La fila de viajeros que estamos esperando el control policial en el aeropuerto, es un verdadero e infinito laberinto. Entre esa multitud, a lo lejos, diviso a Silvio Caiozzi. No podía ser más cinematográfica mi partida a Mozambique.
Nos saludamos a la distancia. Luego de recibir el timbre de la PDI, y después de poner todas mis pertenecías en cajas de plásticos, ruedan como mercadería, para ser objeto del ojo acusador del escáner. Al pasar la puerta, o el umbral policial, que detecta metales u otras cosas escondidas, no podía ser de otra manera. Se prendió la luz de color rojo purpura. Convencido que el aparato realmente sabe lo que hace, y a quien se lo hace, supongo que, gracias a la inteligencia artificial, me pregunté, como cachan como uno piensa.
Después del toqueteo, avanzo por las interminables correas transportadoras que lo llevan a uno como ganado hacia el patíbulo. Una vez ya instalado en la Gate que me correspondía, veo deslizarse lentamente a Caiozzi entre medio de más rebaño, no venía solo, venia junto a Edgardo Vierick, otro cineasta, no sé si este lo acompaña en calidad de abogado o de colega. Al pasar cerca de mí le pregunto en que andan, me responde que van a Buenos Aires por una coproducción. ¡Silvio me hace la misma pregunta desde una cierta distancia, le respondí que iba a mostrar mis películas en Mozambique, creí escuchar a Caiozzi decir, que aventura! Casi gritando pregunté por Lupe, su esposa. Con gestos de manos me hizo entender que estaba estable. Soy un eterno agradecido de Lupe por prestarme parte del equipo de filmación cuando realicé el largometraje Horcón, al sur de ninguna parte.
Al llegar a Sao Paulo, la policía brasileña me indica que debo sacarme el cinturón, los zapatos, y poner todo el resto de mi equipaje en la banda que conduce nuevamente al scanner. Para variar la luz roja me acusa. Pensé por un momento que con Lula podría haber sido distinto. Explico que la pulsera que llevo puesta, desde 1977, no es posible sacarla sin un alicate de punta. A la hora del embarque para Sudáfrica, me piden la tarjeta de las vacunas contra la fiebre amarilla. No era sorpresa para mi aquello, cuando viajaba de Mozambique a Suecia, de vacaciones, para los suecos, esa tarjeta amarilla, era casi más importante que el pasaporte. Les digo que no tengo, que voy solamente de tránsito, que mi destino es Maputo. Era lo que yo creía en ese minuto.
Ya volando sobre el Atlántico, antes de la cena, buceo en la pantalla las alternativas de entretención que ofrecían para capear las horas de vuelo. Mi intención era ver la mayor cantidad películas posible para así consumir gran parte de las nueve horas de viaje, donde por lo general, no consigo dormir. Naturalmente, fue difícil encontrar películas que me interesaran. Precisaba de cuatro para llenar mi noche. Intenté con un film coreano llamado La decisión de partir. Soporté los primeros cinco minutos y entendí que el resto sería una ensalada de sangre y muertes. La siguiente apuesta fue Chevalier. Historia de un eximio violinista negro en la Francia medieval, inspirada en la historia real de Joseph Bologne: hijo ilegítimo de una esclava africana y un dueño de plantación francés, quien asciende a lo más alto de la sociedad francesa como aclamado violinista, compositor y esgrimista, y se ve envuelto en una historia amorosa condenada al fracaso y a un enfrentamiento con María Antonieta y su corte. No podía haber escogido mejor film para este viaje al continente negro. Todo calzaba de maravillas con mi viaje a Mozambique para mostrar mis filmes en este continente tan maltratado históricamente. Fue como un acto de premonición. Era lo mejor que me podía ocurrir.
Yo había decidido estrenar en Mozambique mi más reciente Video arte espontaneo, que es como catálogo mi trabajo cinematográfico, titulado United Colors of Reality. Esta obra cuenta con la siempre sobresaliente participación del músico, el maestro, Cristian López. Parte fundamental también de esta obra es el más importante poeta mozambiqueño, José Craveiriha. También participa su compatriota la poeta Sonia Sultuane. De Brasil, participa el gran poeta, escritor y director de la Biblioteca Nacional de Brasil, Marco Lucchesi. De Chile, son parte el poeta premio Nacional de literatura Raúl Zurita, el también poeta y premio Nacional de Literatura Elikura Chihuailaf, junto a ellos, están los destacados poetas y narradores Jaime Pinos, y Omar Pérez.
Esta obra artística, es un verdadero multimedia ya que, a lo descrito, se suman escenas de mis filmes realizados en África, desde donde también se extrajeron fotogramas que luego de un trabajo en Photoshop se convirtieron en auténticos ejemplares del llamado fotoperiodismo. Esta obra termina con mis pinturas. La obra es una especie de grito colectivo que denuncia los atropellos sufridos por nuestros hermanos africanos en manos europeas, desde siempre. El cinismo europeo, queda nuevamente patente con la invasión rusa a Ucrania. El supuesto boicot a Rusia, y su solidaridad con Ucrania, se manifiesta entregándole armas; armas que endeudarán al país hasta más no poder, mientras la industria armamentista firma jugosos contratos para reponer el stock de estos solidarios países.
