Hace años que camino casi todos los días. Camino siguiendo unos pocos recorridos, que elijo a último minuto dependiendo del tiempo que tengo a disposición, la hora del día y las condiciones atmosféricas del momento. Un paseo a paso rápido de una hora y media. A veces un poco más y otras un poco menos. Durante mis paseos me cruzo con otras personas, independientemente de la hora en que salgo de casa. Muchos de ellos sacan a pasear a sus perros, otros van en pareja, muchos solos y otros pocos en grupos de 3 o 4 personas en total.
Siento que me hace bien caminar, me distrae, me hace pensar en otras cosas y me siento mejor. Los beneficios de una caminata son múltiples y entre todas las personas que veo por las calles, hay dos que me hacen pensar en la importancia de una caminata bien hecha. Los beneficios que a menudo se mencionan son tantos e incluyen mejoramientos cardiorrespiratorios, mejor sueño, creatividad, reducción del estrés, reducción de la depresión, mejorías en relación al sistema inmunológico, una presión arterial más baja y también reducción del peso corpóreo entre muchos otros. Es como si estuviéramos diseñados para caminar.
Una de las personas que encuentro con frecuencia hace un recorrido enorme de más de 12 kilómetros. Camina a paso largo y acelerado con una media de unos 6-7 kilómetros por hora. Sus horarios no son siempre los mismos que los míos, pero nos cruzamos a menudo. Él es delgado, tiene unos 45-50 años. Pocos cabellos, mide 1.90 y, al seguirlo a distancia, he pensado que sufre de una enfermedad y que camina para robustecer el sistema inmunológico. Ya son unos 3-4 años que nos vemos, nunca hemos hablado, pero nos reconocemos. Se viste de blanco, camiseta con mangas cortas y lleva pantalones cortos también durante el invierno.
El segundo es un personaje particular. Camina siempre desde las 5 de la mañana a las 8 pasadas. Hace el mismo tramo unas 50 veces o más. Una recta de 350 metros que bordea un parque de este a oeste. Él es pequeño y delgado, camina rápido y visto desde atrás, tiene el cuerpo ligeramente inclinado hacia la derecha. Mueve los brazos de manera poco coordinada y en su modo de ser hay algo de compulsivo y tímido. Nos saludamos con un buen día. No hemos hablado jamás, pero nos conocemos de vista. Se viste con un color fosforescente. También pienso que está enfermo y que las caminatas de horas sea su modo de luchar contra la enfermedad. A veces se sale de su ruta habitual, pero es sólo por un momento. La primera vez que lo encontré fue este verano. Lo veía ya caminando a las 5:30 de la mañana y cuando yo terminaba mi paseo el seguía andando de este a oeste o de oeste a este en el mismo trecho.
Después de las fiestas, bajé a caminar un poco y lo encontré en sus paseos de ida y vuelta. Lo observé, mientras lo seguía desde atrás y pensé en las calorías que quemaba cada día. En este período del año se protege de la lluvia y el frío. Se cubre la cabeza y el cuello, lleva guantes, pantalones largos y ajustados y zapatillas. Vive cerca del parque. En la misma zona, pero nunca lo había cruzado fuera de sus paseos salvo en una única ocasión en el supermercado, donde me detengo a dar una vuelta si tengo algunos minutos a disposición antes de llegar a la oficina. Él se sorprendió al verme en ese contexto y yo me sorprendí al verlo vestido con sus atuendos habituales de caminata, empujando un carro de compras al mismo compás de siempre.
La gente se crea habitudes y con ellas construyen su vida. Caminar hace bien a la salud física y mental. El enigma detrás de cada uno de los que cruzo en mis paseos es el motivo que los lleva a caminar como si esto fuese una de las cosas más importante en la vida. Hablando con otras personas, he descubierto que los médicos han comenzado a aconsejar sistemáticamente un paseo de mínimo 40 minutos al día para mejorar las condiciones físicas y la calidad de la vida. Yo por mi parte uso mis paseos para reflexionar sobre mí mismo y los incontables temas que pueblan mi existencia, un diálogo a forma de monólogo, que con el tiempo se ha hecho imprescindible.