El investigador cultural de origen costarricense, con grado de Doctorado en Arte, profesor de la Universidad de Michigan, William Calvo-Quirós, es el autor del nuevo libro titulado Undocumented Saints, The Politics of Migrating Devotions (Santos indocumentados: Las políticas de la migración de devociones), publicado en el mes de octubre 2022 y recientemente liberado para acceso público gratis, que fue distinguido como una investigación de Alta Calidad en la rama de Religión, por parte del departamento de prensa de la Oxford University.

Acercarse al autor de Undocumented Saints: The Politics of Migrating Devotions tiene varios focos de interés, primero que todo que nos hable de su experiencia de formación en el doctorado, su inserción como investigador y docente de la Universidad de Michigan, y por qué este matiz de interés cultural en los asuntos religiosos de las personas migrantes que a diario caminan la geografía de este continente.

Me llama poderosamente la atención que, en la portada de su página en FB, él se define como un «Ticano de Aztlán», por lo que inicio la conversación preguntándole ¿a qué se debe esa identificación con la patria de los chicanos, Aztlán? Para los lectores quiero explicar que, Aztlán, es un área tanto real como ficticia. Por un lado, se refiere al lugar de origen de la cultura mexica, que según su mitología vivían en Aztlán, y emigran al sur. La leyenda cuenta que, siguiendo una visión, ellos debían establecerse en el lugar donde encontraran un águila comiéndose una serpiente sobre un cactus… Ese lugar sería del punto en el cual eventualmente se fundaría Tenochtitlán, la capital del imperio azteca, y donde actualmente se encuentra la Ciudad de México. Nadie sabe con certeza donde estaba localizado Aztlán, sin embargo, durante los años 1960, con el movimiento de derechos civiles, los intelectuales de la comunidad chicana (mexicoamericano) localizan Aztlán en los territorios del suroeste norteamericano, que habían sido perdidos a la fuerza durante la guerra de Estados Unidos y México.

El doctor Thomás Ybarra-Frausto, famoso curador y estudioso del arte chicano en la Fundación Rockefeller de Nueva York, en una conferencia que ofreció en 1994 para la inauguración de la muestra Ante América en el Museo de Arte y Diseñó Contemporáneo (MADC) de Costa Rica, estimó que esta gran nación y cultura era un territorio que distaba de California hasta Panamá, aludiendo además al carácter de migrantes de aquellos pueblos que se movían, por el océano o por tierra, por todas estas cartografías del continente americano y que, además, son los padres de los aztecas y mexicas antes de la fundación de Tenochtitlán, quizás hasta contemporáneos de los olmecas.

¿Qué implicaciones políticas, geográficas y culturales define y aborda tu investigación para este libro y para tu trabajo del doctorado en Arte en Michigan University?

En el origen de los nombres de ciudades, lagos, existe el vocablo Aztlán, Tenochtitlán, Mazatlán, Atitlán, entre muchos otros, se habla de una noción de enormes lagos, mares, islas, archipiélagos, de pueblos navegantes, que viven del mar, entre otras nociones. En todo esto hay caracteres de identidad que portan los migrantes a donde lleguen, y que conforman el potencial de una gran cultura y rico imaginario simbólico que puebla el arte de este continente.

¿Qué creé William Calvo respecto a tan singular abordaje?

Me gusta que una de las primeras preguntas está ligada al término ticano y las implicaciones sobre la identidad. Como sabes yo nací y crecí en Costa Rica. Soy 100% tico, aunque ya he vivido más años en Estados Unidos que en Tiquicia. Mi familia, es un ejemplo de lo que significa vivir en el medio de los dos mundos. Un día mi hermana menor me preguntó ¿qué era ella?, porque, aunque había nacido en Estados Unidos se había criado en Costa Rica. En esos días ella estaba de voluntaria con una organización llamada «Chicanos por la Causa», ayudando a niños emigrantes. Nosotros tenemos una consciencia social muy fuente, en parte porque como latinos hemos visto y experimentado el racismo y la discriminación contra nuestras comunidades. El término Aztlán tiene una connotación de resistencia geopolítica y cultural, de manera que el término ticano, nació de la unión de las palabras «tico/a» y «chicana/o» para indicar que somos tica/os con una consciencia social chicana, para decir de anti-explotación de los latinos y nuestros países. En cierta forma es un término «de frontera» porque vivimos entre dos mundos. Funcionamos hídricamente en los dos lados.

¿Cómo defines esta conjetura de la hibridación de lo doméstico o lo global, y de qué manera influye esa noción trasfronteriza en tu libro?

