En América del Sur, Brasil es un país que ha sabido definir su interés nacional en base a su poder fundamentado en su extensión territorial de alrededor de 8,5 millones de kilómetros cuadrado, una población que roza los 220 millones de habitantes, inmensas riquezas naturales, la cuenca amazónica, una gran base industrial civil y militar y un PGB de 1.609 billones de dólares, que lo ubica como la décima segunda economía más grandes del planeta. A lo anterior suma que a partir de 1945 comenzó a formar diplomáticos profesionales en el Instituto que lleva el nombre del Barón de Río Branco, en recuerdo del historiador y embajador, José María da Silva, quien a inicios del siglo XX negoció hábilmente las actuales fronteras de Brasil y dio un sentido estratégico a la política exterior.
Por ello el relanzamiento de Brasil en la escena internacional, de la mano del presidente Luis Inácio Lula da Silva, luego de los cuatro años de ausencia durante el gobierno del exmandatario Jair Bolsonaro, significa que el país está de regreso y dispuesto a jugar un papel cada vez más importante en la agenda mundial. Desde enero del presente año en que inició su segundo mandato, el presidente Lula ha visitado Argentina, Estados Unidos, China, Emiratos Árabes Unidos y recientemente, Portugal, y España, donde en Lisboa conmemorará los 49 años de la Revolución de los Claveles y en Madrid sostendrá una agenda política, de comercio, inversiones, cultura y ciencias que ha pasado a ser el sello de las visitas presidenciales de Lula.
En su reciente gira a China y a los Emiratos Árabes Unidos, acompañado por una delegación de 300 personas, firmó acuerdos por 12.799 millones de dólares de los cuales más de 10 mil fueron con el gigante chino, país que pasó a ser el principal socio comercial de Brasil en 2009. El intercambio entre ambos países alcanzó el año pasado a 150.500 millones de dólares, que es más del doble de la cifra del comercio bilateral con Estados Unidos. Las relaciones con China van más allá y se encuentran en el banco de inversiones de los BRICS, agrupación de países donde participa Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, creado en 2014 con un capital inicial de 100 mil millones de dólares, con sede en Shanghái y actualmente presidido por la exmandataria de Brasil, Dilma Rousseff, quien declaró al ser inaugurado que «no se hace en contra del Banco Mundial o del FMI, sino que se hace a favor de nosotros mismos».
En el complejo plano político internacional actual, el mandatario brasileño dejó claramente establecida la posición de Brasil con relación a la guerra entre Rusia y Ucrania, al reafirmar que su país será neutral y no enviará armas al gobierno de Kiev. Previamente había sugerido que en las negociaciones de paz debieran considerar que Crimea quedara en territorio ruso, lo que originó una rápida respuesta del gobierno ucraniano descartando de inmediato esa posibilidad. Lula fue más lejos al responsabilizar a Estados Unidos y a la Unión Europea por la mantención del conflicto al señalar: «Es necesario que los Estados Unidos pare de incentivar la guerra y comience a hablar de paz. Es necesario que la Unión Europea comience a hablar de paz para que podamos convencer a los presidentes de Rusia y Ucrania, que la paz interesa a todos». También al abandonar los Emiratos Árabes expresó a los periodistas que estaba proponiendo la creación de «un G-20 para la paz» con participación de países de América Latina y del mundo en desarrollo de la misma manera como se hizo en 2008 «para salvar la economía».
A su regreso a Brasilia, el jefe de Estado brasileño recibió al ministro de relaciones exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, con quien se reunió en el Palacio de la Alvorada, residencia oficial del mandatario. Ahí se informó que ambos personeros hablaron «de paz y no de guerra». Sin duda que la visita causó irritación y molestia tanto en la Casa Blanca como en Bruselas lo que llevó a que el vocero del Departamento de Estado en Washington, en una dura declaración expresara que «Brasil está repitiendo como un loro la propaganda rusa y china, sin prestar atención en absoluto a los hechos». Posteriormente, el presidente Lula ha debido aclarar que condena la agresión de Rusia a Ucrania, pero el mensaje a la opinión pública mundial ya había sido entregado y probablemente eso explica la fuerte reacción del vocero del gobierno estadounidense.
Si bien Brasil tiene varias fortalezas que lo llevan a querer ser un actor de primer nivel en la política mundial, también tiene fuertes debilidades que limitan sus posibilidades. Su ingreso per cápita no alcanza a los 10 mil dólares y el país está marcado por la pobreza, el abandono y crecimiento de la desigualdad por raza, color de piel o género de amplios sectores sociales. La pobreza, de acuerdo con cifras oficiales del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) llegaba en 2022 al 29,4% de la población, equivalente a 62,5 millones de habitantes y la encuesta nacional sobre Inseguridad Alimentaria efectuada en el contexto del Covid-19 por la Rede Brasileira de Pesquisa em Soberania e Segurança Alimentar e Nutricional, del 2022, muestra que 33,1 millones de personas no tienen qué comer. A ello se suma la polarización política de un país dividido en mitades casi iguales luego de los cuatro años de gobierno del expresidente Bolsonaro, donde la pobreza, inseguridad y hambre se extendieron. Eso significa que el presidente Lula deberá también concentrarse en la política interna, reforzando la economía y dando seguridades a la población que sus condiciones de vida mejorarán rápidamente.
En definitiva, Brasil y su presidente no están improvisando y conocen la realidad que enfrentan. Tienen un plan estratégico en política interna y exterior. Esta última le da la posibilidad de consolidarse como la voz principal en América Latina, al estar México sumido en la violencia interminable que ha caracterizado al país en las últimas décadas y Argentina con su ingobernabilidad crónica y crisis económica endémica, por lo que han dejado hace tiempo de ser rivales de Brasil. Este país no renuncia a la idea de reformar el sistema internacional y pasar a integrar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y está dispuesto a enfrentar a Estados Unidos en los temas de seguridad y paz mundial.
El relanzamiento oficial de UNASUR que debiera sumar a los países de la región, es otra de las apuestas de Lula, convencido en la necesidad de integración y de levantar una sola voz desde Sudamérica. Por ello es que ha buscado en China un socio que le asegure un fuerte respaldo político y económico, asumiendo con entusiasmo el proyecto geopolítico de terminar con el mundo unipolar y mantener la independencia, a la que también Francia y el presidente Macron ha hecho referencia, de «no ser vasallo de ninguna potencia». Lula está jugando fuerte y espera aunar a los países que se siente instrumentalizados o alineados por Washington en esta disputa por la hegemonía mundial.