Los ejercicios espirituales, son gran parte de lo que soy hoy en día, y me sorprende cómo es posible seguir sacándoles provecho. Empiezo a pensar que es porque describen un camino de desarrollo personal, que ha inspirado y motivado el mío. Hoy sobre ellos quiero compartirles dos cosas: su origen y uno de sus consejos (que está muy ligado a lo primero).
El autor de los ejercicios es San Ignacio de Loyola, un soldado y luego sacerdote español, que vivió en el siglo XVI. Un suceso fundamental en su vida es que mientras peleaba en defensa del Virrey de Navarra, en la batalla de Pamplona (1521), fue herido por una bala, lo que provocó una extensa convalecencia, puntapié de su experiencia espiritual. En el transcurso de su recuperación, porque era lo único disponible, leía historias de las vidas de santos y de la vida de Jesús. Así fue como empezó a tomar conciencia de los diferentes movimientos internos que lo habitaban.
Comenzó a distinguir qué sensaciones, y hacia dónde lo llevaban sus pensamientos regulares acerca de sus sueños y proyectos. Y que otros nuevos le provocaban, estas historias que leía. El discernimiento de espíritus es la clave de su obra y aunque sea antiguo sigue siendo novedoso. ¿Cuántas veces nos ponemos a pensar qué sentimientos provocan algunos pensamientos en nosotros? ¿Qué ideas nos entusiasman y al final nos dejan una sensación de vacío? ¿Cuáles nos dejan con calma?
Por muchos años pensé que su experiencia, de lo que algunos llaman «conversión», comenzaba debido al accidente, que influyó mucho en las condiciones. Pero actualmente, considero que tuvo que ver más con el encuentro, aunque sea a través de un libro, con los otros. Con esos otros que lo inspiraron y motivaron tanto, que lo transformaron en otra persona. Unos otros, que lo hicieron hasta inclusive, cambiar de círculo social, ya no iban a ser soldados o reyes sus predilectos, sino los enfermos, los pobres, los pequeños.
El mismo Ignacio propone leer vida de Santos o historias de la vida de Cristo, durante el proceso de los Ejercicios, e incluso la experiencia de los mismos es un gran encuentro con la persona de Jesús, por medio de las meditaciones/contemplaciones, que abarcan toda su vida.
Jimh Rohn (1930-2009), un empresario y conferencista estadounidense, planteó que somos el promedio de las cinco personas con las que pasamos más tiempo, y como vemos el fundador de los Jesuitas supo verlo, un par de siglos antes. Podemos ver en su experiencia, que el «pasar tiempo» con el otro, no se refiere exclusivamente al compartir sincrónico y presencial. Pasamos tiempo, pensando en ellos, escuchándolos, viéndolos, leyendo sus historias, sus frases. Ignacio habrá leído la historia de San Francisco de Asís, hoy podríamos decir que lo seguiría en redes sociales.
Tal vez las personas que nos rodean, no nos determinen, pero si nos influyen y ser conscientes de esto, puede ser una gran herramienta si quiero ser participe activo de la construcción de mi propio ser. Al parecer nuestras madres no están tan erradas al decirnos «dime con quién andas y te diré quién eres».
¿A quiénes seguimos en redes sociales? ¿Qué autores leo? ¿Qué canales de noticias elijo? ¿Con quién trabajo? ¿Con quién elijo compartir mi tiempo?
Me parece una propuesta interesante el ejercicio de registrar cuáles son esas cinco personas con las que pasamos más tiempo, así como también, cuáles son aquellas, que me inspiran, me motivan o simplemente hacen algo que me gustaría lograr o hacer. Y a partir de ahí reflexionar, sacando nuestras propias conclusiones, sobre qué tan lejos o tan cerca nos dejan nuestros vínculos de la vida que queremos.