Esto me mueve a hablar un poco de la relación o realidad de «estar en el medio» en mi trabajo de investigación sobre el arte, la religiosidad y la cultura de los emigrantes. Yo hago investigación de la frontera, pero sobre todo de las comunidades que se mueven… de las cosas que se mantienen fijas y las que se transforman y cambian. Las culturas nunca son fijas, ellas mutan, «roban» de otras y crean cosas nuevas porque el mundo alrededor nuestro también cambia. Por ejemplo, con más de 60 millones de latinos en Estados Unidos, es difícil saber dónde termina América Latina, aquí hay barrios donde se habla predominantemente español. Al mismo tiempo, es vano preguntarse dónde termina Estados Unidos si consideramos la influencia en el pasado y ahora a través de Facebook, WhatsApp, etc. Así que incluso nuestras nociones de «la nación» y de soberanía nacionales están cambiando.

Mi investigación en diseño y arte se focalizó ya desde un principio con cosas transformadas por la gente, en este caso los automóviles lowriders. Estos son autos que, la comunidad chicana, aquí en Estados Unidos, ha estado haciendo desde los años 50. Ellos son modificados con sistemas hidráulicos para que salten, son retapizados y pintados con motivos muy variados… desde vírgenes, santos a diablos y duendes… flamas o elementos abstractos o políticos. A mí me llamó poderosamente la atención, como diseñador industrial, que estos autos demostraran el valor de la identidad y reflejaran al mismo tiempo elementos culturales y políticos de la realidad latina. Este trabajo me llevó a estudiar el valor de los elementos narrativos por ejemplo en mitos, legendas y de ahí a lo religioso, de tal forma que sirven como sistemas guía para la gente.

¿Por qué el centro de interés en la religión?

Al principio no pensaba escribir un libro sobre religión, yo estaba interesado en cómo las categorías de lo real y lo ficticio son casi obsoletas, y los límites entre ambas a veces no son claros, sino más bien son nebulosos. Más aún a veces, lo real es puramente ficticio, pero racionalmente «necesitamos» creer en el mito para seguir adelante. Por ejemplo, en el caso de muchos héroes y festividades nacionales. Eso es común en todas las naciones. En todo caso yo estaba interesado en mitos de la frontera entre Estados Unidos y México… en particular apariciones del demonio en la cultura popular, e incluso el «chupacabras», sobre todo en relación con los cambios socioeconómicos experimentados alrededor o producto del neoliberalismo, incluyendo NAFTA. En este estudio preliminar estaba ya el caso de Juan Soldado, un santo popular de Tijuana. Conforme la investigación progresó salió evidente la importancia temática de los santos populares o vernáculos como un hilo conector, y así emergió el libro actual.

Todo empezó en Arizona, con un evento político y religioso. En 2010 la comunidad inmigrante se encontraba bajo ataque en este estado; la ley SB1070, aprobada a nivel estatal, sancionaba terriblemente a los inmigrantes sin documentación. Mucha gente se vio forzada a firmar documentos para dar custodia temporal a otras personas, familiares o amigos, para asegurarse que si eran deportados sus hijos/as nacidos en Estados Unidos no serían separados o dados en adopción. Mi mamá y yo nos integramos a uno de esos eventos, organizados para ayudar e informar a la comunidad de sus derechos. Este evento tuvo lugar en una iglesia católica cerca de nuestra casa. La gente creía que estar en las iglesias estarían protegidos contra la policía de inmigración. Al final, la gente quiso rezar y allí cerca del altar había una imagen de San Toribio Romo, un santo que yo no conocía, pero me explicaron que era el santo de las personas emigrantes, en especial sin documentación. La gente dice que él se les aparece y los ayuda a cruzar la frontera de México a Estados Unidos… dándoles agua, transporte, comida o instrucciones. Así fue como empezó todo, como una aparición fronteriza, entre lo real y lo ficticio, lo político y lo religioso.

¿Te refieres a la religión originaria de los pueblos de Aztlán?, ¿al cristianismo influencia de la colonización? o ¿qué otras creencias o maneras profesar focalizas en tu investigación e interés cultural?

Mi libro estudia cinco santos populares, cuyas devociones emergen en América Latina, específicamente en México, y emigran a Estados Unidos. Todos estos santos fueron migrantes, se han movido con la gente, y ahora habitan en los dos lados de la frontera. Algunos no tienen papeles, son indocumentados, porque no sabemos si ellos existían realmente, o porque no fueron personas reales, sino conceptos convertidos en personas. Son indocumentados porque no hay documentos sobre ellos, o porque no han sido estudiados como seres transfronterizos, o simplemente porque habitan entre las comunidades de personas sin una documentación migratoria que les permite trabajar legalmente en Estados Unidos.

