Un museo de arte el cual convoca al Salón Nacional como lo hace el Museo de Arte Costarricense al repasar cada dos años la creación visual de los artistas locales es tal y como expresa el haikú de Sengai: «En el templo de las ilusiones», pues, sobre manera, los artistas emergentes sueñan con ganar algún premio e insertarse en los circuitos de validación del arte actual, para tener un sostén económico posible… sin embargo «todo es solo una vaga ilusión».
¿Ocurrirá?, es real soñar en este país a pesar de la inexistencia de un mercado del arte, de la ínfima posibilidad de exhibir en un museo, al igual que la circulación en espacios del exterior, de ahí que, vuelvo al haikú: «como florecillas del alba que al clarear la mañana abren, pero por puesto el sol en el zenit, se cierran y desaparecen».
Creo que tan importante es saber llegar y ser seleccionado para exponer en el Salón, como permanecer o alcanzar presencia con el tiempo, además, por su puesto, obtener uno de los premios o menciones. Con este criterio externo mi crítica a artistas quienes se comportan como aquellas florecillas —tan poéticas como evocables—, pero, pronto se invisibilizan de aquel jardín, el cual, en esta metáfora, asimila el medio cultural costarricense.
En la historia del arte local dichos salones hacen germinar un semillero de creadores visuales. Así ocurrió en la década de los años setenta del siglo pasado cuando para muchos de nosotros tocó el turno de emerger, cuando estos se realizaban en el ala sur del Museo Nacional, antiguo cuartel de Bellavista, para luego exhibirse en otros espacios capitalinos durante los ochenta, y en las últimas cuatro convocatorias fueron reiniciados en la actual sede del Museo de Arte Costarricense en 2017, 2019, 2021 y 2023.
Lenguajes y discursos, consensos y disensos
En cincuenta años de salones nacionales, la contradicción en el arte persiste: la conmoción que determina la fluidez de dichas miradas a la sociedad que hoy tanto compunge, no solo a artistas, a la población entera, nos desestabiliza o pone de cara a la vida y, en realidad, uno va al museo a sentir ese fuego de la escaramuza del estado del arte.
La actualidad es tan aguerrida como una quimera, y la respuesta de los creadores lo acusan: violenta percepción, agreden a la sensibilidad del visitante que entra al otro lado de la retina o interioridad de cada uno; ocurre, porque el artista al idear la obra dispuso un espejo en el cual a veces encontramos nuestra mismidad reflejada, en una especie de mirada autorreferencial que termina por confrontarnos a nosotros mismos. Pero, y también es cierto que, a muchos eso no les gusta y rehúyen porque no lo toleran.
Advierto otra percepción que me cuestiona a mí mismo como lector, para comprender la propuesta y es ese juego de identidades en la construcción de género, el conflicto hoy ya no es solo político como era en el siglo pasado, hoy es existencial, por saber ¿quién soy?, condición que provoca un ácido escozor en la herida pulsional, atizada por la desigualdad, la identidad del ser contemporáneo conflictuada por la deriva en el filo del abismo.
En esta perspectiva se trazó la propuesta de Mario Cárdenas; Tegumento Rosáceo, arroja un perdigón escurridizo a quien se detiene en esa línea de batalla, sobre todo hoy en día, cuando la figura es determinante en una escala esquiva que enciende la refriega porque la sociedad nos quiere ver como muñecas, pero terminamos como marionetas del poder. Pócima venenosa capaz de exterminar a más de uno(a) afectando el ego al compararla con la figura del cerdo. «Es una protesta contra el control de las corporalidades y la supresión de las identidades», agrega Cárdenas.
Roberto Carter expone Figura en una cama, 2023, aparece solo la cabeza y lo masivo de aquellos personajes de su imaginario lo ocupa la cama, con una fuerte textura y cromaticidad terrosa. Refiere a la íntima experiencia bajo las sábanas hasta morder la punta de la almohada y paliar así tanto desasosiego, reflexión en la larga noche del místico lidiando con quienes nos sumimos en el despeñadero de esa tela colgada en la zona principal del museo con la distinción del Gran Premio a la Obra Bidimensional.
