Esto lo digo a partir de mis vivencias de 6 años, de trabajar cinco años como entrenador de tenis, estudiar cine, pintura y hacer vida familiar en Suecia. Y de mis 7 años en Mozambique, país donde fui entrenador de su selección de tenis, realicé más de 25 documentales, publicidad TV y realicé vida de familia. O sea, mi visión no es la postal turística. En el país nórdico pude constatar, por ejemplo, como el concepto de IKEA o H&M, son conceptos incrustados en la sociedad, estoy hablando de la búsqueda de una armonía, de una cierta igualdad de oportunidades, donde cualquier persona pueda tener acceso al buen vivir, a la comodidad, de forma acogedora y con estilo. A poder verse y vivir sintiéndose gratos, sintiéndose acogidos, no diferentes, no discriminados por los demás por causas económicas.
Otro aspecto que no dejan de valorar los suecos a pesar de la modernidad, es todo lo relacionado con el pasado, lo antiguo, lo tradicional, no solo en lo cultural, sino también en el conocimiento y respeto por la naturaleza y la fauna. Desde muy pequeños les enseñan los nombres de cada flor y fauna.
Por otro lado, en Mozambique pude conocer los efectos del colonialismo, muchas veces expresados en los rostros de los más viejos con quienes me cruzaba en las calles de Maputo. Gracias a la independencia en 1975, hoy pueden transitar libres por la ciudad sin tener que mostrar un carnet que los autorice, o un papel que certifique el nombre del ciudadano blanco para el cual trabajaban. Pude también constatar algunos logros del triunfo sobre el colonialismo. Avances a pesar de sufrir una guerra interna impuesta por el régimen del Apartheid de Sudáfrica, estrategia que buscada desestabilizar al gobierno mozambiqueño por este ser solidario con sus hermanos en Rhodesia, que luchaban para que este país finalmente se convirtiera en Zimbabue.
Se suele oír decir a personas al volver a Chile después de años de exilio, que Chile es otro país, que ya no es el mismo, que no se hayan. Que su pueblo sucumbió al consumismo, que son fachos pobres. Muchos incluso insinúan irse del país. Estas mismas personas que vienen de regreso desde el primer mundo, comparan todo con Europa. En sus retinas aún se reflejan aquellas bellas calles del Viejo Continente plagadas de monumentos históricos, los cuales son respetados como objetos sagrados. Recuerdan sus paseos por sus planificas avenidas con hermosas construcciones de siglos que han sido reacondicionadas a los tiempos actuales transformando esos barrios en los más caros y de interés, tanto para habitar, como para el comercio de lujo. Mientras que en Chile no existen las regulaciones que permitan resguardar el patrimonio arquitectónico. Lo que no destruyen los terremotos, lo acaba la especulación inmobiliaria, que, a cambio, construye torres como verdaderos panales verticales de cemento, donde la gente vive hacinada, sin espacios de esparcimiento, sin jardines u otros espacios que permitan la convivencia.
El amontonamiento de gente en estas moles de cemento verticales finalmente provoca el caos en las estrechas calles y otras infraestructuras no adaptadas, ni suficientes, para soportar la nueva densidad a que las obligan estos símbolos de nuestra incapacidad. Nuestros incómodos y desilusionados compatriotas comparan con justa razón como las modernas construcciones en esos países están situadas en zonas fuera del casco antiguo. La falta de criterio, de conciencias de nuestras autoridades incompetentes, han permitido que se vaya destruyendo nuestro bello paisaje urbano. Sería muy necesario que los Colegios Profesionales jugaran un rol más activo y asesoraran a nuestros políticos tan mal evaluados y así poder avanzar más rápido y mejor en la solución de temas esenciales aún no resueltos. «Cada vez que me meto en estos temas me acuerdo de la rana y me digo que cuando Colón piso territorio americano, en Europa ya existían universidades hacia siglos, mientras que nosotros aun andábamos con la pluma parada y se me pasa».
Lograr cambios de actitud, éticos, de civilidad, en millones de personas, en forma simultánea, solo se logra a través del tiempo. Y para que esto suceda, esa sociedad, debe haber superado las tremendas diferencias sociales que aun nuestras jóvenes naciones padecen. Recuerdo cuando llevaba recién mi primer año en Suecia y estudiaba el idioma, al finalizar las clases salíamos un grupo de latinos a conocer el centro de Estocolmo rumbo al metro. Al principio cruzábamos las calles donde se nos ocurría, por lo general a mitad de cuadra, mientras veíamos a los suecos todos paraditos en la esquina esperando la luz verde para cruzar. Naturalmente que pensábamos que pelotas que son. Pasado un tiempo, estábamos junto a ellos esperando el cambio de luz. Habíamos sucumbido al orden, ahora éramos más cívicos. Estos cambios que experimentábamos permitían que los suecos dejaran de mirarnos con cierta frialdad y quizás algo más.
