El canónigo Marcelo Miravete de Maseres fue un ilustrado del siglo XVIII preocupado por la prevención médico-sanitaria en su ciudad natal (Orihuela, España). Espíritu inquieto y curioso, fruto de sus lecturas de carácter divulgador, le preocupaba la salud de los ciudadanos, especialmente en aquello que sensibilizaba a la sociedad del momento como la lucha contra la «muerte aparente», «los insultos apopléticos» y toda una serie de accidentes propios de la época (ahogos en los ríos y acequias y asfixias ocasionadas por las emanaciones de braseros, letrinas, enterramientos, etc.). Ello le llevó a crear una Junta de Piedad destinada a la custodia de la máquina fumigatoria que diseñó para reanimar a los afectados por ahogo o asfixia. Fue un auténtico sueño ilustrado.
No tenía reparo el canónigo en confesar su limitada cultura en materia de Medicina:
Yo, a la verdad, no soy Médico, ni cosa que le parezca, ni he estado la Cirujía, y a lo más sé quatro cosas de estas facultades, especialmente de la primera, porque leo a Solano de Luque, la Medicina Hipocrática del Doctor D. Francisco Rubio, Médico de Familia de S. M. C. y he leído quanto dice Feijó sobre su práctica, y no sé qué otras noticias, pero esto no basta para hablar con satisfacción en estas materias…
Y es que, aunque había leído el Teatro Crítico de Feijóo, realmente sus conocimientos galénicos eran fruto de la lectura de la prensa madrileña: Gaceta de Madrid, Diario Enciclopédico, El espíritu de los mejores diarios… Esta formación autodidacta basada en autores como Sage, Gardan, Janin, Taringet y Tissot, sus teorías y prácticas terapéuticas, son las que trataría de aplicar en su ciudad natal.
Entre todas las enfermedades que aquejaban a sus conciudadanos tenía don Marcelo especial obsesión por combatir las relacionadas con los ahogos, asfixias y apoplejías. Parece que fue determinante en ello el peligro que representaba el río Segura, con su compleja red de acequias extendidas por toda la huerta, y las pérdidas de vidas humanas como consecuencia de las riadas, pero también en los meses de verano donde eran frecuentes los baños en el Segura. Miravete hace alusión en su obra impresa a las medidas preventivas del Colegio de Predicadores o del Seminario Conciliar por las que se prohibía a sus colegiales bañarse en el río. También existía otra razón personal más afectiva: la muerte de su madre a causa de «un insulto apoplético». Este hecho marcó al canónigo, hasta el punto de convertirle en un hipocondríaco, ya que aseguraba sentir verdadero pánico por la apoplejía debido a que podían enterrarlo vivo.
La máquina fumigatoria
Para tratar de remediar los problemas de los accidentados por ahogo y asfixia, «para restituir a la vida» a cuantos morían en el estado de «muerte aparente», don Marcelo Miravete propuso generalizar el uso de una «máquina fumigatoria» en las operaciones de reanimación de aquellos que pudieran sufrir este tipo de desgracias. Tengamos en cuenta que máquinas similares a la mandada construir por el canónigo oriolano habían sido ya utilizadas en Ámsterdam en 1772 y posteriormente en Sevilla o Llombay (Valencia), por los médicos de la Real Sociedad Económica Bascongada de Amigos del País (1775) y también en Cádiz.
A la descripción del aparato y a las instrucciones para su manejo iba dedicada la mitad de su opúsculo Junta de Piedad…, donde también encomiaba las excelencias del álcali volátil como fármaco casi milagroso que debía emplearse complementariamente. Resulta que el canónigo tuvo noticia de que para uso de los cirujanos de la Real Armada y Arsenales se había fabricado en Cádiz (él estaba vinculado a la Academia Médica Gaditana) una máquina como la que proyectaba y allí encargó la que diseñó para su presentación en Orihuela. El artilugio constaba de un fuelle que, mediante un tubo a una especie de pipa o cazoleta, en cuyo interior se consumía tabaco habano, acababa a su vez en otro conducto rematado por una cánula que debía introducirse en el ano de los ahogados o asfícticos. La utilidad, según el canónigo, resultaba de la acción mecánica del aire sobre el diafragma, «porque empujado éste por el que entra con el humo por los intestinos, comprime los pulmones, y obliga a salir por la tráquea al que se halla contenido en ellos, y contrarrestando esta fuerza expulsiva, la columna de aire exterior o de la atmósfera, vuelve a entrar en ellos y se forma la respiración».
