Un artista posee a la creatividad para sus extravagantes fechorías, y también para sus serios cometidos. Primaria y naturalmente cuenta con su cuerpo y lo que hace con él. Sus ropas, sus tatuajes, peinados y expresiones, hablarán con acierto o ánimo de confusión sobre quién es él. Porque muchas veces se utilizará a sí mismo como material didáctico. El artista puede que viva períodos de mucho descuido, pero lo trascendente es que cuando debe ponerse a trabajar, surgirá algo insospechado para el que no conoce el proceso de la creación: el fuego interno por la obra soñada. Aquí, probablemente, radica la diferencia entre los que hacen del arte un pasatiempo y de los que hacen del arte una misión. Por supuesto que esa voluntad hacedora corresponderá de igual manera a muchos otros universos intelectuales.
Hablando con colegas y estudiando diversas biografías de muchos escritores encontré esta aparente incoherente relación entre la escritura y el aerobismo, es decir, entre la pluma y el salir a correr. Muchas veces se separa al cuerpo de la mente cuando ambas cosas son complementarias. Porque el proceso de escritura tiene espíritu de marathon: siempre hay nuevas metas que cumplir. Eso sí, las dos cosas, en fantástica coincidencia, suceden en solitario.
Retomando la exigencia de un oficio y la voluntad requerida para el ejercicio y desarrollo final, intentaré nombrar lo que yo encuentro beneficioso para mí y que, imperturbablemente, puedo entender que para nadie más.
He dicho que hay procesos de experimentación, de esa vida poética que todos imaginan que celebran los ensoñadores, pero luego hay procesos de arduo trabajo metódico. Cuando las noches de insomnio y brindis infinitos ya coquetearon suficiente con la inspiración, será el momento de liberar ese porqué de la pasión que nos desborda el ánimo. Ese será el momento en que todo cobrará sentido. Tal como lo describiera Borges: «Yo he sospechado alguna vez que cualquier vida humana, por intrincada y populosa que sea, consta en realidad de un momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es».
Aquí mi receta personal
Madrugar. Irse a dormir no muy tarde e intentar dormir verdaderamente, dándole al cuerpo y a la mente su debido descanso invocando al sueño como un manto reparador y mágico consejero. Adueñarse de la mañana, despertándose antes del amanecer nos recuerda que hay una necesidad del aprovechamiento del tiempo y del deber artístico que nos propusimos cumplir.
Rezar. Entregarle el día a Dios meditando nuestras intenciones afina a la concentración y nos pone inmediatamente en situación hacedora. Es también darle un sentido a la vida realizando una ofrenda de las mejores versiones de nosotros que esperamos vendrán o haremos todo para que así suceda.
Correr. Lanzarse como cuando éramos niños a la carrera despertando a todos nuestros sentidos y conquistando cada metro con nuestra fuerza, que no es otra que nuestra despierta voluntad. En mi caso, descalzo, para conectarme mejor con mi entorno y librarme de los costosos calzados deportivos rastreadores de lesiones.
Ducha fría. Una vez más, cual correr, haciéndolo para despertarnos acabadamente y demostrarnos a nosotros mismos de que somos capaces de enfrentar decididamente los sinsabores a los que nos sumergiremos por decisión propia.
Ayunar. Para poder sentarnos a escribir -aunque también lo hago de pie- necesitamos que nuestro cerebro esté a nuestra disposición sin la somnolencia que nos produce el después de comer. Mantenerse en ese estado de vigilia creativa hasta la comida (cuando nos la merezcamos) hará que no perdamos tiempo ni energías en otros quehaceres. En mi caso hay mate, buen café o algún té exquisito. Sentarse a la mesa será como un regreso a casa tras haber visitado los rincones más extraños de nuestra imaginación y los misteriosos agujeros negros de nuestra literatura.
Silencio. Convertidos por estos días en androides debido a nuestros teléfonos y ordenadores comportándose como extensiones de nuestro ser, surge necesario silenciarlos y configurarlos para sólo ser interrumpidos por las llamadas más urgentes, o bien las amorosas que no nos convenga rechazar.
Constancia. Volver una y otra vez al trabajo y al texto pretendido. Hay mañanas que nos sorprenderán con una catarata de ideas y soluciones, y muchas otras donde tan sólo nos sugerirán el agregado de una coma, aquí, o allá, o el adiós a un texto que hoy ya no nos parece tan bueno como ayer como para firmarlo con ninguno de nuestros pseudónimos.
Por eso, cuando alguien no sepa bien qué hacer, o sí lo sabe, pero no cómo iniciar ese camino, pues lo mandamos a dar el primer paso que será dando pasos bien ligeros y a correr.
Cuando veas a un corredor en la madrugada sabrás que algo está tramando, o que puede que pronto terminará una novela o un poema.
Con el deber cumplido llegarán los días más festivos y algunos merecidos y tan pícaros descuidos.