Una de las cosas que más me costó entender y aceptar fue el cambio de perspectiva con respecto a las consideraciones sobre los difuntos.
En Latuvi, un pueblo zapoteca ubicado en las montañas de Oaxaca, México, la gente cree en la vida después de la muerte y atribuye significados a símbolos y circunstancias que cree que tienen que ver con el difunto. Durante mi tiempo en Latuvi tuve muchas oportunidades de explorar el tema con diferentes personas. En este caso, relato uno de los primeros diálogos que tuve con Pilar, la curandera, sobre este tema.
—¡¡¡Escúchame!!! Oremos por los difuntos, para que nadie se enferme del alma.
—¡Ya están muertos! ¿Cómo enferman a alguien?
—Estas almas, que pertenecen a personas que conocíamos pero que han muerto, pueden sentirse solas y querernos a su lado, por eso vienen a llamarnos.
Mis ojos van buscando algo hacia el lado superior derecho trayendo consigo un imperceptible movimiento de la esquinita derecha del labio que se vuelve hacia arriba, mientras inhalo un cierto grado de disensión con la nariz izquierda, desencadenando un automatismo que habla de oposición.
—Pilar, no es la primera vez que argumentas que los muertos matan. ¿Por qué dices que los muertos quieren que muramos?
—¡¡¡Porque nos aprecian!!!
—¡Guuuuuuaau!
—¡¿Alguna vez has notado que cuando alguien muere, a veces, después de unos meses o un año, alguien más de la familia se va repentinamente, sin previo aviso?! Oh sí, esas dos almas sintieron amor el uno por el otro cuando estaban vivos y continúan buscando la compañía del otro.
—¡Ummmmh!
—Esto sucede especialmente para las muertes repentinas, cuando el alma del difunto no estaba lista para dejar la vida y el cuerpo. Cuando uno no contempla la existencia de una vida después de la muerte puede permanecer obstinadamente confinado. O cuando sientes que has dejado algo importante sin terminar y no ves la posibilidad de un continuum después de la muerte, te quedas atado a la necesidad de terminar lo interrumpido. Mucha gente cree que no hay nada después de la muerte. Son incapaces de captar la inmensidad que los rodea. Es como si estuvieran impidiendo la posibilidad de progresar. Se aferran a la vida en la tierra, a las cosas materiales que han poseído o a los seres queridos que han dejado con vida. No saben que pueden volver a cuidar de sus seres queridos si regresan al círculo celestial. Cuando un familiar muere, puede ocurrir que los que estaban más cerca de él sueñen con él, y puede ocurrir que, si este ha permanecido confinado, le inviten a irse con él. Para esto hay que hablar a la Madre de todas las Madres.
Hubo una larga pausa acompañada de un silencio. Ella seguía golpeando las tortillas entre sus manos. Yo me continuaba balanceando en mi tronco tratando de asimilar el significado de sus historias.
—¿Cómo se hace? ¿Qué podemos hacer por esta alma que está confinada?
—Habla con ella. ¿Has asistido a algún funeral aquí en Latuvi, mira cómo lo hacemos, todos hablamos con aquella alma!
La comunidad se reúne durante los primeros tres días después de la muerte de un aldeano, orando y cantando. Las familias, que toman cargo de los difuntos, organizan un banquete para todos los habitantes del pueblo porque todos los que quieran pueden venir a saludar al alma que ha fallecido. Cocinamos para todos y servimos una cena, un chocolate, mole con pollo, arroz, fruta, mezcal; una vez también se servían cigarrillos, y la vigilia continua hasta el amanecer. A menudo la gente bebe mezcal en recuerdo de los difuntos. Y así se prepara el altar con los cinco ramos de flores, el cántaro de agua puesto detrás del cuello del muerto…
—¿Agua?
—Sí, agua, para que no le falte en su viaje. Y luego se crea la cruz, así la llamamos aquí.
—La cruz, ¿qué es?
—Es una ópera que se hace con polvitos de colores. Lo realiza una persona experta. El diseño toma forma sobre una base de madera que se coloca al pie del altar. Los colores cambian dependiendo si es una mujer, luego se usa predominantemente el rosa; un hombre usa azul claro o blanco para los niños. Puede representar una iglesia, una vela, depende. Y esta es la cruz de los muertos. Una vez que se levanta el ataúd para ir al camposanto, se recoge la cruz, se coloca en una tela tipo bolsa y se coloca dentro del hueco donde se dejará el cuerpo. ¿No lo viste en Oaxaca durante Día de Muertos? ¡Hacen unas enormes frente a la iglesia de la Soledad!
—¡Oh sí, sí, claro que las vi! Son obras extraordinarias. Qué interesante Pilar.
—¿Por qué, ustedes no lo hacen así?
—No, no hacemos la cruz y ni siquiera ponemos agua detrás de la cabeza.
—¿Pero al menos se juntan para acompañar al muerto en su transformación?
—No sé si acompañamos al muerto. Quizás, tal vez acompañemos más el dolor de los que se quedan, de los que lo amaron. Sin embargo, suele pasar que los familiares vigilen al difunto en la funeraria, mientras llegan amigos y conocidos para dar el pésame a los familiares y dar el último adiós al difunto. Los que creen rezan, los demás callan y luego el rito se celebra generalmente en la iglesia. Pero todo tiene que ver con la vida del difunto, los recuerdos o memorias de cuando estaba vivo, más que con su fallecimiento y transformación. Sin conciencia de lo que viene después, tendemos a creer que no hay nada.
—¡Ah, entiendo! Aquí, en cambio, durante toda la noche rezamos y cantamos, acompañando el alma del difunto hacia su nuevo destino. Durante los primeros tres días nunca lo dejamos solo. Hacemos lo que podemos para tranquilizarlo, guiarlo, no hacerlo sentir triste y abandonado. Es importante que encuentres tu camino y no te quedes entre nosotros. Las oraciones continúan durante los próximos nueve días, nos organizamos y nos reunimos tres veces al día.
(Fragmento del libro: «Pilar, un viaje en busca del alma»)