Las remembranzas personales en su mayoría son positivas, y más si tu pasado fue feliz. Puedo creer es mi caso, ni tampoco asumo mi mente adereza el recuerdo como la psicología indica cuando pasa el tiempo además de las sugestiones externas, ya que desde hace unos años los reviso a menudo con mi hermano menor Carlos y verificamos los sucesos. Así que en estas líneas le doy repaso a lo que me daba satisfacción de joven junto a mis padres y hermanos en la capital de Venezuela.
El más remoto recuerdo quizás sea vivir en la urbanización El Paraíso cerca del antiguo Club Vasco al lado de buenos vecinos con quienes jugábamos en la calle. Disfrazarse en los carnavales, por allí conservo foto vestido y maquillado de pirata junto a mi hermano Ricardo como Popeye. También las maravillosas navidades con foto aun en piyamas al lado de gran cantidad de regalos. Eran los años 1960 cuando disfrutaba también con mis primas y primos, íbamos a muchas fiestas, la playa en Boca de Aroa, y a la granja de mi padre. La televisión era en blanco y negro, también atesoro que me llamaba la atención la exploración espacial y los avances que pasaban en esa década, hasta una foto con mi hermano en la tele refleja la llegada del hombre a la luna en 1969.
Mudarnos a Caurimare fue un gran salto adelante, mi abuelo Clemente, construyó una gran casa para vivir dos familias cómodamente como mis abuelos paternos y nosotros ya acompañados por el tercer hermano Carlos Miguel. Los pasillos permitían correr, el jardín era enorme y el estacionamiento techado igual. El espacio sobraba. Eran tiempo de prosperidad que parecían continuarían por siempre.
Eran los años 70 de escuela primaria y secundaria, en especial destaca el Colegio Santiago de León de Caracas cuando vivíamos en La Floresta, los amigos y vecinos se me hacen más claros como patinetear, intentos de beisbol… fracaso rotundo ya que no entendía la pelota base, mejor me iba en fútbol, aunque tampoco muy exitoso también. Descubrí el tenis de mesa, que se me hacía fácil, así como la brutalidad y travesuras de boxeo. Ah y disfrutar de buena música, primero el jazz de mi madre, sus boleros latinos, merengue y alguna que otros blues, soul o destellos de rock que los amigos jóvenes o tíos escuchaban. Siempre me gustó comprar discos, ir al cine, escaparme del colegio y bicicletear en Sebucán. Que decir de los vanos intentos de mi madre por enseñarnos un buen estilo al bailar. Sin embargo, iba a fiestas del colegio donde hablaba más que pisar los pies de las damas al danzar.
Al morir mi abuelo a mediados de los 70 casi todo cambió, sin embargo, nos mantuvimos unidos mudándonos a San Bernardino en otra casa grande de dos pisos, pero tipo town house con vecinos más cerquita. Iniciaba la fase de transporte al colegio más distante ahora, los amigos de mis padres si se alejaron por diversas razones, sin embargo, algo acogedor que está en mi memoria eran los domingos de televisión en la noche. Todos mis hermanos nos preparábamos unos grandes sándwiches e íbamos al cuarto de mis padres donde estaba la mejor tele para ver la película estelar a los pies de su cama. Recuerdo haber disfrutado la vieja versión de Moby Dick (1956) con Gregory Peck como el capitán Ahab. Hasta llegar a los 90 teníamos esa costumbre, igual ver al camorrero coronel Jessup (Jack Nicholson) en Few Good men (1992).
Ya mi hermano Ricardo se había casado en 1991, dejó la casa y el país en 1995. Yo fui el primero en irme en 1982 a estudiar y luego trabajar en Cumaná, pero regresaba a Caracas en vacaciones, navidades y algunos fines de semana, o para ver un buen concierto. En 1995 regresé de mi maestría en Europa y trabajé en mi ciudad natal viviendo esos últimos años con mis padres hasta casarme en 1998. Ya luego en los 2000 eran solo las visitas a los padres con almuerzos de fines de semana. Aun los hacemos, pero cada vez menos y solo con mi hermano Carlos. Como dice el viejo refrán: «el tiempo pasa como agua entre los dedos».