Si la fauna tiene sus leyendas, las chicharras, cicadas o cocoras son un gran ejemplo de esto. Tratemos de entender muchos de los tantos mitos sobre este gran grupo de insectos. No soy entomólogo, pero recuerdo claro que fui con orgullo uno de los mejores alumnos de ese curso en la Universidad de Oriente a mediados de los 80. Me apasionan esas criaturas de seis patas, especialmente los escarabajos. Ahora las chicharras pertenecen al orden de los hemípteros, es decir son “primos” de los chinches y chipos, de allí ese pico a modo de inyectadora en la boca que distingue al grupo. Al contrario de los chinches, las chicharras son de la familia Cicadidae.
Las cicadas son menos estilizadas que los chinches, son regordetas y con tres grandes ocelos, el tamaño de los adultos que son completamente alados va de un centímetro a casi siete centímetros de longitud total. Se estima hay 3000 especies de chicharras.
Quizás deberíamos empezar por el mito de que revientan por tanto cantar. En primer lugar, las chicharras no tienen cuerdas vocales como los mamíferos por lo tanto estridulan no cantan. El sonido ensordecedor que hacen es únicamente ejecutado por los machos para atraer a las hembras a la reproducción. Ese ruido continuo y sumado al enjambre que nos atormenta en ocasiones, lo hacen desde un órgano abdominal llamado "timbal" que al moverse rápidamente produce sonidos de entre 90 a 115 decibeles, dependiendo de la especie, con diferentes tonos y ritmos. Estos niveles se comparan con el sonido de una motosierra o un concierto de alto volumen, en el límite del dolor humano.
En realidad, este ruidoso proceso de búsqueda de pareja no mata a los machos, sería una adaptación evolutiva absurda ya que no ocurriría la reproducción efectiva. La leyenda viene de la frecuencia con que se encuentran los exuvios abiertos, o exoesqueletos abandonados al metamorfosearse de ninfa (etapa larval sin alas) en adulto alado sea hembra o macho. Las exuvias tienen una línea de apertura en la caja torácica en un patrón como si hubiese estallado, sin embargo, es un proceso normal.
El otro malentendido (o mejor dicho exageración) es que pasan siglos bajo la tierra. En realidad, el máximo registrado de la diapausa o hibernación de las cicadas es 17 años. Este tipo de insectos ponen sus huevos en las ramas o tallos de los árboles (500 huevos por hembra); al eclosionar las larvas, estas caen en la tierra cerca de las raíces donde se entierran hasta medio metro para alimentarse de material vegetal.
Posteriormente las larvas se convierten en ninfas, que es la etapa juvenil pre-adulta de la chicharra. Las ninfas no tienen alas ni órganos reproductivos. Esta etapa subterránea o hipogea dura varios meses a máximo 4 años en los climas tropicales ya que la temperatura es más estable y cálida. En las zonas templadas las cicadas sufren largos periodos de invierno y otoños que les impiden desarrollarse rápidamente por un metabolismo más lento y quizás menos alimento subterráneo, todo esto puede conducir a hibernaciones de casi dos décadas. Apenas las ninfas sienten una temperatura de más de 18 grados Celsius en la tierra, emergen, y cuando lo hacen son centenares a miles, sino que millones de chicharras.
El mito de la orina de chicharra. A veces pasas debajo de arboles con cicadas y sientes una pequeña lluvia; pues, aunque eso creas, estos insectos no te están orinando. En realidad, es tanta la sabia que están extrayendo de las plantas que parte de esa agua azucarada te cae encima. Otras personas son más dramáticas al decir que el árbol está sangrando y le atribuyen relación a la crucifixión de Jesucristo. Lo cierto es que algunas plantas tienen sabia rojiza por minerales como el hierro, y si hay chicharras alimentándose de estos el excedente será de ese color. Igualmente se dice que estos desechos de la alimentación de las cicadas predicen la llegada de las lluvias, lo que es totalmente falso, el fenómeno puede coincidir con la fecha de pluviosidad, eso es todo.
Las ninfas de las chicharras son saprofitos de largo periodo de vida, al comer restos vegetales o las raíces de los árboles. Los adultos son prácticamente unos parásitos de las plantas, al succionarles la sabia. Pero esta alimentación se encuentra en equilibrio gracias a las grandes tallas de los árboles y la cantidad de depredadores de insectos como lo son las aves. Lo que sí es cierto de esta comunidad insecto/planta es que algunos hongos sí pueden hacer “estallar”, aunque de un modo menos gráfico, a los adultos y pasarse la enfermedad al aparearse. Un descubrimiento reciente reveló otro hongo más “inteligente”, ya que al ser menos letal que el anterior estimula el deseo de aparearse sin matar a su hospedero. De esta manera se propaga sin perder a su dispersor. Como hemos visto, la vida de las ninfas es muy larga, en comparación a la de sus adultos que es muy corta, apenas unas pocas semanas. Lo cierto es que estas especies representan otra de las muchas adaptaciones de la vida y sus interacciones que llamamos diversidad biológica, ecología y evolución.
Muchas gracias a mis amigos entomólogos, el Prof. Edmundo Guerrero de la Universidad Central de Venezuela y el Dr. Jorge González también venezolano, pero viviendo en los Estados Unidos desde hace muchos años, quienes me aclararon lo que no se encuentra en las redes.