Es conocida la opinión del general prusiano Carl von Clausewitz en el sentido de que toda guerra es «continuación de las relaciones políticas… por otros medios», dicho de otra manera, en la guerra la política aniquila la vida de adversarios, enemigos y seres humanos en general mediante medios bélicos. La afirmación de Clausewitz implica, en rigurosa lógica, su inversa: si la guerra es la continuación de la acción política, la acción política es la continuación de la guerra. Existe una correlación íntima y orgánica entre la violencia genocida y desalmada ejecutada en enfrentamientos militares, convencionales o no, y las prácticas cotidianas de la acción política, que, si bien no implican de modo directo el asesinato de otros (a veces sí), aplican unas reglas cuyo objetivo es desacreditar, anular y destrozar la vida del otro, del distinto, aun cuando no se le arrebate su existencia.
Esta unidad íntima de la guerra y la acción política, y viceversa, puede considerarse como circunstancia objetiva que prueba la falencia ética de la condición humana, su decadencia en materia de valores e ideales, que en tal condición aparecen como elementos de la narrativa teórica y de la propaganda ideológica destinados a encubrir el hecho de que en la guerra y en la acción política habitual operan las mismas reglas, las mismas técnicas y los mismos patrones psicológicos.
¿Cuáles son las prioridades?
Se comprende que no sea de interés prioritario el sufrimiento, el dolor y las polarizaciones sociales que causan las guerras y las acciones políticas, lo principal es el poder, sea de una persona, un imperio, un Estado, un partido político, un mercado o una religión, no importa si semejante adoración del poder formal y fáctico supone el asesinato masivo, la violación sistemática de los derechos humanos y los enfrentamientos civiles con distintos grados de violencia física y/o verbal. Cualquier cosa puede justificarse desde la unidad indistinguible de la psicología de la guerra, la psicología de la acción política y la psicología de la vida cotidiana. Reconocer este hecho es demasiado traumático para el mundo emocional humano y, por eso, ese mismo mundo emocional inventa estratagemas que le ahorran a las personas, o sería mejor decir, que le simulan ahorrarse semejante indignidad, y de ese modo seguir autocomplaciéndose en una versión de sí mismo que lo presenta con rasgos de bondad y generosidad casi angelicales, víctima inocente de la maldad de los otros, siempre de los otros.
Grave ausencia en algunos medios de comunicación
Imposible sorprenderse, siendo esta la condición objetiva y subjetiva de las interacciones humanas marcadas por el poder, de que la historia universal sea un panteón gigantesco donde yacen las vidas segadas por las irracionalidades de la guerra y de la acción política. No asombra, en tal tesitura, que en los medios de comunicación abunden las preguntas y retóricas sobre quién gana o quien pierde en la guerra o en la acción política, y nadie ofrezca informaciones detalladas y profundas sobre los intereses y experiencias de quienes son asesinados y violentados; y mucho menos análisis integrales sobre el sistema socio-económico y político militar industrial internacional financiado por empresarios, políticos e ideólogos de la guerra, y creado como negocio económico sobre la base de un océano teñido de rojo por la sangre y el sufrimiento de cientos de millones de seres inocentes. La ausencia en los medios de comunicación de este tipo de informaciones, investigaciones y estudios evidencia que muchos de ellos forman parte de la misma lógica macabra de la guerra y de la acción política.
¿En qué consiste la paz?
La paz, de la que tanto se habla últimamente, no es una negociación político-militar entre Estados y gobiernos, la paz es una forma de vida sin odios ni fanatismos, es una acción humana y humanista para hacer desaparecer el sistema económico, social y político de naturaleza militar industrial que financia todas las guerras, y que guarda relaciones íntimas con la acción cotidiana de los actores sociales y políticos.
La vigencia de Clausewitz
Pero volvamos al general Carl von Clausewitz y a sus reglas de la guerra. Se dice en las páginas protocolarias de su libro De la guerra que tengo en el ordenador, que:
El general prusiano Carl von Clausewitz, historiador especializado en temas bélicos y destacado profundizador del fenómeno de la guerra, nació en 1780 en Burg, cerca de Magdeburgo (Alemania). Hijo de un miembro del ejército de Federico el Grande, ingresó muy joven en la carrera de soldado. En 1801 siguió los cursos de la Academia Militar de Berlín, bajo la dirección del general Gerhard von Scharnhorst, gran reorganizador del ejército prusiano. Después fue nombrado ayudante de campo del príncipe Augusto de Prusia, junto al cual sirvió en el infortunado encuentro con las tropas de Napoleón en Jena (1806). Caído en poder de los franceses, permaneció prisionero hasta 1809. Tras recuperar la libertad, actuó como profesor en la misma academia militar berlinesa donde había consolidado su experiencia, y con posterioridad asumió el cargo de jefe de sección del Ministerio de la Guerra alemán.
Clausewitz falleció en 1831 en Breslau, luego de padecer el cólera. La publicación de su libro De la guerra fue póstuma, y se debió al esfuerzo e interés de su viuda, Marie von Brühl, quien pertenecía a la nobleza. Esta obra, que es un tratado editado en ocho volúmenes, se convirtió en fuente inspiradora de militares, políticos e ideólogos, miembros de las más dispares tendencias, y su influencia se mantuvo en franco ascenso hasta la consolidación del nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el comunismo soviético. Al momento de escribir esta brevísima reflexión, el pensamiento militar de Clausewitz sigue estudiándose como parte de la teoría contemporánea de la guerra, que es, según el enfoque de quien escribe, una parte de la teoría política general.
Quizás lo que otorga al pensamiento político-militar de Clausewitz una validez incluso en nuestros días es el hecho de que él no era un estudioso de las técnicas militares per se, subordinadas al momento tecnológico y económico de la sociedad, sino más bien del conflicto como elemento constante de las interacciones humanas. Clausewitz estudió el conflicto en cuanto tal según su expresión en enfrentamientos militares, pero al observar sus reglas y ramificaciones ahondó en lo que denomino la dialéctica amigo-enemigo, y creó una expresión filosófico-militar de la misma. En esto reside el núcleo de su vigencia. Cuando él se refería a la necesidad de establecer objetivos estratégicos o finales al conjunto de las acciones militares, de planificar las batallas en sus mínimos detalles asegurándose de que las acciones fuesen contundentes, o escribía sobre la conveniencia de que toda defensa estuviese relacionadas con una contraofensiva, en la llamada defensa activa, y hablaba de la flexibilidad operativa y de la importancia de la ética y la moral en los soldados como elemento de su eventual resistencia y victoria militar, lo que hizo, tal vez sin que lo sospechara, fue generar una reflexión sistemática y bastante ordenada sobre la dinámica de los conflictos humanos en general.
Es lógico que semejante esfuerzo condujera, por ejemplo, a su tesis sobre la correlación entre la guerra y la acción política, y viceversa, mencionada al inicio de este texto. Lo reitero, ahora completo: «La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios». Y al escribir esto él intuyó la circunstancia inversa: la acción política es la continuación de la guerra por otros medios.