Mujeres y hombres de visión entrelazados en su deseo absoluto de un mundo más humano, ya han comenzado a generar cambios, asumiendo riesgos en experiencias tan profundas como son el amor y la solidaridad. Y la Tierra se impregnará de su perseverancia.
(Ernesto Sábato)
No puedo recordar exactamente dónde estaba caminando por el vecindario, como lo he estado haciendo todos los días, desde que me recuperé de un ataque cardíaco. A veces empezaba una caminata y me parecía interminable, sobre todo si hacía buen tiempo. Ese día fue uno de esos días. Al andar, mi mente divagaba con pensamientos, recuerdos y reflexiones. No había método en mi tren de pensamientos. Así marchaba, absorto mientras volteaba cada esquina.
Preocupado por el escenario global actual. Por el antagonismo político que se aprovecha de temores instintivos generalizados. Qué lástima, pensaba, justo cuando el mundo está física e informacionalmente más conectado que nunca. Pero las redes sociales globales del Internet, en lugar de conectarnos en un sentimiento de humanidad, se están convirtiendo en instrumentos para promover el partidismo, la superstición, los prejuicios y las teorías de conspiración.
Me preguntaba por qué el nacionalismo y el populismo están en su plena expresión, justo cuando los países y los pueblos están vinculados como nunca. Hoy, legiones de Marco Polos cruzan el planeta, y exploran la única Tierra, conociéndose, casándose entre sí, y teniendo hermosos bebés multiculturales de razas mixtas, y se van dando con sus propios sentidos, de que realmente todos estamos en el mismo planeta-barco.
Pensé que la pandemia reciente había explotado, al mismo tiempo que muchos países estaban siendo dirigidos, por personas cuya visión se enfocaba en espejos retrovisores, personas temerosas de la fusión de la humanidad, temerosas de compartir y tener responsabilidad por los bienes comunes, enarbolando el lema de volver a la «grandeza» del pasado.
Esta cohesión de las fuerzas instintivas del pasado con sus miedos a lo nuevo era avivada por políticos oportunistas que, en pos del poder, entendían que no era un asunto de racionalidad, sino de susto colectivo, una tendencia tribal, la que se estaba encendiendo en el mundo ante los cambios proyectados por la emergencia de una nueva globalización, cultural, económica, espiritual, basada en una nueva cosmovisión de un planeta donde todos estamos abordo.
Por otro lado, los que vislumbran la nueva humanidad están fragmentados y no saben cómo articular la fuerza intuitiva, espiritual, de unicidad de la vida, para unir a los que tienen esta visión de un mundo integrado. Sí, algunos líderes a veces hacen referencia en sus mensajes a estos sentimientos de una sola humanidad, de una conciencia planetaria. Pero quizás, inseguros de cómo usar las nuevas fuerzas de la intuición, siguen usando los instrumentos de siempre, encuestas y estrategias políticas, tratando de consensuar con una racionalidad superficial, en vez de insistir, con tenacidad en la visión de futuro y conducir la orquesta con los nuevos ritmos, con el mismo fervor, que los que se aprovechan de los miedos del instinto, y avivan los fuegos de la intolerancia y la fragmentación.
Estos pensamientos se agitaban en mi interior mientras caminaba ¿qué pasó con la nueva espiritualidad prometida? La nueva era, la nueva humanidad, ¿qué pasó con la esperanza y el amor? ¿Cómo puede este lío conducir a una nueva humanidad? ¿Hay algo mal con el diseño del universo?
Con estas preguntas di vuelta en la próxima esquina. Levanté los ojos para ver el entorno inmediato y noté que estaba pasando por un lote baldío, donde había habido recientes movimientos de tierra. Todo se veía muy sombrío y olía a tierra herida, no era una vista bonita, y continuaba al parecer por toda la cuadra. Continué caminando por la acera que bordeaba la parcela, y de momento noté a un hombre sentado en un banco, mirando atentamente el terreno.
Cuando pasé caminando frente a él, disminuí la velocidad de mis pasos. Él tenía puesto un sombrero de paja y llevaba una camisa blanca suelta y un poco sucia, revelando, que había estado involucrado de alguna manera con el trabajo de esos suelos. Su sonrisa y sus ojos me llamaron la atención. La sonrisa era como la luz de la luna, suave, brillante y contagiosa, y sus ojos brillaban de alegría, como los ojos de un niño de cuatro años que recibe regalos de Navidad. Me miró, yo le dije: «Buenos días». Él respondió: «Buenos días, mi amigo», y luego con mirada inquisitiva y alegre me preguntó: «¿Te gusta mi jardín, ¿verdad que es hermoso?» —señalando el terreno baldío.
