—Pilar, es como vivir un sueño. Siento como si siempre hubiera estado dormida y recién ahora abro los ojos y veo la vida con renovada claridad. Vivir la vida cotidiana es agradable, pero en comparación con lo que estoy explorando ahora mismo aquí contigo, no es tan increíble. Es como si todo se hubiera invertido: sueño-vigilia, vida-muerte. Todo es más vívido y real, lo que viene después de superar el hábito de los sentidos ordinarios.
—Manuelita, ¡reconocer es renacer! ¿Recuerdas? Despierta recuerdos dormidos. ¡Sigue así!
—Pilar, solo cuando lo experimento se me hace fácil. De lo contrario vuelvo al vórtice de la cotidianidad que me empuja, como si la fuerza centrípeta también se aplicara a la mente y la empujara a adherirse a valores y prioridades que nada tienen que ver con la sabiduría divina o espiritual, con la gracia, la alegría, la plenitud de uno mismo como seres sutiles y creativos. Ahora que lo vivo, aquí contigo, ahora que experimento lo que significa abrirse a los mundos sutiles, ya no puedo prescindir de él. Solo ahora empiezo a existir.
Es gracias a este cambio de perspectiva que entiendo por qué a los curanderos no les gusta compartir sus sutiles experiencias. Y si deciden contarle a alguien sobre sí mismos, lo hacen con mucha cautela. Tienen miedo de ser señalados, juzgados, acusados, de locos, charlatanes, visionarios, de perder credibilidad frente a su propia comunidad. La fe y el don son los requisitos para sus títulos, muy alejados de los títulos de la academia, pero muy cercanos al mundo sutil que los sostiene y los ayuda en el cuidado de los necesitados. Todos hablan de tener un don, de comunicarse con la naturaleza usando los sentidos sutiles, distintos de los cinco sentidos de los que todos participan y de recibir información en sueños, por intuición y gracias a visiones, o a través de seres no humanos. Doña Eva de Santa Ana, Oaxaca, durante la filmación del documental Ama'Yerba que realicé para la Secretaría de Salud de Oaxaca sobre la medicina tradicional en algunas regiones del estado, declara en una entrevista:
Es Dios quien me muestra el remedio a través de mi intuición y luego las personas sanan, entonces entendí que nací con el don. El don es muy importante, porque es Dios quien te lo da y nadie te lo quita, ni se compra ni se regala. Así trabajo gracias al don de Dios […] A veces en el sueño Dios envía un ángel que va a curar a los enfermos y como por milagro, al cabo de un día o así, sanan y vienen a mí diciéndome que soñaron que los sanaron y ya no tienen nada.
Doña Lidia de Huautla de Jiménez, partera y en ese momento presidenta del CEMITO Oaxaca (Consejo Estatal de Médicos Tradicionales) asevera:
Cuando te eligen para esto, (para ser curandero) tiene que ser por un sueño o puedes heredarlo de un abuelo o abuela y son pasos muy íntimos. […] Los médicos tradicionales tienen varias formas de recibir mensajes. Puede ser vidente, que en el momento ve ciertas cosas, puede ser que ya haya soñado con el paciente y la conversación con él. O puede ser que en el momento en que estás hablando te vengan las palabras y simplemente las digas. De ahí la divinidad de nuestro trabajo, de ahí el respeto que tengo por mi trabajo y hacia cada curandero.
Tengo decenas y decenas de testimonios explicativos y muy interesantes. En primer lugar, los curanderos son acogedores y se convierten en confidentes de sus pacientes. Doña Alejandrina, curandera que trabaja en el Centro Integral de Medicina Tradicional de Capulálpam de Méndez, Oaxaca, afirma:
Los curanderos podemos hacer lo que no hace el médico graduado. Por ejemplo, escuchamos al paciente que mientras nos cuenta su problema también nos dice lo que siente, refiriéndose al alma no al cuerpo físico. Entonces, al escucharlo y comprenderlo, podemos sanar su alma, ayudando así a sanar el cuerpo físico también.
