La población de Cuba, de 11 millones de habitantes, se compone de una mezcla de grupos étnicos, la mayoría de los cuales son descendientes de españoles. Los blancos constituyen aproximadamente el 64,1% de la población total. Los negros, descendientes de africanos de habla yoruba de Nigeria, representan una minoría del 9,3%, mientras que el 26,6% de los cubanos son mulatos. Pocos nativos sobrevivieron debido a la brutal explotación del trabajo indígena, a las enfermedades importadas de Europa y al suicidio, que a menudo era una forma de escaparse del maltrato de los colonizadores. Las comunidades blanca, negra y mulata de Cuba, tras siglos de convivencia, ahora constituyen una sociedad cohesionada.
De un sugerente proceso de fusión cultural de esas mezclas, nacieron cultos mágico-religiosos afroamericanos como la Santería cubana o la Regla de Ocha o el Culto de Ifá, semejante al Candomblé brasileño o el Vudú haitiano.
Como afirma el antropólogo, etnomusicólogo y ensayista cubano Fernando Ortiz Fernández, apasionado estudioso de la cultura afrocubana, hubo un proceso de «transculturación» que dio lugar a una dinámica de «sincretismo religioso» en la que, entre la religión de los esclavos africanos deportados en barcos negreros y la Católica de los colonos blancos, se produjo una contaminación mutua: los colonizadores querían obstaculizar la religión yoruba, que se centraba en la creencia en un panteón de divinidades llamadas Orishas y en el culto de los muertos. Los mismos colonizadores intentaron un proceso de «aculturación» que obligó a los esclavos a convertirse al catolicismo, al mismo tiempo los africanos consiguieron ocultar sus creencias, asociando sus muchas divinidades, a veces con imaginación forzada, a santos venerados en el mundo católico y algunas «creencias ligadas al mundo mágico y residuos del paganismo ritual».
Durante los ritos de posesión y trance místicos, propios de la santería cubana, la música, la danza y el canto asumen una función excitatoria, y, a través del uso de hierbas aromáticas, se producen estímulos cromáticos y olfativos. Los adeptos son llevados a una especie de «suspensión espacio-temporal», rompen los patrones repetitivos de la vida cotidiana, las reglas sociales predeterminadas y dan paso a la esfera creativa del individuo. El ritual es un instrumento de protección y orientación para toda la comunidad e intenta disolver los miedos traídos por las dificultades cotidianas o por un malestar del inconsciente.
Los esclavos habían sido llevados a la Isla para procesar caña de azúcar y cultivar tabaco. Afortunadamente la esclavitud fue abolida en 1896 y dos años después se proclamó la independencia de Cuba.
Los africanos, desarraigados de su tierra y su cultura, en pésimas condiciones de vida y sometidos a una explotación despiadada, se organizaron en Cabildos para conseguir una especie de mutua protección y supieron crear un espacio que les permitió salvaguardar su cultura, su tradición y sus prácticas de culto.
A pesar del embargo comercial, económico y financiero impuesto por Estados Unidos, tras la revolución castrista, ocurrida el 17 de mayo de 1959, el talento creativo de los cubanos en el campo artístico ha sobrevivido a cualquier adversidad: en el ámbito musical alcanza niveles asombrosos, sabiendo mezclar los ritmos ancestrales africanos y las melodías de la vieja Europa, y es de ahí que nacieron el son, la rumba, la trova y la salsa.
Como sigue afirmando Ortiz en la obra La Africanía de la música folklórica de Cuba (Edición Universitaria, La Habana, 1965): «La historia de Cuba está en el humo de su tabaco y en el dulzor de su azúcar, pero también en la 'sangrienta' de su música. Y en el tabaco, el azúcar y la música, el blanco y el negro están juntos, en un mismo torbellino creativo, desde el siglo XVI hasta ahora. Blanco, azúcar y guitarra; negro, tabaco y tambor. Hoy sincresis mulata, café con leche y 'bongó'».
La Regla de Ocha o Santería representa aquel complejo sistema de creencias mágico-religiosas en las que los Orishas están considerados divinidades intermediarias entre los hombres y la divinidad suprema. Ellos -como en el Olimpo de los dioses griegos– a menudo son caprichosos y mutables igual que los seres humanos.
