Mi amigo el periodista César Muñoz me hizo llegar hace unos días el artículo de Felix de Azúa: «La más fea», publicado el 18 de junio de 2022 en la página digital Theobjetive encabezado con el siguiente enunciado: «Les recomiendo que rebusquen en las montañas de libros desechados que verán aquí o allá, y se hagan con este ejemplar de Años y leguas de Gabriel Miró, por feo y contrahecho que les parezca». En el referido artículo expone Azúa que, en «cada página suele haber tres o cuatro palabras que solo Andrés Trapiello reconoce». Cita varios ejemplos de palabras antiguas como «alcaciles». Aunque esta, en concreto y la de «alcauciles» por alcachofa se usa en la zona de Sevilla. Usa Miró la palabra «cardenchas», por alcachofas pasadas de época. Miró como originario de padre alcoyano (su madre era oriolana), conocía el valenciano como lengua regional, no literaria como actualmente, por ello, como una forma reivindicativa de su origen paterno, su novela viajera Años y leguas está repleta de valencianismos, y de palabras ya en desuso, como las usara su paisano alicantino Azorín, del que Miró era admirador, sobre todo, de La ruta de Don Quijote, en cuyo libro cervantino abusa de vocablos antiguos o arcaísmos, lo que, a la vez, le da una riqueza léxica envidiable.
Años y leguas es la obra maestra del gran prosista alicantino Gabriel Miró (1879-1930), aunque no es más que un libro guía sobre la Marina de la provincia de Alicante, publicado por primera vez en 1928, didáctico y pedagógico a la vez, e interdisciplinar por ampliar ciertos datos históricos o referencias bíblicas citadas por Miró, y testigo de las costumbres de su tiempo, Considero, que en estos tiempos donde predomina el lenguaje informático, no debemos olvidar los arcaísmos o palabras en desuso, más los valencianismos aportados, algunos antiguos. Hemos de considerar a Años y leguas como un patrimonio del idioma; pero, por otra parte, como la lengua que usamos es un ente vivo y, por lo tanto, superviviente de sí misma, hemos de aceptar los modernismos como formas variables del entendimiento pasado. Los que desde hace muchos años vivimos en tierras levantinas, hemos ido aprendiendo, unas veces queriendo y otras sin querer, el valenciano o valenciá (en valenciano), bien por amigos bilingües o por los locutores de las televisiones locales o documentos oficiales. Años y leguas es una maravillosa cantera rica en vetas de vocablos y arcaísmos, joyas léxicas, muchos de ellos en desuso, con abundantes historias, porque Miró hablaba el valenciano, hijo de padre y abuelos paternos alcoyanos.
Buscando a Gabriel Miró en Polop de la Marina
En los años veinte residía la familia de Gabriel Miró en Madrid, calle Rodríguez San Pedro, 46, estaban recién llegados de Barcelona. Al enfermar su hija Clemencia, el médico homeópata Dr. Enrique Falcó de Alicante (su tío, casado con Juana Maignon) les recomienda cambiar de aires, y deciden viajar a su tierra alicantina, en el verano de 1921, a una masía recomendada por el compositor Óscar Esplá; y alquila una casa en Polop de la Marina llamada La Fons o «Les Fonts». A partir de 1921, repiten residencia estival, excepto el año 1929 que lo pasaron en Alicante, en la finca Beni-Saudet (o Benisaudet), camino de Villafranqueza, propiedad de su cuñada Juana Maignon y de su marido. «Las Fons» se había vendido.
Por el Epistolario, en la edición de los profesores Ian R. Macdonald y Frederic Barcerá publicados en el IACJGA, Alicante, 2009; o las biografías que escribiera Vicente Ramos, o los escritos del compositor Oscar Esplá, Evocando a Gabriel Miró, lo que hizo Miró en Polop fue escribir cartas a sus amigos y sobre todo a sus editores, convertido en peón de campo y algunas excursiones con Óscar Esplá, Germán Bernácer, su cuñado, el Dr. Enrique Falcó y con el médico José Amador Asín, médico titular de la zona.
