El ser humano, en la concepción religiosa bajo la cual fui instruido, es considerado como un ser naturalmente ritualista. Desde hace más de setenta mil años hemos procurado abordar cíclicamente el pasar del tiempo, adornándolo con símbolos y rituales que permitían dar inicio o fin a momentos específicos del año, desde entonces no hemos parado de hacerlo: La evolución exige que sacralicemos toda forma de novedad que irrumpe en nuestra cotidianidad.
Sin embargo, en una modernidad que tiende a la aceleración, el tiempo no se divide, ni siquiera puede ser segmentado con rituales de inicio o finalización. Por el contrario, se homogeniza y se fusiona con nuestros comportamientos enfocados a la laboriosidad convirtiéndose en un eterno hacer. Particularmente el mes de diciembre, para los latinos al menos, es un momento muy esperado durante todo el año. Es ese punto donde las metas de vida propuestas pueden ser evaluadas y contempladas en la calidez del hogar que se regocija en la celebración y el ambiente de fiesta -características que hasta los más ateos o religiosos sienten-.
Sin embargo, ¿Qué pasa cuando las fiestas decembrinas no se acercan lentamente, sino que invaden la laboriosidad de meses que no cargan consigo la misma tranquilidad y confort del hogar antes mencionado?
En el presente artículo procuraré exponer cómo el fenómeno de la aceleración del tiempo -específicamente en fin de año- resulta problemático para los procesos de desarrollo personal de muchas personas, evitando que se cierren adecuadamente procesos y afectando la salud mental de quienes se sienten agobiados por no haber «hecho lo suficiente». Para los lectores cercanos a la filosofía, confirmaré en este apartado que mi influencia teórica para poder abordar esta temática es el pensador surcoreano Byung-Chul Han y su obra del 2010 La sociedad del cansancio. No procuraré aquí, desde ya quisiera aclararlo, las festividades de fin de año de cada cultura -personalmente es mi temporada favorita-, en cambio propongo repensar la forma en cómo nos acercamos a estas fechas, mientras cuestiono la forma en cómo se nos vende la llegada de estas como espacio de producción.
Han y la sociedad de rendimiento
En algún momento, en mi carrera de profesor catedrático de filosofía, tuve la oportunidad de trabajar en una Escuela Normal. Estas son instituciones que forman a los niños, niñas y jóvenes desde edades escolares para la vida del maestro o pedagogo -aunque no todos terminen ejerciendo dicha formación en el mundo laboral-. Particularmente este espacio, formaba a los estudiantes para el trabajo, una de las cualidades que más se elogiaba entre los maestros que acompañábamos procesos formativos era el multitasking o la habilidad de «hacer» muchas cosas al tiempo. El buen estudiante es aquél que no solo rinde académicamente, sino que participa en foros, representa a nivel institucional en deportes y, ¿cómo no? Tiene relaciones sanas y cercanas con sus maestros y compañeros. ¿Qué opina Han al respecto?
Byung-Chul Han habla sobre cómo la sociedad contemporánea, impulsada por el rendimiento y la productividad, ha alterado nuestra percepción del tiempo. Señala que, en lugar de tener un tiempo marcado por ritmos naturales o externos, vivimos en una sociedad donde la aceleración, la inmediatez y la constante actividad nos llevan a una sensación de tiempo comprimido. El énfasis en la eficiencia, la rapidez y la multitarea nos sumerge en un tiempo que parece estar siempre en escasez, donde la pausa, la reflexión y el descanso son cada vez más difíciles de encontrar. Esta mentalidad de rendimiento constante nos lleva a una sensación de agotamiento, donde el tiempo se experimenta como un recurso agotable y donde la pausa se vuelve un lujo.
Para este autor, hay agotamiento y cansancio constante en el sujeto, debido a que todo el tiempo está enfocando su atención en producir. Todo espacio de ocio, entretenimiento o esparcimiento es visto como enemigo u obstáculo para alcanzar el éxito. Son precisamente estos estándares de éxito -aquellos que son impuestos socialmente- los que llevan al individuo a experimentar con mayor normalidad la enfermedad característica de esta época: La depresión. Expone cómo la presión por alcanzar constantemente metas y ser exitoso según los parámetros establecidos por la sociedad contemporánea puede generar sentimientos de insuficiencia y frustración, lo que a su vez puede contribuir a la depresión.
En esta sociedad enfocada en el rendimiento, donde se promueve la idea de que cada individuo es responsable de su propio éxito, aquellos que no logran cumplir con los estándares impuestos pueden experimentar un sentimiento de fracaso, inutilidad o exclusión. La presión constante por ser eficiente, exitoso y productivo puede generar ansiedad, agotamiento y, en algunos casos, contribuir al desarrollo de trastornos mentales como la depresión.
