¿Podría haberse apartado Cuba, después de la revolución, del capitalismo «salvaje» de Estados Unidos sin caer en la sovietización de su economía? ¿Podría haber encontrado un camino propio entre el liberalismo extremo y el comunismo?
Una luz para alumbrar las respuestas la arrojan las intervenciones y escritos de Regino Boti, primer ministro de economía de Fidel Castro, cuyo centenario de nacimiento se cumple este año.
Cuando Cuba y EE. UU. rompen relaciones en 1960 y se produce el desembarco de Playa Girón —o bahía de Cochinos— en abril de 1961, la suerte quedó echada: la URSS ofreció su mano tendida y Fidel Castro la tomó. No quedaba más remedio que rendirse ante el abrazo del oso soviético. Pero surgen dos preguntas esenciales. La primera: ¿podía haberse evitado llegar a aquella situación extrema? La segunda: ¿iba obligatoriamente incluido, en aquel abrazo, la sovietización de la economía cubana?
Hablemos antes de Regino Boti. Nació en Guantánamo en 1923 y su preparación fue muy sólida: cursó en La Habana, simultáneamente, el bachillerato oficial y el inglés, se licenció en Leyes en la universidad capitalina y accedió a la Escuela de Economía de la Universidad de Harvard. Allí tuvo el privilegio de contar con un profesorado fuera de serie: Leontieff, premio Nobel; Schumpeter; Haberler; Hansen, discípulo de Keynes…
Al terminar sus estudios, Boti supo de la inminente creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), a la que se oponían los norteamericanos pero que, gracias al voto de la mayoría de los países de la región, se impuso en Naciones Unidas. Boti presentó su solicitud de ingreso y fue aceptado. Allí, desde su fundación, se fogueó en el conocimiento de la realidad política, económica y social de Latinoamérica junto con el brasileño Celso Furtado, el mexicano Juan Noyola y el norteamericano Alexander Ganz. A ellos pronto se agregarían, siempre bajo la dirección del célebre economista argentino Raúl Prébish, Víctor Urquidi, Osvaldo Sunkel y Jorge Ahumada.
Si Harvard había sido el sustento teórico en la formación de Boti, CEPAL fue la escuela que le descubrió los problemas que compartía Latinoamérica; una escuela libre de la tutela de EE. UU., formada por economistas y profesionales de distintos países y que resultaría vital para el análisis de asuntos que no habían entrado aún en la agenda principal de la investigación económica, como las «relaciones económicas centro-periferia» o el «deterioro de la relación de precios de intercambio»: cada vez se necesitaban más productos primarios —los exportados por los países en desarrollo— para comprar la misma cantidad de productos manufacturados —los ofrecidos por las economías desarrolladas.
El corolario era obvio: si la exportación de productos primarios resultaba insuficiente para lograr el desarrollo, la alternativa era la industrialización. Promover la producción industrial y sustituir importaciones, ese era el camino, y ese sería también el sueño que Regino Boti querría para Cuba cuando triunfase la revolución.
Mientras trabajaba en CEPAL, Boti recibió una invitación de la Universidad de Oriente para crear su Escuela de Economía. Allí se relacionó con profesores que constituían un foco importante del Movimiento 26 de julio en la isla, como Max Figueroa y Baudilio (Bilito) Castellanos, y con estudiantes, como Vilma Espín y «Papito» Serguera. El Servicio de Información Militar comenzó a vigilarlo y tuvo que abandonar el país.
A la escuela académica que supuso Harvard en la formación de Boti y a la escuela práctica sobre los problemas de Latinoamérica que supuso CEPAL, se unió la escuela social y revolucionaria que se encontró en la Universidad de Oriente. En esas tres columnas basaría Boti el ejercicio de su vida profesional, una vida que incluyó los encargos de elaborar el «Programa Económico del Movimiento 26 de julio» —junto con Felipe Pazos— y regir el Ministerio de Economía que habría de crearse.
Y se podría agregar una cuarta columna en la que también se apoyaría Boti; una columna forjada por los valores que le inculcó su padre, Regino Boti Barreiro, nieto de españoles, abogado, notario y poeta reconocido quien, a pesar de ser persona acomodada, vivía de su trabajo y contaba con profundos principios éticos y morales. Boti diría que era de «acrisolada honestidad», que no sentía ningún apego al dinero y que su mayor aspiración era la educación de los hijos.
