Dicen que el sentido común, es el menos común de los sentidos. Esta frase, atribuida al filósofo Voltaire, se aplica para hacer alusión a la pérdida de sensatez o lógica sobre lo que debe ser, tanto a nivel personal como colectivo. De hecho, se utiliza como referencia a la coherencia con los acuerdos, consensos y normas establecidas para el beneficio general de una sociedad.
El sentido viene de la capacidad de sentir, de tener sensaciones respecto a algo; mientras lo común, se refiere a lo usual y adecuado aplicado a un colectivo o comunidad.
El sentido común puede tener muchas acepciones: nos podemos referir a la percepción de lo evidente, lo sensato o lo lógico que se ha de aplicar a una situación, según los acuerdos colectivos y las creencias que tengamos. En caso contrario, la pérdida de sentido común aplica cuando una persona actúa de forma irracional o absurda, incluso cuando ha perdido la cabeza o realiza acciones incomprensibles para los demás. En cualquiera de los casos, decir que el sentido común es el menos común de los sentidos, es aplicable para los momentos en que el absurdo o el caos priman sobre lo que consideramos debería ser lo sensato.
Pues bien, últimamente me resuena que tenemos la imperiosa necesidad de recuperar el sentido común que hemos perdido como sociedades al punto de llegar a la insensatez y el absurdo, asunto quizás explicable por padecer de una hipnosis colectiva acompañada de amnesia de nuestra historia y origen para poder reconocer quienes somos como seres humanos y humanidad. Es como si necesitamos despertar de un mal sueño para recuperar el orden natural de la vida, la sensatez, el equilibrio y la armonía que en algún momento hemos perdido, sin siquiera darnos cuenta de la pérdida.
Una acepción maravillosa de recuperar el sentido común es el llamado, la importancia y urgencia de volver a lo común. En un mundo gobernado por el individualismo de quienes piensan, actúan y se rigen por el interés privado, es tiempo recordar, retomar, resignificar y revalorizar palabras olvidadas como el bien común y el interés colectivo, que debería primar por encima del particular. Porque recuperar el sentido común es despertar del engaño de la existencia única del individuo, cuando el ser humano es por esencia un ser sociable y colectivo.
Recuperar el sentido común es tener en cuenta lo sensato y lo evidente, que muchas veces es la opción menos utilizada en un mundo que se ha complejizado hasta el punto de enredar lo verdadero en una maraña de redes que nos alejan de lo esencial y de la intuición que desde el sentir nos guía a lo adecuado, más que desde la mente programada en la sinrazón. Cada vez más nos rigen los algoritmos y los programas como si la inteligencia artificial cobrara autonomía tomando el protagonismo de la humanidad, cual guión de película de ciencia ficción. Aún estamos a tiempo de escribir el final, recuperando el sentido común que nos guía hacia el valor del ser humano en su integridad y por ende, de su capacidad de definir su camino con la sensatez que da la consciencia del presente o la presencia consciente del ahora en cada una de nuestras decisiones y acciones.
Así, quizás podremos salir del dominio externo sobre nuestras decisiones para recuperar el verdadero libre albedrío, dejando de guiarnos por un algoritmo o por decisiones del mercado que define nuestros gustos y necesidades, igual que quienes trazan las políticas desde escritorios alejados de la realidad que habitamos, cual programadores o guionistas que dictan el plan a seguir lejos del bien común porque sencillamente están en la punta de una pirámide que desde lejos ni siquiera alcanza a ver la base del ser colectivo.
Recuperar el sentido común es también vivir como una unidad en todo lo que somos, sin la separación mente cuerpo. Es también dejarnos guiar por la intuición, por esa vocecita que nos dice en silencio lo que es correcto, pero que muchas veces acallamos por el temor de salirnos del carril de lo establecido, de ser distintos o desentonar en un mundo lleno de likes sin sentido. Hemos de darnos cuenta que, aunque sea absurdo, sostenemos un mundo lleno de exabruptos que toleramos porque hemos perdido el sentido común tratando de encontrar el valor en una individualidad vacía de contenido colectivo, pero llena de necesidad de pertenencia a identidades comunes y con sentido.
