Este mes pasado vimos el mediático juicio por difamación que enfrentó a Amber Heard y Johnny Depp. En el mismo, Depp ganó claramente al demostrar diversas discordancias en las versiones y testimonios de Heard, que además dio una mala imagen ante el jurado al haberse contradicho en alguna ocasión.
Ese debería de haber sido el final del tema. La victoria es clara y justa. Juristas y abogados están de acuerdo en que, incluso, Heard tuvo suerte de que no le condenaran a pagar más de esos 15 millones. Bueno, tuvo suerte y también se debe a que su fortuna personal estimada no va mucho más allá de esas cifras, así que no habría podido pagar sentencias muy superiores.
Pero no fue el final del tema, ni con mucho. Mucha gente se empeñaba en ver una ofensa machista en esa sentencia; un ataque a una víctima indefensa del patriarcado, encarnado por el poderoso, famoso y rico Depp. Pero nada más lejos de la realidad.
Dejando de lado si Depp realmente es un maltratador, algo de lo que no sé nada, y que no es lo que se deliberaba en este juicio, Heard salió creyéndose ganadora, incluso con cierta ventaja popular, por lo que hizo algunas cosas realmente mal para acabar perdiendo, y perdiendo por mucha diferencia.
Pero lo que vengo a tratar es esa atrevida ignorancia que, sin consultar a ningún experto legal, hizo que se vertieran ríos de tinta contra Johnny Depp. En muchos casos, por parte de gente que no tenía ni idea ni había visto el juicio. Gente que esperaba que la fuerza social del movimiento #MeToo, que aún existe, sirviera para que Heard ganara.
Con todo lo noble que es ese movimiento, lo que ha aportado, y lo que debe aportar, es muy conveniente que no haya servido para darle la vuelta a una sentencia impecable. Es aconsejable que ningún movimiento tenga tal fuerza, de hecho. El primer perjudicado, dado que en tal caso Depp hubiera apelado y tarde o temprano ganado, hubiera sido el propio movimiento, que hubiera perdido mucha de su credibilidad.
Después, también hay hipocresía en esos ríos de tinta. Mucha. Ya que nos quejamos, con razón, cuando la justicia se tambalea y comete errores, que en España pasa mucho, pero ahora también la gente se queja cuando no los comete. Lo que deja un par de temas al aire; que lo que esa gente que se queja quiere es que la justicia se adapte a lo que les conviene y a sus creencias, y que quejarse ahora podría desacreditar otros movimientos que intenten, en ese caso sí, atacar errores (accidentales o no) de la justicia.
Es común que haya gente en estos movimientos con narrativa propia, muy imaginativa, y con escasa humildad para corregirla cuando no les conviene. Gente que prefiere adaptar los hechos a sus opiniones y creencias, y no estas a los acontecimientos, a la verdad y a la realidad.
Si no fuera por este juicio, habría escrito sobre la enésima gesta de Nadal, aunque ya me repita. Quizá hubiera sido más divertido y menos polémico hablar sobre su 14o Roland Garros y su 22o Grand Slam. No aprendo.