Con más tiempo transcurrido, se puede apreciar mejor el episodio del grupo Wagner, a pesar de que las versiones siguen siendo confusas, y ciertamente, la más alejada de la realidad, pareciera ser la oficial del régimen ruso. Los medios de comunicación mundiales y numerosos analistas, han coincidido en que lo sucedido entre el grupo mercenario, el Alto Mando y Putin, ha sido una muestra significativa de que la pretendida y férrea unidad bélica, no es tal y, por el contrario, muestra resquebrajamientos y debilidades. Todo lo cual es cierto, y pone a prueba los más de veinte años en que Putin ha acrecentado su poder interno, hasta controlar y decidir prácticamente todo. Su creciente aislamiento interno, sólo interrumpido por apariciones cuidadosamente planificadas; sumado al externo, ante la masiva condena mundial, evidencia que su liderazgo y el apoyo que pretende es más ficticio que real. Al mismo tiempo, algunos proyectan que lo sucedido, debería incidir en la guerra con Ucrania, que se prolonga por casi 17 meses, sin definición en el campo militar, ni vislumbrarse una solución pacífica.
Un caso incomprensible en pleno siglo XXI, pese a los esfuerzos de la comunidad internacional. En definitiva, refleja que el mundo está mucho menos organizado de lo que se creía, y que un autócrata incontrolado, si es de una gran potencia, puede agredir a un país vecino, pretender ocuparlo y violar todas las normas internacionales, sin que la abrumadora mayoría de los países que se oponen, demostrado en las sucesivas votaciones en Naciones Unidas, haya logrado controlarlo, y mucho menos, imponer la paz. Ha sido lo que tanto se temió que podría suceder, pues, con mayor o menor éxito, el sistema previsto y varias veces puesto a prueba, funcionó; en la actualidad, resulta inoperante, si el responsable es una gran potencia militar y nuclear, como Rusia. Ante esta lamentable realidad, sólo se podría poner fin a esta confrontación insensata, si se dieran dos escenarios probables: la derrota total y capitulación de una de las partes en conflicto; o el término del régimen que lo ha provocado, vale decir, la caída de Putin.
El primero de ellos, por ahora, parece muy poco probable. Ni el agresor, con todo su poderío y determinación, ha logrado someter a Ucrania y debido reducir sus objetivos iniciales, para sólo centrarse en una franja del territorio, que le permita dominar los accesos marítimos, manteniendo Crimea, el Mar de Azov, y de ahí, el Mar Negro, como vía expedita al Mediterráneo; la antigua y conocida aspiración imperial rusa. Todavía los combates son indeterminados, pese a la creación de repúblicas ficticias que nadie reconoce. Una total victoria de Ucrania, gracias a la tenaz resistencia y la creciente ayuda occidental, cada vez más involucrada, no parece realista.
El segundo escenario, el fin de la era Putin, podría tener mayores probabilidades. Es muy prematuro preverlo, y si llegara a suceder, sería de forma violenta, a través de un magnicidio o de una purga interna. Nada lo indica todavía. El control de Putin y el reforzamiento en su seguridad, cada día más sofisticada, aleja toda posibilidad de una eliminación física. Seguridad que no sería suficiente en caso de una purga interna, tan común en regímenes totalitarios, y habitual en la tradición rusa, imperial o soviética.
El levantamiento del grupo ha permitido especular si hay indicios de un debilitamiento del régimen y del propio Putin. Sin embargo, no ha sido un levantamiento popular, ni una crisis política, sino una fuerza militar mercenaria, creada, financiada, y al servicio del ejército ruso, descontenta del apoyo recibido. Las declaraciones erráticas de su líder, Prigozhin, lo han demostrado. Desde reclamos y amenazas por desabastecimiento, darlo por superado, y hasta avanzar con sus efectivos y apoderarse de Rostov, llegando a doscientos kilómetros de Moscú, resulta revelador. No sólo por la impunidad en lograrlo, sino que, para contenerlo, se les atacó con fuerzas regulares, con muchos muertos y heridos. Ello, provocó la decisión de dar marcha atrás y negociar, transformando la incursión en protesta. En su trayecto, recibió el caluroso apoyo de la población civil, que los dejó pasar. Seguramente, ha sido el efecto más temido por Putin.
