La perfección existe. El problema es que se encuentra alojada en el escondite perfecto.
No hay nada más inútil que buscar la perfección. Personalmente prefiero los conceptos «mejoramiento continuo» o «búsqueda de la excelencia», los cuales tienen implícito que no son un fin sino un camino que siempre tiene un más allá. No en balde decía Voltaire que «lo perfecto es enemigo de lo bueno».
Cuando pienso en este tema, siempre viene a mi mente lo que considero el milagro de la vida, lo más parecido a la inaccesible perfección. Para algunos, solo es el producto de la unión física de un hombre y una mujer que tiene como consecuencia un proceso misterioso de aproximadamente nueve meses, hasta que nace un bebe frágil e indefenso.
Durante ese proceso misterioso, sin un guía visible ni un ejército de trabajadores, un ser humano se va construyendo a sí mismo. A partir de la unión de dos células, comienza a surgir una maravillosa estructura compuesta por 12 sistemas, separados e interconectados, que constan de un total de 78 órganos confeccionados a partir de una mezcla de 60 elementos químicos que el cuerpo de la madre va aportando. Poco a poco se va erigiendo la armazón que finalmente constará de 206 huesos y unas autopistas de vasos sanguíneos y de nervios que alcanzarán una longitud de unos 96,000 y 150,000 kilómetros respectivamente. Los pulmones se irán preparando para procesar el elemento que le dará vida a toda la estructura desarrollando una red de 300,000,000,000 de capilares. El corazón se preparará para latir unas 100,000 veces al día sin detenerse y el cerebro desarrollará unos 100,000,000,000 de neuronas para poder coordinar toda esa compleja maquinaria. Podría seguir, pero no es el objetivo. El hecho es que, al final de este proceso sale a la luz un bebé frágil, indefenso e imperfecto, pero con un potencial inmenso. Solo imaginemos que toda esa maquinaria fuera perfecta.
Todo este proceso de construcción no es más que el principio. Desde el mismo día de su nacimiento comienza otro proceso de socialización que marcará el futuro de este nuevo ser. Irá adquiriendo conocimientos y experiencias, acumulando éxitos y fracasos y, poco a poco, perfeccionando sus imperfecciones.
De ese material está hecha nuestra especie. De esos ocho mil millones de seres humanos, revestidos cada uno de esa inmensa complejidad, con sus virtudes y sus defectos. No existe, entonces, ningún ser humano que sea perfecto y mucho menos alguno de ellos, imperfecto por naturaleza, puede crear algo que si lo sea. Vivimos en un mundo imperfecto con innumerables oportunidades de mejora.
Sin embargo, la palabra «perfecto» es muy atractiva y es usada para definir actuaciones que tienen unos parámetros predeterminados. Recuerdo cuando Nadia Comăneci fue la primera gimnasta que tuvo una actuación «perfecta» en los Juegos Olímpicos. Esta perfección la determinó el hecho de que todos los jueces le dieron la máxima puntuación posible. Ya que posteriormente otras gimnastas han logrado la misma puntuación, vale preguntarse cuál de ellas ha sido «más perfecta».
Otros deportes también definen su propia «perfección» y así tenemos lanzadores que se atribuyen juegos perfectos en el beisbol, temporadas perfectas cuando un equipo gana todos sus compromisos, y ejecuciones perfectas cuando un atleta no tiene un solo fallo; esto último puede ser subjetivo u objetivo.
Igual pasa en la vida cotidiana cuando un estudiante saca la máxima puntuación posible o en los trabajos cuando se alcanzan el 100% de los objetivos. Sin embrago, todas estas «perfecciones» pueden ser superadas y de hecho lo son.