Esto de escuchar es un elemento reiterado también en muchas otras entrevistas, pues argumentan que es también gracias a escuchar las historias de los pacientes que los curanderos pueden revelar el origen del sufrimiento y curarlo. Durante mucho, mucho tiempo, los curanderos, los chamanes, en todo el mundo han sido condenados al silencio. La situación actual en México se encuentra en una encrucijada, si por un lado hay una clase médica y clase media que rechaza sus raíces en favor de un saber puramente científico, propio de la modernidad, por otro lado, hay toda una parte de expertos, investigadores y personajes ilustres en diversos sectores y campos que conocen el valor imperativo arraigado en las culturas de los pueblos indígenas. Estos expertos están tratando de garantizar que el conocimiento médico local también esté protegido.
Al respecto, cito una entrevista que le hice en 2015, para el documental Salud del Alma, a Luis Andraca, abogado penalista y experto en la protección y defensa de los pueblos originarios, porque es una fotografía de la realidad de ese momento histórico, en referencia al reconocimiento del valor de la medicina tradicional mexicana y específicamente de Oaxaca.
Actualmente y desde hace cerca de dos años, se vienen realizando congresos con el objetivo de potenciar los usos y tradiciones de las poblaciones originarias que reconocen no solo el deber histórico sino también el derecho humano y el social, político y cosmogónico de autorrealización y autorrealización. Hay un quiebre, un problema causado por información defectuosa y un envilecimiento de prácticas ancestrales que se están perdiendo para estas regiones. Con ellos perdemos el respeto por lo sagrado que es el fundamento de cualquier práctica de la medicina tradicional. En nuestro país existe un doble rasero: por un lado, defendemos y garantizamos la supervivencia de la cosmogonía de los pueblos indígenas, a través del respeto y defensa de varios ámbitos, incluido el uso de la medicina tradicional. Pero esta última se rige por una ley sanitaria prohibicionista sobre el uso de determinadas prácticas y plantas, inculcando en las personas el miedo a determinadas prácticas, con el objetivo de legitimar la discriminación. Y esto no se corresponde con un interés social. La medicina tradicional se ocupa de curar el alma tratando de ayudar al individuo y trata de conservar en sí la importancia y el conocimiento de la Madre Tierra, respetando la libertad de buscar la propia forma de curar y la posibilidad de curar y no solo lo físico sino también lo alma.
Doña Lilia, que recuerdo es presidenta del consejo de médicos tradicionales, durante la filmación del documental Ama’Yerba declara la posición de los curanderos en referencia a este preciso tema y cito:
Me gustaría saber de las instituciones porque es un tema muy serio. No tienen por qué compararnos con la charlatanería. Hoy la medicina tradicional ha conquistado un papel muy importante pero no es suficiente, porque seguimos aislados y discriminados. Hablamos de interculturalidad y está de moda que nos acepten en los hospitales, pero los curanderos hemos pedido que se respete el artículo de la ley que declara la libertad de todos los ciudadanos de buscar el bienestar como mejor les parezca y es importante para nosotros que este artículo permanezca en vigor. No estamos pidiendo una gran financiación, pero sí un reconocimiento a nuestro trabajo, porque sí merece la pena.
Son culturas que han sobrevivido durante milenios, llegando hasta nuestros días, transmitiendo su bagaje cultural, transformándolo, fortaleciéndolo, revisitándolo, corroborándolo, en definitiva, respetándolo y dejándolo libre para ser y expresarse. Mi respeto va para cada curandera/o, porque si bien no todos de impecable forma o de corazón puro, todos están brindando un servicio indispensable en beneficio de la salud pública y el respeto a las tradiciones de sus comunidades y a la toda la comunidad de Oaxaca. Y voy más allá, argumentando que conservan un saber atesorado por toda cultura humana. Los curanderos operan con demasiada frecuencia en situaciones de pobreza y penuria. El gobierno no les ofrece ningún tipo de apoyo económico y por ello se ven obligados a trabajar con los medios que tienen a su alcance. Esto no les impide recibir a sus pacientes, cuidándolos con cura y devoción hasta que sean sanados y llevados a casa por sus propias piernas. Gozan de un refinado conocimiento de la naturaleza que les permite trabajar con ingenio y competencia, salvando a los enfermos de sus dolencias.