Escribiré sobre el país de mi nacimiento, lejano de mi actual residencia y nacionalidad, Uruguay, pero donde siempre regreso. Italia ha vivido y repite un tiempo de bajo imperio romano, de decadencia política, institucional, cultural, moral y se podría llamar civilizatoria. Desde hace mucho tiempo y acentuada en los últimos años. El emperador y símbolo de esa decadencia es Silvio Berlusconi.
Murió hace pocos días y su entierro solemne en la catedral, en el duomo de Milán, fue una ceremonia totalmente representativa de ese derrumbe. Estaban presentes los vértices del Estado italiano, desde el presidente de la República, la presidente del Consejo de Ministros y la presidenta del Tribunal Constitucional, figuras del mundo de la televisión, del fútbol, de la economía, de la política. También estaban presentes Mario Draghi y Mario Monti, los dos presidentes del Consejo de Ministros tecnócratas a los que depuso Berlusconi en su momento. La presencia internacional no era por cierto muy ilustre: el Emir de Qatar, el jefe del gobierno de Hungría y de Albania. Y nadie más.
Pocos para los sueños del «emperador» de los medios de comunicación en Italia y en Europa y de la decadencia italiana. Seguramente esperaba mucho más.
La homilía, pronunciada por el cardenal el arzobispo de Milán, transmitida por más de 20 cadenas de televisión, (13 de propiedad de «Il Cavaliere»).
No soy religioso, pero tengo un gran respeto por los que verdaderamente lo son, sin fanatismos y buscando sus propias respuestas a las tantas interrogantes de la vida a lo largo de la historia, pero el poder soldado, encadenado de la Iglesia, en este caso la católica al peor de los poderes terrenales me sacude, me entristece. Sobre todo por la memoria del que expulsó a los mercaderes del tempo y que aparece en todos los evangelios y que murió clavado a su fe y a una cruz de otro imperio.
«Habiéndose hundido en la luz de Dios el hombre de negocios, el político, el personaje, ¿qué queda? El hombre: ¡el deseo de vivir!». ¿A costa incluso de la de los demás? Mientras que el mayor artífice de lanzar a Berlusconi la cúspide de la riqueza y el poder cumple una condena por ser de la mafia.
«¡Un deseo de amor!». ¿Para el harén de las mujeres a las que le pagó con dinero o promesas de una carrera en televisión?
«¡Deseo de alegría!». ¿A costa incluso de la infelicidad civil del país a cuya decadencia institucional, cultural, civil, moral ha contribuido como nadie este hombre condenado por evasión fiscal?
Un hombre «que encuentra su juicio en Dios». ¿Se cumple en Dios, entonces, la mentira, el fraude, la corrupción, el envilecimiento de toda virtud y mérito civil, el desprecio de la legalidad y de la Constitución, la mortificación de la memoria de los justos, y de todos aquellos que al servicio de la República se han sacrificado, en vez de sacrificar su dignidad y sus leyes a su propio negocio?
Cumpliendo con una terrible blasfemia: «Una verdad a medias es la más vil de las mentiras».
Nadie recordó en la ceremonia que la mayor profundidad de la decadencia es moral, la madre de todas las decadencias. El 1 de agosto de 2013, la Corte Suprema de Casación (corte de última instancia) condenó a Berlusconi en forma definitiva a cuatro años de prisión por fraude fiscal en el Proceso Mediaset. Debido a un indulto del gobierno de Romano Prodi aprobado en el Parlamento en 2006, se le redujeron tres años de cárcel de la pena inicial; por lo que solo le quedaba un año de pena en prisión.
Además, fue también condenado a siete años de cárcel por prostitución de menores por pagar por servicios sexuales a una menor de edad (Rubygate), pero en 2014 fue absuelto cuando el Tribunal de Apelación de Milán determinó que Berlusconi «no tenía por qué saber que la joven era menor de edad». Un argumento que no es aceptado en ninguna parte del mundo por ningún juez o instancia judicial.
El 8 de julio de 2015, el tribunal de Nápoles lo condenó a tres años de prisión por el delito de corrupción, tras haber sobornado al senador Sergio De Gregorio. Los pagos se realizaron entre 2006 y 2008, y consistieron en aproximadamente tres millones de euros.
No hay antecedentes en la historia de la política italiana de situaciones judiciales de ese tipo, porque una parte importante de la opinión pública lo siguió premiando y varios partidos de derecha se aliaron para formar diversos gobiernos.
Lo más peligroso es reducir la obra destructiva de Berlusconi a sus anécdotas de corrupción, de procesamientos, de trata de menores de edad para sus orgías en sus villas y no analizar eso en el marco general de la degradación de la comunicación con sus tres redes nacionales de TV, con la construcción de una fuerza política de derecha a su servicio personal (Il Cavalliere comenzó su vida política en el Partido Socialista…), su papel en el fútbol y en la cultura italiana, que fuera un ejemplo europeo de pujanza, de creatividad, de identidad nacional desde la post guerra hasta los años 80 e incluso parte de los 90 y hoy son un vago recuerdo.
Recibió el apodo de Il Cavaliere («El Caballero») por tener la Ordine al merito del lavoro (Orden del Mérito al Trabajo), que conlleva el tratamiento de caballero, entre 1977 y 2014, año en el que tuvo que renunciar antes de que la Federación Nacional de los Caballeros del Trabajo le desposeyera de dicha orden. Porque quedaron en la sociedad italiana y quedan obviamente reductos de resistencia a la decadencia y al desastre nacional, a los que Berlusconi no pudo destruir.
Pero su obra cumbre, no fue ni el fútbol, ni la comunicación, ni los 7.000 millones de euros de riqueza acumulados, fue el uso y abuso de la política. Fue presidente del Consejo de Ministros de Italia en tres oportunidades (1994-1995, 2001-2006 y 2008-2011). Igualmente, fue ministro de Relaciones Exteriores de Italia en 2002 y presidente de turno del Consejo Europeo durante el segundo semestre de 2003.
La decadencia, el bajo imperio romano en su peor versión, es precisamente el uso y abuso del poder para entrecruzar sus negocios, sus medios de comunicación, sus orgías, sus cargos en el gobierno, sus pagos de sobornos de todo tipo, su demostrada relación con organizaciones mafiosas y lograr -a pesar de todo- el apoyo de una parte de la población. Poco pan, mucho circo y TV y sumergirse en lo peor de la sociedad y de la política italiana.
Murió Berlusconi ¿murió el berlusconismo? Lo dudo, caló muy hondo el el alma de los italianos.