Le respondí: «Bueno, a decir verdad, lo que puedo ver es un lote estéril vacío con la tierra revuelta. Realmente no me parece hermoso».
«Ah —respondió— eso es porque eres un caminante, que miras las cosas momentáneamente, y no del todo, lo entiendo. Pero tienes que mirarlo, como lo hace un jardinero. Tal vez la próxima vez que pases, es posible que el suelo esté fertilizado con estiércol, entonces no solo lo verías como desordenado, sino que también dirías que huele mal. O en otro momento, puedes ver podas o despeje, con todo en confusión. Pero un día será hermoso y algunas flores florecerán y esparcirán su fragancia y otras le seguirán, en una explosión de flores multicolores y tonos de verde con mariposas y olas de pájaros, ondulando y revoloteando el aire en canto y alegría».
Me detuve mientras él hablaba. Enfatizaba con gran entusiasmo sus palabras con gráciles gesticulaciones de sus brazos, para subrayar lo que estaba diciendo, como si él ya estuviera viendo la belleza frente a sus ojos.
«Bueno —le dije—, le deseo buena suerte y espero que sus expectativas del jardín se hagan realidad», mientras reiniciaba mi caminata. «No —insistió—, no entiendes, porque si lo hicieras, verías el proceso en su totalidad, como una semilla y un árbol en flor, todo es cíclico. ¿Por qué insistes en verlo como una foto fija cuando es una película? Estás mirando estáticamente un cuadro de la película y reaccionando a él como si fuera toda la cinta. Pero no hay nada en el universo que no esté en constante movimiento y cambio, todo es en un ciclo, todo. Así es el diseño de todas las cosas».
Me detuve y di media vuelta para mirarlo. Y recordé que, justo antes de voltear la esquina que me llevó a estos terrenos baldíos, había estado reflexionando sobre el triste estado del mundo, el resurgimiento del nacionalismo y la intolerancia y la tragedia de tener líderes por ejemplo, como Trump, Modi y Bolsonaro manipulando miedos instintivos, negando a través de un nuevo aislacionismo la colaboración para abordar problemas comunes como el cambio climático y las pandemias, y continuar alimentando la codicia y el egoísmo, en un mundo de creciente desigualdad. Justo cuando parecía, que habíamos dado un gran salto adelante en la comprensión de la globalidad, de la vida interconectada. En cambio, estábamos de nuevo en un «sálvese quien pueda».
Recordé haber pensado con tristeza lo remotas que sonaban las esperanzadoras palabras de Desmond Tutu de que «un día nos despertaremos y nos daremos cuenta de que todos somos familia». Y que dudé si en realidad habría un gran diseño de la existencia.
Entonces, ahora, cuando este jardinero, elogió la belleza de las tierras removidas estériles y las llamó un hermoso jardín, cautivo mi atención. Al hablarme del diseño de las cosas me miró profundamente, con sus grandes ojos oscuros y brillantes y su sonrisa contagiosa y me dijo:
«Volverás a caminar por aquí, es posible que te hayas distraído u olvidado al respecto, pero ya has caminado por aquí muchas veces. En otras ocasiones, viste era diferente, tal vez verde, ajardinado, o tal vez salvaje, podado, labrado, renovado, despejado. Pero nunca descuidado, no, nunca descuidado porque este jardín siempre está siendo cuidado. Tú estás solo caminando y tu mente está obsesionada con cómo se ven las cosas en el momento de paso, pero si pudieras integrar tus caminatas anteriores y futuras, verías en vez un hermoso jardín en diferentes etapas de crecimiento y realización. Verías este lugar, como lo ve un jardinero residente, en todos sus momentos de potencial y belleza real, porque es en el ciclo donde radica su inmensa belleza».
«¿Entiendes?—, dijo mientras guiñaba un ojo y comenzó a caminar hacia el interior del lote de la tierra removida, silbando una canción matutina.
Movió su mano en despedida y me dijo: «Nos vemos la próxima vez que pases, y trata de recordar, y no te preocupes, todo está diseñado, y el jardinero cuida el jardín, en todo momento».
Caminé de alguna manera con los pies más ligeros, miré los terrenos recién removidos y hasta pensé que veía flores y percibía aromas de flores exóticas, en mi imaginación. Y mi angustia se calmó. Entonces recordé unas palabras que leí una vez referentes a una nueva humanidad: «las posibilidades reales de una nueva humanidad están ocultas para aquellos que miran solo la superficie de la situación mundial…»
Estaba tan feliz de haber conocido al jardinero.