La propuesta tridimensional ganadora, Miradas, de Esteban Guevara, es fuente de una frialdad glaciar, es portadora de dicho acantilado que incita pisar el filo de la (in)consciencia. Se trata de una estructura de repetición modular que nos centra en lo creativo y estético de lo industrial y la producción seriada.
Marcela Araya, con Aguas Zarcas Doghouse, instalación ganadora del Premio Otros Medios, atañe a la memoria de una de esas figuras del espacio sideral que cayó en Aguas Zarcas de San Carlos, provincia de Alajuela. La artista recrea conceptualmente esta historia dándole valor económico al objeto, aludiendo a la subasta Deep Impact: Martian, Lunar and Other Rare Meteorites, organizada por la casa de subastas Christie's, que vendió el fragmento por $44,100. La apropiación de la casa de Roky puede convertirse en un artefacto símbolo e impele a considerar la osadía de tener una obra de arte de estas características en una colección.
Andrés Arias Corrales, con S/T nos presenta otro carácter de una pintura tenebrosa acerca del aislamiento y la ira, detonantes de lo patológico. A su vez, es un abordaje que nos recuerda la obra de artista como Manuel Zumbado y al ya desaparecido Rudy Espinoza, cuando aparece la faz de la bestia, símbolo del poder, lo hegemónico de colmillos filosos y garras cortantes que nos desangran al ir de compras y uso de un dinero que, como se dice en el argot popular, está pegado al cielo.
A propósito, Se cae el cielo de Andrés Ramírez, surge a partir de la interiorización al cavilar sobre lo insostenible, con grado de catástrofe que puede resultar el futuro del capitalismo ante esas refriegas de la economía en el orbe. Pero, y aunque pareciera proveniente de otros discursos no tan desesperanzadores, nos propone tres telas de gruesa factura y calidad pictórica para mostrar el valor de la materia e instruirnos qué, a pesar de todo y la crisis, nos queda el arte el cual ha sobrevivido a todos los tiempos difíciles.
Pero basta de esas fracturas indecibles de lo cotidiano, pongámonos juguetones, apreciemos otros tratamientos abundantes en el Salón: Un felino de cerámica negreada nos evoca las técnicas autóctonas: Mariana Jiménez Zúñiga, Jaguar: guerrero del Sol Nocturno. Importa no solo traer esas propuestas a los museos, sino que a la vida para combatir la baja estima con una fuerte carga de presencia bio/cultural, defendida en Mesoamérica por los pueblos originarios.
Otra de las piezas que obtuvieron mención de Honor del Salón 2023, es la de Basthian Magaña, T.L.C.T.S.P.V. (Todas las cosas tienen su propio vestidito) Es una propuesta lúdica y un tanto traviesa. Evoca las casas de las capas poblacionales más populares y en particular las del campo donde existe la costumbre de vestir los artefactos con «fundas» o «cobertores», connotación cultural o contracultural, que puede volverse tan antojadiza como el boomerang, pero que, si no se sabe sujetar en el retorno, nos golpea.
Kamil Abdalla Bolaños, con Que cumplas más y más, presenta una instalación que nos afecta en tanto a veces nos identificamos y vemos nuestra imagen reflejada en ese espejo o desarmados sin saber como emerger de tan enigmático trance de lo que puede ser un simple juego en una muestra tan singular como este salón 2023.
Los deslices de la psique en la construcción de identidad personal, los rostros se desdoblan e intimidan a cuestionar qué ver. Javier Porras se pregunta: «¿Cómo son tus pasos? ¿Te has preguntado si todo lo que llevas es tuyo?» ¿Cómo nos movemos?. La pintura es una metáfora de esa parte del ser humano que se desdobla al reflexionar sobre el proceso de construcción de lo que somos.
Dennis Palacios exhibe Dogma, autorretrato que mezcla elementos de su contexto cotidiano. Pinta con una buena dosis de técnica y deja ver lo que está detrás: la cultura de masas. Cuestiona la actitud de adoración a iconos de consumo tanto como a los religiosos. Y, en esa ojeada al contexto, al espejo, se mira a sí mismo nos pregunta casi de manera lúdica: «¿Soy lo que consumo?»