Cabe recordar, que el grupo Wagner está conformado principalmente por rusos y provenientes de localidades remotas, o antiguos militares de las Exrepúblicas Soviéticas, que ofrecen sus servicios a quien los contrate, por altas sumas de dinero, y que ha operado en Medio Oriente y países de África, como fuerzas irregulares (Siria, Libia, Sudán, Mozambique, República Centroafricana, y otros), no obstante pertenecer al propio ejército ruso y depender de su jerarquía. Han destacado por su eficacia, en contraste con las fuerzas regulares participantes en la guerra, compuesta por novatos, desmotivados, y mal apertrechados, con muchas deserciones, luchando lejos de casa en territorios hostiles, y llevados a esta «operación especial», sin consentimiento previo y muchas veces, engañados.
Tampoco debemos olvidar que el mercenarismo se encuentra totalmente prohibido por las normas internacionales desde hace largo tiempo, habiéndose discutido exhaustivamente por los organismos competentes. Entre ellas, el Convenio de La Haya de 1907, que prohíbe «formar grupos de combate y abrir agencias de reclutamiento en territorio neutral, ni formar grupos mercenarios en su territorio, con el fin de intervenir en un conflicto armado». Lo reitera el Protocolo 1 Adicional a los Convenios de Ginebra (1977). Define al mercenario, como cualquier persona que: se recluta en el país o en el extranjero para luchar en un conflicto armado; participa de las hostilidades; es motivado por obtener un beneficio privado; y no es miembro de las fuerzas armadas regulares. Igualmente, la Convención Internacional contra el reclutamiento, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios (1989), lo tipifica de delito, y establece un marco para facilitar el enjuiciamiento de delincuentes a nivel nacional. Con la utilización de mercenarios, Rusia añade un nuevo delito internacional, al cúmulo de trasgresiones cometidas.
En vista que la situación del grupo Wagner está rodeada de informaciones contradictorias y sin transparencia, resulta sumamente difícil conocer la realidad, pues los acuerdos entre Putin y Prigohzin, que aparece radicado en Bielorrusia, o en Rusia, a condición de no liderar el grupo, y sus integrantes, podrían optar por seguir bajo el mando militar oficial, o irse, donde quieran. Lukashenko, servil a Putin, es sabido que no puede oponerse, lo que, sin embargo, no garantiza la seguridad de Prigohzin, como tampoco la del propio Lukashenko, si está en Bielorrusia, y menos si regresa a Moscú.
Los líderes occidentales se han apresurado en negar toda responsabilidad en estos hechos, si bien han sabido aprovechar la oportunidad de advertir las debilidades del alto mando militar ruso, lo que por los resultados de las operaciones y el desconocimiento de las verdaderas carencias de material y de víctimas, no resulta raro. Igualmente, ha sido demostrativo de que Putin ya no detenta el control absoluto del que ha hecho ostentación. Imposible saberlo a ciencia cierta, y por el momento, nada indica que esté en crisis o se encuentre superado por lo ocurrido.
Dos hechos conexos han sido evidentes: la población rusa no hizo nada por detener la amenaza de un grupo armado mercenario, a pocos kilómetros de Moscú. Ninguna otra fuerza militar enemiga lo había logrado en la guerra con Ucrania, ni en ninguna otra. Y, en segundo lugar, han sido militares mercenarios, preferentemente rusos, los que lo han hecho, sin oposición. Es posible que venga un nuevo período de represión, premios y sanciones, y una todavía mayor paranoia por resultados o un más drástico control por parte de Putin. Es imposible proyectar consecuencias precisas. Pero algo podría estarse tramando internamente. El caso Wagner ha mostrado más debilidades dentro de la inmensa maquinaria rusa, y por qué no, provocar otros acontecimientos. El mismo Lukashenko, pretendiendo hacer un llamamiento patriótico, por primera vez, aludió a que, si Rusia pierde, Bielorrusia desaparecería. Equivale a una confesión.