Últimamente suena mucho el concepto de «la nueva humanidad» y del intenso momento de cambio que estamos viviendo. También cada vez más se hace presente la idea de que somos creadores de la realidad y por tanto estamos creando un mundo nuevo o distinto al que hemos conocido. Pero ¿qué significa crear lo nuevo? ¿A qué se refiere vivir en un espacio tiempo de cambios en los que podemos ser conscientes de nuestra capacidad de discernir y actuar respecto a la realidad que queremos manifestar?
Para empezar, es evidente que nos encontramos en un punto de inflexión en el devenir de la humanidad, en el que tenemos la posibilidad de ejercer el libre albedrío para definir el rumbo que queremos seguir. Tal y como lo anunciaron las llamadas profecías mayas, hopis, incas y de otros pueblos originarios que visionaron la llegada de un momento en el que el ser humano tendría que decidir el camino que tomaría como humanidad y como planeta. Como en un viaje, que en este caso es el de la vida humana y planetaria, llegamos al punto en que el camino se bifurca: por un lado, podemos continuar por la ruta aparentemente conocida y por el otro, tenemos la posibilidad de descubrir una vía nueva e inexplorada.
Como en la película Matrix, en la escena en que Morfeo (dios de los sueños en la mitología griega) le pregunta a Neo (nuevo en griego), ¿cuál pastilla quiere tomar?: la roja que le permitirá despertar del sueño para conectar con su esencia y potencial transformador, aunque sea doloroso e incómodo navegar en la verdad del sistema; o la azul, que le mantendrá en la fantasía de quien está plácidamente dormido. Dormir y seguir soñando implica mantenerse en el Sistema o la Matrix que, como una red, nos atrapa en el destino lineal del mundo cuyas normas no podemos cambiar. Como en el Show de Truman repetimos escenas de una realidad que nos aleja de la esencia transformadora, consciente y activa que somos.
El sistema o camino «conocido» avanza en la transformación tecnológica con cambios trascendentales que marcarán la historia de la humanidad, como por ejemplo con la introducción de la inteligencia artificial que inevitablemente cambiará el ritmo de la vida, las relaciones laborales y los conceptos de productividad. Como en los tiempos modernos de Chaplin, vivimos una profunda revolución post industrial que incluye modificaciones en genéticas inimaginables, la introducción de alimentos sintéticos, la desaparición del papel moneda y el paulatino aislamiento del ser humano cada vez más enajenado en el mundo virtual, mientras se aleja de su presencia y esencia colectiva, comunitaria y gregaria.
El panorama actual está plagado de políticas agrícolas que amenazan la soberanía alimentaria y ponen en riesgo la vida rural, mientras se encarecen los precios de bienes básicos y disminuyen los derechos humanos, que son cada vez más inhumanos -como, por ejemplo, el escaso acceso a la vivienda y la precarización de la salud-, y aumentan la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos, a la par que crece la pobreza de muchos otros. Migraciones, guerras, inundaciones, sequías, incendios y otras señales muestran un escenario apocalíptico, propio del espacio tiempo de la caída de paradigmas ante los cuales hemos de encontrar vías que hagan viable una nueva humanidad capaz de superar el caos y crear alternativas tangibles, latentes y posibles.
Por otro lado, la pandemia y la postpandemia han marcado un hito, un antes y un después en el sentido de la vida que nos lleva a hacernos preguntas sobre ¿cómo queremos vivir?, ¿quiénes queremos ser como seres humanos? ¿a qué hemos venido? ¿qué tipo de trabajo deseamos? ¿vale la pena concentrarnos en tener o en sobrevivir? Estas y muchas otras preguntas surgen por la situación extrema de haber visto tan de cerca la muerte, como un impulso para recuperar nuestra humanidad, para creer y crear posibilidades de vida que existían desde tiempos inmemoriales.
Otras formas de vivir existen ancestralmente y las preservan algunos pueblos originarios que conservan sus costumbres. Además, hay movimientos de gentes que siembran otra realidad con la creación de eco aldeas o el repoblamiento de pueblos que habían sido abandonados, como una forma proactiva de salir de la matrix para tener una vida más armónica y al ritmo de la naturaleza más que del sistema. Con calma y con el foco puesto en el cuidado de la vida, estas comunidades laboran la tierra, cuidan del hogar y de la comunidad, educan a los hijos, atienden a los abuelos y aseguran lo necesario para vivir mientras tejen un enfoque equilibrado entre el ser y el tener. Ese otro ritmo permite saborear el aire, el viento, la luz del sol, abrazarnos y manifestar el amor, no solamente el de pareja sino en todas sus formas y sentidos: a la naturaleza, a los animales, a la familia, a la comunidad, a los otros y a nosotros mismos, porque nos hace falta aprender a amarnos.