Fabio Herrera acota que su pintura es «un rostro que guarda los misterios de sus inquietudes internas; este se reserva los secretos de su alma». Pareciera, en la mentalización de este documento, que existe un discurso de intertextualidad, que a veces buscamos evadir, pero que se vuelve representación de nuestro universo.
Emmanuel Rodríguez Chaves participa con Quimera: La vida y obra de Svetoslav S. La ficha técnica aclara: «Vinculándose con conceptos como pintura extendida y ‘re-mediatización’, el artista crea ambientes particulares que llama ‘escenarios’, en los cuales no habitan solamente obras pictóricas bidimensionales, sino también cualidades de distintos medios». Denota profundidad en la investigación y una apropiada dosis de pensamiento crítico que le infunde hacer esta reconstrucción de un espacio ficticio inherente a distintas realidades actuales en las relaciones interpersonales y la memoria cultural pero también política.
Emma Segura propone Paisajes corpóreo-identitarios. Reflexión autorreferencial acerca del cuerpo y la identidad: la opresión del monstruo de la sociedad. Se debe estar con los pies bien puestos sobre el suelo para afrontar esos desbarajustes con que intimida la estructura social, a pesar de que sus figuras sean tersos, espumosas, o cálidas, siempre poseen su propio aguijón.
José Castillo Picado, con In Ictu Oculi (En un abrir y cerrar de ojos) observa a los medios de comunicación que utilizan las «tachaduras» como un recurso para el anonimato, útiles en asuntos legales o judiciales para «proteger» o «ocultar» la identidad de la persona retratada u observada por la sociedad.
Sofía Ureña, expone Cosecha, figura de un árbol flotante, cuyas hojas son formas biotextiles cultivadas por ella misma en su proyecto sobre nuevos materiales para la práctica artística; son jugosos frutos pero que al flotar cuestionan o mueven a indagar el significado de lo etéreo, de una luminosidad cercana a las imágenes mentales.
Alonso Campos Pérez, Atesorarse. Son figuras recortadas del papel pergamino, pues cualquier esfuerzo fuera de la práctica lo agrede, así como también se rasgan las memorias cuando se intentan violentar. Es un trabajo excepcional, un pensamiento persistente y un sentir interior como una pulsión del alma.
Otra de las obras que despiertan mi interés es un móvil de Alejandro Marín titulado Ahora que vuelva nada más quiero ser. Emana de la introspección del artista cuando se cuestiona a sí mismo aspectos de la identidad de género, y que repercute en una pieza que con solo girar en sí misma focaliza otras facetas de la vida, que entraña el deseo de volver al origen, a ese útero cósmico donde se forja la esencia de nuestra personalidad.
Omar Rivillas, Flujos etéreos, de la serie arqueología urbana, incrementa lo contingente del acertijo, pero lo que más me sedujo a saber de esta pieza es la sombra que esos objetos colgados arrojan sobre los fragmentos y el piso de la sala, hablan de manera figurada acerca de la destrucción o la condición de la urbe cuando se escarba como palimpsesto.
El jurado lo conformó María José Chavarría, curadora del MAC, con larga experiencia en estas instancias artísticas; Rubén Jerez, académico de la Universidad de Costa Rica (UCR) y José Daniel Picado, curador jefe del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), quienes revisaron ciento ochenta y ocho propuestas para seleccionar treinta y ocho piezas expuestas.
Visitar el Salón 2023 del MAC es desafiante: tratar de indagar acerca de cada obra, lectura de fichas técnicas u otra documentación implica alojar la nueva información en nuestros archivos cerebrales tan congestionadas; imposible dar una acotación al enigma que proviene de cada práctica artística de los y las participantes.
Estamos en una época compleja que mantiene en vilo a la humanidad como para desgastarse en polemizar y sacar trapos sucios. Solo me motiva a recordar una de las cartas de Van Gogh a Theo, acerca de una parturienta quien enseña a los demás el recién nacido vestido con sus mejores ropajes, pues no tiene por que mostrar los trapos ensangrentados del parto. Entonces, a aprovechar las florecillas del alba recién abiertas y valorarlas antes de que el sol llegue a su cenit.