Si procuramos dejar a un lado teorías, análisis internacionales y de seguridad, para esta vez centrarnos en solo dos conductas personales, aparentemente desconectadas entre sí, pero muy reveladoras, tal vez al compararlas, terminaríamos por conectarlas a estas disciplinas y sacar conclusiones. Me refiero a los casos de Boris Johnson en Gran Bretaña, y de Vladimir Putin en la Federación Rusa. Hacerlo puede resultar aventurado, al observarlos desde lejos, sin todos los antecedentes necesarios, y sobre todo, sin ser británico ni ruso, sino un extraño que procura opinar sobre ambos personajes y sus respectivas realidades. Sin embargo, sus destinos actuales están a la vista, y también sus consecuencias, en particular para la situación en Europa.
En publicaciones anteriores, pude referirme al riesgo de que la agresión rusa, que es una tragedia para la paz en Europa, sin dejar de serlo pasara a considerarse, paulatinamente, con menor urgencia y alcance, rutinaria o tolerada sin solución, pese a la valerosa resistencia ucraniana y a los esfuerzos desplegados para contenerla. En cierta medida así está ocurriendo, pues las acciones para contrarrestarla y el aumento de las ayudas armamentísticas y financieras, no logran detener el campo bélico. Tampoco, abrir posibilidades de poner en marcha instancias de negociación, o de otros medios, para alcanzar un posible alto a las hostilidades, y todavía menos, una solución pacífica. En definitiva, podría pasar a ser considerada una más de las decenas de guerras que subsisten, y que pocos sabrían distinguir con precisión, así como el estado en que se encuentran.
No hay duda de que Putin lo tiene presente, y planifica sus acciones, por ahora, más limitadas al este ucraniano para consolidarlo, sin renunciar por tanto a otros objetivos en el resto del país, o prontos a iniciar contra otros vecinos, no OTAN, como Moldavia o Georgia, siguiendo las estrategias ya probadas en Ucrania. Vale decir, penetrando en zonas aledañas, respaldarlas como regiones separatistas prorrusas que solicitan su apoyo, para amenazar y avanzar militarmente en ellas y anexarlas a la Federación. Todo dependerá si la respuesta de Occidente resulta efectiva para detenerlo. Por ahora, solo en el plano de las condenas en organismos internacionales, sanciones económicas, aislamiento, desprestigio personal y el de su entorno. A sabiendas de que la opción militar directa, no está contemplada, y que sus amenazas nucleares las mantienen controladas, aunque todos sepan que no deberían, finalmente, utilizarse. Un juego sumamente riesgoso, si bien bastante predecible de hasta dónde pueden llegar Europa y Estados Unidos, como se ha demostrado.
Se podría añadir, el intento ruso de normalizar, en lo posible, su regreso al campo internacional, si bien no alcanzado todavía, al menos en parte comienza a ser aceptado. Lo muestran las acciones bilaterales con aquellos países que no han adherido ni puesto en práctica, todas las drásticas sanciones decididas por la comunidad internacional para aminorar o contrarrestar sus efectos, y que prosiguen en giras y reuniones, tanto del propio Putin como de su Canciller Sergéi Lavrov. Cuestionado, sin embargo, participó en el G-20 de Bali (Indonesia), donde procuró centrar los problemas del mundo en las consecuencias económicas de las sanciones occidentales, por sobre la agresión a Ucrania, reuniéndose con sus colegas de China, India, Arabia Saudita e Indonesia.
En síntesis, la presente posición rusa se podría resumir en que, no hay que provocar a la OTAN, su mayor prevención, ya que le sería intolerable si lograra circundar su territorio. Todo lo demás, como los ingresos a la Unión Europea o los apoyos políticos de países vecinos, no representan un riesgo cierto para Rusia en lo interno ni en lo internacional. No intenta cambiar su tradicional sistema autoritario, practicado por cientos de años desde los Zares a la era Soviética, sin desafíos institucionales mientras mantenga todos los controles posibles del aparato estatal, de la ciudadanía y sus opositores. El verdadero riesgo está en lo militar y la seguridad, representada por la OTAN. No obstante, sin proponérselo, Putin ha logrado que sea precisamente la OTAN la que se haya robustecido, superado sus problemas internos, renovada su dependencia de Estados Unidos, y aumentado sus integrantes por quienes optaban por la neutralidad, como Suecia y Finlandia. Hasta Turquía ha sido convencida, pues seguramente, ha sabido aprovechar la necesidad de los demás en su beneficio. Siempre sabe negociar.
Lo descrito, en sus aspectos más evidentes, nos lleva, por una parte, a Rusia, que no cede en sus objetivos limitados, por ahora, y avanza según pueda, sin arriesgar militarmente una confrontación directa con la OTAN. Y por la otra Occidente, que tiende a reencontrarse con sus dilemas propios, ensimismada, los que habían quedado en un segundo plano momentáneo, primero por la pandemia, y luego por la invasión a Ucrania, la que ha entrado en un momento de menor urgencia relativa. Lo vemos en Estados Unidos, enfrascado en sus pugnas políticas con miras a las elecciones que perfilarán la nueva carrera presidencial, y pondrán a prueba si Biden logra proyectarse, pese a la inflación y otros desafíos; o regresa Trump con todo, pese a haberse reeditado y cuestionado episodios como la toma del Capitolio y buscado más denuncias de desencantados de su polémica administración. Otro tanto está sucediendo en Europa, en Francia con Macron y su nuevo mandato, así como en otros miembros de la Unión Europea. Igualmente, la crisis económica, energética y de abastecimientos básicos, se ha vuelto una realidad que golpea sus habitantes y los resiente, pudiendo reflejarse en próximas elecciones.
Es el contexto, donde se pueden comparar las dos situaciones personales contrastantes que mencionaba. Tenemos a Boris Johnson, que representa esta vuelta a la normalidad política británica. Abandonado por sus propios compañeros conservadores de Gabinete, es obligado a renunciar, y cuestionado incluso su interinato, hasta que llegue el sucesor que el propio partido decidirá, luego de una despiadada lucha interna. Su extravagancia y actitud desafiante en sus fiestas, en plena restricción de la pandemia, lo muestran tal como es y siempre ha sido, arriesgadamente irresponsable, y que la ciudadanía evalúa según el momento electoral.
Gran Bretaña ejerció su democracia parlamentaria, y se deshace de un Primer Ministro, polémico en lo interno e imprudente en lo personal. Sin embargo, se destacó por ser un férreo aliado de Ucrania y un claro opositor a Putin. El que por su parte, masacra sistemáticamente al país y su población, mientras se hace aplaudir. Una paradoja digna de ser evaluada, pues evidencian valores enteramente diferentes, que los alejan diametralmente. Mientras uno hace fiestas y es separado del poder, el otro destruye un país vecino, sin consecuencias internas.
Dos conductas, dos reacciones, y dos evaluaciones, totalmente contrastantes.