Yo investigo las condiciones políticas, sociales, culturales, económicas alrededor de la creación del mito, la leyenda o la devoción. La pregunta es ¿por qué se da en ese periodo o comunidad? De allí paso a estudiar su evolución y cambios de valor y sentidos. Y finalmente estudio qué sucede con sus devociones (y las comunidades alrededor de ellos) cuando emigran y se quedan en Estados Unidos.

Pero, ¿de dónde proviene la motivación hacia los asuntos de santidad?

Yo no estudio la santidad, sino el santo como un producto cultural e histórico, cuyos valores y significados cambian con el tiempo. Por ejemplo, me interesan las transacciones entre gente y santos, cuando se piden milagros o peticiones. Para mí las capillas y santuarios son archivos históricos donde podemos leer el drama cotidiano de la vida humana. En particular interesan las relaciones entre devociones religiosas, los cambios urbanos y agrarios, o de tensiones de género o de conflicto racial. Latinoamérica tiene una gran riqueza de elementos religiosos, yo los estudio siempre con el respeto que la gente se merece, porque al final del día yo investigo el drama humano de sobrevivencia, de gente real que sufre y necesita ayuda divina cuando todo el resto, el Estado, las organizaciones civiles e incluso eclesiales, les podrían haber fallado. A veces, lo único que le queda a la gente, cuando el mundo colapsa alrededor, es la fe, de lo contrario, ¿cómo siguen?

Por ejemplo, el libro tiene un capítulo sobre Jesús Malverde, un santo ligado al narcotráfico, que muere justo al inicio de la Revolución Mexicana… este santo me ayuda a estudiar lo que llamo narco-capitalismo, pero también la construcción de masculinidad. Luego estudio el caso de Olga Camacho una niña de 8 años que muere en Tijuana en 1938, y donde el principal sospechoso, un soldado raso, es asesinado, y él se convierte en el santo local mientras que Olga, la víctima, es olvidada; aquí yo estudio el ligamen entre la violencia contra las mujeres, desde el periodo colonial, hasta los asesinatos de las mujeres de Juárez. Los siguientes capítulos se focalizan en San Toribio Romo y los cambios y tensiones raciales experimentados en la iglesia católica estadounidense por la masiva inmigración de latinos. El último caso es sobre la devoción a la Santa Muerte, la discriminación que sufren sus seguidores y en particular aquí me focalizo en la comunidad LGTB. Como ves, los santos que estudio son «complicados», pero interesantísimos para estudiar las comunidades emigrantes.

Las migraciones han existido siempre, y trasciende que los fundadores de la cultura de este continente también lo fueron. ¿Existe alguna noción de su forma de religión y qué tanto de esa influencia se advierte hoy en día?

Yo creo que la religión, hoy como ayer, es muy importante, tal vez incluso más crucial que antes para entender lo que estamos viviendo hoy en día. Más allá de si las personas son creyentes, participan de una religión institucionalizada o formal, porque nos afectan a todos. Ciertamente, la religión, como instituciones sociales y políticas han (y siguen) cambiado. No solo desde el punto moral, pero también por la constante movilización de sus miembros y el contacto con otros grupos. Como te decía, los grupos religiosos en Estados Unidos han sufrido grandes cambios demográficos por la emigración de Latinoamérica, pero también en nuestros países hemos visto como la religión interviene en la política, en los asuntos de educación, curricular, y de salud. Durante los primeros años de la covid, también vimos un resurgimiento religioso al igual que el desplazamiento entre feligreses que empezaron a buscar respuesta y consuelo en las prácticas religiosas. Más aún, el resurgimiento de movimientos populistas y nacionalistas alrededor del mundo tiene muchos elementos religiosos, casi mesiánicos hacia sus líderes. Muchos de ellos invocan la religión en sus campañas e incluso justifican sus acciones desde un punto de vista de su fe. Como vemos, la religión no ha dejado de ser vital, como elemento dialéctico para entender el comportamiento y las acciones de las personas. Incluso los sentimientos antimigratorios, por ejemplo, recuerdo cómo en Europa durante la crisis migratoria en 2015, muchos alcaldes y políticos, reiteraban que Europa era cristiana, y, no debía aceptar a los musulmanes. Similarmente aquí, en Estados Unidos, vimos como la religión y la migración son constantemente entremezclados.

