Querido Don Victor:
Ha pasado poco más de un año después de mi última carta en la que le comenté su Diario de 1942, ahora nos dedicaremos a ese año que el primer ministro del Reino Unido sir Winston Churchill llamó «el momento decisivo de la Segunda Guerra Mundial», cuando los Aliados tuvieron «la seguridad de que la causa de la libertad no se perdería». Nos referimos a 1943, tiempo en que todos los judíos de la Europa ocupada por el Tercer Reich percibían todo lo contrario. Usted mismo escribe en Año Nuevo: «En lo más hondo de mi ser, he perdido la esperanza. No puedo imaginarme en absoluto que algún día pueda volver a vivir sin estrella, como hombre libre en una situación económica relativamente estable» (viernes primero de enero). Es probable, admirado maestro, que precisamente sea este el gran aporte de los diarios íntimos en períodos cruciales: el descubrimiento de la vivencia de la historia por el hombre común. Y de la duda y el temor de no conocer el fin, en su caso: el del mayor conflicto de la humanidad. Y a pesar de la opresión totalitaria y el terror de ser enviado a los campos de exterminio, usted y tantos héroes como usted, seguían escribiendo. Era el anhelo de trascender, de dejar testimonio; pero sobre todo de vivir a través de las letras.
Antes de intentar hacer una síntesis de su Diario en el año 1943, debo recordarle que sigo con mi columna semanal relativa al 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial en El Nacional y Opinión y Noticias, pero tenemos una deuda con las cartas a otros que llevaron diarios en dicha época y que esperamos pagar en los próximos meses. Al igual que usted, lucho por mantenerme escribiendo a pesar de trabajar y trabajar para sobrevivir en estos tiempos de crisis. Sé que no puedo compararme, pero en Venezuela las mayorías podrían decir estas mismas palabras suyas: «Los pensamientos están ocupados en gran parte por la comida; escasez de patatas, hambre y fatiga. La guerra se estanca» (13 de enero). Es en ese primer mes que debe salir de su distrito para resolver los asuntos relativos a su antiguo hogar, y de esa forma se enfrenta al Estado nazi con sus constantes trabas kafkianas contra los judíos. En diciembre será obligado a mudarse a otra Judenhaus (es la tercera), ahora en Zeughausstrasse; pero lo terrible es que no tendrá un pequeño apartamento para ustedes solos sino tendrá que compartirlo con dos parejas más, de esa forma su primera impresión lo dirá todo: «Lo peor de aquí, la promiscuidad», y esa palabra la repetirá una y otra vez; y eso llevará a que «muchas de las personas que con las que nos gustaba vivir en paz estén enemistades entre ellas, se calumnian» (14 de diciembre). Y todo esto en medio de la enfermedad de su esposa, pero ella sacará fuerzas para apoyarlo.
Todo lo relativo al burocratismo como medio de opresión me hizo pensar en los orígenes de los totalitarismos del siglo XX. En el proceso creciente de estatización de la sociedad desde el surgimiento de las monarquías nacionales que el liberalismo no pudo detener. Los nazis consiguieron todos los medios para tener el poder absoluto, y de esa forma la vida de las personas se convierte en humillación, miedo, sufrimiento y muerte. Solo los poco entes y ámbitos privados que lograban sobrevivir limitaban un poco el horror. Me refiero al pequeño mundo de la intimidad, que usted da el ejemplo con sus lecturas, reuniones de viejos amigos intelectuales que debaten ideas y recitan poesía. La esperanza también está afuera, en los rumores de frecuentes derrotas del Ejército alemán y en el cambio del lenguaje «en las conferencias propagandísticas, le contó el alcalde Christmann, solo se hablaba de resistir hasta el final, y no de la victoria (…). En los frentes, las cosas marchaban muy mal, gravísimas pérdidas por todas partes» (18 de enero).