La acción de la máquina consistía en impulsar el humo del tabaco por vía rectal para que circulara por los intestinos. El principio en que se basaba la utilidad del procedimiento, lo describía así Miravete:
[E]l buen efecto que produce la Máquina resulta de la acción mecánica del Ayre [sic] sobre el diafragma; porque empujado este por el que entra con el humo por los intestinos, comprime los pulmones, y obliga a salir por la trachea al que se halla contenido en ellos; y contrarrestando esta fuerza expulsiva la columna de ayre [sic] exterior o de la Atmósfera, vuelve a entrar en ellos y se forma la respiración…
Las instrucciones de uso de la máquina de don Marcelo se completaban con otra serie de medidas. Por ejemplo, que mientras fuese introducido el humo en el cuerpo del paciente, este debía ser mantenido de lado y movido con suavidad durante la operación. Debía auxiliársele, en el instante en que en que comenzaran los primeros síntomas de recuperación, con el álcali volátil. Una cucharada de agua con cuatro o cinco gotas del producto completaría la acción curativa. Incluso antes de que entrase en funcionamiento la máquina se depositaban en el fármaco grandes esperanzas de éxito, en especial si su aplicación en la nariz y boca del accidentado era acompañada de una serie de friegas de alcanfor o aguardiente con el fin de «promover la oscilación de los vasos capilares sanguíneos».
Insistía el canónigo en recomendar el uso del álcali volátil (según él un remedio más moderno y eficaz que la sal amoníaco utilizada hasta entonces) que, en la última década del siglo XVIII, era todavía muy difícil de conseguir en Orihuela, pero él lo había conseguido traer desde Madrid para ponerlo a disposición de la Junta de Piedad que estaba a punto de poner en marcha para socorro de los ahogados.
La Junta de Piedad
Don Marcelo también fundó y financió a sus expensas una Junta de Piedad dedicada a la custodia de la máquina y a las acciones de salvamento y primeros auxilios de quienes cayeran al río Segura o a los canales y pozos de la huerta oriolana. En la segunda parte del opúsculo Junta de Piedad… figuran los estatutos que regulaban minuciosamente esta entidad, un precedente de las Sociedades de Salvamento y Socorrismo. El personal que debía integrar la organización estaba compuesto por dos médicos titulares, un cirujano director de la máquina y operación, dos ayudantes cirujanos, tres hombres que cumplían la triple misión de convocadores, hacheros y conductores del ahogado, cuatro nadadores y un celador. Este personal sería retribuido mediante anualidades fijas cuyo pago no excluía una curiosa tabla de propinas para el caso en que las operaciones de salvamento y socorrismo fuesen consumadas con éxito.
La propiedad de la máquina fue cedida al Ayuntamiento por don Marcelo. No faltaron felicitaciones como la del rey Carlos IV, a través del ministro Floridablanca, una vez que conocieron el proyecto. El escrito del conde de Floridablanca, firmado en Aranjuez el 8 de abril de 1791, dice lo siguiente:
He enterado al Rey asi de la Carta que me escribió V. S. el 15 del pasado, como de la instrucción o reglamento que dispuso e imprimió estableciendo a sus expensas una Junta de Piedad para socorro de los ahogados, y de los que caen con aparente muerte repentina. Han sido de particular satisfacción y gusto a S. M. el zelo, amor y generosidad de V. S. hacia unos infelices que tan poca atención merecen ordinariamente; y me manda lo diga asi a V. S., y que le queda por ello muy agradecido. Por lo que a mi hace, ocupado enteramente en contribuir con quanto está de mi parte a que se cumplan las intenciones del Rey de hacer felices a sus vasallos, doy a V. S. las más expresivas gracias por lo que se interesa en la restitución a la vida de unos hombres, que sin los auxilios que los proporciona con su ardiente caridad, se perderán sin remedio; y añado que he leído la instrucción, y la hallo muy bien pensada, ordenada y prevenidos todos los lances que pueden ocurrir. Dios guarde a V. S. muchos años.