Nos habla Joaquín Fuster Pérez, cronista de Polop, de la amistad entre Óscar Esplá y Gabriel Miró, y de que, la masía de Esplá estaba en el molino de Ondarella (Guadalest) (p.19), aunque La Font de Ondarella se encuentra en el término de Benimantell. La cuestión es que durante los veranos se reunían, y de hecho Esplá acudía a la masía Les Fonts; estaba soltero, se casaría con María Victoria Irizar y Góngora, el l8 de junio de 1929, en el Monasterio de la Santa Faz.
En definitiva, Años y leguas, nace de los apuntes de sus estancias veraniegas en Polop de la Marina hospedado en una casa rural alquilada. Y de sus viajes por la zona de la Marina Alta como Callosa de Ensarría, Fontilles, o de un Benidorm, hoy desconocido, y de sus caminatas por la Sierra de Aitana.
Las influencias de Gabriel Miró
Actualmente, en el ámbito nacional, la obra de Miró ha perdido renombre, y sus obras no se reeditan por editoriales importantes. Estoy de acuerdo con Javier García Sánchez, en el prólogo para la edición de El obispo leproso, en Biblioteca El Mundo de 2001, bajo el sello de las mejores 100 novelas del siglo XX:
Acaso no resulta aventurado decir que estamos ante una de las novelas, y también ante uno de los escritores, de prosa más perturbadora de todo el siglo XX, pese a que sus méritos sean hoy escasamente reconocidos […] haya pasado al más completo olvido, junto a decenas de otros excelentes novelistas y poetas...
Sin embargo, el empeño del Ayuntamiento de Polop al restaurar una casa modernista «Villa Pepita», que se inauguró el 17 de abril de 2015, ha dado un nuevo impulso para no olvidar su nombre ni sus obras, además la Generalitat Valenciana la ha incluido en su red de museos de la Consellería de Cultura.
Gabriel Miró fue un indiscutible inspirador de los poetas oriolanos como Miguel Hernández, Carlos Fenoll o Jesús Poveda. Antecesor de estos poetas fue el médico y escritor José María Balaguer Meseguer, Inspector Municipal de Sanidad, y mentor que fuera de Ramón Sijé (Pepito Marín). Por las lecturas de los oriolanos y las de Azorín, me llegó, hace años, el interés por Miró. También influyó Miró en los poetas de la Generación del 27, y en escritores de posguerra como Francisco Umbral.
Lenguaje barroco de Años y leguas
Indudablemente, más que nos pese, hoy en día, no se lleva el lenguaje barroco y culto de Gabriel Miró, ni el de Azorín, ni el modernismo de Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez: ya pasaron, como pasan todas las modas e ismos. Pero Años y leguas es un libro delicioso, una obra de arte, a la que no se le debe perder de vista, porque es un libro complejo y de leguaje poético, más pronombres enclíticos. He estudiado cada capítulo, cada personaje, cada escena, cada párrafo, cada arcaísmo, cada nombre de fauna y flora. He superado las escenas de muertes, porque Años y leguas, como dice la voz narrativa: «Estaba lleno de imágenes de desgracia» («16.4.-La besana», p.350). Podríamos definirlo como realismo trágico, pero artístico en sí mismo.
Evidentemente cuando se lee por primera vez Años y leguas es como si se encontraran con una pared de roca en el Puig Campana: inescalable por su dificultad vertical, por la abundancia de arcaísmo y valencianismos. Por ejemplo, en el primer capítulo encontré treinta palabras, cuyo significado me sonaban a chino, por mi ignorancia, y dejé de leerlo por la vagancia de no tener que acudir al diccionario castellano y valenciano. Además, se hallan los peligros de castellanizar el valenciano al no poner los valencianismos en cursiva, y si a esto se unen las metáforas, como por ejemplo «un frío de luz» (p.138) que equivale a agua fresca; o que no se entiende qué es «la carne del camino» (p.138), o «una lumbre mojada en las copas» (p.143), resulta que nuestro concepto de las figuras retóricas del lenguaje es nulo.
