó:
Los tres personajes que con su voto decidieron el asunto no sabían que realizaban una operación perfecta de contrapropaganda. Por la sencilla razón de que José Donoso, el candidato perdedor, es uno de los escritores de más prestigio de nuestra lengua, una figura destacada de la literatura contemporánea, y Enrique Campos Menéndez, en cambio, el candidato premiado, solo es una celebridad local, santiaguina y magallánica. Podría suceder que Enrique Campos Menéndez hubiera escrito El Quijote y eso no cambiaría nada. Porque el mundo no lo sabe. El mundo solo sabe que José Donoso compitió contra un desconocido y fue despojado de su triunfo por obra de las autoridades lugareñas. El ganador consiguió un diploma, algún dinero, y, fuera de nuestras fronteras, una considerable dosis de ridículo (Edwards, 1986).
Desde Madrid, donde ejercía de embajador, Enrique Campos Menéndez, en palabras recogidas y publicadas por Las Últimas Noticias, expresó:
«Soy el hombre más feliz del mundo. Estoy como sentado en una nube… no sé qué decirle. Estoy profundamente emocionado. No lo esperaba. Es como si hubiera bajado del cielo una estrella, pero una estrella chilena, llena de luz, de brillo, como las que alumbran el camino de nuestro país, como la que está en la bandera… Porque ser chileno es el mayor orgullo que podemos tener. Sobre todo, desde el corazón del mundo de habla hispana, aquí en Madrid. Porque aprendí el castellano en hombres que lo hicieron grande en esta tierra, como Cervantes, Quevedo, Santa Teresa, y en nuestro Chile, como Vicuña Mackenna, Blest Gana, Neruda, la Mistral…» (Las Últimas Noticias, 1986).
Apliquemos a Campos Menéndez la vieja sentencia: «A confesión de partes relevo de pruebas», luego de la entrevista que le realizara el periodista Javier García, en La Nación, Santiago de Chile, el 23 de noviembre de 2005, y la cual extractamos aquí:
—¿Es usted un intelectual «momio»?
—Sí. Absolutamente. Lo declaro enfáticamente, sin ninguna duda. Lo fui toda mi vida, lo soy y lo seguiré siendo.
La respuesta es de Enrique Campos Menéndez. Autor de más de 45 libros, designado a los 24 años por Arturo Alessandri Palma como miembro de la embajada chilena en Argentina, embajador de Chile en España, exasesor cultural del Gobierno militar, director de la Dirección de Archivos y Museos y regalón de Augusto Pinochet Ugarte.
Campos Menéndez tiene 91 años. Vive en el tercer piso de un edificio de la comuna de Las Condes y se acompaña de Sixto Arenas, su secretario personal. Campos Menéndez es alto, delgado y canoso. Con la vista parcialmente perdida, camina lento dentro de su departamento hacia su biblioteca, donde las obras completas de Quevedo finalizan cuando aparece una foto de quien gobernara Chile por 17 años.
Con su memoria intacta, levanta la voz y recuerda con orgullo que el único presidente en ir al funeral de Francisco Franco fue Pinochet. Pero este hombre, nacido en Punta Arenas, ya no redacta documentos junto a Jaime Guzmán, ni interviene en decisiones culturales representando a la Junta militar, ni se define como «un ardiente antimarxista». El autor, que en 1940 publicó su primer libro de cuentos, Kupen (Editorial Emecé), ya bajó la guardia y cambia de tema con astucia, para que no lo fustiguen. Pero, sin duda, se sigue definiendo como un hombre de derecha porque: ‘soy noble, caballero y cristiano’.
En 1986, quien fuera miembro y fundador del programa de televisión A esta hora se improvisa, obtuvo el Premio Nacional de Literatura. El lunes 18 de agosto de ese año, José Donoso era el favorito de los escritores para obtener el Premio Nacional. Campos Menéndez, en tanto, era el preferido del Gobierno militar.