En el culto a los antepasados, en tierra africana, los Orishas estaban identificados en un río o una montaña; tras su desarraigo perdieron sus peculiaridades atadas al territorio de origen, convirtiéndose en una representación genérica de las fuerzas de la naturaleza. Son figuras con rasgos antropomórficos, que poseen al mismo tiempo cualidades y defectos humanos. Cada divinidad está dotada de un Ashé, un poder espiritual, que se atribuye a la fuerza salvaje de los fenómenos naturales fundamento de las creencias animistas. En cada Orisha, además, se engloban, al mismo tiempo, los principios del bien y del mal. Hay intermediarios entre los creyentes y estas deidades: los santeros. Practican los ritos de posesión para conseguir consejo o ayuda de la deidad elegida o «santo», quien, durante la posesión, penetra dentro de su cabeza, hablando y actuando a través de su cuerpo llevado al trance místico.
Los santeros mismos fueron iniciados a través de ceremonias como la del «tambor» (tambores sagrados). E incluso los percusionistas encargados del ritual, eran sacerdotes elegidos a través de funciones religiosas puntuadas por los mismos «tambores». Las percusiones tienen una función tan central que hasta se les reconoce un papel divino. Desde luego, sin estos instrumentos, las deidades no pueden ser evocadas: los tambores y las danzas están presentes en todos los rituales.
Cada tambor está dedicado a un Orisha determinado: el tambor más grande, llamado Yeá, está dedicado a Yemayá, la madre, que baila al ritmo de las olas; la proxeneta, llamada Itótele, está dedicada a Ochún, diosa del erotismo, que baila de forma sensual; el tambor más pequeño, llamado Okónkolo, está dedicado a Changó, divinidad del fuego y el trueno, que baila violenta y lujuriosamente, como un guerrero.
Como ya se ha dicho, los santeros ayudan a los fieles a entrar en comunicación con los santos y Orishas, a través de prácticas propiciatorias, durante las cuales ellos mismos pasan por momentos de trance y estados alterados de conciencia. Tal estado puede involucrar al santero, a los fieles y también a los iniciados (los que quieren someterse a un rito de iniciación para llegar a ser santeros). «Después de una muerte ritual, sigue un período de tiempo en el que uno se convierte en 'nada'. Tábula Rasa. Es en esta fase que aprendes los complejos rituales, los cantos, pero también la forma de entrar en trance y ofrecer sacrificios a las deidades». Acabado el rito se vuelve «a la vida», pero, a menudo, tras cambiar su apariencia física, a veces, los iniciados se afeitan la cabeza.
Durante la posesión, el espíritu de la divinidad invocada cabalga sobre el sacerdote o incluso sobre el postulante: el poseído se comporta como la divinidad por la que es poseído, revelando métodos o remedios para superar una determinada enfermedad, tendiendo, a veces, a reequilibrar los componentes psíquicos masculinos y femeninos individuales.
Durante las celebraciones se hacen ofrendas a los Orishas buscando su favor, muchas veces se trata de hierbas y frutos, elementos pertenecientes a la naturaleza; a veces se sacrifican animales, gallinas y cabritos, elegidos con esmero, que los creyentes comen durante los banquetes rituales. Cabe recordar que se pueden asociar a cada Orisha colores, objetos, animales, frutas, especias, vegetales, hierbas.
Sin embargo, el objetivo principal de estas religiones sigue siendo la búsqueda de la felicidad, sin mandamientos que seguir: el paraíso para alcanzar es terrenal.
Los rituales son muy complejos y articulados, marcan el ciclo de vida de las personas, representan los diferentes peldaños que los creyentes están obligados a subir para alcanzar gradualmente niveles superiores de conocimiento.
Los santeros y Babalawos no usan magia negra, solo la usan los brujos, hechiceros, que operan según La regla de Paolo monte, otro culto de posesión.
Como afirma Giuliana Muci «Aunque dentro de la santería se distingue entre la magia blanca (trabajos buenos) y la magia negra (trabajos malos), entre las plantas usadas para hacer bien y las plantas usadas para hacer mal, y aunque la magia negra es comúnmente rechazada y socialmente estigmatizada, esta última representa muchas veces un mundo paralelo y complementario al que se recurre en situaciones límite; o como suelen decir los santeros: «(...) para poder combatir la magia negra hay que conocerla y en ocasiones utilizar sus propios sistemas».