Incluso el cónsul inglés de Cartagena, Mr. Patricio Wilson, llegó hasta Orihuela con otros caballeros en octubre de 1791 para informarse directamente acerca de la máquina y los pormenores de su fabricación y funcionamiento.
El canónigo
Pero ¿quién era este canónigo inventor? Marcelo Miravete y Maseres nace en Orihuela en 1729 y muere en 1792. Estudió Gramática en su ciudad natal y fue becado en el Seminario para estudiar Filosofía tomista. Tras cuatro años de estudio, ganó una cátedra de Filosofía en la Universidad oriolana, en la que obtuvo el grado de bachiller y maestro en Artes, así como el doctorado en Sagrada Teología y Cánones. En 1750 ganó por oposición la cátedra de Filosofía tomista del Seminario. Ordenado sacerdote, ejerció hacia 1757 el curato de Cardona en la diócesis de Solsona y unos años más tarde (1762) logró por oposición una canonjía lectoral en la Catedral de Orihuela, donde también fue archivero. Instituyó el octavario que anualmente se celebra en el templo catedralicio en honor de la Virgen de Monserrate, patrona de la ciudad. Desempeñó el cargo de rector de la universidad oriolana en el curso 1775-1776 y de juez decano o presidente del Tribunal de la Santa Cruzada y demás Gracias de Orihuela y su Obispado. Entre las numerosas obras de caridad que llevó a cabo merece especial mención el establecimiento de una Junta de Salvamento, compuesta de médicos y personal subalterno, para prestar auxilio a los ahogados, con lo que consiguió arrebatar de la muerte a buen número de personas. Su celo y virtudes se extendieron tanto que llegaron a oídos del rey, quien le mandó felicitar por escrito. Estaba suscrito a varias revistas científicas europeas, perteneció a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia y fue nombrado también socio de erudición y mérito de la Academia Médica Gaditana.
Se conservan en el Archivo del Seminario Conciliar oriolano diversos manuscritos suyos: Jesuchristo Predicado, Oraciones panegíricas y morales y Tractatus Scholástico-Possitivus De Iudicio Universali/ Aiucthore Domino Marcelo Miravete et Maseres, canónico lector Oriolensi, Ab Ocobri anni 1769 usque ad proxime futurum iunium (Orihuela, 1770), que se trata de 104 hojas que contienen lecciones dictadas en su cátedra del Seminario. Otras publicaciones fueron: La más triunfante y benéfica Aurora María Santissima con esta invocación. Oración paneyjirico-moral… (Murcia, F. Teruel, 1767); Paráfrasis de los Salmos Penitenciales (Orihuela, 1790); Junta de Piedad y Compasión para socorro de ahogados y de los que caen en aparente muerte repentina. Ideada y llevada a efecto a sus expensas en beneficio de su patria la Ciudad de Orihuela, por el Doctor… (Murcia, Vda. De Teruel, 1791), El Espudeo o el hombre industrioso y estudioso. Sueños morales de instrucción física muy notable en beneficio de todos quantos aparecen muertos sin estarlo e ilustración al Papel de la Junta de Piedad que ha publicado el Doctor… (Murcia, Vda. de Teruel, 1792); y Novena a Nuestro Padre Jesús Nazareno que se venera en Orihuela… (32 páginas, reimpresa en 1961).
Notas
Fuster, J. P. (1830). Biblioteca Valenciana de los Escritores que florecieron hasta nuestros días…. Valencia, vol. II.
Martínez Gomis, M. (1986-87). D. Marcelo Miravete de Maseres… Revista de Historia Moderna. Universidad de Alicante, n.º 6-7.
Miravete de Maseres, M. (1791). Junta de Piedad y Compasión…. Imprenta Viuda de Teruel, Murcia.