Vivimos en un mundo donde predomina el consumo extremo, abundan los objetos o cosas innecesarias, que, además, son rápidamente desechables. Objetos, que son el caldo de cultivo que alimenta el sistema económico descontrolado que nos domina, que tiene a gran parte del planeta contaminado y a la mayoría de los habitantes endeudados hasta más no poder intentando seguir el ritmo desenfrenado que nos imponen las campañas publicitarias, verdaderas bombas de racimo del sistema.
En este mundo desenfrenado en que vivimos consumiendo lo normal sería que estemos pendientes de que la compra no venga con fallas de fábrica. En caso de alimentos o remedios que la fecha de consumo no haya vencido. De lo contrario inmediatamente recurrimos a devolverlo o cambiarlo. Hay leyes que nos protegen como consumidores. Dicho esto, se me hace difícil poder entender porque la gente, compra ropa que viene mala desde la fábrica, o sea, con rajaduras, con hoyos, desde su confección. ¿En qué cabeza cabe comprar ropa rota? ¿Qué pasa por nuestras cabezas?
Es sabido que hay mucha gente que por economizar o por no alcanzarle el presupuesto recurre a comprar ropa usada, pero sin fallas. Hay un gran número de tiendas especializadas en la venta de este género de ropa. Pensé que, debido al deterioro ambiental, a los excesos en que hemos incurrido que tienen al planeta girando en la rodada, lo que corresponde es que hubiéramos tomado conciencia del mundo enfermo que les estamos legando a nuestros nietos. Lo correcto debería ser que recicláramos, que reparáramos para reutilizar y así detener la maquinaria consumista que nos está dañando.
Pero parece que el sistema nos ha podrido la mente a tal nivel que hoy no somos capaces de socorrer a quien tropieza a nuestro lado, no somos capaces de dar una mano a nadie, ni siquiera a familiares. El individualismo y el miedo dominante nos corroe, cada uno se mueve y privilegia solo su metro cuadrado.
Será quizás que la mejor forma de camuflarnos en nuestras miserias es vistiéndonos con ropa rota, así pasamos piola, nadie nos estira la mano para pedir nada, vestidos así nos miran con empatía, sin agresividad y envidia. Al parecer la idea es aparentar lo que no se es o no se puede ser. Tal vez sea esa es la función también de los tatuajes. Proyectar lo que no se ha logrado ser. El sistema imperante nos impone mostrarnos ganadores, y para lograrlo estamos dispuestos hasta cambiar nuestro aspecto físico de origen.
Hoy las morenas son rubias, las de pelo afro ahora lo tienen liso, los asiáticos cada día nos miran con ojos más redondos. Todo este cambio gracias al marketing que nos impone los estereotipos culturales occidentales. Rasgos ancestrales de las élites dominantes en gran parte del tercer mundo. Pero ahora se suma el uso de la inteligencia artificial.
La IA usa la hiper-personalización, esto significa que la campaña de marketing podrá ser dirigida a cada persona. Mientras más personalizada sea la publicidad mayor su efectividad. Los rostros de famosos nos hablarán directamente a cada uno de nosotros y uno te sentirá orgulloso que el famoso pronuncie tu nombre. Quedaras on fire y correrás a comprar aquello que realmente no necesitas, pero como te lo recomendó el famoso, así podrás comentárselo a medio mundo. Es como las selfis que se sacan por ejemplo nuestros cineastas cuando van a los festivales en Europa y sacan la selfie cuando a sus espaldas van desfilando las estrellas por las rojas alfombras.
Yo que soy un cesante de toda la vida, un freelance perenne, que se ha dedicado todo el tiempo a la gestión cultural, en los países donde me ha tocado vivir, Chile, Suecia, Mozambique y Chile nuevamente. En el contexto del mundo actual que vivimos, me considero una especie de «temporero cultural». Es decir, alguien que cada cierto tiempo tiene pega y está en condiciones de sembrar algo de cultura, alguna cosita poca. Ese fruto cultural es el que me permite vivir. Sus nutrientes, son la vitamina que me permite entre -otras virtudes- crear y pensar colectivamente. Si la semilla cultural la sembramos en tierra fértil por todo el país, temporada tras temporada, y generación tras generación, estaremos posibilitando, no solo la mejora del medio ambiente, sino el desarrollo intelectual y educacional del país, gracias a la diversidad de frutos que estarán reforestando el bello paisaje de este largo y angosto territorio.
Como dicen los que saben. Estamos viviendo una época líquida, donde todo es posible de cuestionar, nada es rígido, nada es definitivo. Estamos viviendo un recambio generacional. Los jóvenes están tomando el relevo, y están aprendiendo sobre la marcha. Me parece bien que así sea. ¿Para qué seguir con los mismos de siempre, si mantenemos los mismos problemas de siempre? Son jóvenes de la era digital, no le tienen miedo a equivocarse. Total, no cuesta nada resetearse. Quizás sin saberlo y conocerlo, son seguidores de los tres nuevos mandamientos propuestos por el gran Humberto Maturana. Derecho a equivocarse, a cambiar de opinión y a irse sin que nadie se ofenda. Yo hace rato que me compré las tres.