En el sincretismo entre los ‘trabajos’ (procedimientos rituales africanos) y la brujería de la vieja Europa, se connota la magia de la santería según el fin que se proponen alcanzar:
- Amarramientos, es decir, ligaduras, cuyo propósito es ligar una persona o su alma a si mismo o con otros, o más bien alejarla.
- Ebbós, es decir, ofrendas, sacrificios a la deidad para apaciguar su ira o pedir su intervención.
- Limpiezas, o purificaciones, para liberarse de la energía negativa.
- Maleficios.
A veces, una maldición puede lanzarse espontáneamente a través del mal de ojo.
Mención aparte merecen los sistemas de adivinación de la santería, que son de cuatro tipos.
El sistema divinatorio obi utiliza trozos de coco, como ofrenda ritual dada a los Orishas y en honor a los antepasados. El santero lanza al aire cuatro trozos de coco y la respuesta se determina según la posición, lado hueco o lado convexo, que asuman en el suelo.
El sistema divinatorio caracoles utiliza la concha: el santero lanza 16 conchas y las interpreta en función del número de conchas que han caído con la parte cóncava hacia arriba y mediante una sucesión de lanzamientos.
El sistema divinatorio ekuelé o collar de Ifá, utiliza un collar hecho de cáscaras de semillas o medallones de coco y se compone de ocho partes. Dicho sistema se le reserva al Babalawo -el cargo más alto de la Regla de ocha, hijo del Orisha Orula- quien lanza ese collar al aire e interpreta la respuesta en función de cómo se coloquen las piezas.
El sistema divinatorio tablero de Ifá se basa en la utilización de un polvo mágico blanco (obtenido de colmillos de elefante): el Babalawo, lo extiende encima de una mesa donde se indican cuatro cuadrantes combinados con otras tantas divinidades. Según cuantas semillas de kola o palma le queden en la mano izquierda, traza ‘signos’ en el 'tablero', obteniendo la misma combinación que en ekuelé.
De esta manera se interpreta la voluntad de la deidad. Hay que tener en cuenta que con el tablero se pueden conseguir hasta 4.096 combinaciones, mientras que con el sistema obi solo 5, por eso se necesita el conocimiento y la sabiduría de un Babalawo que interprete el complicado lenguaje de los Orishas.
Debido a la prevalencia de elementos africanos, es sin duda interesante enumerar los elementos legendarios más importantes de los Orishas a partir de los que en la religión católica se podría reconocer como «La Trinidad»: Olofi-Oloddumare-Olorúm.
La más importante de estas divinidades es Olofi, el Ser Supremo, omnisciente y omnipotente, símbolo de la voluntad creadora, «Padre del cielo y de la tierra, sustancia primordial de la que derivan el mundo inmaterial y material, los hombres y los Orishas. […] Cuando creó el universo, Olofi encargó a cada santo que realizara funciones específicas, en base al poder que conferiría a los hombres, animales, plantas, cosas y fuerzas naturales».
A él se asocia Oloddumare, que es su parte complementaria, «su esposa, su parte femenina, el universo con sus elementos, la madre del cielo y de la tierra. […] Con su marido vive lejos, en la cumbre de un alto monte».
Y a ellos se asocia Olorúm, la manifestación del fruto de Olofi y Oloddumare, que representa al Sol. «En él reside la energía vital que alimenta a todos los seres vivos: hombres, animales y plantas. Sin él, la vida creada no podría desarrollarse y proporcionar la cosecha que comemos; no habría ni día ni noche, las estaciones y las manifestaciones atmosféricas no podrían tener lugar».
La mitología de los Orishas es muy complicada, por lo que esta trilogía no es suficiente para la creación: de hecho, Olofi le encargó a Obatalá que creara la tierra sin tocar el cielo.
Hay leyendas, llamadas pattakies, que derivan de narraciones orales africanas relacionadas con los diversos Orishas.
Muy sugerente es el mito de la creación Oruba, ya que hay tantas leyendas y tantas deidades en el mundo de los Orishas. Sin embargo, merece la pena describir aquellas deidades más populares en Cuba no sólo por motivos religiosos, sino también porque gozan de gran simpatía. Se las conoce como «los niños de la simpatía»: Yemayá, Changó y Ochún.
