Así como el joven titán Kronos devora a sus hijos por el ansia de poder, «el tiempo que devora todo lo que él mismo ha creado», hoy el tiempo moderno engulle nuestras vidas y sobre todo nuestra forma de vivir.
Una vida en la rapidez de lo inmediato, sin sospechar siquiera el gusto de la espera. Te hablo a ti que desesperas por ese WhatsApp visto y no respondido, imagina lo que era esperar, cuando iba todo bien, quince días por la respuesta a una carta. La ansiedad crecía con los días, como el hambre reclamando en tus entrañas, la que saciabas devorando cada palabra escrita en esa tan anhelada epístola.
Pero los tiempos cambian y la tecnología se vuelve el nuevo Kronos, el que todo te lo da con rapidez y con la misma premura te lo quita, te queda ese «gusto a poco», esa ansiedad de querer más y más y así vas llenando tus días de millones de cosas que te da la vana esperanza de satisfacción, sin postergar jamás la gratificación, de conocer la espera, de vivir el proceso de valorar lo anhelado. Comienza entonces, el tiempo a adquirir un valor precioso, cuando te das cuenta de la vorágine en la que has entrado.
El valor del tiempo lo capta muy bien el director de cine Andrew Niccol, en la película In Time que llegó a las pantallas en el 2011, ambientada en el futuro 2169 en donde el tiempo es la moneda de cambio con la cual adquirir todo lo necesario para vivir. Personajes que optan por comprar cosas de lujo, carísimas, que se traduce en el vivir bien, pero vivir poco.
Marguerite Yourcenar, escritora y poetisa francesa, en su ensayo El tiempo, gran escultor habla de como este, va moldeando la vida. Haciendo la comparación entre la estatua terminada con el inicio de la vida, dice «los cambios de los materiales duros (piedras, metales) moldeados por el tiempo, son como una imitación de los cambios de las formas de la vida orgánica», es como la corrosión provocada por el envejecimiento. Habla de que las estatuas mutiladas, asemejan a las personas martirizadas y el completarlas se presenta como la vanidad de los poseedores de estas, sintiéndose pequeños dioses. Bronces naufragados y rescatados, serían, según su opinión, como las personas que están por ahogarse en el mar (problemas, depresión, etc.) y salvados en el minuto crucial de su casi, último respiro, una nueva oportunidad de vida.
Desde siempre el «tiempo» ha sido una preocupación para el hombre y también para la religión. Pues en la Edad Media el tiempo estaba calculado por las campanas de la iglesia del pueblo, que marcaba las horas del día y ordenaba la vida de los ciudadanos. Daba la cadencia del trabajo y de la oración.
Aún recuerdo a mi abuela hablando de «la hora de oración» referida al último rezo del día, antes de abandonarse a los brazos de Morfeo.
Tres tremendos eventos han cambiado la percepción de mi tiempo y el de los demás. Las pesadillas interminables en donde me veía tratando por todos los medios de llegar al lecho de muerte de mi abuela, pues por estar lejos no pude saludarla antes de su partida y ni mi corazón ni me cabeza se resignaban, cada noche me hacían correr hacia ella y un gran elástico amarrado a mi cintura me lo impedía. Pero mi cabeza fue sabia y perseverante, después de un mes, lo logré, llegué a su cama y pude decirle que la amaba. Se acabaron las pesadillas. El tiempo que no te da la vida real, te lo entregan los sueños en esa realidad en donde no existe ni el tiempo ni el espacio.
Los tres últimos meses que pasé junto a mi padre, quien demasiado temprano agotó su tiempo junto a nosotros, me volví niña. Iba a cuidarlo y en cambio me dormía junto a él, abandonada en la seguridad primaria de los niños, pues cuando era pequeña, el dormir a su lado alejaba las pesadillas… estaba con el hombre más poderoso del mundo.
Hoy mientras miro las líneas de tus manos, mi querida «nonna» veo que has vivido una larga y dura vida.
Se asemejan a las calles en un gran mapa. Trato de buscar mis pasos entre ellas, no como una turista perdida en ciudad nueva, porque tus calles las conozco bien. Nos hemos habitado por tantos años logrando una complicidad y filiación con lazos de amor.
El paso de estos interminables días en donde he visto cómo las luces de tus calles se apagan, trato de no perder la orientación y busco la luz en la profundidad de tu mirada, siento entonces nuestra conexión primaria, la hija que la vida te negó y la madre protectora de la que me privó.
Viviste una guerra, sufriste el hambre, pero te mantuviste siempre fiel a tu Dios que te regaló una inmerecida, larga y dolorosa agonía.
Recordaré siempre tu tierna sonrisa con la que me recibías cuando te visitaba. Dormimos juntas tus últimas noches, tomadas de las manos, intercambiando ese tan preciado tesoro: el tiempo.
El tiempo nos devora, nos transforma, se detiene en la enfermedad y se apresura en la partida.
Cierro los ojos y vuelvo a abrazar a mi abuela, vuelvo a ser niña con mi padre y vuelvo a reflejarme en tus ojos querida «nonna», porque tengo un tiempo que no es de nadie, que he acumulado en mis recuerdos y que revivo cada noche en mis sueños.
Hasta siempre.