Dar un rodeo innecesario al explicar algo que se denomina de una forma concreta, siempre me pareció una pérdida de tiempo por una cuestión de productividad.
Una palabra sirve para concretar, pero si al final acabas disfrazándola de otra cosa, resulta obvio que te estás desviando del camino corto para llegar al mismo sitio.
Si entendemos la productividad como una medición que refleja la relación existente entre los resultados de una actividad, el tiempo invertido en ella y los recursos usados para llevarla a cabo, lo más productivo sin duda sería simplemente llamar a las cosas por su nombre. Las palabras pierden eficacia cuando dejan de designar.
Usamos el término ‘eufemismo’ para referirnos a un rodeo que se hace en el discurso con el objetivo de poder expresar de manera suave o agradable algo que pudiera resultar vulgar o inadecuada para ciertas personas o eventos.
En la antigüedad, los ‘Eupheme’ eran expresiones que se decían para no atentar contra las creencias religiosas de algunas personas.
Hoy, en el mundo de lo políticamente correcto, los eufemismos se han convertido en algo común, en todos los ámbitos de nuestra vida, donde la cárcel se ha convertido en un establecimiento penitenciario, la guerra, en un conflicto armado y lo que todos siempre hemos conocido como basurero, ahora ostenta el título de ‘experto en la eliminación de residuos sólidos urbanos’.
La sociedad de ‘los ofendidos’ es sin duda una forma de tiranía. El fenómeno de lo ‘políticamente correcto’ encierra, en realidad, formas de autocensura y autolimitación. Si se quiere ser políticamente correcto, hay que renunciar a ciertas cosas. Aquí lo esencial es decir lo que esperan los demás. Expresar la opinión de uno mismo siempre contraría a alguien. En cambio, el lenguaje políticamente correcto, busca un discurso neutro, donde las formas del mensaje son más importantes que el fondo.
En lugar de fomentar intercambios productivos de ideas y sanos debates, se ha vuelto casi de obligado cumplimiento ‘cancelar’ a aquellas personas cuyas opiniones se consideran, según el consenso de un grupo social específico, ofensivas o retrógradas.
La desviación y el ocultamiento son los propósitos básicos del 'eufemismo', recurso tan usado en la sociedad de hoy en día, donde no herir susceptibilidades se sitúa en primer lugar. Es ese espíritu conciliador del que hace alarde la diplomacia extrema, el que intenta perfumar la mierda como si de esa forma se modificase su condición.
Esa misma sociedad donde el dogmatismo ilustrado del lenguaje inclusivo excluye a aquellos que hablan con propiedad.
El lenguaje intrincado esconde una cortesía aparente e interesada, en muchos casos; sagacidad o disimulo y un afán por pretender disfrazar de bueno lo que no lo es, cambiando su etiqueta, o como decía George Orwell, "hacer que las mentiras suenen veraces y el asesino respetable".
Ahora, en la epidemia de la corrección política, debemos protegernos del uso que hacemos de las palabras pues pueden convertirse en armas de doble filo.
Con el uso de eufemismos podemos dignificar profesiones y oficios o atenuar situaciones, muchas veces penosas, como la vejez, que ya se quedó en la tercera edad. Que a las putas se les llame ahora “prepagos”, en realidad no hace daño a nadie, pero ¿hasta qué punto hacemos un uso del lenguaje para enmascarar la realidad?
A veces, los eufemismos nos llevan a tolerar lo que no es aceptable. Puedes venir al ‘Ministerio de la Verdad' en busca de respuestas. Aquí no tenemos secuestrados sino invitados permanentes.