¿Cuál es el límite que puede alcanzar un individuo, o la raza humana? Recordando a Richard Bach en Juan Salvador Gaviota, yo diría que «el cielo es el límite», lo cual es una evidente contradicción si asumimos que lo que llamamos cielo, el espacio sideral, no tiene límites, es infinito. Sin embargo, el ser humano sigue empeñado en adentrarse cada vez más en ese espacio y celebra cada milímetro de avance, a sabiendas de que, en comparación con el infinito, la conquista es exigua. Ahí radica la grandeza del ser humano. Saber que siempre es posible ir un poquito más allá y empeñarse en lograrlo. Aún resuena en nuestras mentes la frase de Neil Armstrong al convertirse en el primer hombre en poner su pie en la luna: «Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad».
Pues eso somos. Seres imperfectos que intentan dar pequeños pasos para avanzar en cualquier área que nos ocupe. Eso que hacen los deportistas, los científicos, los especialistas en cualquier disciplina es lo que debería hacer cada ser humano por su propia cuenta: dar pequeños pasos para lograr grandes conquistas, a sabiendas de que no existe un último paso.
En el ámbito personal y profesional suelo enfatizar la importancia de imponerse metas cada vez más retadoras. Si cotidianamente nos enfocamos en actividades que están por debajo de nuestras habilidades y conocimientos, nos estamos degradando como profesionales. Si hacemos solo aquello para lo cual estamos capacitados, nos mantenemos estancados. La única forma de progresar, de avanzar, consiste en proponernos metas que están por encima de nuestras habilidades y conocimientos, lo cual nos obliga a formarnos y a intentar nuevas experiencias retadoras. Eso no nos lleva a la perfección sino a la excelencia, a ser cada día mejores, a sabiendas de que el camino no tiene fin.
Es importante, entonces, evitar el «perfeccionismo», entendido como el empeño en mejorar algo que ya tiene un nivel de calidad aceptable acorde al propósito. Recuero la anécdota de una empleada que recibió una petición de su jefe para que le diera una «información» específica. Ella buscó la información y le dedicó un largo rato a elaborar un «informe» detallado con gráficos y demás aderezos y se lo llevó, orgullosa, al jefe. Este, que estaba bastante ocupado, hurgó en el informe, tomó nota de la «información» que había solicitado, y tiró el informe a la papelera. Apartando el gesto de mala educación del jefe, él había solicitado una información específica, no un informe. La empleada, quizás en búsqueda de la perfección, elaboró un informe detallado que iba mucho más allá del requerimiento.
Toda tarea tiene un propósito y es este el que indica el nivel de excelencia requerido. Los cálculos para construir un edificio, por ejemplo, deben ser muy precisos para evitar el colapso de la estructura, pero siempre se harán tomando en cuenta el peor escenario estimado. Si la realidad llega a superar ese escenario, el colapso es previsible. En el día a día nos encontramos con situaciones no tan complejas como este ejemplo, pero de igual forma debemos ajustarnos al propósito y definir el nivel de excelencia que requerimos. Una vez hecho esto, ir más allá es inútil y representa una pérdida de tiempo y energía. Si la empleada que mencionamos anteriormente hubiera entregado al jefe solo la información solicitada, el propósito se habría cumplido y su trabajo podría considerarse como excelente, con mucho menos tiempo y esfuerzo invertidos.
Otro aspecto para tomar en cuenta es el de exigir la perfección a otras personas de nuestro entorno. De nuevo, debemos exigir excelencia y no perfección. Todos tenemos derecho a equivocarnos y por eso debemos ser tolerantes. Acá lo importante es evitar equivocarse más de una vez en el mismo asunto, lo cual es una cualidad que solo parece ser característica de nuestra especie.
Es importante, entonces, aprender a vivir con nuestras imperfecciones y las de las personas que nos rodean y enfocarnos en el logro de la excelencia, para lo cual debemos tomar en cuenta lo siguiente:
- En nuestro mundo material no existe la perfección. Todo es perfectible.
- Debemos buscar entonces la excelencia, la cual podemos definir como el mejor resultado posible acorde al propósito que perseguimos.
- Las personas exitosas tienen un propósito bien definido y concentran sus mayores esfuerzos en lograrlo.
- Intentar buscar la perfección puede limitar nuestras posibilidades de lograr el éxito. Ir en búsqueda de la excelencia las potencia.