Dice la tradición talmúdica y para salvar toda la humanidad, son necesarios 36 justos. Ninguno de ellos sabe de serlo, hasta que el momento propicio se presenta y uno hace un acto de bondad, que es una profunda lección de humanidad para todos en todos los tiempos. El Messiah, es uno de los 36 justos, uno de los salvadores anónimos y desconocidos del mundo, que sólo espera el momento apropiado. Los devotos tienen la responsabilidad de identificarlos y por cada uno reconocido, en el jardín de los justos en Jerusalén se planta un árbol. Estos personajes son a menudo gente común y corriente. Zapateros, por ejemplo, que hacen su trabajo cotidiano con pasión y fabrican el calzado, que nos permite caminar, avanzar y ser ligeramente humanos.
Se cuenta que, durante la ocupación de Polonia, en Varsovia, había un relojero judío, que había perdido toda su familia y vagaba sin rumbo por las calles de la ciudad. No tenía un lugar donde dormir ni que comer. Desesperado en su abandono, entró en una relojería para pedir trabajo. El patrón le preguntó que sabía hacer y él sin mirarlo a los ojos, le respondió que podía reparar relojes. Siendo así, el patrón le pasó un reloj de bolsillo antiguo para que lo reparara y este así lo hizo. El patrón reconoció inmediatamente en el extraño, un maestro de relojería y le dio trabajo sin hacer muchas preguntas.
Un día, después de semanas de trabajo, el relojero se presentó a la relojería con los pantalones rotos y desastrado. Había sido asaltado de sorpresa, durmiendo en un tren abandonado. El patrón se dio cuenta, que era un judío fugitivo y le ofreció sin pensarlo dos veces un lugar donde dormir, arriesgando su vida y poniendo en peligro la seguridad de su familia. Este trabajó todos los días, menos el sábado, sin salir nunca del su cuarto durante 3 años seguidos, sobreviviendo la Shoah. En el Gueto de Varsovia, en ese entonces, murieron más de 200.000 mil personas y el pobre relojero abandonado sobrevivió protegido por su patrón.
Después de la guerra, como muchos otros, emigró a Australia y se dedicó a reparar relojes en Melbourne. El patrón tenía una hija y algunos parientes en Australia y un día, otra de sus hijas, que vivía con él en Varsovia, partió de viaje para visitar a los parientes lejanos. En caso de emergencia, el padre le dio un reloj de valor, que ella hubiera podido vender sin dificultades si necesitaba dinero. Una vez en Australia, a la hija se le cayó el reloj de las manos y este se rompió. Ella, desesperada, entra en la primera relojería que encuentra para pedir ayuda y el maestro relojero, reconociendo su acento, le habla en polaco. Ella, le explica su historia en detalles y el relojero descubre, que el padre de la niña era su benefactor. Le arregla el reloj, la ayuda en todo lo posible y después viaja a Israel para que su patrón de la relojería en Varsovia fuese reconocido como un hombre justo.
El rabino, después de haber escuchado absorto toda la historia, le pregunta al maestro relojero: Y tú, ¿dónde has estado todos estos años? ¿Por qué no has venido antes a contarnos tu historia y a hacernos conocer a este hombre? Ya que la urgencia de conocer a los justos y su ejemplo puede salvar el mundo.
El maestro relojero calló, de sus ojos brotó una lágrima y respondió: yo sólo sé trabajar arreglando relojes, mientras la vida y los años pasan.