El medio en el cual nos insertamos nos empujó a adoptar esos nuevos códigos de conducta cívica, muchas veces sin darnos cuenta. No había otra forma de lograr integrarse a esas nuevas sociedades, desarrollarse profesionalmente y así lograr disfrutar de la vida en esos países. Por eso al pisar nuevamente la tierra de sus antepasados no les parece la copia feliz de Edén, como reza nuestro himno nacional. Ahora ellos sufren un choque cultural en su propia tierra. Los cambiados son ellos.
Esta más que demostrado que las sociedades progresan cuando reina la paz, la armonía, la civilidad. Esto sucede cuando logramos convivir en el respeto por las diferencias de todo tipo. Democracia es cuando independientemente de las diferencias políticas, religiosas u otras; actuamos, funcionamos y pensamos anteponiendo el interés colectivo por sobre el personal. He vuelto varias veces a Mozambique desde mi retorno a Chile en 1991. Han pasado más de 30 años y he podido apreciar enormes avances en Mozambique. Ese país al momento de su independencia en 1975, era uno de los más pobres del mundo. Para entender el nivel del drama de aquellos años puedo contarles que más del 90% de la población era analfabeta. Durante mis años allí, UNICEF declaraba que morían 500 niños diarios por causa del hambre, por enfermedades o por causas directas de la guerra. ¿Como podría uno imaginarse avances sustanciosos en una realidad tal? Una de las explicaciones que tengo para lograr estos avances, fue gracias a la liberación de Mandela, y a la paz que finalmente reinó en la región, fue así que Mozambique pudo lograr una cierta armonía cívica, lo cual le permite hoy mostrar avances que no habría pensado alcanzar a ver.
Pero no tengo ninguna duda que el más importante cambio que experimentó Mozambique, y que permitió por consecuencia adelantos sustanciosos en todo orden de cosas, fue la liberación de su economía, la libertad de emprendimiento, la libertad de información y el pluripartidismo. Recuerdo muy bien cuando fuimos censurados con mi amigo y socio Harron Patel por nuestros colegas cuando anunciamos que crearíamos una productora de cine independiente de la estatal. Fue tema del consejo de ministros. El propio ministro de relaciones exteriores y el secretario del partido Frelino que gobernaba, vinieron a mi casa para decirme que continuara trabajando pero que no hiciera mucho ruido con nuestra propuesta, que esto iba para allá, pero que aún habían muchos viudos del muro de Berlín que complicaban la introducción de cambios.
Ha sido el desbloqueo interno de su economía y libertades las que posibilitaron este avance. Son estas principales libertades que garantizan la paz y que permiten a la gente de a pie, de cualquier país, lograr pequeños avances que lentamente van mejorando su nivel de vida. La gente, ese pueblo tan vilipendiado en nuestros días, sabe muy bien que solo en una democracia estable pueden soñar. La gente conoce muy bien las promesas sin fondo de los políticos, las han sufrido por generaciones. Hoy solo piensan en el presente.
No es casualidad que durante la pandemia con el retiro de su 10%, muchos privilegiaron comprar o cambiar de plasma, cambiar de auto, viajar, invertir en algún emprendimiento más rentable, en resumen: mejorar su presente, su día a día. Por generaciones aprendieron a ser escépticos del futuro.
Este pueblo sabe que su única posibilidad de lograr algún avance, es volver a confiar en los partidos y los políticos. Por esa razón, a pesar del desprestigio, les devolvió la pelota a los partidos para que se pongan de acuerdo y logren esa armonía que el país necesita porque así ellos podrán tener la posibilidad de tener la esperanza de un futuro algo mejor. Yo viví gran parte de mi juventud en Quinta Normal, cuando voy a visitar al chico Ernesto, o al «pelao» Enrique, no puedo no volver a recordar gran parte de mis andanzas de juventud en ese cálido, pero no bello lugar.
La escenografía del barrio y sus alrededores continúa siendo casi exactamente la misma que yo recorría en los años 70. Tan solo un alto edificio en la punta de diamante de José Joaquín Pérez con Mapocho altera ese orden. Visitar la periferia plana, de un piso de la capital es entrar en un túnel del tiempo. La última vez que visité a los cabros del barrio, mientras conversaba con el chico Ernesto frente a la puerta de la vieja casa en calle Ladrilleros, apareció por José Joaquín Pérez montado en una vieja bicicleta nada menos que Pele. Uno de los mejores jugadores de Baby futbol de Quinta Normal, hoy sus manos lo han convertido en joyero. Una continuidad de sus virtudes. Nos abrazamos con la misma felicidad que como cuando el convertía un golazo y yo su arquero, lo abrazaba.
Hace unos días tuve que volver nuevamente al barrio, esta vez al funeral de la esposa de mi querido amigo y hermano Checho Lecaros. Al igual que cuando murió mi padre, no importa donde haya estado viviendo, siempre volvemos a la Medalla Milagrosa.
Gracias a la tremenda amistad, generosidad, solidaridad, de esa gente humilde, desinteresada, la ceremonia fúnebre tiene garantizado un alto rating, y no hay nada mejor que estar bien acompañado en esas circunstancias.
Lo que más me motiva de haber regresado a vivir en Chile, es que hay mucho por hacer.