Tres votos contra dos determinaron como ganador al narrador puntarenense. El ministro de Educación, Sergio Gaete (con derecho a voto), le pidió a los jurados Martín Cerda (representante de la Sociedad de Escritores de Chile) y Óscar Pinochet de la Barra (delegado de la Academia Chilena de la Lengua), que cambiasen su voto para que existiese unanimidad. Ambos se negaron. El resto de los integrantes del jurado eran Tomás Mac Hale, miembro del comité editorial de El Mercurio, y Antonio Carkovic, delegado del Consejo de Rectores. Ambos eran amigos de Campos Menéndez, quien se encontraba en España como embajador.
Aquel lunes de agosto, Óscar Pinochet de la Barra señaló que el premio: ‘cada año se va desvirtuando, perdiendo su independencia’. Martín Cerda argumentó que: ‘frente a la obra de José Donoso, estamos seguros antes, durante y después de la votación, que este es el escritor chileno con mayores méritos para obtener el Premio Nacional de Literatura’.
Campos Menéndez afirma que su labor fue de representante cultural del Gobierno militar, y que con respecto a los Premios Nacionales entregados en los 80, sólo tuvo derecho a voz, pero no a voto. ‘Yo sólo sugería nombres para el premio, no se olviden de esta o de otra persona. Ahora, la política siempre ha sido importante en la elección del premio’. Pero la memoria es frágil y se le escapa un cargo: ‘También fui controlador’, responsabilidad que nunca nos explica con claridad.
—¿Por qué nunca le dieron el Premio Nacional a Enrique Lihn, Jorge Teillier y María Luisa Bombal?
—No sé nada de los casos de Lihn y Teillier. A María Luisa Bombal la conocí mucho en Buenos Aires. Era de un talento inmenso. Pero su obra más importante la escribió antes del Gobierno militar, y en los 80 se dedicó al alcohol. Era un desastre, no era presentable, estaba fuera de foco. Todos me echan la culpa a mí.
—¿Qué opina de los Premios Nacionales entregados a Volodia Teitelboim y Armando Uribe?
—(Alarmado) ¡Nunca tuve nada que ver con Volodia! Ni siquiera lo conozco, nunca tuve un encontronazo con él. Uribe es fantasmal, pasa fumando; creo que tiene más pose que talento. La literatura de Uribe es disfrazada, porque él está disfrazado. En el Gobierno militar, Uribe nunca hubiese sido Premio Nacional.
—En su último libro, Los caminos de la vida (2004), escribe: ‘A veces, el fin justifica los medios, pues no hay conquista que no sea noble, si va en beneficio de los demás. Creemos que la ambición es algo legítimo y necesario. El ser humano la precisa cada día y cada hora’. Las palabras del Premio Nacional de Literatura 1986 se condicen con la última frase que nos grita al despedirnos: ‘Para el Gobierno militar trabajé gratis y con honores’.
Para nuestras lectoras y lectores mencionamos sus obras más conocidas, cuyos títulos el autor hizo escribir con piedras en la entrada de su hacienda magallánica, en un gesto simbólico de perpetuidad, que también se contradice con la historia de sus ancestros cercanos, partícipes directos en el genocidio de las etnias de Tierra del Fuego y en la aniquilación de las culturas autóctonas de esa región en donde obtuvieron sus grandes fortunas.
Kupén: cuentos de la Tierra del Fuego (1940), Bernardo O’Higgins: el padre de la patria chilena (1942), Fantasmas (1943), Lincoln (1945), Todo y nada (1947), Lautaro Cortés (1949), Se llamaba Bolívar (1954), Sólo el viento (1964), Los pioneros (1983), Águilas y cóndores (1986) y Una vida por la vida (1996) y Andrea (1999).
El Premio Nacional de Literatura otorgado a Enrique Campos Menéndez, sus intríngulis y manipulaciones desde los laberintos del poder, bien podrían integrar la Historia Universal de la Infamia que ideó Jorge Luis Borges.