Me interesa mucho saber cómo se enteraba del transcurso de la guerra ahora que todo va mal para el Tercer Reich, más allá de estos raros contactos con autoridades y lo que se dice a escondidas. ¿Se incrementa la censura y la desinformación? Me impresiona lo rápido que conoce el inicio de las ofensivas Aliadas, y la incapacidad del régimen para ocultar sus fracasos y retrocesos. «En Stalingrado ya han admitido que se ha perdido un ejército completo, el sexto, con ejércitos rumanos y croatas; estamos retrocediendo en todo el frente oriental, en África ya no queda una sola colonia italiana; solo se mantiene Túnez y está cercada» (27 de enero). El 20 de mayo se entera de la pérdida de África (solo 7 días después de la capitulación), y sobre el fracaso de Kursk no se supo nada hasta dos meses después con las palabras oficiales: «Movimiento de repliegue», lo que para todos significa «una retirada creciente y continua (están muy cerca de Kiev)» (24 de septiembre). Los rumores de la salida de Italia de la guerra comenzaron en octubre de 1942, pero el propio régimen no ocultó cuando fue destituido Benito Mussolini y en prensa apareció la noticia un día después (26 de julio), al igual que su capitulación a principios de septiembre. Ya los soldados, según escuchó su esposa en un restaurante escriben postales diciendo «¡Aún estoy vivo, aún estoy vivo, aún estoy vivo!», y usted agrega: «a eso se reduce también mi actitud actual» (28 de febrero).
La persecución a los judíos sigue creciendo, es lo normal en el nazismo; pero nos ofrece información de un aspecto que comentamos anteriormente: ¿sabían los alemanes no judíos de los campos y el exterminio a sus compatriotas «no arios»? Su respuesta: «La campaña de odio al judío es desmesurada pero las peores medidas contra ellos se mantienen ocultas a los arios. Incluso las personas muy próximas no conocen ni las vejaciones pequeñas ni los crímenes monstruosos» (30 de enero); cuando se sabe que «muchos evacuados ni quiera llegan vivos a Polonia, porque los gasean en el camino y los esperan las fosas comunes ya preparadas» (27 de febrero). Al reconocer oficialmente la debacle de Stalingrado, todo cambió con la actitud de las mayorías hacia los judíos tal cómo usted lo describe en muchos detalles a partir de febrero más no así del Estado y en especial la Gestapo. Con el discurso de Joseph Goebbels Guerra Total en el Palacio de Deportes el 18 de febrero, se podía esperar lo peor de las autoridades; y eso era precisamente separar a los matrimonios «mixtos». La guerra la perderán los nazis, ya era un hecho, pero temen el pogromo. El otro gran miedo es el bombardeo de los Aliados (las noticias de Leipzig y Berlín hablan de miles de muertos y cuadras enteras destruidas), que a pesar de demostrar la inevitable derrota podía traer la muerte, en especial ahora que desde diciembre vivían en el centro de Dresde. Sobre cómo será la posguerra una vez más aparece en sus conversaciones el desmembramiento de Alemania como segura exigencia de los vencedores (24 de enero).
En medio del horror, donde «no hay nadie que no se sienta con un pie en la tumba» (31 de diciembre); algo siempre me llena de admiración. Sé que ya se lo he dicho en mis anteriores cartas, pero es inevitable repetirlo. Usted no deja de leer y escribir, a pesar de que su rutina diaria está dominada por el trabajo en fábricas desde el año anterior y que diga: «No dispongo absolutamente de ningún tiempo; imposible escribir una página» (14 de noviembre). Su maravilloso Diario, que considero el mejor de la Segunda Guerra Mundial ¡y que me perdone Ana Frank, y tantos!, nunca lo abandonó. Ni por agotamiento o falta de tiempo; ni mucho menos por lo que era peor: la muerte por escribir en contra del Reich. Y lo otro es la aparición permanente de almas caritativas que los ayudan con comida, ropa y todo lo necesario para la vida. No les alcanza obviamente, pero sin ellos sería la muerte segura por hambre y frío. Incluso cuando la Gestapo ahora tenía nuevos métodos para descubrir a los que ayudaban a los judíos o caían en el «derrotismo»: hacerse pasar por estos; las personas continuaban siendo generosas. ¿Cómo se las arreglaban los otros para no morir de miedo y tristeza? Usted dice algo que he visto en la Venezuela del presente: «La mayoría de las personas viven del recuerdo de una vivencia, de una fase de su vida» (31 de diciembre). Me despido hasta la próxima carta, querido maestro. Dios nos dé la vida para que en un año pueda hablar de 1944 y seguir con este proyecto. Disculpe que el mes que viene le escriba a Ana Frank sobre su Diario de 1943.