El mironiano y catedrático Miguel Ángel Lozano Marco, escribe sobre Años y leguas:
Pero siendo una obra deslumbrante, plena de belleza –es uno de los libros más bellos que he leído–, sabemos que no es fácil: exige en el lector una especial disposición y un ahínco impropio de quien solo quiera entretenerse con la lectura («Años y leguas», de Gabriel Miró, desde su «Epistolario» publicado en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).
Cierto es que Gabriel Miró no escribió un libro poético, sino que escribió artículos en la prensa La Nación de Buenos Aires y El Sol de Madrid, dirigidos a minorías, a lectores cultos a intelectuales, buscaba un sillón en la Real Academia de Lengua. De hecho, en febrero de 1927 fue propuesto por Azorín, Palacio Valdés y Ricardo León, para cubrir la vacante de la Academia producida por el fallecimiento de Daniel Cortázar; pero como en 1926 apareció la publicación de El obispo leproso, y se produjo la indignación de los sectores religiosos de la grey más conservadora «laya jesuítica» (Joaquín Fuster Pérez, 1975:196) de la sociedad por el tratamiento dado a la Compañía de Jesús, le denegaron su ingreso. Azorín, que era su más destacado valedor, quedó tan disgustado que no volvió a pisar más la real Casa de la Lengua. En la propuesta de ingreso se decía: «Novelista, Gabriel Miró ha reflejado en sus libros, no una realidad abstracta, desabrida, sino la sobrehaz auténtica de la tierra española» (José Guardiola Ortiz, 1935: 283).
No estamos ante un escritor facilón, menor, complaciente con el lector, sino que hay que ponerse las gafas (antiparras de picapedreros) de ver en diferentes planos y machacarse las neuronas porque nos hallamos ante un desafío. En aquellos años veinte sabía que le iban a leer pocos lectores, quizás sus compañeros de generación del 14 como Wenceslao Fernández Flórez (hijo adoptivo de Alicante en 1929), Benjamín Jarnés, Ramón Pérez de Ayala, autores que superaban el realismo decimonónico de Galdós o de «Clarín».
Miró abusó de un vocabulario preciosista con un estilo personal, su prosa neomodernista era de una gran originalidad y una de las más ricas de la literatura española de su época con abundantes locuciones vernáculas, con influencias del catalán Ramón Turró. Pero también usa la técnica del hilozoísmo o animación de la materia del estoicismo filosófico en especial de Séneca. Ampliamente comentado por Vicente Ramos en el monográfico Canelobre 50, 2005 (pp.271-227).
Pienso que la obra mironiana no debe de ser para minorías o críticos académicos, necesita visibilidad para que sea actual. José Ferrándiz Lozano escribió:
A pesar de que hoy Gabriel Miró es un autor poco leído, su obra no pasó con indiferencia por las tres primeras décadas del siglo veinte. Hubo quien le elogió y admiró, hubo quien apreció su modo de retratar el mundo en sus libros –con lirismo en la forma y dureza en el fondo–; hubo también quien le describió inmoral, ateo y pornográfico («Información», Suplemento Artes y letras, 26-05-2005).
Mi experiencia de la lectura de Años y leguas, es diferente. Mi primera lectura en el año 2000 fue como un salto sin red; es decir, caída libre y tropezón. Era un ejemplar con prólogo de Mariano Baquero Goyanes de la edición de Salvat 1970 (de letra minúscula para ojos jóvenes). Me lo recomendaron en una tertulia literaria, y me dijeron literalmente «es un libro muy bonito sobre Alicante». Por eso lo compré. Además, en aquellos tiempos era asiduo lector en la Biblioteca Gabriel Miró de CAM en Alicante cuando estaba como directora Rosa María Monzó Seva, gran intelectual y experta en Gabriel Miró.