Han critica esta cultura que culpabiliza al individuo por no alcanzar estos estándares, haciendo hincapié en la importancia de repensar estos valores y encontrar un equilibrio entre la productividad y el bienestar emocional.
Diciembre, desde septiembre
Desconozco, para ser sincero, la dinámica decembrina de otros países latinoamericanos. Sin embargo, el panorama colombiano para mi es más que claro. Desde que tengo uso de memoria, una de las emisoras de radio más escuchadas en Colombia emplea un eslogan propio de las fiestas decembrinas: «¡Desde septiembre, se siente que viene diciembre!».
Parecerá increíble, pero es en este momento del año (septiembre) que empieza a sentirse la navidad. Música de fin de año, natilla, buñuelos y adornos navideños en los almacenes listos para ser comprados, todo se tiñe de navidad. Parecerá para muchos que el año empieza a sentirse con mayor tranquilidad o confort, mentira, la presión aumenta conforme van terminándose las semanas porque diciembre de cada año no es un punto de disfrute, sino un momento evaluativo. Esta percepción de evaluación puede estar vinculada con la idea de rendimiento constante que menciona Byung-Chul Han. En lugar de ser simplemente un período festivo, diciembre se convierte en un momento en el que las personas evalúan sus logros, metas alcanzadas o no alcanzadas, lo cual puede generar ansiedad y estrés.
La presión por cumplir con expectativas, ya sean personales o profesionales, antes de que termine el año puede intensificarse, lo que refuerza la noción de que la sociedad contemporánea está constantemente bajo una mentalidad de rendimiento y evaluación. Este enfoque evaluativo puede generar un sentido de urgencia y agotamiento, ya que se aglutinan las expectativas y la sensación de que el tiempo se está agotando para alcanzar determinados objetivos antes de que termine el año.
Por otro lado, las redes sociales agregan un nuevo nivel de presión a la ya existente sensación de evaluación y rendimiento que rodea el cierre de año. La exposición constante a contenido relacionado con el fin del año, ya sean reels sobre los logros del año, metas alcanzadas, resúmenes de éxitos o incluso las vidas aparentemente perfectas de los influencers, puede intensificar la sensación de presión. La constante exposición a vidas idealizadas en plataformas como Instagram, TikTok o YouTube puede generar comparaciones y expectativas poco realistas sobre cómo debería ser nuestra propia vida o qué tan exitosos deberíamos ser antes de que termine el año. El bombardeo de contenido sobre el cierre de año, metas cumplidas y éxitos destacados puede crear una presión adicional para lograr algo similar o incluso superar esas expectativas. Esto puede llevar a una sensación de ansiedad, estrés y, en algunos casos, a una percepción distorsionada de nuestros propios logros y metas. «No he hecho lo suficiente» se convierte poco a poco en «No soy suficiente», y esta idea se hace cada vez más poderosa conforme aumenta la comparación con figuras idealizadas de redes sociales. Esto contribuye a la sensación de que el tiempo se está agotando y la necesidad de hacer hasta lo imposible por alcanzar ciertos estándares antes de que termine el año.
Detener el tiempo
Diciembre, en su esencia, debería ser un espacio de celebración y reflexión, más que un momento de estrés por alcanzar objetivos preestablecidos. Es un periodo donde el tiempo parece detenerse, donde podemos contemplar los procesos del año, honrar los logros, pero también reconocer las lecciones aprendidas en los desafíos. La presión que se ha construido en torno a diciembre, vendiéndolo como un momento para demostrar logros y metas cumplidas, distorsiona su verdadero significado. Nos sumerge en una carrera constante hacia la consecución de expectativas, alimentada por la exposición en redes sociales y la cultura del rendimiento.
Reitero lo mencionado al inicio de este texto: El problema no son los villancicos, el pesebre, la comida o la música decembrina, sino la percepción construida de este tiempo como manera de alimentar la necesidad de «productividad» de la sociedad moderna. Es crucial redefinir esta percepción de diciembre. Es un periodo de disfrute, de conexión con nosotros mismos y con los demás. Un momento para apreciar los procesos que nos han llevado hasta este punto, para darnos la oportunidad de descansar, reflexionar y cultivar la gratitud por lo vivido, sin la pesada carga de las expectativas externas.
Al cambiar la forma en que abordamos diciembre, liberándolo de la presión del rendimiento, podemos redescubrir su verdadero valor. Es un tiempo para reconectar con lo que realmente importa, para cultivar momentos significativos y para prepararnos para un nuevo ciclo con renovadas energías y perspectivas.
¿Cómo vivir fin de año desde la contemplación y el disfrute de nuestro proceso personal?