Al triunfo de la revolución, Cuba dependía excesivamente de la industria azucarera y de la venta de ese producto en el mercado estadounidense. Boti era muy consciente de los problemas que enfrentaba esa industria y de los que afrontaría en el futuro, derivados de una oferta internacional creciente y de una demanda mundial poco dinámica. La necesidad de modificar aquella situación era indiscutible y la única solución, de acuerdo con las tesis de CEPAL que el propio Regino había contribuido a formular, era la industrialización. Diversificar la industria para proteger a la economía de las oscilaciones del precio del azúcar; así aumentaría la productividad y el empleo.
Con un Gobierno inicialmente predispuesto a estas tesis, el sueño económico de CEPAL para América Latina podría hacerse realidad. El «Programa económico del Movimiento 26 de Julio» ya había recogido esas ideas y algunos dirigentes de la revolución, como el propio Che Guevara —quien representaba a la Dirección Política del país en la Junta Central de Planificación que Boti presidía—, llegaron a afirmar que Cuba podría, en diez años, convertirse en el país más industrializado de la región. Aquel programa ya avanzaba con claridad la necesidad de acometer una reforma agraria.
El choque con Estados Unidos
Muy pronto, todo se complicaría. Los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa. Aunque en el contexto de la Guerra Fría entre EE. UU. y la URSS, el choque entre el Gobierno cubano y el de Estados Unidos pareciera inevitable, en los primeros meses de 1959 no había razones para presagiar una ruptura abrupta de relaciones. Fidel Castro, acompañado por Boti, visitó EE. UU. en abril de 1959 para concertar préstamos. Boti pensaba, como señaló en una de sus intervenciones públicas, «que se podía ir muy lejos por la vía de la negociación con los norteamericanos».
Sin embargo, la aprobación en junio de 1959 de la Ley de Reforma Agraria, la cual buscaba modernizar el campo y beneficiar al campesinado sin tierra, precipitó todo. Las tierras ociosas, propiedad de nacionales y extranjeros, serían repartidas, y las sobrantes serían organizadas en cooperativas. Los propietarios afectados serían indemnizados de acuerdo con el valor catastral declarado, muy inferior al de mercado.
Las primeras expropiaciones afectaron a 821 mil hectáreas y la reforma provocó una reacción contraria inmediata por parte de los latifundistas. Algunos abandonaron el país uniéndose a los exiliados batistianos en EE. UU. La embajada norteamericana mandó una nota en la cual, además de expresar preocupación por el sistema de compensación, pedía un «tratamiento considerado» hacia sus nacionales.
Pero Fidel, en una concentración multitudinaria el 26 de julio de aquel año, afirmó que Cuba era una nación soberana y que la Ley de Reforma era aquella y ninguna otra. Poco después, en octubre de 1959, una nueva Ley de minas otorgó al Gobierno el derecho a cobrar impuestos y a controlar la explotación de los minerales extraídos en Cuba, lo que afectó a compañías estadounidenses que no pagaban impuestos.
Así comenzaron los «tiras y aflojas» entre ambos países, pero sin «aflojas». Mientras tanto, el viceprimer ministro soviético Anastas Mikoyan visitó Cuba en febrero de 1960 y firmó un convenio comercial: la URSS comprará un millón de toneladas de azúcar a la isla caribeña durante cinco años y Cuba recibirá un préstamo de 100 millones de dólares para la compra de maquinaria. Poco después se acuerda la entrega de petróleo soviético a cambio de azúcar. El Gobierno cubano pide a la Esso, Shell y Texaco que refinen ese petróleo, y estas se niegan. El Gobierno ocupa sus instalaciones.
Prosiguen las «escaramuzas». En julio de 1960, Eisenhower decreta una reducción de 700 mil toneladas de la cuota cubana para ese año. La URSS muestra entonces su disposición a adquirirlo. Esa «intromisión» soviética en un país latinoamericano, cuando estaba en vigor la «Doctrina Monroe», resultaba intolerable y EE. UU. suprime, entonces por completo, la cuota de azúcar de Cuba. El Gobierno de Fidel interviene los latifundios de la United Fruit Company y nacionaliza refinerías de petróleo, ingenios azucareros y las compañías de teléfonos y electricidad.