Yemayá, es una «gran madre», de la vida y de todos los Orishas a los que ama como hijos, los haya engendrado o no. Según la tradición, nació de la espuma del mar, siendo la reina de las aguas saladas, junto con todas las formas de vida que las pueblan o las tocan, como por ejemplo las gaviotas. Guarda los secretos de los abismos marinos y es símbolo de feminidad y belleza. Su baile sensual comienza suavemente para ir creciendo al fuerte ritmo que recuerda el movimiento de las olas. Es indomable y astuta y muestra su ira sobre todo en su papel de mar tempestuoso.
Changó, hijo de Yemayá, es el señor del fuego y del trueno, una divinidad poderosa, un guerrero incansable. Dios de la virilidad y la masculinidad. Señor de los tambores batá, la danza y la música. Símbolo de voluptuosidad, ama a todas las mujeres a las que hechiza con su enorme falo y con el jugo de la flor de flamboyán. Su danza es violenta y lujuriosa, tendiendo a representar el acto sexual y la masturbación, empuñando un hacha de doble filo. Simboliza todas las virtudes e imperfecciones humanas; es un gran trabajador, un hombre valiente, un buen amigo, un adivino y un curandero, pero también es un mentiroso, un mujeriego, un peleador y un jugador.
Ochún, hermana de Yemayá, con quien comparte el reino de las aguas. Reina de los ríos, de las aguas dulces que inevitablemente desembocan en el mar. Es diosa hermosa, coqueta e increíblemente perturbadora en el amor sensual y los estados de ánimo sexuales: simboliza el erotismo, la lujuria y el impulso de amor. Ella ama mucho a los hombres, especialmente a los casados. En su voluptuoso baile, desnuda sin velos, salpicada de miel y canela, atrae a todos sus amantes, contorsionando su zona pélvica y moviendo sus manos sobre su cuerpo en prácticas de onanismo.
Otra tríada importante de los Orishas es la de los 'guerreros' conformada por Elegguá, Oggún y Ochosi.
Elegguá, tiene cara de anciano y cuerpo de niño. Es el señor de los destinos humanos, dueño de las encrucijadas, de los cuatro puntos cardinales y de todas las puertas de las casas. Es el Orisha más temido porque posee las llaves del destino. Benevolente y generoso, infantil y juguetón, pero también violento y peligroso cuando se enfada. Se siente atraído por el ritmo de los tambores y baila con un pie de forma lúdica.
Oggún, es el santo patrón de los guerreros, él mismo es un gran guerrero. Es hermano de Changó del que es enemigo porque le robó a su novia Oyá. Vive en el bosque, donde camina como un loco sin descanso, porque está condenado por su padre a no poder descansar ni de día ni de noche. Ama a las dos diosas de las aguas, Yemayá, divinidad del mar y Ochún, espléndida dama de las aguas dulces. A menudo se emborracha para olvidar sus tormentos.
Ochosi, hijo de Yemayá, es el dios de la caza, del arco y la flecha, pero también de las prisiones. Vive en el bosque y conoce plantas y árboles gracias a su amistad con Osaín, señor del bosque. Su danza es la de un cazador siguiendo a su presa, con arco y flecha, dando saltos y piruetas.
Además de estas triadas que acabamos de mencionar, hay otros Orishas muy importantes.
Orula, el gran sabio, a través de quien podemos conocer el pasado, actuar en el presente y predecir el futuro. Sus profecías siempre son ciertas. Poseedor del oráculo supremo de los yoruba, es el custodio de los secretos de Ifá, la regla destinada exclusivamente al Babalawo. Se comunica sólo por el tablero sagrado y el ekuelé. Los creyentes y santeros le rinden plegarias, respeto y devoción, pero solo el Babalawo puede homenajearlo.
Obatalá, es el más importante de los Orishas, Padre benévolo de ellos y de la Humanidad. Es el santo vestido de blanco que protege todas las mentes. Olofi creó el universo, pero le dio a Obatalá la tarea de organizar al mundo y crear la Humanidad. Su novia es Yemayá. Es el único Orisha que tiene recorridos masculinos y femeninos. Según se manifieste puede ser hombre o mujer, viejo y sabio o joven y guerrero. Es el dios de la sabiduría, la pureza, la verdad, la paz y la justicia. Es el dios del pensamiento y los sueños.
