¿En dónde están? Preguntarán muchas mujeres. Sí, ¿en dónde están aquellos hombres que se dejaban soñar y que la trama era poder soñar con ellos? Podría decir que muchas mujeres no tienen suerte, pero otros tantos hombres dirían lo mismo, y no sé si tratar el tema tan livianamente.
Entonces, tras de que hay pocos «buenos» postores, la que se arriesga y arremata a querer derruir su condición es puesta en la mira y azareada, en muchos casos.
Si los «machos» están solos, tienen permiso, pueden atragantarse, «perrear» como chihuahuas y nadie dice nada. Aparecen las razones patriarcales: es su «naturaleza», para el hombre es más difícil estar solo, se justifica por su biología y, así, no hay sentido en recriminarles.
En fin, mi respuesta no es «feminista», no aconsejaría a hacer lo mismo, que practiquen el mismo juego de la igualdad incluso en la patética forma masculina sobre la «selección natural» o la conquista de deshecho.
Ciertamente hay que tener buen olfato. No hay pastilla para el «amor consecutivo», pero hay tantas soledades que urgen de una.
Yo sigo abogando por el corazón. Muy dentro de mí, creo todavía en la magia de la dualidad, que sí existe mi «otro» y que, en su momento, llegará y de la forma más casual o cotidiana posible. Pero que estará tan decidido que ambos lo sabremos sin pestañear, sin dar trivias, ni etapas, ni tiempos. A lo más, sería un viaje dentro de uno mismo y decir: con este o con esta me quedo y luchar con lo que sigue. Donde siempre prevalezca la espontaneidad y luego, la dirección a… la flechita a… y que dure lo que dure, ¡pero con ganas! Y no irse de bruces con el primero que nos cante las golondrinas.
No con ello puedo enmarcar a los hombres como si fueran prototipos, pero el corazón debe resguardarse. Por eso, hablar de amor es un tema complicado. Tengo mi recelo. Y no puedo decir de este no me enamoro y de este sí, ni privarme del riesgo... pero si evitar sumideros que pueden ser razonados a tiempo.
Al paso, según datos leídos e imaginados, los titulo con semejantes sobrenombres, que dan espacio para reírse un poco:
El escrupuloso: puede ser un compañero de afinidades, un amigo que quiera asumir ciertos derechos, pero que se conforma con invitarte a un café, al teatro y eso, le es suficiente, solo salir contigo, una vez al mes. Puede ser un solitario con términos y conveniencias, un recién divorciado indefinido que te use de proceso y siempre te quedarás con el café frío.
El apalancado: te dice cosas «bonitas», te tira el «anzuelo» para ver tu disponibilidad, hasta lo hace público, pero es el más estacionado, que vos ni empujando la palanca lo logras mover. Te cancela citas y siempre anda por allí sin poner el acelerador. Y todo el mundo cree que hasta hijos tienes con él.
El medidor de electricidad: muestra algún interés de a primeras y si vos tratas de ser recíproco se aleja rápidamente; entonces debes hacerlo invisible, pasan semanas o meses y responde solo si ve que otros husmean tus trincheras; aparece para tantear tu interés y decir estoy aquí: me interesas, pero luego que espantó a los otros. Si uno vuelve a entonarse, sale huyendo como perro electrocutado. Y se repite la medición. Cuando al fin se decide, la otra ya se casó y hasta tiene hijos.
El lobo inhabitable: Es casi perfecto en todo, autosuficiente, te atraen sus aullidos y jadeas a granel, pero no te ven utilitaria, no te necesitan, se quejan a veces de su soledad, están tan acostumbrados a sus hábitos que te hacen sentir como un estorbo. Te dejan esperando en el monte. Son lobos hasta la médula.
El trampero: busca su espacio para seducirte, y no es capaz de dar la cara. Si estás en espacios cibernéticos, copian perfiles falsos o fantasmales; sientes la persecución, pero no sabes por donde sale y si se atreve, no es habilidoso de darle hilo a una conversación y sencillamente lo que hace es asustarte.
El ex trotador: puede ser un ex tuyo que de pronto inventa la excusa para ir a verte, o escribirte, para ver si estás en disponibilidad y pone en bandeja comentarios para que caigas en el tema de los viejos tiempos, pero que aun así no se define en nada contigo. Corre enérgico a buscarte, pero solo trotaría a tu lado bajo sus condiciones.
El estrecho: le agradas, pero siempre anda amarrado a sus intereses. Vos sueltas, lo invitas, y se repite el proceso. Cualquiera quisiera un escape sin costo alguno. Lo peor es que es suficientemente sustentable, pero tacaño; no está mal cocinar juntos o balancear los costos, pero siempre espera la liberación femenina. O te ve como proyección hacia ventajas si uno es quién tiene más posibilidades o contactos. No es un asunto de materialismo afectivo, lo que sí importa es el dar espontáneamente, los detalles pueriles, diría yo. Si viaja, no importa si te trae un suvenir de $1 dólar, pero no te viene a rajar todo lo que comió en el hotel de cinco estrellas.
