La City de Londres despierta y ya están en su sitio. Ubicados en diez accesos del enclave, dragones flanquean algo más que sus límites, nos indican la dirección de la influencia geográfica de las decisiones que ahí se toman, una particular rosa de los vientos. Cada dragón, siempre de pie, siempre en alerta, irónicamente sostiene entre sus garras, el escudo con el estandarte de la ciudad: la cruz roja en fondo blanco de San Jorge o bandera oficial de Inglaterra, con la espada roja de San Pablo en la esquina superior izquierda, siempre apuntando al cielo.
Al igual que en otros lugares donde se tiene a San Jorge como patrono, la criatura mitológica vencida, termina jugando un papel paradójico. Barcelona es otra ciudad de dragones. Desde los tres del castillo hasta los de Antonio Gaudí diseminados por la ciudad condal. En todos estos sitios, arquitectos y escultores, nos recuerdan que el santo no pudo vencer a todos los dragones y que, todavía, se encuentran muchos entre nosotros. En la City, son al menos trece los que montan guardia.
Ciudad dentro de la ciudad, tiene autonomía administrativa desde el año 886. Como el Vaticano, con múltiples iglesias, la City tiene su catedral, pero anglicana de San Pablo. Los dragones recuerdan a los visitantes, y a casi 400 mil trabajadores que a diario ingresan, que esto es así y al monarca y cabeza de la Iglesia anglicana, que si quiere adentrarse en sus dominios debe comunicarlo al alcalde de la ciudad o Lord Mayor, como señal de respeto.
El Lord Mayor de la Corporación de Londres, que cambió su nombre en el 2006 a City de Londres, es electo anualmente por los representantes de los gremios comerciales registrados en el municipio. El peso de cada voto depende del número de empleados de cada firma. Por lo tanto, este alcalde representa los intereses comerciales, no políticos, de esos agremiados. Su principal función es promover los negocios. El alcalde preside el consejo de la corporación o Corona, que no depende de la monarquía. En 1694, el rey Guillermo Tercero de Orange, privatizó el Banco de Inglaterra. Esa Corona, pertenece a otro imperio. No por casualidad, Charles Dickens ubicó la casa de Evanizar Scrooge y su socio Jacob Marley, en la calle de los seguros o Lime Street. Hoy, hay unas 7 mil personas residentes y más de 14 mil firmas registradas. Con frecuencia, el volumen de transacción internacional superó al efectuado en Wall Street.
Carreteras, un aeropuerto, estaciones de tren e inclusive muelles al Támesis garantizan su acceso. Tiene su propia universidad y el mismo Lord Mayor es su canciller. A pocos kilómetros al este, se encuentra la moderna bolsa de inversiones en Canary Wharf. Uno de los satélites de la City, en este caso, dentro de Londres. La mayoría, se encuentran en peñones o pequeñas islas desperdigadas por los 7 mares incluido el Caribe, preferido de piratas, bucaneros y corsarios. Al igual que en el imperio español de Felipe II, en la red de influencia y actividad de la City, nunca se pone el sol.
La milla cuadrada, como también se le conoce por su extensión, tiene sus tradiciones. Surge de los locales de contratación donde los aventureros obtenían bolsas de dinero para costear invasiones, guerras o expediciones para colonizar nuevas tierras o expropiarlas y explotar sus recursos. En la Bolsa de Intercambio de Metales, por ejemplo, todavía se comunican las transacciones con un leguaje manual de signos tan antiguo que comparte origen con el concepto del mercado de plaza. Los comerciantes, con frecuencia recién llegados de muchos rincones, al desconocer la legua local, se debían comunicar por medio de señales, gestos y hasta sonidos especiales para cerrar los acuerdos. Hoy en día, todo ese concierto se reduce a un sinfín de clicks y beeps. Verdadero deleite musical para algunos. A pesar de que seguimos viviendo a los pies de la Torre de Babel, de igual forma, «la transacción debe continuar».
También es un paraíso arquitectónico. Las ruinas romanas de Londinium son el cimiento, la medieval Torre de Londres y el más reciente Puente de las Torres, son los más turísticos, pero el Gherkin de Normal Foster o el Lloyd’s de Richard Rogers provocan. Dentro de las esculturas, llama la atención la ubicada en la cúpula del Palacio de la Corte de Old Bailey. Se aprecia a una Dama de la Justicia en cuyos brazos extendidos sostiene la espada de un lado y la balanza en otro, con la peculiaridad de que sus ojos no están vendados. Tal parece, que en la City se prefiere a la versión original de la diosa griega; vidente y cuya imparcialidad depende de la inocencia de su feminidad y no de la venda que le colocaron posteriormente. Es verdad que a veces se percibe que acierta pocas veces, por lo que cabe preguntar: ¿debe seguir siendo ciega la justicia?
Si Guillermo III se puede considerar el padre de la City, esta, encontró en Margaret Thatcher a su madre. Con la reforma de 1986 que la ex primera ministra impulsó, enterró definitivamente a la City tradicional por un lado y alimentó al voraz y competitivo sistema actual por el otro. Esa reforma, que, para muchos, ha revitalizado la influencia de Gran Bretaña en el mundo de los grandes negocios internacionales y que significa un 3.7% de la renta nacional, para otros; desregulación salvaje, corrupción y bajos impuestos son los ingredientes de una autodestructiva receta. Dentro del Reino Unido, el número y tono de voces que claman por más control solo ha empezado a incrementarse y sus consecuencias pueden ser inciertas todavía. El nacionalismo y peor aún, el independentismo escocés, encuentra inspiración entre ellas.
Por otro lado, algunos aseguran que los enemigos más peligrosos de la City se encuentran en Europa continental. El Brexit ha sido una de sus consecuencias inmediatas. Desmantelar las ventajas de la City como centro bursátil internacional pudo ser un objetivo europeo, que los británicos se reusaron a tolerar. En la City, se defenderá su paraíso fiscal a toda costa. En cualquier caso, debilitar a la competencia, podría ser una meta. En realidad, tal parece que son más de trece los dragones que guardan y defienden a la City de Londres, pero ¿serán suficientes?