Con respecto a la religión y la migración, hay tanto que decir. En mi libro yo empiezo analizando una serie de pasaportes religiosos y libros de oraciones (devocionarios) que los emigrantes llevan consigo durante su trayectoria. Hay oraciones para cuando deben dejar sus familias atrás, cuando llegan a la frontera y deben cruzar sin documentación… hay oraciones incluso para cuando piden trabajo, o desgraciadamente son deportados. En este caso las oraciones funcionan como demarcadores de un Vía Crucis real y cotidiano de miles de personas en su viaje al Norte. Además, estudio cómo las peticiones religiosas han cambiado conforme las practicas antimigratorias han evolucionado en Estados Unidos. Mi conclusión explora las intersecciones entre religión y discursos raciales, las implicaciones pastorales y epistemológicas de la migración religiosa.

¿Qué puede significar el sentido actual de descolonizar, al hablar de religión, espiritualidad y profesión de fe desde la perspectiva de tu investigación?

Esta es una pregunta muy, muy importante. Por un lado, los discursos religiosos han sido usados como elementos colonizadores y de expansión. En nombre de la religión se han matado, ultrajado y aniquilado grupos y personas. La religión se ha usado para justificar la violencia contra las mujeres, la opresión y exclusión de grupos minoritarios, la violencia de todo tipo en contra de los pueblos indígenas… incluso se ha usado para validar la esclavitud y la guerra. Es esencial reconocer la violencia creada en el nombre de nuestra fe. En ese sentido, la religión como una estructura social en favor del mantenimiento del poder de unos y la opresión de otros debe ser combatida. Al mismo tiempo, para muchos, su religión les da un sistema de valores hacia la convivencia, la caridad y el amor mutuo. Muchas comunidades religiosas constantemente ayudan y promueven el bienestar colectivo y están al servicio de los más necesitados. Muchas veces cuando los estados fallan, los grupos de voluntaria/os motivados por su religión entran y ayudan.

Para mí, el discurso descolonial implica una transformación primero en nuestra forma de pensar, tanto epistemológico como estético, y muy pragmático. Yo creo que la fuerza más transformadora y descolonizadora es el amor. Más aún, el amor es un escándalo, porque nos llama a ir más allá de la conveniencia y la tolerancia, o los modelos actuales de explotación y extracción que existen en el mundo. En el amor, ningún grupo religioso impone su fe y siempre quiere lo mejor para el otro. El poder existe solo en función de servir y ayudar. En este sentido, los discursos descolonizadores nos llaman a imaginar, antes que nada, un mundo diferente, que no está aquí completamente todavía. En ese sentido todos somos emigrantes, exiliados, porque estamos en un mundo que no es el que debe ser, sino uno que está en camino.

En mi opinión —y con esto concluyo a tu entrevista—, desde un punto de vista investigativo, los discursos descolonizadores, recentran nuestra atención, en las personas, en la vida cotidiana, en la vida que pasa en las calles… en las cosas que suceden afuera de los centros, en las periferias de los espacios, «en el medio». Nos llama a tener una visión distinta de la historia y la estética. Porque los discursos coloniales nos han enseñado a ver el mundo de una forma y a pensar sobre la belleza desde una perspectiva europea. Pero nosotros somos mucho más, somos muchas cosas al mismo tiempo. Por ejemplo, durante mi investigación, fue claro que la gente tiene muchas formas de definir su religiosidad y muchos puntos de adhesión y participación de los grupos de feligreses. Ser católico viene en muchos matices y niveles. No es algo monolítico, va más allá de las estructuras jerárquicas y formas tradicionales de devoción. Un temor que me da es que, si no entendemos que los movimientos descolonizadores nos llaman a reconocer el dolor del pasado y a caminar hacia el futuro, sobre todo a reconocer nuestra multiplicidad, es fácil creer, especialmente durante períodos de cambio y crisis, que debemos mirar al pasado con una puridad nostálgica, como si el pasado fue mejor, algo que no es 100% real y eso nos puede bloquear. Claro, el pasado nos da conforte porque sabemos que sucedió, y el futuro nos puede dar miedo, porque no lo conocemos. Pero, para mí, una mentalidad descolonial es un proyecto hacia el futuro… uno que reconoce el valor de nuestra multiplicidad y la diversidad, sin tener temor y sin rechazar el cambio.

Nota

Calvo-Quirós es oriundo del Cantón de Paraíso en la provincia de Cartago, Costa Rica, realizó estudios de diseño industrial en el Instituto Tecnológico de Costa Rica. Trabajó varios años en Italia en la industria italiana y en la década de los años diez se trasladó a Estados Unidos para obtener su Doctorado en Diseño Industrial en la Arizona State University, y un segundo doctorado en la Universidad de California Santa Barbara en estudios étnicos, de genero e inmigración.