Mientras asistimos a la desaparición progresiva de los últimos supervivientes y al resurgimiento de los movimientos de extrema derecha y del antisemitismo en todo el mundo, el recuerdo de la Shoah y de los campos nazis adquiere una relevancia crucial. Las fallas a las que nos enfrentamos hoy, inquietantemente paralelas a las de una época que creíamos lejana, nos empujan a cuestionar la historia: ¿cómo afrontaron la adversidad quienes nos precedieron? ¿Cómo expresaron su experiencia y los traumas que les generó? ¿Qué podemos aprender, a su vez, de la esencia de sus escritos?
(Ariane Santerre, 2022, La littérature inouïe. Témoigner des camps dans l’après-guerre)
Querido Don Victor:
¿Qué le parece el pequeño extracto del libro (tesis doctoral) de esta joven historiadora canadiense? Son las mismas preguntas que tantas veces le he hecho y que trato de responder con sus entradas. Pero antes de intentar hacer una síntesis de su Diario en el año 1942, quiero informarle (que es hacerlo con mis lectores), que Dios mediante hasta octubre de este año solo escribiré de otros Diarios que nos relatan lo que ocurrió hace exactamente 80 años en relación al Holocausto. Nada de semblanzas intermensuales cómo es mi costumbre. La razón es que fue en 1942, después de la Conferencia de Wansee donde se planificó la Solución Final (20 de enero), que se inician las grandes redadas de judíos en los países ocupados, el cierre de guetos y el traslado a los campos de exterminio. ¿Qué nos pueden decir los diarios íntimos de este hecho que no podemos olvidar jamás? Esa es la pregunta que me guía y que trataremos de responder en esta columna mensual.
En lo relativo a su Diario no hablaremos más del mismo hasta el 2023 cuando haré la reseña de 1943 y así hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (SGM) cada año. Sí, querido amigo, sigo con este gran proyecto de ir analizando el conflicto bélico más importante de la historia a medida que se cumple su 80 aniversario, y que realizo en paralelo entre esta columna y la semanal en El Nacional y Opinión y Noticias. No voy a negar que extrañaré sus palabras, pero es necesario permitir escuchar otras voces, otras experiencias y emociones. En ese terrible año creo que las suyas son fundamentales porque demuestran que los alemanes (judíos o no) no eran ignorantes del genocidio nazi. Es evidente que no sabían los detalles, pero una cosa sí es cierta: pudieron perfectamente decir lo que usted afirma el 16 de marzo: «Estos días he oído hablar de Auschwitz (o algo parecido) como del más horrible de todos los campos (…). Trabajo de minas, muerte a los pocos días». Y el 13 de enero: «Se sabe por diversas personas bien informadas que en Riga judíos evacuados, han sido fusilados en serie, según iban saliendo del tren».
El invierno del 42 fue la primera vez que, a usted, junto a todos los judíos que todavía no habían sido «evacuados a los campos o guetos» y seguían en Alemania (que son solo los casados con arias o con la cruz de hierro de primera clase), son obligados a recoger la nieve. Con sus sesenta años a cuesta es inevitable al llegar a casa después de pasar todo el día (desde las 730 de la mañana hasta las 530 de la tarde): «Enorme cansancio, calambres en las pantorrillas, llagas en los pies, la mano incapaz de sostener la pluma. Imposibilitado para trabajar con la cabeza» y «Siempre luchando con el sueño» (01 de marzo). ¡Pero escribe! Y sus diarios son la prueba, fue en el 42 en el que más escribió de los seis años de la SGM. Cuando me siento sumamente agotado y no he escrito, su ejemplo me anima. Pero quizás lo de la nieve no sea lo peor, porque ya entre abril y mayo pasa con la llegada de la primavera.
Lo terrible es el miedo que no deja de crecer día a día, la esencia de todo régimen totalitario. El 8 de enero un miembro de la Gestapo lo baja del tranvía y lo lleva a un cuartel, después que usted le dice que se dedica a escribir un libro y él le responde: «No podrá publicarlo nunca, mañana empieza a trabajar en la fábrica…». Allí todo será humillación, pero se salva cuando lo dejan ir diciéndole: «si no fuese tan viejo y tan enclenque, lo poníamos a trabajar» (12 de enero). Desde ese momento no se monta más en un tranvía y encerrado en casa lo más que puede. Su esposa Eva tendrá que salir más a buscar la comida. Pero aparece la amenaza de los registros domiciliarios que son de gran violencia si le consiguen comida o cualquier cosa que consideren de valor, ni hablar de escritos como su Diario (al menos sabe resguardarlos con amigos). Todos hablan de ellos y cómo tienden a generar el suicidio (01 de marzo).
Sobre la guerra no habla tanto cómo en otros años, pareciera que la censura es mayor y todo se sabe por rumores o propaganda (los éxitos, claro). En junio teme a los bombardeos de ciudades que son cada vez más intensos «¡Con 1000 aviones sobre el norte y centro de Alemania!» (29 de junio). Lo que sí es cierto es el hambre que crece porque cada día les dan menos cupones y consiguen pocas papas que es lo que comen fundamentalmente. Las prohibiciones a los judíos se mantienen siempre crecientes hasta desde las cosas más absurdas como que solo pueden tener en casa lo que consumirán ese día, si se les consigue más serán multados.
Quiero despedirme por ahora mi querido maestro con la pregunta que me hicieron hace unos días sobre si mantenía mis columnas de artículos periódicos (semanales y esta mensual). La verdad es que no sé cómo lo logro ante todos los «trabajos alimenticios» (los que permiten comer) y las rutinas, por no hablar de esta sociedad caótica ¡por decir lo mínimo! La respuesta la tiene usted cuando habla de sus memorias (que llama Curriculum) al afirmar que «avanza despacísimo. Pero firmemente decidido a seguir con él. Y también me gustaría mucho ser el cronista de la catástrofe que estamos viviendo. Observar hasta el último detalle, tomar notas sin preguntarme si conseguiré alguna vez sacar provecho de estos apuntes» (17 de enero). El mes que viene hablaremos del Diario de Ana Frank.