Finalmente, en abril de 1961 se produce la invasión de Playa Girón y Fidel declara el «carácter socialista» de la revolución. La suerte quedó echada. Fidel eligió el abrazo del oso y decidió sovietizar la economía.
Aquella revolución «nacionalista», que se pensaba capaz de llegar a acuerdos con el empresariado, dejó de ser posible y el camino «intermedio» que representaba el estructuralismo de CEPAL entre el capitalismo «salvaje» de EE. UU. y la economía socialista de la URSS, quedó en el limbo. EE. UU. no estaba dispuesto a aceptar una Cuba soberana tan cerca de sus costas y, para los revolucionarios, la relación con EE. UU. no podía basarse en la sumisión. A Fidel Castro le asistía la razón moral para no plegarse a la voluntad del gigante del norte. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿hubiera sido posible, a través del diálogo en el que confiaba Boti, no romper por completo las relaciones económicas entre ambos países?
Sin duda era una posibilidad remota, pero no impensable; ¿acaso no llegaron ambos países a negociar exitosamente la liberación de los 1,200 prisioneros que dejó la invasión de Playa Girón a cambio de alimentos, medicinas y tractores —negociación en la que Boti jugó un importante papel—? Parece claro que Fidel Castro, y sin duda el sector de su gobierno formado por el Partido Socialista Popular (PSP) de orientación comunista, no evitó la confrontación —si es que no la propició—, bien fuese por ideología —aunque Fidel siempre había negado ser comunista—, bien porque decidió anticiparse a una ruptura que entendió inevitable. Al cabo, EE. UU. ya era ducho en la práctica de derribar gobiernos que se atreviesen a practicar políticas progresistas, como había demostrado en Guatemala en 1954 con el golpe de Estado contra Juan Jacobo Arbenz.
Y la otra pregunta: ¿era conveniente aquella otra sumisión a la URSS, nacionalizando todas las empresas de la isla? La opinión de Boti ya no contaba. Sería considerado un «tecnócrata». De izquierdas, sí, pero un tecnócrata. Ahora era el PSP el que había alcanzado una influencia muy superior a la que le correspondía por su papel tardío en la revolución. Fidel se apoyaría en algunos de sus dirigentes, quienes se encargarían de la relación con la URSS, aunque la última palabra sería siempre la suya. A la vista de los resultados económicos obtenidos, la pregunta anterior se responde por sí sola.
Los sueños de desarrollo económico tan acariciados por Boti y los economistas progresistas de la región se volatilizaron. La alternativa que CEPAL buscaba al sistema basado en la extracción y exportación de productos primarios, ese no que genera desarrollo, quedó postergada. Y ni el capitalismo que experimentó Cuba antes del 59, ni el socialismo que vino después, resolvieron los problemas de su economía.
Boti dejaría de ser ministro en 1964. La salida del Consejo de ministros de uno de los pocos «moderados» que quedaban consumó el giro hacia el comunismo. Fidel le ofreció otros cargos, pero Boti los declinó. En los años siguientes, Boti ocupará distintos puestos, pero nunca como dirigente político: administrador de una Empresa de Productos Dietéticos en Bayamo, economista en el Ministerio del Azúcar de Matanzas; asesor de la Presidencia del Instituto Cubano de Radio Televisión (ICRT)… trabajos que quedaban claramente por debajo de sus capacidades.
Lo que lleva a otra pregunta: ¿por qué Boti no regresó a la CEPAL, donde le esperaban con los brazos abiertos? ¿Por qué continuó allí después de que se descartara el programa económico al que dedicó tantas horas de trabajo? Muy probablemente por su elevado sentimiento nacionalista. Boti debió de considerar que seguía teniendo una misión que cumplir: por mucho que las posiciones latinoamericanistas estuvieran entonces en declive, por mucho que se acentuase el acoso norteamericano y por mucho que la influencia de la URSS en la economía de la isla fuese imparable, Cuba debía salir adelante. Y en lo que pudiera, él, Regino Boti, seguiría echando una mano.