El hombre resentido: siempre está definiendo papeles de género. Somos el trapo húmedo en las resequedades de su vida. Si alguna mujer les hizo daño, les faltó con algo, o fueron desmedidas o aprovechadas anda entre líneas de comparación. Y no hay forma de ser espontáneas con ellos por temor a ser contrastadas con las «otras».
El cortejador irreversible: te da un piropo a vos y a 5 más, que estén a tu lado. No entiendes leer su cortejo. De momento, crees que se interesa por vos con locura y de momento, lo hace con otra y te deja perdida. Nunca sabrás la señal definitiva si no lo confrontas. De otro modo, será siempre un juego neutro.
El acomplejado: es el que nunca se siente digno de vos, te idealiza, eres el «otro» perfecto en su vida, no se siente el candidato apropiado. Y empieza el corre, corre, por demostrar ser digno, cuando tenga esto, cuando sea lo otro, cuando me vea sin tantos o con más kilos, cuando logre vender esto… Y te pospone como si fueras una «cosa» subordinada a lo que él tiene que llegar a poseer. Es mejor que sea uno quien decida si aguanta o no, si quiere o no, lo que está en el «platillo». La espera será eternidad y siempre seguirás sola.
El relativo espacial: sea en un viaje, en un encuentro de estrella, o vía Internet, encuentras a alguien que congenie a perfección con vos —en todos los sentidos—, pero vive en otro continente o a miles de kilómetros de distancia. Estos son los más difíciles porque hay mutualidad y deseo, pero geográficamente tienen el peso de la separabilidad y sus limitantes. Y una relación no pueden formarse o consolidarse sin invertir tiempo sustancial en ella. Se vuelven afectos platónicos que pueden durarte, no digo que no, hasta 10 años de expectativa, pero sin prosperar. Si no hay definiciones claras y metas precisas, se vuelve una relación de tiempo —no es que sea perdido— pero tiempo «no» vivido.
El hombre plastilina: es el muy pegajoso —si fuera por afecto— sería maravilloso, nunca incomoda el cariño, pero son pegatostes por control, por asumir tu vida como si fueras de su posesión. Muchos son así por celos o por el mismo sentido de «dominio». Llega el momento en que la relación se hace imposible.
El necesitado: es el que te mira como mamá protectora o necesita de tu carácter o personalidad para sentirse alguien. También, puede verte como una garantía social o como una terapia a sus deficiencias emocionales. Te puede confundir mucho con su dependencia, puedes caer en el gancho de convertirte en su terapeuta de paso.
El coleccionador de estampillas: siempre tiene la habilidad de «engatusar» a su modo; y te ve como una estampilla valiosa, te valora, te dignifica, te hace sentir la «única», pero no eres la «única», eres una «opción» de grado; le funcionas para los fines de semana, o de mes, o entre semana. Es indeciso y permite el juego de varias opciones. También, saldrá el cascarudo que se raja de decir que salió con «zutanita y fulanita» para archivarla como estampilla de colección.
El despechado, versión a: es aquel que se arriesga a invitarte, pero luego te das cuenta, que se peleó con su novia o «amiguita» y para no llorar por despecho, prefiere tener una frotadura de olvido para la resaca. Hay que salir corriendo de esas.
El aventado: es el que está aburrido porque todas sus opciones están ocupadas y se arriesga a invitar al azar y por chiripa caíste vos en la lista, sea para que te acompañe a una fiesta o porque no quiere estar solo o tiene que ir a alguna actividad. O sencillamente para demostrarle a sus amigos que es capaz de siempre tener mujeres disponibles, aunque después de eso, nunca te llamará.
El asechador-dentista: te invita a revisarte cada seis meses porque sabe que siempre estás interesada, que le gustas y que la química funciona, pero lo hace unas dos veces al año. Hay algunos tan cascarrabias que quizás al año o cada dos te sorprende su llamada, pero sabes que, aunque haya toda una desiderata, volverá en otro par de años. Un riesgo innecesario para el corazón.
El vu já dé: es como el canon a la repetición de lo que nunca sería una cita. Hay compañía, pero ni el roce de su mano te produce nada o ni mis ojos lo engatusan. Puede ser uno tan terco que salga hasta tres veces y será lo mismo. La mesa es frívola de temas. Puede ser un gran prospecto, pero falló la intuición en ambos y nos resignamos a que jamás insistiríamos en volvernos a ver.