En el mundo viejo, el de la matrix que está colapsando, nos educaron para crecer, educarnos (si hay suerte y recursos) para cumplir con la meta de producir y tener. Tener, aunque ello signifique hipotecar la juventud, sacrificar los sueños, aplazar la vida y renunciar a Ser para poner la mira en un futuro incierto al que ni siquiera sabemos si llegaremos. Por eso desde hace décadas hay reflexiones sobre las diferencias entre el Ser y el Tener, dando prioridad al sentido de la vida que queremos y merecemos vivir. La cuestión es darle significado a estar vivos, no solo para tener objetos materiales sino para ser humanos, con todo lo que ello significa satisfaciendo las necesidades afectivas, emocionales y vitales.
Si nos ponemos a pensar lo que necesitamos para vivir y ser felices no es tanto, y por ende, no debería estar lejos del alcance de todos. Si tenemos un techo, buen alimento, agua y aire sanos, además de salud (física, emocional, mental y energética), ropa y cobijo de la familia y la sociedad a la que pertenecemos, ¿qué más nos puede faltar? Tenerlo todo debería ser más sencillo, aún más en un planeta abundante en el que solo falta un reparto justo de la riqueza para que llegue a todos y no solo a unos pocos.
Además de lograr la equidad e igualdad, más que como proclamas como derechos reales, la nueva humanidad implica conectar con la naturaleza, para asumir que somos parte de ella. Trabajar en la descontaminación del planeta será una posibilidad para limpiarnos, mientras sincronizarnos con los ciclos vitales y los cambios reales. De esa manera, la nueva humanidad reparará los errores cometidos con la madre tierra, para convertirlos en aprendizajes que nos permitan disfrutar de la generosidad de la naturaleza, para que seamos capaces de ver y percibir movimientos la vida en todo su esplendor. La nueva humanidad podrá conversar con los árboles como un acto normal y cotidiano, recibirá su energía para soltar las cargas electromagnéticas; a la vez que conectará con la fuerza de la tierra a través de nuestras raíces, expandirá el sol interior al iluminarnos con el exterior, respirará con fuerza para sintonizar con el latir del todo que nos permitirá expandir el Ser humano que realmente Somos.
La nueva humanidad será completamente cuántica y a la vez chamánica, desarrollando el potencial del hemisferio derecho y expandiendo el 100% del cerebro, con toda intuición y poder que contiene. Es solo cuestión de empezar a entrenarnos, de permitirnos Ser humanos con la capacidad de ver otras realidades y desarrollar las habilidades llamadas intuiciones o dones, como la telepatía que solo es una manifestación del poder del cerebro humano. Afortunadamente las nuevas ciencias cuánticas nos permiten afirmar que expandirnos a estados elevados de consciencia no es solo un mito chamánico, sino una posibilidad accesible por muchos medios, además de los chamánicos.
En tierra habitada por la nueva humanidad no habrá guerras, porque no habrá dueños de los recursos ni intereses detrás del oro, el petróleo, las armas y porque no habrá pequeños grupos de señores que deciden por nosotros. Los conflictos se resolverán con entendimiento y comprensión, sin jerarquías ni poderes en pocas manos pues seremos una multitud ejerciendo el discernimiento que nos permitirá la realidad tal cual es, incluida nuestra capacidad para transformarla.
Cada uno de nosotros podemos escribir el guion de la nueva humanidad y del planeta que queremos habitar, porque somos una multitud de gotas de agua que conforman el mar y estrellas capaces de brillar en el firmamento para iluminar la oscuridad. Ahora es el momento de empezar a creer en nuestro poder transformador, con pequeñas acciones manifestadas en una secuencia que nos emancipa de las cadenas de la cárcel mental que limitaba las capacidades que tenemos para crear el mundo que queremos y merecemos vivir.
La clave es comprender que el cambio somos nosotros, que la nueva humanidad ya nació, está aquí manifestada en cada acción y pensamiento que cuestiona la realidad más allá de lo aparente. Ahora sabemos que podemos crear, imaginando el nuevo mundo para darle formas y colores, mientras paso a paso decidimos el rumbo que vamos a tomar personal y colectivamente.