Los veranos siempre son como las olas, vienen y van; e igual que vienen, van. Los esperamos en la orilla, con ese deseo, prácticamente como del que no ha tenido nunca, nos acaricia, nos moja, y vuelve a marchar a ese infinito mar que se va llenando de recuerdos a los que solo, cuando nos atrevemos a adentrarnos y bucear en su interior, encontramos.
Sé cómo comienzo; no sé cómo termino. Vivo y existo; busco y disfruto. No tengo claro lo que encuentro, sí lo que deseo. Descubro cada presente y, simplemente, me transformo en él.
Todo lo que es, fue y será, siempre es aquí y ahora. Es ese momento sin tiempo; lo es todo, fuera de él no hay nada, es la vida. Este momento presente sea lo que sea que estemos haciendo, es lo único real.
No me cansaré de decir, escribir y tratar de practicar, no es tan complicado. En estos días en los que se acerca, como una ola que nos arrastra, ese período en el que tratamos de escondernos del mundo material y diario, para buscar la paz, la quietud, los momentos más ociosos, escudriño entre lecturas varias con el ánimo de ir envolviéndome de literatura que lo merezca, poética, y abandonar tantas resoluciones, informes, cuentas, balances, resultados de explotación y demás.
La lectura nos acompaña como la vida. Y buceando por ahí encuentras algunas de esas palabras que, si no fuera porque conoces al autor, podrías pensar haberlas escrito tú en algún momento.
En estos días en los que las noticias nos arrebatan la tranquilidad, en los que el calor deshace nuestros pensamientos. En estos días en los que no dejas de comprobar la maldad y el egoísmo de los seres humanos. En estos días, descubrir espacios de belleza, es como encontrar un parque verde, en medio de un enorme desierto.
Con el tiempo, con los años, nos vamos llenando de lecturas que nos acompañan y van formando parte de ese libro que es nuestra propia vida. Cómo llega uno a esculpir versos o cómo los versos van esculpiendo la vida de cada uno es algo que solo el tiempo dirá.
Y es así como en esa libertad, como en ese desesperado, a veces, arte de saber ser libre, de saber encontrarse con uno mismo y disfrutar de esos momentos poéticos que la soledad te provoca, cuando realmente se valora y se es consciente de ese instante presente. La única manera de encontrarte es buscándote.
Son días en los que apetece sumergirse en lecturas, días en los que la mente te reivindica poesía y sensibilidad.
La escritura es un reflejo de la persona que escribe. Compartir con los demás, en abierto, es un acto de valentía; escribir es un acto libre, de creación artística que solo unos cuantos son capaces de hacer.
Pensaba hoy, mientras leía algunos artículos de los suplementos literarios del fin de semana, que la literatura, la filosofía, la poesía, es una vía de escape en la vida de muchos. Nos desahogamos sobre las hojas de nuestros cuadernos, creamos esas vidas que tal vez nos hubiera —o gustaría— vivir, pero que por falta de valentía o decisión, no vivimos.
En cada libro existe una vida; en cada poema, el poeta desangra sus emociones y sentimientos buscando la esencia del momento. Cada estrofa, cada línea, cada verso, es un aliento, un suspiro o un momento.
Llegamos a estas fechas buscando la urgencia de otro tipo de sensaciones, esas que nos permitan reencontrarnos más con nosotros.
La verdad es que me da igual lo que piensen unos y otros de mí, como me da igual también lo que haga el otro siempre que su acción no repercuta negativamente sobre mí.
Tendemos a estar más pendientes de lo que hacen los demás que de nosotros y eso provoca, en numerosas ocasiones, que nuestras vidas sean tan ajenas a nosotros como lo deberían ser, realmente, las del resto.
Siempre he preferido decir, que callar. Y siempre he preferido a aquel que grita y dice lo que piensa, aunque a veces se equivoque, que a ese modosito que calla y luego te navajea por detrás.
Y es que cuando llegan estas fechas, cuando uno va notando que el cansancio le acompaña más de lo habitual, es cuando se entretiene más en dudar.
La duda es el motor de nuestra vida si somos capaces de, junto a ella, tomar decisiones sensatas. Sin dudar no se conoce. Sin equivocaciones tampoco.
Dudar es preguntarse, es no quedarnos satisfechos con nada, no acomodarnos, no creer lo que nos dicen. La duda nos obliga a preguntarnos, nos hace equivocarnos para volver a reflexionar o cuestionar hasta nuestra propia existencia.
Por eso, las dudas pueden ser siempre un referente en nuestras vidas. Las dudas marcan la prudencia.
Y eso creo. Nos cargamos de tanto, que somos capaces de liarnos nosotros mismos de tal manera que, sin darnos cuenta, nos vemos envueltos en un todo olvidando nuestro ser. Por eso tan importante buscar nuestro bienestar interior.
Por eso tan importante ser capaces de renunciar a todo aquello que sobra, que normalmente es mucho más de lo que pensamos. Por eso tan necesario agradecer, valorar y apreciar todo lo que tenemos a nuestro alrededor.
La felicidad no está ahí afuera, está aquí, está dentro de cada uno. Nuestra debilidad está en creer que todo lo externo es lo que nos provoca felicidad.
No pensamos en nosotros porque nos han hecho creer que eso significa egoísmo. Y no es así.
Últimamente contemplo, siento, que las adversidades no impiden ser feliz, lo impide nuestra forma de pensar. Pensar, cuestionar, dudar, reflexionar. Vivir en una eterna duda como el que habita dentro de uno de esos globos de jabón que en cualquier momento puede ser explotado.
Y lo cierto es que, bajo esta temperatura, uno escribe ciertas chorradas que luego, al releer, ni siquiera sabe cómo han podido llegar aquí.