El elástico: por ser la mujer tan afectiva y emocional es fácil que uno se deje liberar como resorte cuando alguien te atrae y si el otro te responde igual, se dejan perder con la cabeza, el espinazo y todo se pone fuera de control. Lo duro es, si el resorte se suelta con mucha fuerza, caes saltando de un lado a otro. La caída a la realidad duele demasiado si no existe algo más concreto que te diga que después del rebote, los dos seguirán uniendo los puntos seguidos. O sencillamente será una pasión light.
El yoísta: su «yo» es tan destacado que nunca existen tus ideas u opiniones. Él tiene el mantra y la sabiduría perfecta. No conoces la iluminación y te vuelves como el saltamontes de su filosofía. Se siente mucho para vos, pero sin vos no vive porque necesita de admiradores o discípulos. Será una relación que solo recaiga en la constante admiración, pero siempre ajena a uno de los dos.
Para el que nunca eres suficiente: es el que siempre busca su princesa, te admira por partes, pero siempre te anda buscando el cambio, sea físico, psicológico o cualitativo. Siente que si está con vos se está perdiendo de algo y que hay 10 chicas mejores que esperan en su puerta; pues a esos déjales ir, ábreles la puerta… y ciérrala con candado.
El de la CIA: te aprecia, pero todo tiene que ser a escondidas, nunca puedes ir con él a actividades para que no te tachen que eres su pareja, solo lo eres en la clandestinidad y siempre te verán como su gran amiga. Al carajo con ser renegadas, nadie es sobra del universo.
El infiltrado: es aquél que apenas ve que alguien tiene interés en vos, trata de infiltrarse y socavar tu interés para cambiar la dirección y luego cuando lo logra; él también se marcha. Hay que saber dar garrote a los intrusos antes de que dañen una factible relación.
La pizarra de corcho: Son aquellos que se postean en la pizarra de corcho, se anuncian y se pegan a vos por un rato, pero si ven que la nota los pincha demasiado y empiezan a formalizarse, se dejan desprender de la pizarra de corcho al basurero.
El perro encelado: cae un día a tu casa para ladrar y si no respondes rápido, se va a ladrarle a tus amigas y así, va por todo el vecindario. Ay de aquellas que caen, porque solo cuando están «encelados» funcionan. Son los tipos que solo tienen ganas de probarte.
El ligador profesional: si caes en su mira será para el martes 16 de julio del único año.
El arrasador: anda de calentura diaria y arrasa con lo que sea, no importa edad, ni condición o emoción… puede ser hasta gay o lesbiana; el asunto es solo sentir el tsunami.
El desconfiado: es el que tiene cierto prestigio o posesión económica y siempre duda de por qué estás con él. Vives en prueba constante y no hay campo para ser espontáneos porque siempre serás medido. Es un desgaste total. O también, es el ambivalente, el que no se decide y no es capaz de asumir el reto de darse a alguien. Desconfía de su propia decisión.
Buscadores de rivalidad: es aquel que, si no hay cacería, pierde total interés. No puedes ser vos la cazadora porque pierden algo de su virilidad. Lo que significa que debes estar siempre demostrando ser la Eva de la tentación hacia otros para que él se sienta un poderoso cazador con su trofeo. Es que quiere demostrarte que es más intelectual, mejor en la cama, gana más…y así la competencia.
El hastiado: es el que está saliendo de una mala relación, o recién viudo, y se siente hastiado de las ataduras, aunque que no soporta la soledad y siempre te busca, pero a los lejos, sin que asuma tampoco una dirección contigo. Yo solo buscaría un hastiado, pero de la soledad y que no quiera ni compartirme, ni dejarse atemorizar por el reto.
El despechado, versión b: es al que no aceptaste una segunda o tercera vez la cita y te sigue acechando, mandando chistes hasta de doble sentido para herir tu orgullo porque no está a tu altura, ni emocionalmente ni nada, entonces te atropella con decires a 100 km de velocidad y luego dice ¿sentiste el choque?
En fin, solo argumento esa numeración —que de por sí— ya es sustentable. Sé que cada una, tendrá las de otros y las propias.
No hay recetas para encontrar la sinapsis especial y hacer que una relación funcione. Pero hay que ahorrarle al corazón ciertas tendencias que predominan. Es fácil llevarse por los impulsos del cuerpo y la moda de la simplicidad y el oportunismo en las relaciones. ¿Quién no se ha caído por ahí, hombres y mujeres?
Cuando hablamos de «amor» es distinto, es una inversión que debe caer en tierra fértil. Y ese sembradío no es un asunto de duración, sino de cuidado y entrega. Yo tengo la experiencia de amar. Quien no lo haya hecho pues simplemente solo respiró.
La vida te permite enamorarte de una puesta de sol, del abrazo de tu hija o de tu madre, de las piruetas de tu perro... entonces, todo tiene sentido, porque descubres amores de los buenos.