A la memoria, fija, indeleble, del padre Misael Cruz Sánchez.

El mar que es tan significativo en la vida de la persona común, también lo es en la obra del común de los escritores. Si usted y yo no resistimos el encanto de él, los que escriben son sometidos por igual. Al menos así parece cuando vemos que gran cantidad de autores han publicado con un mar de fondo.

La mar, en femenino

En el siguiente fragmento se lee una serie de apuntes que nuestro personaje, el mar, le dicta a un hombre que vive en él y de él, nada menos que a un veterano pescador. Veamos…

El viejo y el mar (fragmento)

¿Por qué habrán hecho pájaros tan delicados y tan finos como esas golondrinas de mar cuando el océano es capaz de tanta crueldad? El mar es dulce y hermoso. Pero puede ser cruel, y se encoleriza tan súbitamente, y esos pájaros que vuelan, picando y cazando con sus tristes vocecillas son demasiado delicados para la mar. Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el articulo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo.

El autor es Ernest Hemingway (Oak Park, Illinois,1899-Ketchum, Idaho, 1961). Goza de gran fama en las literaturas estadounidense y mundial. De frases directas, yendo al punto, desprovisto de floritura que distraiga. La crítica ya puede descalificarlo por simple como ensalzarlo, mas cualquier regateo a sus capacidades debe tener presente que el suyo fue un vivir dedicado a la escritura; que labró su pluma como periodista; y que ganó dos premios poco reunidos en una sola persona: el Pulitzer y el Nobel.

Una novela más lo es su propia vida: se casó cuatro veces; vivió en lugares únicos (París, Cuba, la Florida); fue largamente alcohólico; sufrió varios accidentes, como uno que le impidió escribir durante un año; fue chofer de ambulancia en una guerra y corresponsal de prensa en otra; durante la Segunda Guerra estuvo en los momentos culminantes de Normandía y París; de padre y dos hermanos suicidas a los que, finalmente, emuló.

Hacerse a la mar

Hay quienes han optado por hacerse a la mar, como tripulantes o pasajeros. Navegar, viajar a través de ella. Debe ser muy singular —por ejemplo— encontrarse en esa inmensidad en las horas en que todo es, y solo es, agua y cielo.

Hay entonces auténticos hombres de mar, aquellos que, al contrario de una mayoría que está en tierra, están en el mar. Mejor. Han de decir que es preferible.

Veamos un ejemplo de esa forma de abordar la vida.

Moby Dick (fragmento)

Espejismos

Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años —no importa cuántos, exactamente—, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación […]

[…] ¿Por qué será que cualquier muchacho robusto y saludable, que tenga dentro de sí un espíritu robusto y saludable, en un momento dado se enloquece por darse a la mar? ¿Por qué será que, durante el primer viaje que hicieron ustedes como pasajeros, sintieron un estremecimiento místico al enterarse de que ni el buque ni ustedes ya podían ser vistos desde tierra? ¿Por qué será que los antiguos persas consideraban sagrado al mar? ¿Por qué será que los griegos le destinaron una deidad especial, un hermano de Jove? Sin duda, todo eso no carece de sentido. Y es aún más profundo el significado del mito de Narciso que, al no poder ceñir la imagen exquisita y atormentadora que veía en la fuente, se arrojó a ella y se ahogó. Pero todos nosotros vemos esa misma imagen en nuestros ríos y en nuestros océanos. Es la imagen del inasible fantasma de la vida. Y esta es la clave de todo.

Herman Melville (Nueva York, 1819-1891), autor de las líneas precedentes, como tantos de esos artistas a los que sus seguidores han amado hasta el delirio fue una persona insoportable, que humillaba a los que le rodeaban. No conoció el éxito literario. La obra de la que publicamos un fragmento está considerada una auténtica obra maestra, digna de su actual fama, pero el autor no lo supo.

En descargo de su mal genio se puede decir mucho: que probó con empeño diversas formas de ocuparse; que hubo de soportar la muerte de hermanos y de varios hijos; pero una fascinante es sin duda que laboró más de tres lustros en aduanas siendo el único trabajador incorruptible del personal; el presidente de los Estados Unidos, Chester Alan Arthur, que lo conocía bien, lo protegió en su espacio laboral de la eventual afectación de los vaivenes políticos, ¿por qué? porque leía sus obras y era su admirador.

Fuente de vida y factor de muerte

Pero detengámonos a ver que además el mar, fuente de vida, puede consumir vidas, matar. Ocurre en el caso del infeliz que sufre ahogamiento. La terrible experiencia solitaria de ver venir la muerte sin que nadie preste auxilio, sin alguien al lado. De modo que si uno sobrevive vale decir más que nunca que volvió a nacer.

Hombre al agua

La escala real no se había quitado después de dejar Aden, y el hombre salió a la plataforma como si lo hiciera a un balcón. Apoyó la espalda contra la barandilla y lanzó una bocanada de humo al aire reflexivamente. El piano atacó una vivaz melodía y una voz empezó a cantar el primer verso de «Los Chicos Camorristas». Las acompasadas vibraciones de la hélice eran un amortiguado acompañamiento añadido. El hombre conocía la canción, había hecho furor en todos los teatros de variedades cuando él había partido para la India siete años antes. Le traía a la memoria las resplandecientes y bulliciosas calles que no había visto durante tanto tiempo, pero que pronto iba a volver a ver. Se disponía a acompañar el estribillo cuando la barandilla, que había quedado mal sujeta, cedió de pronto con un chasquido y él cayó de espaldas a la templada agua del mar en medio de una ruidosa zambullida.

Durante un segundo su aturdimiento físico fue demasiado grande para pensar. Luego se dio cuenta de que debía gritar. Empezó a hacerlo antes incluso de salir a la superficie. Logró un chillido ronco, inarticulado, medio ahogado. Un cerebro asustado sugirió la palabra, «¡Socorro!», y él la berreó con fuerza en un frenético esfuerzo, seis o siete veces sin parar. Luego escuchó:

¡Vamos! ¡Vamos! Abrid paso
a los Chicos Camorristas.

El estribillo le llegó flotando a través del agua calma porque el barco ya había pasado completamente de largo. Y al oír la música una honda puñalada de terror le traspasó el corazón. Por primera vez su conciencia alumbró la posibilidad de que no lo recogieran.

El autor del relato es Winston Churchill (Woodstock, 1874-Londres, 1965) uno de los personajes más singulares de la historia universal, figura central del siglo XX por su política, acompañada por una afortunada oratoria y sus inolvidables desplantes propios de un británico con toda la flema, aunque —¡oh!— sus venas incluían sangre estadounidense.

En 1953 el mundo recibió con sorpresa su premio Nobel de literatura pues, animal político puro, no se entendía que tuviere otro perfil. Lo cierto es que toda su vida escribió con dedicada pasión, tanto que logró lo que pocos escritores han logrado —incluidos los que magistralmente asimilaran el habla popular—: que frases suyas pasaran al lenguaje del día a día luego de que él las acuñase.

Nota

El título de este artículo es una cita textual de Octavio Paz en Libertad bajo palabra. Me gusta mucho esta idea, solo que nunca he estado seguro si la estoy separando correctamente de las palabras que le siguen. En cualquier caso, sea esto una lectura mía o sea lo que quiso decir el autor, me parece, decía, una gran idea, pues a quién no le provoca expectativa feliz pensar que va al mar.