El ejemplar de Salvat pasó a dormir años de letargo en mi biblioteca; luego, otra vez en 2008 me lo llevé a un viaje por la Marina Baja. En Polop cerca de la fuente de los 221 chorros, había un busto de Gabriel Miró y una frase en unos azulejos. Mi error fue pensar que se trataba de un libro de viajes por la Marina Baja, y no lo es, pero es una mezcla entre prosa poética, descripción de paisaje, relatos trágicos, estampas y reflexiones buscándose Miró a sí mismo en el personaje de ficción de Sigüenza del que no conocemos su semblanza.
En enero de 2018, decidí enfrentarme de una vez por todas, con esgrima y florete, contra Años y leguas, por ser una lectura que tenía pendiente que, por otra parte, pertenece a una trilogía: Del vivir, 1904, Libro de Sigüenza 1917-1927 (cuyas últimas páginas, de la edición de 1927, es el principio de Años y leguas). El enfrentamiento consistió en estudiarme el libro, poco a poco, capítulo a capítulo, entresacando vocabulario y dibujando escenas, para verlo mentalmente ayudándome de una versión digital. He llegado a la misma conclusión que Ian Macdonald: «…es un libro magistral y extraño» (Canelobre 50, 2005-171). Quizá se refería a la riqueza plástica que posee y por ello nos desborda y deslumbra.
Pienso, creo, opino que Miró escribió cada uno de estos artículos, muy libremente, sin un previo esquema o boceto, sino lo que llamamos escritura automática o «al ataque de la pluma» o en otras palabras «a lo que salga», se aprecia en ellos que no existe un orden cronológico como por ejemplo en «4.- Doña Elisa y la Eternidad» donde la vida de la señora Elisa, viuda de don Pedro, está «tresbolillada», es decir, según a Miró se le venían datos a la cabeza. Pero también tenemos testimonios como en «8.-Benidorm, un extranjero, Callosa» donde plasma la estación del tren en Benidorm cuando Sigüenza fue a recoger a un amigo, era el «Trenet» cuya línea Alicante-Altea-Denia, se había inaugurado en los años 1914 y 1915, gran logro para las comunicaciones de la comarca.
Sin tiempo que perder
Miró no tenía tiempo que perder en la creación de sus artículos o novelas. Tenía a su cargo mujer y dos hijas que mantener (la segunda hija Clemencia, enferma de mialgias), y necesitaba dinero como fuera. No había aprobado las oposiciones a juez en dos ocasiones; el 1º de julio de 1921 se quedó cesante del Ministerio de Trabajo en Madrid por incomparecencias laborales. Suplica al presidente del gobierno Antonio Maura (admirador de Figura de la Pasión del Señor) una plaza en algún ministerio para poder dedicarse a su arte. Le concedieron otro puesto en Bellas Artes en 1922 hasta su muerte en 1930.
Miró siempre estaba pidiendo adelantos a sus editores, por ello publicó en artículos individuales Años y Leguas entre 1923 y 1927, antes de pasar al libro definitivamente en las Obras Completas de 1928 en Biblioteca Nueva de Madrid. Se publicaron cincuenta y nueve artículos sobre Sigüenza y sus aventuras y casi como cuentos poéticos en los periódicos de La Nación de Buenos Aires, y en El Sol de Madrid, que le debieron reportar ciertos beneficios. Puesto que sabemos por Azorín que publicó en La Nación durante su exilio voluntario en París durante la guerra civil, que pagaban bien.
Conclusiones
En los tiempos actuales de las prisas, en que imperan los medios digitales de lectura en dispositivos electrónicos, se está perdiendo el placer de la lectura detenida en libros impresos como Años y leguas o El obispo leproso, de Miró; sin detenerme a citar a otros autores como Galdós, Pardo Bazán, Azorín, Baroja, verdaderas joyas del arte de nuestra lengua castellana. Sin embargo, y a pesar de que el mundo actual nos devora a toda velocidad, las obras de arte están ahí en las bibliotecas, esperándonos como centinelas de la palabra escrita como testigos de un tiempo. Podemos olvidarlas, pero no por ello, las obras dejarán de existir y ofrecernos sus coloridas bellezas. Los desplazados como meteoritos de paso, somos nosotros, no las obras, que son perdurables por los siglos de los siglos.