Solo así se explica que veamos todos los días noticias repetitivas con relatos de corrupción, guerras, deudas, préstamos, intereses y un montón de señales e indicadores que solo nos muestran que vamos mal y que estaremos mucho peor. En todos los sentidos los datos oscurecen el panorama de la esperanza, dadas las predicciones negativas desde el estado del tiempo, la economía, las hipotecas (asumiendo la pérdida del derecho a la vivienda), la carestía de alimentos, hasta un etcétera casi infinito que nos aleja de la real posibilidad de vivir plenamente, disfrutando de todo lo que somos y tenemos sin preocuparnos o angustiarnos por la escasez en un planeta magníficamente rico y abundante.
Todo esto sucede mientras -para distraernos- vemos las novedades de los mega ricos, aquellos que acumulan obscenamente riqueza y derrochan lujos en un mundo donde miles, millones mueren de hambre. Hemos perdido tanto el sentido común, que aplaudimos la lujuria y la avaricia convertidas en pecados del capital, mientras nos alejamos de la posibilidad de tener lo mínimo, lo básico para llevar a casa, tal y como debería ser para todos los seres con derechos humanos.
Recuperar el sentido común es también una oportunidad de trascender la meta de la acumulación para generar riqueza para unos pocos, a costa de la pobreza para otros. Porque la hipnosis colectiva permite que el 1% de los más ricos tenga tanto como el otro 99% de los habitantes del planeta y que el poder del dinero decida las elecciones, permitiendo que nos gobiernen los intereses que justifican el sostenimiento de un sistema que hace agua por todas partes. Mientras tanto, como en el hundimiento del Titanic, seguimos bailando con la ilusión de que todo mejorará sin darnos cuenta de que, igual que en ese tristemente famoso barco, solo unos pocos acceden a las balsas, mientras la gran mayoría se ahoga lentamente.
Podemos cambiar el guión o modificar la música, dejar de bailar al ritmo impuesto por la hipnosis colectiva o la resignación al destino que nos espera, para empezar a seguir los pasos del latido del corazón. Parar, pausar, observar, sentir y compartir nos permitirá darnos cuenta de que somos los protagonistas de nuestra vida y por tanto de nuestra realidad. Que somos nosotros los creadores de la vida, de las decisiones y acciones que nos podrán permitir recuperar el sentido común.
Recuperar el sentido común es un llamado para mirar alrededor nuestro, porque cuando pensamos en cambiar el mundo, llegar a lo más alto del poder nos queda muy lejos. Pero si vemos alrededor, podemos empezar a abrir los ojos y el corazón, para permitirnos recuperar el sentido común expresado en el saludo al vecino, en la taza de sal o de azúcar entregada a quien lo necesita, la palabra afectiva manifestada en la boca, el abrazo rescatado de la distancia como un salvavidas que nos rodea para hacernos dar cuenta que no estamos solos, que somos muchos más de lo que creemos y más poderosos de lo que sabemos.
Porque en el olvido o el sueño hipnótico, hemos olvidado que somos libres, que nos podemos autogobernar para ejercer nuestra independencia de pensamiento y de sentimiento, quizás así escuchemos el latido del corazón que palpita emocionado porque poco a poco despertamos de la pérdida del sentido común.
Podemos darnos cuenta de que es posible salir de la sin salida externa, encontrando el camino interno y personal para sumar poco a poco gotas de sensatez que nos llevarán de vuelta al mar de una humanidad con sentido común. Puesto que estamos conectados en la cadena de la vida del planeta, es inevitable que algún día llegue la vuelta del sentido común para darnos cuenta que es imposible transcender la muerte si no hay memoria de quienes hemos sido como seres transitando una experiencia humana. Somos parte de este lugar llamado Tierra, en donde podemos usar nuestro libre albedrío para actuar en consciencia, personal y colectivamente, guiados por el sentido común para vivir en coherencia con la vida plena que merecemos y nos corresponde en este abundante y maravilloso planeta.