Hoy Europa, compra un 40% más de gas a Rusia, que antes de la guerra. España compra hoy un 71% más de gas a Rusia. Esta situación me trae a la memoria cuando aterricé por primera vez en el aeropuerto de Johannesburgo, en Sudáfrica. Corría el año 1983, Mandela continuaba prisionero en Robben Island. Se suponía que existía un boicot mundial al régimen de apartheid, sin embargo, la loza del aeropuerto estaba plagada de jumbos de las más importantes líneas aéreas europeas. Como corolario de lo que escribo. Según UNICEF, más de 333 millones de niños en el mundo, viven en extrema pobreza, más del 40% sobreviven en África.
Una vez que acabé de ver el film Chevalier, saqué el libro que llevaba para palear el vuelo. Entre varios que aún no leía, había escogido La casa de Dostoievski, de Jorge Edwards. En Off the Record, habíamos entrevistado varias veces al autor. Le tenía simpatía a Edwards, con su librería ubicada en Drugstore nos había auspiciado algún tiempo. Debo reconocer que me armé de paciencia para no dejar de lado el libro casi de inmediato. Me imaginé esos libros cuyos autores escriben en las bibliotecas. Estaba lleno de referencias de lugares europeos y de importantes autores de la cultura mundial. Personajes, que van siendo incrustados en las historias de juventud del autor. Historias triviales, donde no acontece nada que emocione, que lo mantenga a uno interesado o expectante con la trama. ¿Esnobismo, siutiquería chilensis? Es algo común de nuestras elites artísticas. Ayer fueron pintores, poetas, escritores, hoy son nuestros cineastas que van a sacarse selfis a los festivales europeos, sin cuestionarse el rol europeo en el presente, no solo con lo de Ucrania, sino con los miles de sus hijos africanos frutos del colonialismo, muertos hoy en sus playas.
Al llegar a Johannesburgo, tuve que estar 12 horas en el aeropuerto, gracias a una incomprensible explicación de la agencia de viajes en Santiago. Luego se sumó a lo ya vivido, cuando estábamos en el bus, a minutos para embarcar, nos informan de un desperfecto en el avión. Esa noche, entré ilegal a Sudáfrica y sin la famosa libreta de la fiebre amarilla. Finalmente, ya en Maputo, el reencuentro con viejos colegas del Instituto Nacional de Cine de Mozambique fue muy emotivo. Sol de Carvalho, Valente Dimande, Daniel Guicossecosse, Luis Simâo, Otilia da Concençao, y Mutxhini Malangatana. La calidez y el interés de todos ellos por saber de mi trabajo y de Chile, no es comparable con lo que me ha sucedido en Chile. Para mis colegas, amigos y familiares, África, simplemente no existe. Con mis colegas mozambiqueño vivimos momentos de saudade comentando detalles de cada uno de los filmes que realizamos en conjunto.
No pude no pensar en mi amigo cineasta Patricio Paniagua, recién fallecido en Chile, de forma muy dramática. A quien el gremio no lo ayudó frente a la canallada de un colega que le robó su historia de vida en los campos de concentración de Pinochet, por cien pesos. El reencuentro con mi hermano africano Haroon Patel, con quien realicé la mayoría de mis documentales, fue como siempre, pleno de amistad y mucha emoción. Hoy Patel, es un alto dirigente del fútbol de su país, también es socio de una universidad, entre otras actividades comerciales. Esta nueva faceta de mi querido hermano, implicó que a los pocos días yo estuviera sentado en el sector vip, a pocos metros del presidente del país, presenciando el triunfo de Mozambique sobre Benín, por la Copa de fútbol de África. Mientras esto sucedía en Mozambique, Bielsa nos castigaba en Montevideo.
Quizás la más importante actividad que tuve oportunidad de realizar en Mozambique fue mi visita al Instituto de las Artes y la Cultura, donde realicé lo que suelen llamar clase magistral. Presenté el film ganador de un Oscar, Historia de un Oso, y Rebelión Ahora, film clandestino que filmé en Chile en 1983. Principalmente, eran estudiantes de artes visuales, de cine, diseño y escultura. Traté de explicarles de qué vivir del arte, de la cultura, no es fácil. Que es absolutamente necesario ir pensando en forma paralela a sus estudios en otra actividad que se complemente, para sumar y así lograr vivir de aquello que tanto aman, sin morir en el intento. Que afuera, en la calle, todos son artistas, los que hacen malabares en las esquinas, como los que cantan en las micros, o rayan las paredes, todos se catalogan artistas, procurando sobrevivir. Que el cartón, o diploma de artista, no les garantiza larga vida como artista. Ganar un Oscar, no debe ser la meta. Para nosotros en Chile, ganar esa estatuilla, fue una casualidad de la vida.
En partes de África, aún se vive como si no se hubiera descubierto la rueda. Pero, por suerte, si han descubierto el internet. Este invento, para muchos, tan revolucionario para el desarrollo, como ha sido la rueda, es parte del diario vivir de los jóvenes africanos. Internet y todos sus derivados, son un medio transversal de conocimiento y desarrollo, que no es ajeno a las nuevas generaciones de africanos.
Ya no importa que los profesores estén impartiendo clases bajo la hermosa y agradable sombra de un frondoso árbol de mango o cajú. Esos niños hoy están conectados con su celular al mundo.