Babalú-Ayé, es el Santo a quien se acude en los momentos más graves de la existencia en cuanto a enfermedad y dolor. Alerta sobre belleza, riqueza y salud, que empujan al hombre hacia falsas ilusiones, alejándolo de los valores más importantes. Es el Dios sanador de numerosas enfermedades venéreas, de la piel, de la lepra, del cólera, de las enfermedades en general. Es uno de los Orishas más invocados por los fieles de la Santería, pero también por los católicos cubanos. Se le representa como un mendigo lisiado, cubierto de llagas, vestido con ropa muy pobre.
En el baile siempre llega anunciado por un sonajero, arrastrándose como un enfermo, envuelto en sí mismo.
Osún, es el mensajero de Olofi y el báculo del sabio Orula. Anuncia los límites de la vida terrenal, recordando la presencia constante de la muerte, Ikú. Rechaza las cosas lujosas, exteriores, falsas y superficiales, porque sólo le interesa la sustancia. Con los tres guerreros comparte los momentos importantes de la iniciación.
Representa al Espíritu ancestral que se relaciona con el individuo, que lo guía y advierte de los peligros, siendo vigilante y guardián. También simboliza la estabilidad del ser humano en la tierra.
Osaín, es el señor del bosque, conoce cada secreto que en él se encierra, los misterios de las plantas y demás seres que lo pueblan, incluso representa al bosque mismo. Tiene poder sobre los fenómenos meteorológicos (lluvia, viento) que regulan la vida en el bosque. Tiene una imagen asimétrica: le falta un ojo, un brazo y una pierna, perdidos en la lucha contra su hermano que lo había traicionado con su novia. También tiene un oído grande que oye bien y uno pequeño que oye poco. Dejó que su amigo Changó compartiera algunos secretos de las plantas que a cambio le dieron poderes sobre los tambores sagrados.
Oyá, esposa de Oggún y amante de Changó, señora de las tempestades arremolinadas, del ciclón y del mal viento que trae estragos. Es también la deidad del reino de los muertos y de las puertas del cementerio, con sus largas túnicas despeja los caminos de la vida.
Agayú, es el padre de Changó, señor de las fuerzas terrenales, del desierto y de los volcanes. Patrón de caminantes, trabajadores, motoristas y aviadores, es el barquero que transporta a las divinidades de una orilla a otra de su río.
Ibeyes, son los hermanos pequeños, hijos de Changó y Ochún, criados por Yemayá. Son gemelos siameses, unidos por el ombligo. Les encanta jugar, reír y divertirse entre las plantas del bosque. Son protectores de todos los niños de los que representan la suerte, el juego, la inteligencia, la inocencia, la sabiduría.
Inle, es uno de los esposos de la bella y vanidosa Ochún, patrón de los médicos, él mismo médico, señor de los peces y de los pescadores. Es macho y hembra a la vez, su belleza es casi femenina, pero lo masculino y lo femenino en esta diáfana y perfecta criatura se conjugan alcanzando una gran armonía. Danza en zigzag, destacando así su naturaleza dual.
Olokun, es andrógino, una mezcla entre un hombre y una mujer. Es el protector de los esclavos africanos trasladados a las Américas.
En lengua yoruba, Olokun, significa «maestro del mar» y sus características son visibles en el fondo del océano, de hecho, rige la riqueza material, las habilidades psíquicas, los sueños, la meditación, la salud mental. Está conectado a Yemayá, asociado con el mismo elemento de la naturaleza, mar y agua.
Okó, representa el arquetipo/divinidad de la agricultura. La relación con la tierra y los alimentos son la base de las prioridades diarias. Tiene un doble aspecto, un aspecto sumergido y uno emergido. El aspecto sumergido es el que trabaja con la profundidad de la tierra, hasta la tierra húmeda. El otro, en cambio, es el que trabaja con el cielo.
Ikú, representa la muerte, de la que se habla poco y con algo de misterio. No hay religión en la que el muerto no haya dado a luz al santo. Para que haya santos, debe haber seres humanos vivos que mueran. Después de la muerte, algunos de ellos adquieren una carga emocional y se convierten en santos.